jueves, 11 de agosto de 2011

Análisis de "Criaturas del Piripao" (XIV y última)



Última entrega del magnífico estudio que David Arona ha realizado sobre "Criaturas del Piripao":

3- El verdadero camino es hacia dentro.

Hemos comentado el proceso de idealización de la realidad que une a Suero y Don Quijote. Ambos fían su felicidad en la realidad externa a ellos. Craso error y poderosa lección vital para todos los lectores de cualquier época. La realidad, es decir, la sociedad, los demás no aportan al individuo lo que este requiere. La felicidad y la satisfacción personal brotan de dentro y ese estado de ánimo es el que permite relacionarse con lo real con ciertas garantías. Mencía encuentra su satisfacción en su trabajo, en su esfuerzo, en su lucha, en el amor verdaderamente sentido y recordado por Diego. Don Quijote por el camino opuesto a Mencía llega al escepticismo y muere en su cama. Suero Laínez llega a la locura y al abandono en la empedrada plaza mayor de Cuenca. La novela muestra un mundo del siglo XVII, pero la mirada del narrador es del siglo XXI, propia de una madurez desengañada, matizada siempre por un tono humorístico que nos invita a creer en nuestras fuerzas y a no tomar la vida demasiado en serio.

4- El curioso tema del ubi sunt.

Decimos curioso porque si el mundo era un infierno no debía haber lugar para la nostalgia. Pero resulta que el mundo no era un infierno para todos, los nobles lo gozaban y de ahí el tema medieval del ubi sunt. ¿Dónde están aquellos jóvenes y damas que disfrutaban de su juventud? ¿Dónde están sus risas y juegos? ¿Dónde sus amores? Esto recuerda Torralba como testigo plebeyo privilegiado dolida por la enfermedad de Doña Miranda: “¡Qué poco recordaba (EIL) la desnudez briosa y el ánimo tempestuoso de aquella Miranda a la mórbida estampa de ella misma desmayada en el lecho! Los días en que se solazaban en la vivienda de la corte…Las fiestas de toros… La satisfacción de ver a lo lejos el balcón real de nuestro tercer Felipe… Miranda no podía acabarse tan pronto, sólo contaba 29 años”.

5- Subjetivismo frente a objetividad.

La visión del mundo y la forma de vivir de Mencía la percibe el lector como natural, libre y moderna. Sin embargo, no tiene cabida en la sociedad del siglo XVII que la percibe como perversa y altamente peligrosa por herética, es decir, por estar fuera del dogma. En cambio, la aberración de Fray Berto: “Y penetró a la muerta con la furia desatada de un toro recién desencajonado” es autojustificada por el propio personaje, él es el poder y a todo tiene derecho. Así un suceso objetivamente aberrante lo transforma mediante su delirio en un ritual necesario: “Era un privilegio… participar en esta liturgia de altos vuelos. (EIL, que permite al menos la ironía del narrador desmontando el discurso del cura) A Berto le costaba cada vez más realizar los oficios que se requerían para que el alma de los caballeros y damas principales descansaran con el suficiente abono católico. No obstante, ningún sacrificio se hacía gravoso si el premio era salvar un alma noble de las miserias del infierno”.

Incluso dos meses después, el recuerdo del cura reescribe la historia a su sabor y lo deforma absolutamente todo, como sucede en Cien años de soledad con la masacre de los huelguistas. El poder elimina los hechos objetivos e históricos y los reescribe a su antojo. La literatura tiene la obligación moral de testimoniarlos, rectificando las lagunas deliberadas de la historia y de sus académicos (tema todavía tristemente de actualidad).

En Criaturas del Piripao el sarcasmo del narrador desmonta la ficción del párroco: “Berto recordaba las delicias de Doña Miranda: habían pasado dos meses desde que gozara del cuerpo más principal de la villa; la añoranza de aquella noche lo convertía en aventurero protagonista de romances de ciego, en personaje desmayado de historias pastoriles, en un Lanzarote de iglesia atravesado por la religión de amor”.

Nosotros sabemos lo que ocurrió con los huelguistas, también sabemos cómo el hermano Salvador de Los girasoles ciegos destruye a la familia de Elena, aunque él quiere creer que ha cumplido una misión divina y en su alucinación transforma un acto infame en algo noble. Lo mismo le sucede a Fray Berto, sublima la violación de una mujer muerta y enterrada en una aventura erótica que le lleva incluso a despreciar al mundo desde su pedestal de gran amante.

