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martes, 28 de mayo de 2013
"La dolce vita" (Crónicas de Roma. Previo)
Cualquiera que tenga la perspectiva de viajar al extranjero con más de 40 adolescentes a punto de reventar de impaciencia no debería estar emocionado por el viaje, sino todo lo contrario. Compartir 4 días con muchachos y muchachas de 16 años para reprimir sus instintos de procreación y desenfreno no es ninguna atracción agradable para nadie, ni siquiera para quien está habituado a compartir horas de clase con ellos. Sin embargo, y, a pesar de todo, el destino de este viaje lo cambia todo o no, aún no lo sé. Solo he estado en Roma en una ocasión, cuatro días tan intensos que incluso a alguien habituado a viajar le emocionaron de tal manera que no daba crédito a las sensaciones que se removían por debajo de la piel cuando deambulábamos por el Trastévere o por el Foro romano o por los adoquines de las calles más desconocidas de la capital italiana.
El mito es un elemento trascendental a la hora de experimentar sensaciones desconocidas. A cierta edad aparentemente uno lo ha vivido todo y se le ha endurecido la piel de tal manera que nada es capaz de perforar su indolencia, pero no, Roma consiguió conmoverme y apasionarme y desatarme como ningún otro lugar lo había conseguido. Quizás en La Habana tuve una sensación similar, pero era mucho más joven, no sé si se puede comparar.
Ahora, a punto de viajar de nuevo a la ciudad italiana por segunda vez, el ansia por revivir esa ilusión del viaje que te despierta, que te revive, que te renueva, se ve atenuado por el estrangulamiento de la vida policíaca. Sí, tendré que convertirme en guardián de las costumbres, en vigía de la moral, y, a pesar de todo, no me resigno a respirar el aire fresco de aquella Roma que tan solo hace tres años me purificó los pulmones y me entregó a la oxigenante experiencia de la sorpresa: descubrir el Panteón tras atravesar una pequeña calleja de vinos, desembocar como un torrente desesperado en la Plaza Navona y fundir el cauce dulce con la belleza espontánea y salada de las fuentes intemporales, respirar el aire de vida del Trastévere, oír la furia de voces de los autos sobre los adoquines, el muslo muerto de los dioses palpitando en las ruinas del teatro Marcelo y las ninfas del Tíber lanzar helados de estrachatela sobre los extranjeros idiotizados por la belleza de los puentes. Roma no es una ciudad, es una caverna con fuego en la que se reflejan las más desatinadas impresiones sobre sus paredes, es la idea precisa de la belleza en la que uno hubiera querido estamparse de querer ser sombra de lumbre. Ya he olvidado a los adolescentes, seguro que Roma me ofrece de nuevo la imagen temblona de la idea intemporal de la belleza, en la que comprobar cómo la vida se renueva constantemente a través del arte.
domingo, 28 de abril de 2013
"No soy responsable de mis palabras"
No me siento responsable
de mis palabras.
Veo esos cuerpos muertos,
hundiéndose en las aguas
de un pozo inmenso,
decantándose hasta el fondo
como el indiferente limo.
Y el experimento del tiempo,
hincha las vísceras
de gases químicos,
hace ascender los cuerpos
lentamente,
infestando el agua estancada.
Ya en la superficie,
recojo los cuerpos hinchados
y los vuelco sobre el papel,
con cuidado de que no revienten,
de que su veneno
no deje perdida la hoja.
Los limpio con oficio
de relojero,
los embadurno de tinta
y, como un disecador
minucioso,
los convierto en versos
que no son míos,
en imágenes sin vida
que solo alentarán
en los ojos de un demiurgo
avezado.
