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martes, 11 de marzo de 2025

El abrigo

 Salgo de un local atiborrado de gente después de tomar varios refrescos. Ya en la calle, departiendo con los compañeros sobre el vuelo del colibrí, se me acerca una mujer, muy airada. Me recrimina que le he robado el abrigo. Y ahora viene un monólogo interior: "¿Pero qué dice esta mujer?, ¿cómo voy a confundir mi abrigo con uno de señora?". Me lo quito y compruebo que uno no debe fiarse del flujo de la conciencia. Sin duda esa prenda no es mía. La mujer no me pega una hostia (con razón) porque se la ve educada. Y ahora incluyo aquí una reflexión sobre la moda actual: "Es conveniente que las prendas de abrigo, sean masculinas o femeninas, tiendan casi todas ellas al negro o al azul marino..." Y aquí interviene otra vez el flujo de la conciencia: "¿Por qué no me compraría yo aquella parca fucsia con clavos en la cremallera?, ¿por qué tengo que pasar este bochorno?, ¿por qué los colibríes son capaces de mantenerse prácticamente inmóviles en mitad del firmamento?..." Vuelvo al local de los refrescos y después de buscar durante un buen rato encuentro mi abrigo. Efectivamente, se parece al de la señora. Y finalizo con una segunda persona necesaria: "No es la primera vez que te pasa, lo sabes. Tu madre ya te hizo sufrir un invierno sin abrigo por haberlo perdido en octubre, en una de esas confusiones que producen los refrescos a la salida de los tugurios. De esto hace ya casi 45 años, y, al parecer, has aprendido lo justo para atarte los cordones de los zapatos".  

domingo, 9 de marzo de 2025

Viudo

 Decir que uno es viudo es declarar que te define tu desgracia. No está bien, porque en este mundo de la adolescencia infinita no es de buen gusto presentarse con la tarjeta de la ausencia. La escatología no es moderna. Nos molesta todo aquello que nos recuerda a la muerte, huimos de su constancia, de su nombre, de su evidencia. No estaría bien abrir un programa de televisión o de radio o de Youtube diciendo que todos somos próximo alimento del gusano, polvo en potencia. No está bien ir cacareando que tu estado civil está determinado por la muerte. La muerte no es comercial, no está de moda, no es chic, no mola. A la muerte hay que arrumbarla en un rincón, para que no estorbe, como antes se hacía con los tullidos, con los pirados. La muerte es una realidad muy molesta en esta sociedad del viaje y del jolgorio. No sé por qué lo haces, no sé por qué en vez de "viudo" no te presentas como idiota vivo e itinerante. Es mucho más moderno.  

Bar "No Thingan Prisa"

 


El bar "No Thingan Prisa" está en la calle comercial de Úbeda. Lógicamente, tiene un éxito absoluto de clientela. Ese nombre atrae a cualquiera. Aún más, cuando los locales de alrededor están bautizados de cualquier manera: mesón "El Asador", bar "Juan"... Hay que currárselo un poco más. No puede uno abrir un negocio y nombrarlo con la dejadez de un tío paterno al que le encargan el bautizo de su apadrinado. El bar "No Thingan Prisa" no tiene nada especial, no es muy cómodo, las tapas son muy normalillas y se le ve sin pretensiones de estrella Michelín; pero ese nombre, ese nombre es un reclamo inevitable. Hasta arriba está de parroquianos, con razón. Para que luego digan que la literatura no le importa a nadie. 

lunes, 27 de enero de 2025

Panza de burro


 