El episodio de la necrofilia que pudiera escandalizar al lector bienpensante –un autor de los siglos de oro nunca hubiese llegado a tanto- es, verdaderamente un acto insignificante, verosímil porque pudo haber ocurrido como ocurrieron y ocurren otras prácticas sexuales viciadas desde el clero a sus feligreses (sólo hay que tener presente los casos de pederastia, eso sí, reales y no novelescos), pero insisto es un acto objetivamente exento de peligro. Lo curioso es que el lector pudiera echarse con él las manos a la cabeza y, sin embargo aceptar como “normales” los autos de fe que desembocaban en la quema de personas reales, de carne y hueso, condenadas por delitos imaginarios extraídos mediante tortura. Estas ejecuciones masivas fueron hechos históricos perfectamente documentados, hechos objetivos indiscutibles a los que visiones subjetivas y parciales tratan de dar una interpretación muy alejada de lo real.

Hay que decirlo con claridad, el sentimiento religioso del ser humano es un sentimiento noble, íntimo y privado que responde a nuestra necesidad espiritual. De él nace la amistad, el amor, la fe en los demás, el recuerdo de nuestros seres queridos, el misterio de una realidad que no se reduce a lo tangible, incluso la creencia en Dios… esto se puede compartir o no, pero es respetable. En cambio, la instrumentalización con decidido cinismo y sin ningún escrúpulo que algunos ministros de las religiones monoteístas hacen de la religión es un hecho denunciable y esto, entre muchas otras obras literarias, lo lleva a término Criaturas del Piripao que muestra a la iglesia católica de los siglos de oro como salvaguarda de la arbitrariedad absoluta y raíz esencial del odio al diferente en aquella España.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Análisis de "Criaturas del Piripao" (XIII)


Penúltima entrega del análisis de David Arona. Seguimos con los temas de la novela. En esta ocasión, para mí el más sugerente de todos ellos.

2- Poder versus libertad.

En la narración existe una oposición milimétrica entre dos fuerzas que presentan batalla a lo largo de la historia: por un lado, el poder arbitrario que niega la naturaleza de la vida misma y que nace del egoísmo más irracional e instintivo de quien lo sustenta, que enmascara su radical indignidad en la hipocresía de lo correcto, en el hábito del monje, en la cruz de Calatrava de Don Alvar, en la solemnidad de los autos de fe y la moral cristiano vieja absurda y asfixiante que a través de la crueldad de los verdugos del Santo Oficio siembra el pánico y con ello la sumisión al poder imperial y fanáticamente católico de la España de los Austrias.

Torralba evidencia el doble juego en fray Berto, muy pronto en un parlamento directo: “-Sin duda, nuestro capellán echa de menos a mi ama y no tanto cuida de su espíritu como le gustaría cuidar de sus bajos; que no deja de ser hombre y anda bien alejado de ser santo como puedes tú, mi buena Mencía, muy bien atestiguar”. El poder religioso cuanto más pugna por lo material más lo enmascara en liturgias y aparente espiritualidad. También la nobleza es retratada en su comportamiento hipócrita: “Los hidalgos del lugar preferían acudir a ella en casos extremos o bien hacerlo a escondidas. Su fama de morisca y el tener a los del santo oficio pendientes de ella no alejaban a sus clientes pero sí los hacía más timoratos. Los mismos clérigos eran habituales de su farmacopea, a pesar de que los vuelos de sus sotanas aparecían pocas veces por su casa a la luz del día. Las grutas del pecado que horadaban toda la villa, desde la iglesia hasta el barrio de Santa Quiteria, de las que nadie hablaba pero todos conocían, eran muy similares a los silenciosos senderos que llevaban hasta Mencía”.

Frente a este poder omnímodo se alza siempre el deseo de libertad. Leola y los cátaros en Historia del rey transparente, los franciscanos frente a los dominicos en El nombre de la rosa, los jesuitas frente al poder imperial portugués en las misiones apoyado por el papado en La misión; Cipriano y los protestantes españoles en El Hereje o la dignidad y autenticidad humana, el grito de libertad que emana de la razón y la vocación de bondad que representa el personaje de la morisca Mencía en Criaturas del Piripao. Con su culto al amor, con su profesionalidad de yerbera, con su amistad lealmente brindada y con su valentía y arrojo final supone una reivindicación del Piripao, de la verdadera vida frente al infierno, una apuesta por una realidad mejor aquí en la tierra, mucho más humana y libre, más igualitaria y fraternal. Esta lucha entre lo que impone el poder de una minoría y la reivindicación justa de la mayoría todavía continua… He ahí un elemento crucial de la novela, absolutamente vigente en nuestro siglo XXI y de rabiosa actualidad en la lucha contra el capitalismo salvaje y los grandes grupos de poder económico.