No soy responsable
de mis palabras,
aunque advierto una familiar
fijeza
en sus ojos de vidrio.
viernes, 26 de abril de 2013
"En la ciudad de Ursus" (crónica de un viaje por Rumanía): Última jornada, "Me duelen las entrañas"
En Cluj-Napoca, la ciudad rumana-romana, no existe el sol ni el viento. Los cielos se tejen con cables de teléfonos y las iglesias se han adueñado de las calles. En Cluj-Napoca, en Rumanía, la apostolina Mª Luisa tejió también con bolsas de basura y cartulinas los trajes de pingüino para disfrazar a nuestros chicos en la representación de un autor rumano de difícil interpretación. Alejandro, Alicia, Susana, Leticia, Pilar, Míriam, Irene y Luismi se atropellaban en el vestíbulo del teatro que a nosotros nos sirvió de camerinos y de sala de ensayos (así es el teatro de urgencia). Los nervios eran evidentes, el teatro mudo que iban a representar era incomprensible y fallaron también los medios técnicos (cómo no). Aún así, ataviados con picos y patas de papel y vestidos con el plástico de los desperdicios no dudaron nuestros chicos en saltar al escenario y salir airosos del embolado en el que nos habíamos metido con ese Apollodor que viajaba por todo el mundo y que saludaba a toda la familia y que acudía al médico y otras tantas acciones sin sentido.. El teatro del absurdo se unió a nuestro teatro de la urgencia y se formó un conglomerado extraño. Después de las representaciones asistimos a una película rumana muy curiosa en la que se trataba el problema de la transición a la democracia de un pueblo sometido a un dictador y la impudicia de los buitres occidentales (en este caso franceses). Todo en tono de comedia social a la manera de Loach, no sé dónde vio el profesor italiano las referencias a Joyce ni el parecido que le encontró la profesora rumana con Volver. Lo mejor de la película fue sin duda el paseo de Alejandro entre la primera butaca y la pantalla quejándose de que le dolían mucho las entrañas, posiblemente previó los discursos posteriores que pretendían comentar la película.
Se curó milagrosamente con unos tragos de agua.
Por la noche, la fiesta de despedida: un baile de máscaras intercultural con cena frugal y mucha diversión (hasta mi hija bailaba). Un camarero rumano que había trabajado en la costa española nos sirvió con mucha dedicación, a nosotros y a las dos profesoras rumanas que se sentaron a nuestra mesa y que se parecían misteriosamente a dos personajes muy famosos de la prensa rosa. En los bailes, de nuevo emergió la figura de Lusmi, deslumbrando con su ritmo latino insuperable, aunque una de las chicas turcas le hizo la competencia seriamente. Todo olía a adioses y a despedidas eternas. Así lo vieron los turcos quienes volvieron a chocar sus cabezas contra las nuestras con la tristeza de no volvernos a ver. En las repisas de las ventanas descansaban las máscaras de pasta lanzando muecas de melancolía que dejaron en penumbra la sala. La aventura había concluido, las jornadas en el país en donde no sopla el viento y el sol se esconde por miedo a las arañas tocaban a su fin. El lamento turco fue el más intenso. No compartimos con ellos muchas palabras, pero sí muchos sentidos cabezazos.
Se curó milagrosamente con unos tragos de agua.
Por la noche, la fiesta de despedida: un baile de máscaras intercultural con cena frugal y mucha diversión (hasta mi hija bailaba). Un camarero rumano que había trabajado en la costa española nos sirvió con mucha dedicación, a nosotros y a las dos profesoras rumanas que se sentaron a nuestra mesa y que se parecían misteriosamente a dos personajes muy famosos de la prensa rosa. En los bailes, de nuevo emergió la figura de Lusmi, deslumbrando con su ritmo latino insuperable, aunque una de las chicas turcas le hizo la competencia seriamente. Todo olía a adioses y a despedidas eternas. Así lo vieron los turcos quienes volvieron a chocar sus cabezas contra las nuestras con la tristeza de no volvernos a ver. En las repisas de las ventanas descansaban las máscaras de pasta lanzando muecas de melancolía que dejaron en penumbra la sala. La aventura había concluido, las jornadas en el país en donde no sopla el viento y el sol se esconde por miedo a las arañas tocaban a su fin. El lamento turco fue el más intenso. No compartimos con ellos muchas palabras, pero sí muchos sentidos cabezazos.
viernes, 19 de abril de 2013
Fotomatón IX: "La muerte con sombrero"
En esta ocasión les corresponde a José Nohales y a Andrea Nieves elaborar sus textos para una nueva entrega de esta serie. Aquí os dejo mi poema. Suerte.