Panza de burro es una novela fresca, rica en registros y de una originalidad apabullante. Ayer tuve la oportunidad de verla representada sobre los escenarios. Una compañía canaria, "Delirium Teatro" ha conseguido dar cuerpo, y de qué manera, al libro de Andrea Abreu. La puesta en escena es tan sencilla como el planteamiento de la novela y tan compleja como asentarlo todo en la apuesta por el lenguaje, a la manera del teatro más clásico, pese a romper muchos moldes. El argot canario y ese tono arrastrado de su fraseo convierte el espectáculo en una fiesta para la metáfora atrevida y el chascarrillo. Pero la obra va mucho más allá. En el teatro solo hay que regirse por una intuición muy precisa: cuando entras en una sala, empieza la obra y a los cinco minutos ya estás dentro del mundo que proponen los actores, todo se ha conseguido. Parece fácil, pero no lo es en absoluto. En Panza de burro me pasó eso. Al poco ya era una más de las amigas de Isora y de la Shit, ya estaba encaramado a lo alto de las bardas para ver qué ocurría en su patio. Solo un "fisquito" de texto y el espectador se convierte en canario, en niña, en playa. Y no, no es una obra localista que solo puede ser apreciada por los habitantes del volcán, no. Esas niñas sin padre ni madre, con abuelas mal encaradas, que buscan constantemente el refugio del mar (y que son engullidas por las olas, como en el poema de Federico); esas niñas son las protagonistas de una historia dura y tierna a la vez (como no lo puede ser un chuletón); divertida y desgarradora; rompedora y tradicional; localista y universal; contradictoria, vibrante. Otra vez el teatro. Y esta vez no fue un "rosquete".   

viernes, 17 de enero de 2025

Huir



Otra vez de viaje, de nuevo huyendo de mis demonios. Otra vez Sevilla, destino constante de mis últimas escapadas. El sur, tantas veces. Busco el olvido o el recuerdo, no sé. Es de los pocos lugares del mundo donde alguien me espera. Desasosiega esa sensación de no importarle a nadie, la insignificancia, la transparencia, ser desechable. En Sevilla sí, alguien espera mi llegada. La necesidad de ser tangible me lleva hasta allí, más allá de la benignidad del clima o del sabor de sus rincones. Ser esperado es siempre agradable, te vuelve corpóreo. “Buen viaje “, “¿a qué hora llegas?”… Cuando no son fórmulas de cortesía, alimentan.

martes, 14 de enero de 2025

"Koko Jean and the Tonics



Tendría que pasar los fines de semana junto al brasero, quemándome las pantorrillas y los empeines, mientras les escupo barbaridades a los nietos por quitarme la dentadura y meterla en la sopa. Y no, sigo con las fiestas interminables, los festines de marisco, los conciertos de blues y hasta las actuaciones patéticas de karaoke. Esto no es de recibo. Ni siquiera me queda tiempo para escribir (neuronas tampoco). No sigáis mi ejemplo, sed formales. Es muy dura la carrera del descerebrado. Por cierto, los “Koko Jean and the Tonics”, soberbios.

viernes, 10 de enero de 2025

La Torre del Oro



Estoy tomando una copa en el Kiosko de las Flores. Enfrente, la Torre del Oro y el Guadalquivir, río para mí tan mítico como el Leteo. Por el Arenal he llevado de la mano a Lope y Cervantes. Y en los ochenta comprábamos costo en sus puentes. Ahora espera tranquilo los viajes anodinos de los cruceros, lejos del trajín delincuente del Siglo de Oro y del XX. También ahora surcan su curso traineras conducidas por remeros musculados, embutidos en trajes de neopreno. El sosiego de este rincón trianero contrasta con las imaginaciones y los recuerdos confusos de mi destartalada cabeza. Sale un crucero. Creo que no va a las Indias y está prohibido fumar en sus dependencias. La Torre del Oro es mucho más firme que la de Pisa, pero cuando se refleja en el río, se deshace y contorsiona como la traicionera memoria.

Machado y la lírica



Cuando leo los poemas de Antonio Machado dedicados a su esposa, no me duele su dolor, sino el mío, revivido a partir de la remembranza de Leonor en los estremecedores versos. En cierta forma, es una emoción espúrea, porque no nace de que el otro me dé pena, sino de que yo mismo me la doy por encontrarme en una situación similar a la de Machado en Soria. Es posible que la poesía auténtica consista en esto: en despertar los monstruos latentes del alma, los que te resquebrajan y te identifican con las pasiones y vivencias más desgarradoras. Todos somos polvo.

martes, 17 de diciembre de 2024

Sin Ítaca

 


No siento hogar en ningún sitio. No tengo Ítaca a la que volver. Imaginad que los pretendientes hubieran matado a Penélope y Telémaco hubiera huido. La casa arrasada, completamente, asolada. Imaginad. El viaje de Ulises no tendría sentido y su relato tampoco. Imaginad. La Odisea se habría quedado sin motivos. Odiseo se habría eternizado junto a la ninfa Calypso y no habría naufragado en la isla de Nausicaa. Imaginad. Homero se habría visto obligado a cambiar de héroe y hubiera escrito otra cosa, qué se yo, un anime, por ejemplo. 