La derrota de Mencía, Cipriano, Leola y Nínive junto a los cátaros, la destrucción de La Misión nos llenan de impotencia, de rabia y de tristeza, pero al mismo tiempo nos invita a seguir luchando por un mundo más justo y más libre. El espíritu de la morisca parece animarnos.

lunes, 8 de agosto de 2011

Análisis de "Criaturas del Piripao" (XII)


En esta entrega el análisis de uno de los temas de "Criaturas del Piripao", extraído por David Arona, "la realidad y la apariencia":

II. 4-. Temas.

Algunos de los temas de la novela han ido brotando a lo largo del análisis, sin embargo, como conclusión y para responder a una de las preguntas iniciales, vamos a ordenar algunos asuntos que, creo, el autor ha tratado de transmitirnos.

1- Realidad y apariencia.

Suero cree ver en Fray Berto la más acabada expresión de amor al prójimo y, al final, el fraile lo convierte en cómplice de su vicio necrófilo. De lo que Suero cree que es la realidad a lo que verdaderamente es media un abismo brutal.

También piensa que Don Alvar es un noble protector a la sombra del cual podrá redactar su crónica con intrigas palaciegas y personajes nobles que procuran un final feliz y, sin embargo, acaba siendo sodomizado por el noble.

Pero el desengaño es recíproco, Berto piensa que los versos del trovero serán la llave para seducir a nobles damas: Marcia la hija del conde; la viuda de Ansárez, Doña Miranda o Serena del Burgo y en la cabeza de Suero apenas resuenan dos ripios de amor… Don Alvar no sabemos qué ve en este personaje, después de degustar sibaritamente en la corte las carnes morenas de tanto jovenzuelo, pero muy pronto ve en Suero un pobre retrasado mental muy lejos de la belleza apolínea.

El subjetivismo con el que encaramos o nos relacionamos con la realidad no es más que eso, una visión propia del mundo; pero el mundo es otra cosa (recordemos por un momento la película de Matrix o los molinos que testarudamente son molinos aunque el alucinado Don Quijote quiera ver gigantes). Esta propensión humana a la deformación de lo que percibimos, a la idealización –cuando nos enamoramos, cuando iniciamos una nueva etapa en nuestra vida, cuando comenzamos una amistad…- es lo que nos lleva, a menudo, al fracaso y a la frustración. Por ello, la experiencia final de Suero como la de Don Quijote, nos invitan al escepticismo, a dudar de nuestra visión de la realidad y a tener los pies en el suelo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Análisis de "Criaturas del Piripao" (XI)


En la undécima entrega, un estudio del tiempo, de la época en la que se inscribe la novela y su desarrollo cronológico. Honrado quedo por ir en el final del comentario de David de la mano de Miguel Delibes.

II. 3-. El tiempo.

La novela comienza en otoño, en la época de vendimias: “Retales dispersos de encinares y ocres viñedos… Los mozos vendimiadores se tronzaban el lomo al borde del camino, hundidos hasta los tobillos en el barro que ya acumulaba la viña”. Y finaliza en pleno invierno, en el momento culminante del auto de fe: “Las nieves habían tejido en los tejados de la ciudad un tapiz de clara suavidad. La catedral desmochada engullía negras figuras que se destacaban en el fondo blanco de la escalinata” (nótese la aliteración de la jota y de las oclusivas –la c, la t, la k, etc que sugieren por un lado el crujir de la nieve, el sonido del frío que rasga la piel, el auto atroz que cercena la normalidad de una mañana de invierno reforzado con la sonoridad aplastante de las oclusivas, otra vez la lengua deviene lírica).

Las estaciones en las que se desarrolla la acción son opuestas al eterno verano del Quijote, al verano de la ficción y del sueño, al verano de las aventuras donde la crueldad parece atemperada y la presión del poder adormecida. El otoño y el invierno nos anticipan una vocación de muerte y exterminio esgrimida por una sociedad fanática que se derrumba por estos derroteros hacia la expulsión de los moriscos, la presión sobre los conversos, el talibanismo militante y el fin de un imperio inmenso pero breve debido a una gestión irracional dominada por la ortodoxia católica y basada en un odio racial que produciría consecuencias irreversibles sobre la economía y la sociedad de la España áurea.