Siempre la muerte se presenta con sombrero,
siempre es necesaria la etiqueta en los cócteles,
beber gintónic en conos invertidos
a pequeños sorbos
para no manchar con sangre
la orilla de los vidrios.
Siempre los epílogos son más solemnes que los prólogos,
por eso la comedia no se entiende,
porque no se muere;
solo los niños y los adolescentes
ríen enganchados a sus consolas
y a sus besos de tornillo.
Con capa y con sombrero se presenta la muerte,
con un aroma rancio de jofaina y de orinal
nos ofrece suspiros de almendra
y una máscara inapropiada de histrión.
lunes, 15 de abril de 2013
"En la ciudad de Ursus" (crónica de un viaje por Rumanía): V jornada "Ínsula y el arte eterno"
Las nubes seguían allí, enladrillando el cielo de Cluj-Napoca, la ciudad romana-rumana que no permitía al sol alumbrar sus calles. De nuevo en la escuela de arte Romulus Ladea, pero esta vez con nuevos roles: participaríamos como alumnos en los talleres de arte que allí se imparten. Pintura artística, pintura de máscaras, escultura, pintura de manos, cerámica, fotografía, taller textil..., el día prometía sumergirnos en una nueva dimensión. Situarnos en el lugar de los alumnos y experimentar la ilusión de que se nos mostraran enseñanzas que algunos abandonamos en la primitiva EGB, nos dibujó una cara adolescente que ya no recordábamos. Pintamos en acuarela la plaza de San Clemente, decoramos máscaras de carnaval con las trazas expresionistas de un artista de vanguardia, nos untamos las manos en pintura para estampar nuestra personalidad y la "apostolina" (otra vez estos femeninos forzados a los que nos conduce la Iglesia) Mª Luisa elabora un tapiz de lana virgen que podría pasar por un posavasos para gigantes delicados. La experiencia artística nos anima, saca de nosotros monstruos escondidos y nos lleva a la próxima estación: el Casino y la exposición de pintura en la que alumnos rumanos han mostrado sus impresiones sobre los paisajes de España, Italia y Turquía. El jardín que rodea al Casino impresiona por su soledad y su cuidado. En el interior del edificio unas chicas ligeras de ropa (¡qué frío!) posan para los fotógrafos. Alejandro confunde los términos y se fotografía con ellas deslumbrado por su desnudez y arrinconando las pinturas. Descubrimos la primavera de los almendros de la Torre Vieja en uno de los cuadros que contrasta con el invierno prolongado que se vive en las calles de la ciudad rumana.
Por la tarde una representación teatral en el "Teatrul" de la ciudad. El edificio es una joya por fuera y por dentro. Su interior nos traslada a los mejores tiempos del teatro del siglo XIX, cuando el público iba más a contemplar al vecino de localidad que al propio espectáculo. Desde nuestro palco, antes de que comience la representación, podemos hacer un barrido de los asistentes. No queda un asiento libre, las butacas de terciopelo rojo y madera vieja nos muestran a nuestros compañeros de viaje y a mucha más gente a la que podemos revisar de arriba abajo como hacían con sus prismáticos los espectadores de otro tiempo. La situación en cualquiera de los palcos es estratégica, permite la supervisión completa de nuestros compañeros de viaje, porque se muestra el teatro como un tren de vagones abiertos en los que los viajeros nos embarcaremos en la aventura de la palabra y el chisme. Antes de partir unas palabra gruesas del apóstol Pedro con una aposentadora recién salida de la mejor tradición de las institutrices alemanas de pura cepa.