Solo Sevilla me sabe a algo parecido a Ítaca. Solo siento hogar cuando estoy junto a mi hija, cuando hablo con ella, cuando comparto la mesa con ella, cuando me habla (con la "t" ya líquida) de sus esperanzas, de sus sueños, de sus peripecias, de su nuevo trabajo telemático (así renuevo yo los clásicos, con estos juegos de palabras). El resto es compañía, a veces muy grata, pero compañía solamente, restos del naufragio, restos de un viaje que apenas tiene sentido ya relatar. Y más sabiendo que Homero era mortal, que ya no está, que no va a volver para contar una historia sin destino final, sin Ítaca.       

lunes, 16 de diciembre de 2024

Fuera de temporada


 

Deliciosa película Fuera de temporada. Otra historia de amor, otra. Al leer la sinopsis, no me atraía en absoluto, no sé por qué la he visto. Una historia sencilla, trabajada con una delicadeza extraordinaria. Todas las historias de amor son iguales (como las familias ricas de Tolstoi), salvo las que introducen las pausas y el sentido del humor necesarios para que exploten y nos alcance su onda expansiva. Sí, todas las historias de amor son iguales, salvo las de los verdaderos desgraciados que encuentran la espoleta y la activan, de quienes el tiempo se ríe a reventar. Esas historias son las que nos conmueven, las que nos agitan, las que nos deshacen. A pesar de que todas sean iguales, esas parecen distintas porque las hacemos nuestras. 

La película acaba con una frase maravillosa: "Prométeme que no volverás aquí". Voy a reservar un spa. Por cierto, esa actriz, Alba Rohrwacher (he tenido que mirar Google tres veces para escribir su apellido), me acongoja. 

sábado, 7 de diciembre de 2024

Viaje a Oporto: primera escala, Salamanca y la literatura


 

La última vez que estuve en Salamanca, murió Juan Pablo II. Y diréis (o no), ¿por qué recuerdo este dato tan alejado de alguien tan poco católico como yo? Pues no lo sé. Bueno, sí, porque recibimos la noticia en un kebab. ¿Veremos a Sara Mago? En Salamanca, no; pero en Oporto es posible. El problema es que no me acuerdo de su cara en estos momentos, solo veo a Esperanza Aguirre citándola. ¡Qué riqueza la de guardar referentes culturales en la memoria!, ¡qué placer, visitar otros países y reconocerlos por su tradición literaria! 

La llegada al hotel de Salamanca es apoteósica. Un billete huérfano de 20 euros nos da la bienvenida. Es la primera señal. El oro de los Reyes Magos. Salamanca está tomada a finales de noviembre, como tantas otras ciudades españolas, por los amantes de las luces de Navidad. A pesar de la marabunta, la Plaza Mayor y el café Novelty nos ofrecen aún el placer de saborear el pasado barroco y modernista en todo su esplendor. Nos hacemos (cómo no), una foto con el bronce de Gonzalo Torrente Ballester, embalsamado sobre las sillas del café, con esa mirada perdida del medio ciego, entre gozos y sombras. Un señor desconocido se ha colado en nuestra foto, pero gracias a la habilidad de la fotógrafa, con buen criterio, sustituimos su careto por el de Carlos Areces (ver imagen). La muchedumbre atesta las calles empedradas de la ciudad universitaria. Todo sea por el Black Friday y las luminarias. Cuando se ha estado más de una vez en una ciudad, uno intenta volver a los lugares emblemáticos que dejaron buen gusto en el paladar, pero ninguno de nosotros tres (gente de bien, aunque de confusa memoria) tenemos los recuerdos muy nítidos. Aun así conseguimos ver la iglesia sobre la que se levanta Zara (qué simbología perversa tiene todo esto) y tomar unos refrescos en el bar "Niebla" (con decoración digna de una buena exposición de fotografía erótica antigua). Nos reciben con vasos de agua, algo no muy prometedor. La turbamulta, pese al GPS, nos retrasa y llegamos justos al punto de encuentro. Una de las alumnas, además de a "Niebla", y a Unamuno ha localizado referencias de la Pardo Bazán: "¡Sí, sí, Ópticas Ulloa", dice entusiasmada, convencida del hallazgo literario, "la de los Pazos". Como decía al principio, siempre es gloria poseer referentes culturales y reconocerlos. 