Me interesa destacar la habilidad del autor en la discursivización del tiempo de la historia. El narrador utiliza la técnica del simultaneísmo. Es decir, mientras los cómicos se marchan de Almente, y ya van por esos caminos, en la villa se prepara el principio del fin: “Acertaron los cómicos con la salida apresurada de aquel lugar porque al día siguiente, miércoles, día de mercado, el obispo Cañizares junto a los familiares de la inquisición se presentaron en la misma plaza para leer la lista de acusados y testigos…” El simultaneísmo –dos acciones que se producen al mismo tiempo en espacios distintos- pone de relieve la coincidencia de opuestos. La alegría de los cómicos contrasta con el sufrimiento de los ajusticiados; la curiosidad de los que llegan a la ciudad con ansias de triunfar se opone abiertamente al estado de ánimo de los que allí han sido conducidos para morir cruelmente. En definitiva, el espectáculo que piensan representar los cómicos se opone frontalmente al espectáculo macabro que el Santo Oficio se propone ofrecer a sus parroquianos. El auto de fe suponía una verdadera representación teatral, pero donde la ficción no tenía cabida y las sentencias reales se ejecutaban inmediatamente y en directo. Suponen un espectáculo ejemplarizante del poder de la iglesia hacia la masa, una invitación al miedo, a la delación y a la sumisión. Antes se ha analizado de qué modo influye la inquisición en las relaciones personales (Torralba- Mencía; Mencía- Fray Berto), al final de la novela se pone de manifiesto una perspectiva general, una socialización del miedo, donde los miserables pueden alegrarse de ser público y no estar encima del tablado. Si la comedia barroca de Lope de Vega, Calderón de la Barca y sus seguidores trataban de persuadir al público de que se vivía en el mejor de los mundos posibles, el auto de fe con la contundencia de un sadismo y una crueldad inhumanos marca los límites del único mundo posible: el del fanatismo ultraortodoxo católico.

Las obras literarias de los siglos de oro mostraron siempre una parte de la realidad pero nunca llevaron el foco a las orgías de sangre y carne quemada que marcaron la vida de la España medieval y de los siglos XVI y XVII. Han sido autores del siglo XX, como Miguel Delibes con El Hereje o ahora Pepe Hortelano con Criaturas del Piripao, quienes nos ofrezcan una imagen de esa realidad sin tapujos, más compleja, más próxima a la verdad de una historia que jamás debiera repetirse.

viernes, 5 de agosto de 2011

Análisis de "Criaturas del Piripao" (X)


En la décima entrega, David Arona analiza el espacio en el que se desarrollan los hechos:

II. 2-. Espacio.

Almente es un pueblo ficticio de la provincia de Cuenca, podría ser de Albacete o de cualquier lugar de la España del momento. Su referencia real podría ser Almansa, San Clemente, Sisante, Utiel o todos a la vez. Lo verdaderamente significativo es que está en las antípodas del Paraíso, constituye para Suero Laínez el mismo infierno, aunque al principio él esperaba otra cosa: “No sé si me encuentro en la patria de los hombres santos y desinteresados pero nunca, en todos los días de mi vida, se me ha dado tanto por nada. Recuerdo ahora aquella tierra famosa del Piripao, donde los ríos son de miel y los árboles producen tortadas, paraíso fingido de los hambrientos en el que me parece que he atracado”. Esta criatura que cree haber arribado al paraíso terrenal, si no fuera por su ridiculez caricaturesca nos conmovería hasta la médula por su radical ignorancia y candidez. Cuando leemos esto, la ironía del título nos golpea con guasona contundencia: Criaturas del Piripao.

A propósito del paraíso escribe Michel Onfray: “Después de recorrer varias horas el desierto mauritano… cielo blanco y ardiente, árboles calcinados y escasos, matas de espinas arrastradas por los vientos a través de extensiones infinitas de arena anaranjada… pienso en las tierras de Israel y de la Judea samaria, de Jerusalén y Belén… aquellos lugares donde el sol quema las cabezas, reseca los cuerpos, deja sedientas las almas y provoca deseos de oasis, ansias de paraísos donde el agua corre fresca, límpida, abundante y el aire es dulce, perfumado y grato, en los que abunda el alimento y la bebida”. El paraíso nace del infierno terrenal. El Piripao, el edén, el cielo se origina en el sufrimiento de este mundo. Si no hay sufrimiento el ser humano no necesita creer, no necesita esperanza, no precisa imaginar… por ello, las religiones monoteístas institucionalizadas saben a la perfección que deben perpetuar el sufrimiento en Almente, en la provincia de Cuenca, en España, en el mundo que dominan, para que así incluso sus hogueras criminales, se perciban como una liberación. De ahí su obsesión con la muerte, puerta de salida de este valle de lágrimas- ya se encargan Fray Berto, el obispo Cañizares, el Santo Oficio, de que lo sea- hacia la ficción de mundos subyacentes.

Dios y el paraíso nacen en la arena calcinada, no sólo en el desvalimiento existencial del hombre sino especialmente en unas condiciones materiales de existencia asfixiantes; Dios es más deseado, cuanto más temor se acumula al estar vivo. De ahí la persecución del placer, de la mujer, e incluso de la risa, indicio de la alegría, conjura del miedo (recordad a Jorge de Burgos en El nombre de la rosa y su obsesión por preservar en secreto la parte de la poética aristotélica dedicada a la comedia).