La obra, "Ínsula", una especie de ópera bufa en la que el absurdo se nutre de las buenas voces de los actores y la incoherencia cómica de la trama.
Por la noche, de nuevo a la Biblioteca, la avidez insana por la cultura nos está matando.
"La primavera y sus peligros"
Los insectos que se aplastan
contra el cristal delantero
de mi automóvil
anuncian la primavera.
Esa sangre verde y amarilla,
esa lluvia sucia que empaña la conducción,
esas insignificantes muertes que a nadie importan
podrían provocar un accidente
en la mejor época del año,
cuando la vida se abre paso entre alergias
y paseos de viejas.
Nunca he tenido en mi automóvil
un paño con que limpiar
los cuerpos estampados
de los insectos.
Se fosilizan hasta el verano
en el cristal delantero
con el consecuente peligro
y la sensación
de que la primavera
puede arruinarme la vida
en cualquier momento.
Sí, la primavera,
cuando los trigos encañan
y se muestra la calor;
sí, la primavera,
cuando las abejas mueren
y se nubla mi visión;
sí, la primavera,
cuando resplandece la desidia
de un servidor.
viernes, 12 de abril de 2013
"En la ciudad de Ursus" (crónicas de un viaje por Rumanía): IV jornada, "Descenso a los infiernos o Una temporada en el infierno o En el corazón de las tinieblas"
Cuando amaneció todo parecía apuntar a una excursión turística sin mayor trascendencia, luego pudimos comprobar que aquella mañana descenderíamos a los infiernos de Rumanía. El viaje en autobús hasta la ciudad de Turda fue sosegado y no demasiado largo. A través de las ventanillas asomaba un paisaje tan ceniciento como el rostro de algún profesor italiano. El cielo plomizo descargaba con fuerza su mal humor sobre una tierra negra ondulada por colinas suaves y desnudas. Era una premonición, la tristeza del ambiente hablaba de una peregrinación al infierno aunque sin el acompañamiento de Virgilio, solo un guía humildemente acreditado al que se le oía con debilidad. Llegamos a las minas de sal con el cielo aún furioso arrojando la humedad sobre nosotros, avisando de la que podría haber sido negra jornada. En las puertas se agolpaban los niños de primaria, avisando con una seriedad extraña del periplo que nos esperaba. Nos introdujeron por un laberinto de galerías, las paredes rezumaban sal y el ambiente claustrofóbico se llenó con el hedor del bacalao podrido. El guía nos advirtió de que los trabajadores de la mina, cuando funcionaba (antes de 1932) eran contados a la salida por dos veces porque muchos desaparecían sin dejar rastro. Si aquellos pasillos agrios y oscuros no auguraban nada bueno, en el pasado tampoco habían dejado nada mejor. Descendimos por unas escalinatas de madera, por pasillos angostos, por pasarelas colgadas en unos abismos de salitre. Alguno de los apóstoles se angustió por una extraña patología que le lleva a ser atraído por el vacío y a punto estuvo de abandonar el descenso a los infiernos. Desde la altura ya habíamos advertido el camino que nos llevaba casi al centro de la tierra. Abajo, una especie de laguna (la Estigia, con seguridad) mecía unas barcas amarillas lanzadas por Caronte al albur de su negrura. Descendimos por las pasarelas, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis..., hasta 17 pisos, hasta alcanzar una explanada convertida en un parque recreativo lúgubre con noria y atracciones diversas en las que los chicos se afanaban por dotar de alegría al corazón de los infiernos. Nos dirigimos directamente a la laguna Estigia, algún designio fatal nos conducía hasta allí. En la barandilla de un puente de madera esperamos a que las intrépidas alumnas se lanzaran a las barcas que navegaban sobre el agua negra: Irene, Susana y Míriam ocuparon una de ellas; en la otra, Alicia, Irene y Pilar. No dábamos crédito, ni tampoco un