Por la noche, otra ruta de senderismo hasta el centro. La excursión merece la pena: "El Puerto de Chus", taberna curiosa, plagada de estudiantes. Comprobamos que el Black Friday (el bueno, el auténtico) se aplica en los cubos de tercios. Mientras tanto, en el hotel, se celebran las insustituibles cenas de Navidad: una despedida de soltera, una jubilación y una sociedad de divorciados. Jolgorio y trato social siempre sanos, si exceptuamos el espectáculo de dos enanos vestidos de jeques a hombros de dos divorciados. Recordé entonces ese siglo XVII burlón y cruel con los distintos, ese tinte antediluviano de nuestra tradicional idiosincracia del mal gusto. Quevedo lo habría pasado bien en esta cena. 

Comienzo esperanzador, mañana más, pero sin enanos. Salamanca nunca defrauda, ni siquiera en Black Friday. Nosotros, por suerte, sabemos reírnos con otros divertimentos.  

jueves, 14 de noviembre de 2024

Las palabras


 

Las palabras te rozan la cabeza, pero no te tocan. Son aves de paso que pueblan el cielo desde el principio de los tiempos. Las palabras vuelan parsimoniosamente, sin pausa. Puedes atrapar alguna si estás atento, si aprovechas algún descuido y se posan en un tendido eléctrico. ¡Cuidado con la corriente! El alto voltaje es peligroso. Sobrevuelan el firmamento todos los días, como pájaros migratorios que nunca acaban de llegar al destino. Van de un lado a otro, descansan de vez en cuando, graznan cuando nadie las reclama. Las palabras, esas peregrinas palabras que nos acompañan todo el tiempo, que sirven para desalojar la pena (no del todo), para celebrar el mundo, para cagarse en él, para alabar a Dios y, también, para escupirle a la cara. Algunos las ven pasar sin apenas reparar en ellas, otros se encantan con su cadencia rítmica o con su estético vuelo e intentan enjaularlas para tenerlas siempre a la vista. Mueren, no resisten la celada. Las palabras son animales libres sin reposo, sin hogar, dueñas del aire y de la ingravidez. Solo algunos adiestradores, pocos, guardan la habilidad suficiente para hacerlas volar a su antojo, en rítmica danza que endulza ojos y ensancha corazones. Las palabras, esos pájaros antiguos, dan sentido a la inmensidad del vacío.      

martes, 5 de noviembre de 2024

El barrio fantasma


 

El barrio de La Fuente está desierto. Nadie vive en él, nadie. Las casas, desoladas, con restos de barro, sin voces, sin trinos de pájaros, sin música, sin gritos infantiles, sin conversaciones, sin tejido. Un barrio fantasma, aletargado. Por las calles nadie sale a la compra, ni al trabajo, ni a pasear. Nadie habita esas casas, nadie. ¡Qué angustia de vacío y humedades! Allí donde yo gocé mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud, ya nadie goza de su infancia, ni de su adolescencia, ni de su juventud. El barrio huele a fango y a memoria antigua, pero sobre todo a ausencias, a vacíos enormes, a tragedia inesperada. El silencio lo ocupa todo, solo el rumor del agua se escucha (ahora espantoso), viene de allá abajo, de las simas más profundas del Averno. Ahora, sosegado el río, apenas es capaz de cubrir el cemento del lecho. Se escucha, sí, ese rumor antiguo, esa letanía de la Naturaleza amordazada. De lo más hondo de la tierra, brotan lombrices, ratas muertas, huesos familiares. Todo ayuda a dibujar un paisaje apocalíptico, vaciado de humanidad, tétrico. Un paisaje lunar por el que de vez en vez se ve deambular algún alma en pena, intimidada por viviendas sin ruido, acongojada por el leve temblor del barro latente. Solo hay vida abajo, más allá del asfalto, envuelta en cieno y podredumbre. Vida sin ojos, sin voz, viscosa y lóbrega.