Frente a las religiones, la literatura. La ficción literaria nos habla, a menudo, de paraísos no celestiales, sino terrenales. La cultura que emana del arte libre busca mundos que pueden ser, a partir de las características y potencialidades más nobles del ser humano. Por ello, la versión talibánica de las religiones y los regímenes dictatoriales odian el libro y destruyen y persiguen la cultura, porque es una creación humana que apunta a nuestro progreso como especie en la construcción de un Piripao real donde se nos permita ser como criaturas. En esta línea de trabajo y de lucha se inscribe esta novela.

Respecto a la sintaxis espacial, la trayectoria de Suero y los cómicos por un lado, y de Mencía por otro son opuestas. Los cómicos salen de la villa, viajan hasta Toledo, cosechan éxitos y se dirigen unidos, y en armonía hacia Cuenca, de hecho Suero, cuando presencia el auto de fe y la actitud de Mencía desea convertirse en hereje. La actitud de la yerbera produce una catarsis final en Suero, un momento de empatía y de lucidez a favor de la dignidad que se rebela. Sin embargo, Mencía es atrapada en el laberinto procesal de Almente, sufre la desgracia del asesinato de don Lino, un verdadero mono con forma de hombre. El comisario de la inquisición pese a ser un individuo que goza sádicamente del poder sobre sus víctimas está inclinado a favor de la morisca por el remedio del apio que esta le susurró para “calmar su crónico dolor”. Desgraciadamente, Don Lino de Benita es degollado en la puerta de su casa mientras que Mencía, ignorante de este hecho, siente todavía esperanzas de salvarse. Otra ironía del destino, somos juguetes en manos ajenas. A veces nuestro triunfo o fracaso, nuestra salvación o perdición dependen de un detalle insignificante…

Al igual que Caín fue expulsado para no regresar al paraíso, Mencía sale hacia Cuenca para no regresar nunca más a su casa. Será la principal figura humillada en el auto de fe y servirá para alimentar el morbo de la chusma en la hoguera a las afueras de la ciudad. La racionalidad de la morisca se opone al salvajismo irracional del publico asistente a las ejecuciones. Su humanidad desafía a la “turbamulta que vociferaba con la locura de los privados de razón”.

jueves, 4 de agosto de 2011

Estudio sobre "Criaturas del Piripao" (IX)


Por si os parecían pocas aquí va la novena entrega del análisis de David Arona sobre mi novela y aún queda alguna más.

Terminamos con los personajes:

Entre Torralba y Mencía se establece una verdadera amistad. Es real y auténtica la preocupación de Torralba hacia Mencía por “el qué dirán”. “Las alcobas de esta villa son transparentes”. Torralba hace referencia a la delación de unos vecinos sobre otros, de la vigilancia continua en todo momento y lugar… sistema instaurado por el Santo Oficio y copiado varios siglos después por la GESTAPO o la policía política cubana o por la guardia civil y su red de chivatos enEntre Torralba y Mencía se establece una verdadera amistad. Es real y auténtica la preocupación de Torralba hacia Mencía por “el qué dirán”. “Las alcobas de esta villa son transparentes”. Torralba hace referencia a la delación de unos vecinos sobre otros, de la vigilancia continua en todo momento y lugar… sistema instaurado por el Santo Oficio y copiado varios siglos después por la GESTAPO o la policía política cubana o por la guardia civil y su red de chivatos.

La pareja Mencía Torralba se opone diametralmente a las cómicas. Mariana y Juana se envidian y se odian mutuamente: “¿Acaso no levantan más los ánimos mis zarabandas que esa anatomía de gallina despepitada de Juana?... Si en la mancebía ya se mostraban esas claras preferencias del senado. Yo era requerida por tantos caballeros de marca que las obras se las dejaba a ella y aun algunos venían después quejosos por haberlos arrojado entre brazos tan huesudo.” Aquí Mariana pinta a la primera dama de la compañía como un personaje caricaturesco, con dos rasgos. El narrador le transfiere la técnica expresionista al personaje. Sin embargo, y ahora sí vamos a hablar del experimento naturalista por excelencia de la novela: la irrupción de la inquisición en las vidas de Torralba y Mencía las convierte en enemigas irreconciliables; en cambio, el éxito de la compañía de cómicos en Toledo apacigua los ánimos entre Juana y Mariana. No sólo los destinos, sino con ellos las relaciones humanas varían y están determinados por las circunstancias de la vida y, a menudo, el azar transforma la voluntad de los individuos en un elemento menor. Ambas relaciones reflejan la esencial fragilidad del alma humana, la debilidad de nuestros afectos, la pequeñez de nuestra firmeza y lo voluble de nuestras emociones. Como decía Evaristo el cantante de “La Polla Records”: “No somos nada”.