euro por sacarlas de allí sin que se mojaran. Pilar e Irene se hicieron con los remos de las barcazas. Criadas en las profundidades de La Mancha, se veía que lo más parecido al mar que habían visto era el río Rus. Encallaron nada más salir, las embarcaciones bogaban sin ninguna dirección, hasta que Pilar perdió uno de los remos, parecía que se lo iba a tragar la laguna y las tres se lanzaron a por él. La barca osciló a uno y otro lado peligrosamente, todo parecía perdido y veíamos a las tres flotando en la laguna salina. Por suerte se recuperó el remo y milagrosamente el descenso a los infiernos acabó en risas nerviosas y Caronte tendría que esperar mejor ocasión para alojarlas en su seno. Ascendimos buscando la superficie con avidez. La "apostolina" (hay que ver lo difícil que nos lo pone la Iglesia con los femeninos cuando hay que nombrar cargos eclesiásticos) Joaquina había hecho voto de caminante y se dirigió a los ascensores para no caer en pecado y no ascender los 17 pisos de madera de salitre que a los demás nos esperaban. Ella quería subir a pie, pero no se debe ir contra los votos impuestos por nuestro santo patrón. Los presagios cenicientos, plomizos, de los cielos y de alguno de los profesores italianos no se cumplieron. Salimos del centro de la tierra, del corazón de las tinieblas, no nos convertimos (menos mal) en personajes de Conrad, ni de Dante, ni siquiera de Rimbaud. Una comida ligera en un precioso paraje llamado, impostadamente, "Dracula Castle", dio fin a la aventura también impostada, no nos convertimos en personajes de tragedia, más bien en Sancho y don Quijote cuando intentaron atravesar el Ebro y cayeron al río por su impericia como navegantes.
miércoles, 10 de abril de 2013
"En la ciudad de Ursus" (crónicas de un viaje por Rumanía): II y III jornadas "De la decadencia y de las costillas de Teatinos"
La mayoría de los edificios tiemblan ante el miedo de caer derrengados por la falta de atención. También la escuela de arte "Romulus Ladea". Desde la entrada todo es ruina y madera carcomida por la humedad. La práctica viva del alumnado salva el moribundo estertor de sus instalaciones: por los corredores y las aulas se exponen retratos poco precisos, grabados de filigrana, torsos esculpidos en barro, cerámica primitiva de arcilla negra y una sensación de que todo nace de un solar a punto de ser arrasado por las excavadoras, de que el arte sobrevive a la hecatombe, a pesar de todo.
En el auditorio una recepción de bienvenida ciertamente curiosa: comenzamos con la solemnidad de los himnos (el nuestro con la rancia letra de José María Pemán, fue lo que encontró Raúl en Internet, ajeno a las miserias franquistas de nuestro pasado). Un desconcertante pase de modelos abrió y cerró el acto con trajes recién sacados del mercadillo o de las manos de una moda que a nosotros nos resultaba un tanto chusca. En medio, una loable actuación de alumnos de la escuela de cine, representando escenas de célebres películas: Chaplin, Fellini, Billi Wilder..., buen gusto.
La noche siguiente, cena internacional. Un grupo del mejor folklore rumano lució en sus bailes el clásico cortejo de los rituales primitivos, donde los machos exhiben su hombría con saltos y elevaciones de piernas que para sí las hubiera querido Nadia Comaneci. Se golpean los muslos y los talones para atraer a las hembras que, sumisas, emiten gritos agudos tras ellos y aceptan sus brazos con agrado. El blanco impoluto viste sus cuerpos, símbolo de inocencia y rito de iniciación. Las falditas cortas de los chicos y sus leotardos los convierten en bailarinas hombrunas de caja de música. Los cantos graves de ellos son respondidos con agradables voces de flauta dulce, todo se envuelve en un ambiente de erotismo dinámico y rítmico.