Los días van absorbiendo el agua, como esponjas de sol. El río ha vuelto a su ser insignificante y observa la mole en ruinas del instituto de secundaria en el que "estudié". No hay bullicio de adolescentes, solo crujir de vigas y muros destartalados. La luz, impúdica, ilumina los restos de un naufragio estremecedor. Silencio, todo es silencio.    

jueves, 31 de octubre de 2024

El río de mi infancia

 


Y el río de mi infancia se desbocó, desató su ira contra todos aquellos que viven cerca de él. Aliado con los cielos, convocó ramblas, arroyos y regatos para vengarse de cuanto le robamos a lo largo de los años. Primero le quitamos la vida: los peces, los cangrejos, las aves, hasta las ratas de agua; luego nos cebamos con sus riberas: arrasamos la hierba, talamos los chopos, lo encerramos entre muros; pavimentamos su lecho y lo envenenamos con todo tipo de vertidos ponzoñosos. Lo convertimos, al fin, en un regato triste y maloliente. Ahora sí hace honor a su nombre: "Magro", y tanto. 

Se ha vengado el río de mi infancia y de qué manera. En pocas horas devoró todo cuanto salió a su paso, se hizo mar, mar de lodo. Un Helesponto en el que el mismo Ulises habría naufragado. Fue apoderándose de las casas de mi barrio, del barrio de mi infancia, del barrio de La Fuente, donde me raspaba las rodillas y derrapábamos con los carros de roces. El barrio de la Fuente, donde luego me enamoré y donde buscábamos los rincones escondidos que nos brindaba el río de mi infancia para gustar el mosto de las granadas. 

Cuando el Helesponto, vengativo, engulló en pocas horas, con voracidad, el barrio de La Fuente, provocó una tragedia angustiosa. Los más viejos se acurrucaban en la primera planta, sin luz, sin comida, asustados por la impiedad de la riada. Mi madre y mi suegra a través del teléfono me contaban cómo el agua subía poco a poco por las escaleras, hasta casi lamerles los pies. Angustiadas, temblaban sus voces a través del teléfono, viéndose ya devoradas por las fauces húmedas del río de mi infancia. Algunos vecinos, a través de la oscuridad de la noche, aprovechando una tregua de los cielos, se lanzaron al rescate de los desesperados. Los sacaban de las casas a través de las ventanas más altas, los cargaban en palas o en barcazas. Como Nausicaa auxilió a Ulises cuando lo encontró exhausto en la playa después de sufrir la furia del mar. Pero me cuentan que algunos no tuvieron suerte, algunos no disfrutaron de la misericordia del río de mi infancia.

Hoy iré a ver los restos de muerte y barro que ha dejado esta furia incontenible. Ese paisaje rodeó mi niñez, mi adolescencia y parte de mi vida en pareja. Cuando vuelvo a él, piso terreno firme, el asfalto por donde paseaba con Eva y, antes, con mis amigos de camino al instituto y, antes, cuando trepábamos por las tapias que dividían las casas y lanzábamos piedras a los pájaros y a las lagartijas (esa crueldad de la infancia), ese asfalto que reconoce mis pisadas no estará, seguramente lo habrá sustituido el lodo, el barro y la desgracia. Y la casa donde viví tantos años, esa casa ya no será mi casa, sino el objeto de una venganza que no ha respetado a nadie, como suele hacer la Naturaleza cuando actúa: sin amigos, sin razones, sin piedad, esa crueldad inexplicable de la infancia.         

lunes, 28 de octubre de 2024

Los paseos de Valle


 

Hoy cumple siglos mi idolatrado Valle-Inclán. Hay que felicitarlo y congratularse por él porque siempre quiso ser "difunto". Difunto y protagonista del imaginario más extenso de anécdotas estrambóticas sobre vida y milagros que yo conozca. Si no hubiera leído su obra, muchas de ellas no las creería; pero quien está familiarizado con el mundo literario de Valle sabe que ese florido lenguaje, esa habilidad con la palabra, ese ritmo y ese saber ahondar en el alma humana, bien adentro, no puede nacer de un ser vulgar o, como dice Rafael Narbona, no me da la gana creer que este hombre fuera un correcto ciudadano que acataba, al fin y al cabo, el forro de su época. No, Valle es su literatura y su leyenda, sobre todo su leyenda.