A pesar de que Mencía en un principio muestra un carácter generoso y humano y pone de manifiesto su verdadero afecto por Torralba: “-No deben llegar a ese extremo, Torralba de mi alma. Nadie soporta ese suplicio sin cantar lo que ellos reclaman. Si te ves en el cabo de decir cualquier cosa para salvarte del potro, dila. Pregunta qué es lo que quieren oír y confiésalo sin falta.” La rabia posterior de Mencía hacia Torralba retrata a la protagonista como un ser esencialmente humano, no como una heroína idealizada de una película hollywoodiense, sino como una mujer que siente como su mundo y su vida se le vienen encima principalmente por la falta de prudencia de la que había sido su amiga, por la vanidad de Torralba que le llevaba a dar indicios de lo que sabía gracias a la morisca, cabo del hilo por el cual ambas fueron atrapadas y Mencía destruida. “La compañía de Torralba le había hecho mucho bien, pero tras oír al capellán se le hacía que su indiscreción había sido la causa del atropello que sufrían. Se le llegó a levantar un recelo enconado contra la que en las últimas semanas se había convertido en el báculo de su vejez. Aquella religión de amor que tanto las unía, se desmadejaba ante la amenaza de la muerte violenta…Toda la ira que no había descargado hacia el cura se aplicaba a su relación con Torralba.”

Ante el instintivo miedo a la tortura y al dolor, también Torralba toma distancia respecto a su amiga. El terror institucionalizado y dirigido hacia un pueblo acaba sacando lo peor del ser humano (recordemos la Alemania nazi, la unión soviética de Stalin, o la España franquista) hasta de aquellos seres caracterizados por su bondad. Citamos: “Gracias le podía haber dado la morisca por no haber pregonado las herejías que escondía en su casa… no callaría ante la justicia a favor de Mencía. Ella misma le había pedido que no lo hiciera. Sólo pensar que un rebenque rozara sus carnes la alteraba nerviosamente y desbordaba su equilibrio”. Ante el “vómito de acusaciones” que representa la destrucción moral de Torralba hasta el interrogador Don Lino se humaniza: “Despreciaba a la mujer que tenía delante”.

Ahora bien, el autor no deja ahí al personaje de Torralba y eso es lo sobresaliente. Ahonda en el alma humana y pone de relieve que verdaderamente los seres humanos no nos conocemos: el ama esperaba una liberación al confesar, un estado de paz… pero lo que le sobreviene es su muerte moral: “Se hundió en el embozo para esconderse de sí misma. Llegó a casa y se refugió en el trajín de las tareas de su oficio. Dejó su mente en blanco casi instintivamente, como mecanismo de defensa ante un peso que no podía soportar: el de la traición ingrata”. El tono del narrador a través del estilo indirecto libre ahora deviene serio y auténtico. La espiritualidad del ser humano queda reivindicada. De este modo el ataque contra la institución eclesiástica no supone en absoluto un ataque o una negación del alma humana. De hecho, el final del capítulo XXIV evidencia que nuestro mundo interior se nutre y crece por el bien y se emponzoña y languidece con la deslealtad, la debilidad y la traición.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Continúa el estudio del Piripao (VIII)


Sigue el estudio de David Arona sobre los personajes de la novela, con numerosas referencias y detalles que descubren sus entresijos:


La enfermedad de Doña Miranda provoca la aparición de Mencía, verdadera protagonista de esta historia, tratada con el máximo respeto y admiración por el narrador, deliberada y justamente parcial, ya que toma partido frente al poder irracional y gratuitamente cruel de los SSOO por este personaje que representa la humanidad reprimida, perseguida y eliminada. Mencía es una mujer. Morisca, sabia, yerbera, partera y curandera. Como señala Michel Onfray, en su Tratado de ateología, desde que en el siglo XII la iglesia católica comenzara su persecución hacia estas supuestas brujas y herejes, ardieron en Europa entre cuarenta y cinco y sesenta mil mujeres en las hogueras de la inquisición. ¿Por qué? Porque la mujer representa el placer sexual que se niega y, sobre todo, el odio a la mujer es un odio a la inteligencia. Sólo hay que reparar en los textos bíblicos, permitidme que cite literalmente a Onfray: “El pecado original, la culpa, la voluntad de saber, se deben primero a la decisión de una mujer, Eva. Adán, el imbécil, se queda satisfecho con obedecer y someterse.” Las mujeres representan para los hombres no sólo la inteligencia y, con ello, la rebeldía ante el poder, sino también la capacidad de seducción de la belleza y el placer, el puente a la felicidad que no se conformará con la versión de este mundo como valle de lágrimas. Como señala Onfray: “Ella da deseos y también la vida… Las religiones monoteístas detestan a las mujeres: sólo aman a las madres y a las esposas… para ellas no hay más que dos soluciones –de hecho, una en dos tiempos-, casarse con un hombre y darle hijos.” Cuando atienden a su marido y al hogar ya no queda lugar para lo femenino.