Durante la cena, los platos se exhiben en una larga mesa, mezcladas las comidas italianas, rumanas, turcas y españolas. De entre todos los platos destaca uno por su exotismo y por el proceso misterioso de su elaboración: las famosas "Costillas de Teatinos", que si no aparecen en el Quijote deberían haberlo hecho. Su color sonrosado habla de una exquisitez propia de los manjares que Sancho degustó en las bodas de Camacho, aunque esconden su adobo y su secreta receta (según las malas lenguas se orearon en un yakuzi). Las chicas de Teatinos saborean entusiasmadas las delicias traídas de allende los mares. La fiesta culmina con bailes de enredo en donde los turcos llevan la voz cantante hasta que aparece la figura andina de Luismi, nuestro peruano danzón. El licor de ciruela (la "tuica") engrasa las articulaciones de algunos bailarines. Seguimos rindiendo tributo a nuestro santo patrón y el apóstol Javi se deshoja en la pista de baile ofrendando su deshidratación al patrón que nos guía y nos conduce por la senda de los inescrutables caminos del Señor.
martes, 9 de abril de 2013
"En la ciudad de Ursus" (crónicas de un viaje por Rumanía): I jornada, "De santos y telas de araña"
Al llegar de madrugada al hotel nos encontramos con una sorpresa, al lado de recepción unas luces de neón medio fundidas anuncian un Night Club. Preguntamos al recepcionista si los niños de doce años pueden pasar a ese antro (por curiosidad) y sorprendentemente nos dice que sí, aunque luego aclara, "eso sí, es un club de striptease".
En las calles de Cluj-Napoca una araña descuidada ha tejido una tela caótica de cables de teléfono, conducciones eléctricas y troles de tranvía. El cielo se llena de cicatrices artificiales que martirizan la piel de las nubes rumanas. Las iglesias ortodoxas, impúdicas, han colgado altavoces en sus fachadas para que los transeúntes escuchen las misas del Domingo de Resurrección. Unos kioskos como de castañeras antiguas muestran su oferta de velas con que homenajear a Cristo y así llenar las arcas de la tesorería eclesiástica. El adoquinado recio y las fachadas de cuento alemán nos trasladan a una Praga en miniatura, aunque poco cuidada. Sobre los rudos adoquines pasea la mixtura germano-turca de la población rumana: cabezas imponentes de enormes cráneos, cuerpos recios y mujeres estilizadas y largas como los cables que asolan los cielos de la ciudad.
El primer santuario que visitamos se llama "La Biblioteca". En este insigne espacio, alumbrado por la mejor música rock y por gorros de gánster, se propone entre cerveza y cerveza una idea que va a generar proselitismo entre los fervorosos creyentes de los bares de San Clemente: se propone elevar a los altares la figura del más insigne de los pobladores de estos garitos como santo mayor, se le venerará en procesión y se cantarán loas extraídas de su amplio repertorio de coplas populares; se rezará su palabra sagrada ("Eh, eh, eh, rico mío"); la hornacina con su efigie se expondrá en la fachada de los bares. Mientras, el apóstol Pedro dice que le gustan las salchichas de Frankfurt por el ojete.
Caída la noche, cenamos en un oscuro calabozo de adobe en donde hay que atravesar el espeso humo del tabaco para llegar hasta las mesas. Degustamos manjares de todo tipo, entre ellos unas lenguas de ternera tan misteriosas como el antro carcelario en el que con turcos y rumanos las compartimos. Para no elevar el lirismo del encuentro, nos retamos con los turcos al futbolín y los vencemos sin casi despeinarnos.
Fotomatón VIII, "Posteridad"
Nuevas aportaciones para "Fotomatón", esta vez de Míriam Moya y de Irene Lapeña. Y ya vamos por la octava.
El poema de Irene Lapeña:
Su
cabello de oro, de luz radiante,
labios
rojos con sonrisa al instante.
Ella
fue una diva como ninguna,
un
bello recuerdo con luz de luna.
Te
fuiste, ahora ya no estás
por
siempre serás icono inmortal.
Eternamente
juventud tendrás
y
siempre serás diva esencial.