 La narrativa y el teatro de Valle-Inclán no tienen parangón. Hace poco estudié un artículo sobre las concomitancias del Ulises de Joyce con Luces de bohemia. Por supuesto no voy a hacer una comparación competitiva de dos obras tan devastadoras, sería absurdo. Pero sí me llamó la atención ese espíritu burlón y demoledor que ambos escritores proponen en sus creaciones. Para Joyce, Irlanda es la cerda que se come a sus crías con delectación. La España de Valle es la del hambre y el sablazo, un país donde se premia robar y ser sinvergüenza. A los dos, miopes y estrafalarios, los veo ahora pasear por las calles de Dublín y Madrid, los dos difuntos, los dos cagándose en los muertos de sus compatriotas, descojonándose de la idiotez de la modernidad y despreciando la inutilidad de nuestra tradición. Valle espera a Rubén Darío, Joyce a Italo Svevo. Y los cuatro entran en un café o en un after o en una discoteca de moda, para tomar moldes, para seguir retratando a la jauría humana; más bien para beberse todo el veneno que les sirvan, porque destrozarse el hígado y diluirse en opio y alcohol es el único alivio que encuentran a mano, deslumbrados por las luces de neón, los riñones fritos de Bloom y los churros de la buñolería de San Ginés. Y, bueno, a lo mejor el enterrador de Valle no cayó sobre su ataúd el día del sepelio, ni lo rompió, ni descubrió el cadáver amarillento y espantoso del gallego, pero yo lo he contado tantas veces que me lo creo.         

martes, 22 de octubre de 2024

N´Daye

 N´Daye luce caligrafía de cuadernos Rubio. Hoy le dolía mucho la cabeza, se le notaba en lo despacioso del trazo. No sé si ha comido o no en todo el día. Me ha sabido mal preguntarle. N´Daye no tiene trabajo, "en el campo ahora no hace nada, busca otra ciudad" (tenemos que repasar la conjugación). N´Daye muestra una sonrisa abierta, limpia, aunque tras ella se esconde una pena negra evidente y muy justificada. Las venillas rojas de los ojos y sus temblonas manos lo delatan. No atina a situar España en el mapa, tampoco Senegal. No sé si sabe lo que es un mapa. Es listo, rápido y sonríe con desgana cuando en el manual aparece el plano de una casa con tres dormitorios. Sí, no me extraña que sonría con sorna. Sabe los números, hasta más allá del doscientos y domina el masculino y el femenino, más o menos. Hoy he conocido a su familia: tres hermanos, diez tíos y veinte primos. En su dialecto "mama" se dice "yayá" (otro ejercicio del manual). Le cuesta decir "entretenimiento", pero es tenaz y lo repite hasta decirlo como corresponde. Resulta complicado explicarle lo que significa esta palabra. En el manual la ilustran con un chico leyendo. Para él es pura necesidad. N´Daye tiene 27 años o por ahí. Le duele mucho la cabeza y no sabe qué es un vestidor. A pesar de su flojera, hoy, al despedirse, me ha chocado la mano con la misma cordialidad de siempre. Les debería doler a otros la cabeza, no hay justicia.   

martes, 15 de octubre de 2024

Juan Ramón y el diario


 

Ayer me acosté con Juan Ramón. La cama la engulló el mar y se pobló de estrellas. Mar proceloso, mar vivo, mar espuma, mar esculpido. Hay algo en sus diarios que me atrae y también algo que me repele. Ese tono melifluo y decadente se me hace empalagoso; sin embargo, su verso es férreo, poblado de almas, de naturaleza apabullante. Su deseo de fundirse con el todo, con la nada, se descubre en cada rincón del poema: el mar, el cielo, la ciudad voraz (New York), el sosiego de Cádiz, Moguer (la madre), Madrid... y el amor (Zenobia), nunca personalizado, desleído entre las aguas del Atlántico, entre los versos del diario. No sé. 