Mencía es una mujer que reivindica sus conocimientos, sus saberes, su orgullo profesional como la protagonista de La Celestina o como Nínive, la escudera de Leola en Historia del rey transparente. Profesa la religión de amor, reivindica el placer en este mundo, la generosidad y amistad hacia sus semejantes y cuestiona el poder por su arbitrariedad y su carácter radicalmente absurdo. El personaje de Mencía es un monumento a la dignidad humana frente a los desmanes del poder.

Mencía como le ocurría a Celestina, aunque nuestro personaje tiene una nobleza de carácter que la aleja con mucho de la alcahueta universal, se relame con el recordatorio nostálgico de amores y placeres pasados. Cuando le desgrana a Torralba sus prácticas amorosas de juventud con Diego parece repasar El Kamasutra, muestrario de un erotismo placentero para la pareja y, por ello igualitario, donde la mujer no sólo tiene derecho al orgasmo, sino que la felicidad del hombre y su valía como amante estriba en hacer gozar a la pareja. Esta vivencia libre y natural del sexo se opone frontalmente a la depravación del cura y a la de Don Alvar, no por homosexual, evidentemente, sí por su objeto de deseo (un raquítico enfermo mental) y por su forma de satisfacerlo.

Entre Torralba y Mencía se establece una verdadera amistad. Es real y auténtica la preocupación de Torralba hacia Mencía por “el qué dirán”. “Las alcobas de esta villa son transparentes”. Torralba hace referencia a la delación de unos vecinos sobre otros, de la vigilancia continua en todo momento y lugar… sistema instaurado por el Santo Oficio y copiado varios siglos después por la GESTAPO o la policía política cubana o por la guardia civil y su red de chivatos en

martes, 2 de agosto de 2011

Presentación y estudio de "Criaturas del Piripao" (VII)


Sigue el interesante análisis de David Arona (qué voy a decir yo) sobre los personajes de mi novela.

Suero Laínez es el personaje que nos abre las puertas de Almente, una vez allí el universo se acompleja, es un micromundo de tal calibre que diluye a nuestro cicerone para mostarnos la alta sociedad almentina. Con él llegamos a D. Alvar, noble cuñado de Doña Miranda que le roba a Fray Berto la posibilidad de gozar de la enferma y al propio Suero del que parece prendarse: “Ojos hay que de legañas se enamoran…” Don Alvar que renunció al vicio nefando por los disgustos que le ocasionó en la corte recae en él de la mano del trovador. La naturaleza es imprevisible y domina tanto al representante de la iglesia como al de la nobleza. Ambas instituciones exhiben, como pilares de la España imperial, firmeza, dignidad y contención, pero sus ministros y nobles suelen ser débiles, indignos y proclives a dar rienda suelta a sus apetitos materiales, unos aberrantes y, otros, los del Egipcio de dudoso gusto.

Fray Berto es un personaje lineal, obsesionado con la lujuria, pero especialmente dirigida a las damas de alto copete. Su complejo de inferioridad respecto a la nobleza se convierte en un motor del morbo y su deseo sexual irrefrenable hacia doña Miranda ni siquiera la muerte logra enfriarlo. Más bien al contrario. Desde que la ve enferma en la cama, con la camisa pegada al cuerpo, empapada por el sudor, el fraile se consume en su monomanía de poseerla. En principio, vuelve a recordarme al hermano Salvador de Los girasoles ciegos, la pulsión sexual de ambos representa la propensión de la iglesia de poseer y dominar todo aquello que su vista alcanza. Si releéis el comienzo de La Regenta os aparecerá la imagen del Magistral como un gran gourmet que se deleita ante el delicioso bocado de Vetusta. Fray Berto, espoleado por su lujuria, muestra que para el poder, parapetado tras una orden militar o tras una sotana o tras un escudo nobiliario, no existe la privacidad de sus súbditos, ni el derecho a la intimidad, atropella sin ningún miramiento las vidas ajenas sin considerarlas como humanas.