Por ti
elegiré el zapato apropiado
que me
permita conquistar el mundo
y
seguir el camino adecuado.
Aquí
nada acabará jamás
pues
siempre recordada serás
y como un diamante lucirás.
Poema de Míriam Moya:
Hasta el mejor recuerdo de una vida pasada acaba desapareciendo...
El camino por el cual vamos pasando a medida que pasa el tiempo es difícil, y
cada persona se lo va tomando de una forma.
Los más valientes quieren recorrerlo entero, cueste lo que les cueste,
otros se van quedando sin fuerzas y optan por abandonarlo porque piensan que es la opción más fácil y ligera.
Pero todos ellos solo tienen un objetivo, que aunque su cuerpo carezca de vida, su alma quede para siempre recordada.
domingo, 24 de marzo de 2013
Fotomatón VIII: "Posteridad"
Escribiré una silva
en la espalda de una sirena muerta
para oír mis palabras en el limbo,
para escuchar el rumor de las piernas,
de la vida sin pasos,
del eco de las canciones de seda,
perdidas en el mar.
Sentiré el surco en la piel de las letras,
y verteré lágrimas como escamas
para calmar el ardor de las huellas,
para correr la tinta
para que estas palabras no se lean.
Oiré voces más allá de la orilla
del barquero, ahogadas por la niebla,
y sentiré el silencio
como mordaza necesaria y nueva.
Recogerá el cuerpo de pez lavado
con el gancho afilado de las percas
y no verá su rostro,
ni aún el rastro de mis palabras muertas.
miércoles, 20 de marzo de 2013
Fotomatón VII
Nueva entrega de esta serie. En esta ocasión el relato de Remedios Girón y el poema de Susana González ilustran con palabras la imagen.
El relato de Reme:
Esta es la historia de Juan Gerardo, un hombre que desde niño fue fabricando su futuro, indagando en millones de libros, impulsado por su madre, su única amiga.
Un día en la biblioteca leyendo uno de sus maravillosos libros de anatomía se quedó durmiendo, raro en él, porque los libros eran su única pasión. Empezó a soñar cosas horribles y espantosas, hasta que llegó a un sueño en el que era todo placentero donde aparecía él de pequeño jugando con una pelota mientras que su madre le tejía un jersey. En el siguiente sueño pasaban solamente imagenes de él rodeado de libros, periódicos, enciclopedias... hasta que llegó a una imagen, él de adulto, donde su cerebro era inmenso y muchísimo más poderoso que él. En ese momento salió del sueño y estaba muy asustado y cohibido. Juan Gerardo se dio cuenta de que era un monstruo y de que había desperdiciado su vida, y para qué si estaba solo y a la gente tanta sabiduría le asustaba...
El poema de Susana:
La oveja negra
Solo quieren tejer mentes con malicia,
pretenden que creas una realidad ficticia,
te harán abandonar las ilusiones que tenías
y que no puedas hacer todo lo que darías.
Este circo mediático nos pone mil barreras,
el rico y el político se inventan las
fronteras,
vivimos un teatro donde solo hay apariencias,
donde, como a ovejas, controlan nuestras
conciencias.
Y si quieres puedes ser lo que otros quieren
que seas
mas yo te invito a no seguir en esta realidad
incierta,
no abandones tus sueños y lucha por lo que
quieras
aunque la única manera sea emigrar a otras
tierras.
No sigas al rebaño y haz tu propia vida
porque pelear es nuestra única salida.
miércoles, 6 de marzo de 2013
FOTOMATÓN VII: "El sueño lúbrico de un estudiante de bachillerato"
Séptima entrega de Fotomatón. Les toca el turno a Susana González y a Remedios Girón. Os dejo una imagen sugestiva y un poema que seguro os trae algún recuerdo próximo.
Se me derramó una perífrasis
por la alcantarilla.
Un complemento predicativo
salió despedido por el desagüe,
mientras que una subordinada preguntaba por su función.