Qué descubrimiento para el poeta joven leer a Juan Ramón en 1917, en 1920, en 1927. Qué modernidad total y, latente, qué absoluta búsqueda, qué hallazgo. Si no fuera por esos movimientos de cabeza de princesa lánguida cantando a las margaritas, Juan Ramón sería poeta de cabecera. No lo es. No lo he tenido allí nunca. Lo he leído ahora, de nuevo, porque estoy redescubriendo a autores aborrecidos. ¿Mejor que antes?, sí, mejor, más compacto, más sólido, pero no termina de hacer vibrar las cuerdas de mi ¿arpa?, mejor bandurria. Hay momentos que uno busca ser agitado, ser compadecido, ser apaciguado o desmembrado (no sé) por la palabra única. Sí, Juan Ramón es poeta inmenso, pero no el mío.  

lunes, 7 de octubre de 2024

El teatro como método


 En las aulas no hay término medio. De la abulia más absoluta, se pasa a la euforia más desmedida. A primera hora a una chica se le cerraban los ojos, se dormía viva. No hay mejor opiáceo que una clase magistral mezclada con el uso de pantallas hasta altas horas de la madrugada. No sé cómo venden somníferos. Yo me presto a endilgarle a cualquiera que tenga problemas de sueño una perorata sobre el Modernismo. Eso y un móvil. En media hora, curado el insomnio. A primera hora los ánimos están calmados, la espuela de la adolescencia no se clava todavía en sus ijares. Se puede trotar con cierta mesura y hasta algunos son receptivos al discurso teórico. 

Durante el recreo preparamos una obra de teatro. Aquí los ánimos se desbocan, la pasión por actuar ante el público y el nerviosismo que provoca el oficio de cómico son acicates eficaces para levantar el ánimo adolescente hasta alturas insospechadas. Los mismos alumnos que dormitaban sobre el pupitre con el ruido de fondo de mi cantinela, se revuelven inquietos, leen su papel, se estremecen, se emocionan, se les crispan los nervios y, lo más importante, se entregan de lleno a la reinterpretación de un texto literario. 

¿Qué más pruebas se necesitan para entender que la enseñanza pasiva no puede ser el método cardinal de una clase? ¿Qué evidencias hay que aportar más para entender que esto de educar no puede pasar siempre por el rodillo del discurso teórico? Coño, que en Grecia el método de enseñanza fundamental ya tenía al teatro como fundamento. Y eran más espabilados que nosotros, eso está claro.     

martes, 1 de octubre de 2024

El silencio y la montaña


 El silencio guarda a la montaña en otoño. Un silencio denso, lenitivo, que penetra por todo el cuerpo para desaguarlo de impurezas. Entre pinos negrales que compiten por llegar cuanto antes allá arriba, sobre la fronda mullida de las agujas, el silencio se hace dueño de todo, te subyuga, te posee. Un silencio abrumador que apaga la conciencia y la devuelve a su origen: a la pureza de lo natural. La Serranía de Cuenca tiene esa virtud. La masa, la muchedumbre, no se ha enseñoreado de ella. Está libre del mal del turismo y se entrega, lúbrica, frondosa, apabullante. Nadie (ni siquiera los poetas) ha conseguido explicar todavía por qué uno se diluye, se deshace, cuando se sumerge en la espesura de los montes. Nadie ha sido capaz de provocar tanto ensimismamiento como el vuelo sosegado de los buitres. La vida y la muerte están tan próximas entre las montañas que pierdo la personalidad, la vanidad, el oficio de ser uno. 

El rumor del agua, transparente, cristalino, árabe, rompe el silencio. Nadie (ni los músicos) puede igualar esta armonía, este runrún vibrante que invita al reposo y a la evasión de uno mismo. El río rompe el bosque con un rayo de vida, le saca lustre, lo ilumina. Nadie en lontananza, nadie, ni siquiera yo, evaporado a los pies de los árboles. Entre la espesura flota un sol arañado por las ramas, un sol aromático como lluvia de luz. Un sol que cae sobre el agua y la convierte en plata. Ya no soy, no es necesario. Me basta. Me diluyo. Me evito. Soy otoño.   