Pero más allá de una interpretación sociopolítica, me gustaría enunciar tan solo una implicación psicoanalítica del asunto. La obsesión hacia la muerte de las religiones monoteístas trata de ocultar, negar y reprimir la vida natural y su máxima expresión: el sexo y el placer sexual. Paradójicamente, esta represión, sustituida por el placer morboso hacia la tortura y la muerte –la Inquisición fue, entre otras cosas, una excusa para legalizar y sacralizar la crueldad y el asesinato masivo- no logra enterrar la pulsión sexual (como dice el refrán francés: “la naturaleza vuelve al galope”), sino desatarla de manera deforme y aberrante. En el caso de fray Berto se unen eros y tánatos en su afición necrófila, pero si lo pensamos fríamente, este vicio del cura de Almente es mucho más inofensivo que los multiples casos de pederastia insinuados en la literatura (recordemos como acaricia Ubertino da Casale a Adso en El nombre de la rosa, o lo lacónico de la explicación del Lazarillo acerca de por qué había dejado de servir al cura de Maqueda: “por cosas que no digo salí de él”) y desgraciadamente registrados en la realidad en otros tiempos y en los nuestros, en todos los lugares del mundo, hasta el punto de que el Papa Benedicto XVI aparenta preocupación por los escándalos de pederastia de sacerdotes católicos de todo el mundo. Cuando el molde artificial de cualquier dogma, norma o ley trata de negar nuestra naturaleza humana, que implica un instinto sexual, siempre provoca la aparición de este instinto deformado y el desarrollo de otros instintos hasta la hipertrofia: estoy hablando del instinto de poder. Ejemplo de ello, lo podemos comprobar en la novela a través del interrogatorio de Don Lino a Torralba.

lunes, 1 de agosto de 2011

Presentación de "Criaturas del Piripao" (VI)


Después de una travesía infernal de una semana por los Pirineos, en la que me he salvado por la buena voluntad de mis compañeros de peripecia, medio vivo y sin pies, continúo con la exposición del estudio de David Arona sobre mi novela, "Criaturas del Piripao". En esta ocasión, (sexta entrega), se trata de un análisis de los personajes.

I. EL CONTENIDO. EL SIGNIFICADO.

II. 1-. Los personajes.

El personaje de Suero Láinez tiene un transfondo quijotesco. Suero quiere ser cronista y Don Quijote, caballero andante. Ambos son hombres entrados en años, aquejados por estos, que buscan una motivación extra en sus sueños y para ello se abocan a una realidad que ignoran, con la candidez de un niño. Ambos desean la fama: Alonso Quijano es un hidalgo que se ve como caballero; Suero es un trovero paniaguado que cree que alcanzará la gloria y la fama como cronista al servicio de un importante señor.

El choque con la realidad brutal de los SSOO tiene efectos diversos en ambos personajes. Don Quijote a cada golpe se levanta y sigue luchando. Suero, tras la primera lluvia de verduras que sufre en la plaza de Almente, cree, abandonándose, en el amor al prójimo de fray Berto y en la nobleza de Don Alvar. Ve en él la posibilidad de crear su crónica entorno a su figura. Confía en esa realidad exterior para dar sentido a su existencia y la realidad le responde literal y metafóricamente con la sodomización, la humillación y el abandono. La colisión con el comportamiento extravagante del noble y completamente aberrante del cura lo precipitarán a la compañía de cómicos de la legua, donde definitivamente pierde el juicio. Don Quijote también idealiza la realidad y convierte lo inanimado en animado (molinos en gigantes), lo animal en humano (los rebaños en ejércitos) y lo plebeyo y rústico en noble (Aldonza en Dulcinea, ventas en castillos…) y la realidad exterior lo golpea hasta despertarlo de su sueño y llevarlo hasta el escepticismo. En ambos casos, una lección. La felicidad no se halla en el exterior, pertenece al ámbito de lo íntimo, reside en la manera de interpretar, asumir y encarar la realidad.

Suero Láinez tiene una personalidad líquida, camaleónica. Si Don Quijote en la primera parte diseña y adapta la realidad a su delirio caballeresco, Suero opera de manera contraria: se adapta al medio, hasta un punto tan desaconsejable que es incapaz de dar una negativa. Por ello, Don Alvar primero y fray Berto después lo llevan al límite, destruyendo la poca voluntad que le restaba al entrar en la villa de Almente. Como señala el narrador: “No era capaz de defraudar a nadie”, mala brújula para navegar en esta jungla. Miedo a los demás, pánico al público, necesidad de agradar a sus semejantes y ser útil. Al final, desea ser como las mulas y no sentir.

Suero, sobre el servicio a Fray Berto, Don Alvar y los cómicos sigue el esquema del personaje picaresco, pero curiosamente evoluciona de manera opuesta a Lázaro, Pablos o Guzmán de Alfarache. A cada golpe de la realidad, en lugar de aprender, se deslíe, se disuelve y naufraga en las aguas de un mundo que no entiende. Es el antipícaro. Más inocente e indefenso cuanto más lo golpea la fortuna adversa. Su pérdida de importancia en la historia es inversamente proporcional al crecimiento de Mencía y la comunión final esta repleta de simbolismo: supone la rebelión moral de los débiles, de las víctimas, pero sobre todo de la inocencia y de la dignidad.