Las escuelas se mesaban los cabellos
presagiando un fin trágico
para los análisis sintácticos
y una maestra desnuda
gritaba por las calles anunciando
la hecatombe de las oraciones coordinadas.
Nadie sabía ya qué hacer con los diagramas,
nadie sabía ya cómo nombrar las bandejas bajo los sintagmas.
Todo se hundió con la depresión de los gramáticos,
ni siquiera servían las tisanas de ortografía
ni los emplastos de pragmática textual.
Se desvanecieron los predicados y arrastraron al limbo a los sujetos,
ni siquiera los académicos pudieron rescatar al complemento circunstancial.
Solo las conjunciones sobrevivieron,
solo esos pequeños eslabones
que ya no unían a nadie.
Salieron de la página abrumados por la soledad,
desnudados por la ausencia de los grandes términos que los arropaban.
Cuando solo quedó la "y", abandonada a su suerte en medio del fondo blanco,
se oyó un estruendo de muchachos vitoreando la desgracia.
domingo, 3 de marzo de 2013
"Nubes como piedras"
Descendí con Dante
a las honduras del infierno,
respiré el aire nocivo
pero no sentí el calor del fuego.
Anduve junto a Shakespeare
por las vísceras del hombre,
palpé las inmundicias
pero no olí la podredumbre.
Removí con Quevedo
las cenizas de los muertos,
envolví mis manos en piel de cementerio,
pero no noté la aspereza de la nada.
Malviví junto a Leopardi,
sufriendo a las hordas de bastardos
que no dan ocasión a la bondad,
pero nadie me abofeteó.
Bebí con Baudelaire
los licores del desprecio,
me embriagué con el dolor,
pero no llegué a la ceguera.
Añoré con Cernuda
los labios de la ternura,
y descubrí el odio y el desamor,
pero no se partió el alma.
¡Ay!, pero me di con el mundo
y entonces sí,
me quemé con la maldad,
me asqueó el hedor
de la carne putrefacta,
besé a la muerte con labios de tierra,
me descuartizaron los poderosos,
vomité los ardores de la hipocresía,
me desgarró la deshumanización de la humanidad,
y un río de fuego recorrió las yemas de los dedos
para convertir en piedra las nubes de los genios.
a las honduras del infierno,
respiré el aire nocivo
pero no sentí el calor del fuego.
Anduve junto a Shakespeare
por las vísceras del hombre,
palpé las inmundicias
pero no olí la podredumbre.
Removí con Quevedo
las cenizas de los muertos,
envolví mis manos en piel de cementerio,
pero no noté la aspereza de la nada.
Malviví junto a Leopardi,
sufriendo a las hordas de bastardos
que no dan ocasión a la bondad,
pero nadie me abofeteó.
Bebí con Baudelaire
los licores del desprecio,
me embriagué con el dolor,
pero no llegué a la ceguera.
Añoré con Cernuda
los labios de la ternura,
y descubrí el odio y el desamor,
pero no se partió el alma.
¡Ay!, pero me di con el mundo
y entonces sí,
me quemé con la maldad,
me asqueó el hedor
de la carne putrefacta,
besé a la muerte con labios de tierra,
me descuartizaron los poderosos,
vomité los ardores de la hipocresía,
me desgarró la deshumanización de la humanidad,
y un río de fuego recorrió las yemas de los dedos
para convertir en piedra las nubes de los genios.
sábado, 2 de marzo de 2013
"El éxtasis del silencio"
Era una habitación vacía,
sin esquinas, sin cuadros en las paredes,
sin ruidos, sin ventanas.
En el centro crecía
la nada,
que iluminaba la estancia.
Nadie interrumpía nuestras charlas
calladas,
nadie agredía los oídos.
Todo era oscuridad y silencio.
Me refugié huyendo de las fanfarrias,
de la estridencia, del trasiego de los elefantes,
y me salió una flor en la lengua
con la que adorné el vacío.
Las horas huyeron, se sometieron las voces
al orgasmo plácido
de la soledad.
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