La foto, por supuesto, no es mía. Es de Hermi.       

martes, 24 de septiembre de 2024

Sobre el duelo y la ausencia (a partir de un artículo de Rafael Narbona)

 En un artículo tan estremecedor como certero, Rafael Narbona habla del duelo y del dolor que provoca la ausencia del ser amado. Es un homenaje a Javier Marías y se apoya en el libro que la mujer del escritor, Carmen Mercader, ha publicado hace poco en Reino de Redonda

De Duelo sin brújula, el libro de Mercader, extrae fragmentos como estos: "Nadie nos prepara para la pérdida" y añade el propio Narbona: "Es un dominio particularmente hostil, donde no es posible utilizar brújulas ni mapas, pues todo es incierto, desconocido y despiadadamente abrupto". Y sigue diciendo el articulista, apoyado en las palabras de Carmen: "El dolor asociado a las pérdidas no es una aflicción poética, sino algo “primario y animalesco”. Solo es posible soportarlo, cediendo el paso a las automatismos básicos del día a día: comer, dormir, trabajar". Y continúa: "Cuando le llega la muerte a un ser querido, piensas que nadie ha sufrido un duelo tan desgarrador, pero es una impresión falsa, fruto del desconocimiento de lo que acontece en el interior de los que ya han soportado algo similar (...) el matrimonio es una institución narrativa, afirmaba Javier Marías, y por eso, cuando uno de los dos falta, la historia se interrumpe bruscamente", para volver a apoyarse en las afirmaciones estremecedoras de Carmen: “Los muertos permanecen en el más absoluto silencio. […] Javier no está en ninguna parte. Y eso me resulta inconcebible más allá de lo que soy capaz de expresar”. Y sigue Narbona explicando de forma admirable los efectos devastadores de la ausencia: "Las fases del duelo solo son falsas estaciones de paso. El duelo nunca finaliza. Quizás te acostumbras a convivir con una ausencia particularmente dolorosa, pero ya nada vuelve a ser igual. El duelo no se supera. Sobrevives a él de mala manera, como el alpinista que casi muere en la montaña y vuelve a la vida con la mente contaminada por el recuerdo de las noches heladas, los aludes y el silencio sobrecogedor de la cordillera. Cuando crees que al fin has logrado algo de paz y serenidad, el dolor vuelve a golpearte con fiereza. No se avanza. Se camina en círculos. La Meca solo es el nombre de un lugar quimérico al que no llegarás nunca. Eres un peregrino hacia ninguna parte, un sonámbulo que camina a ciegas". 

No he encontrado mejor análisis que el de este artículo para definir mi propia experiencia. Ni el libro de Rosa Montero, ni el de Madame Curie, ni nada de lo que he leído hasta ahora sobre este asunto (y ha sido mucho) se acerca tan certeramente y sin subterfugios al sentimiento real que provoca la ausencia de la compañera o compañero. Dice, desengañada ante los consejos, la mujer de Marías: “Yo no quiero ser otra. Me había costado mucho llegar a ser la que era. Aunque veo que el cambio es inevitable”. Y concluye con un aserto incuestionable y tenebrosamente inapelable: "El duelo no enseña nada. No curte, no fortalece: Es malo de manera absoluta, completa y sin resquicios”. 

Como Carmen Mercader, yo también he sentido, al poco de morir, el tacto de la compañera en la cama, en el sofá, en todos lados y, como bien define ella, no es sino una "cruel elaboración de la mente afligida". Y sí, llega un momento en que los recuerdos dejan de ser fuente de dolor y se convierten en una extraña forma de alivio. 

Hay muchos aciertos, muchas certezas, mucha sinceridad y buen hacer ensayístico y narrativo en este artículo de Rafael Narbona, tanto que, a pesar de su descarnada crudeza, me ha proporcionado el consuelo necesario que se encuentra a veces en el arte. No hacen falta tratados ni grandes novelones. Un sencillo artículo periodístico tan cuidado como este es suficiente para comprobar la necesidad de la literatura. Agradecido.