1. Verano
Pirineos
"Las sombras de las montañas se alargan, se ilumina el valle". Él comienza una nueva novela con esa frase. Aún se ilusiona. También advierto tristeza. Vive arrinconado, un poco más. La literatura le sirve para combatir las horas y la soledad. Sigo sus emociones, sus pálpitos, sus murrias, su dejadez, su caos. Hasta oigo sus músicas, aunque no coincidamos del todo en los gustos. La Velvet Underground, eso escucha. Esta banda sí me apetece, me trae imágenes dispersas de cuelgues y desfases. Tan lejanos... Lamento, lamentamos, no haberlos repetido más veces. A pesar de las consecuencias, las consecuencias, qué ironía, qué paradoja. Suena el tintineo del "Sunday Morning", la voz cadenciosa, drogada, de Lou Reed, y añoramos no habernos metido alguna dosis antes de la tragedia. Antes del páncreas.
Morfina
Llegamos al Pirineo, mi morfina: el trabajo queda lejos, el horizonte estalla, la naturaleza seca la garganta. Aislamiento lúbrico. Aparcamos el coche en un ensanche de la carretera. La mañana es fresca, no parece agosto. La perra ladra: ansia de libertad. Al fondo, las imponentes montañas, el fin del páramo. Pienso en la sensación desagradable del regreso: es agrio atravesar el puerto, volver la cabeza y perder de vista las alturas. Siempre quiero más. El mono. Se lo repito cuando regresamos. Él me mira y calla. No sé si goza tanto como yo de este solaz: de los valles pirenaicos, de su sosiego. Bajo las dosis de los abetos, de las hayas, bajo la estatura de los cielos. No sé si a él le va tanto como a mí la morfina. Sunday morning.
Vínculos
La perra se entusiasma, como yo, se arrebata, brinca, vuelve a ladrar (pleno cuelgue). Él, apoyado en el mirador, otea el horizonte: una metáfora de olas petrificadas, la atracción de lo agreste. Nos espera un mar distinto, paralizado. Veo a través de sus ojos. Solo quiero estar con él. No sé si está tan seguro como yo sobre nuestro vínculo exclusivo. Creo que sí, treintaiún años de binomio no se fingen. Hasta heroína habría consumido por él, aunque siempre he sido muy sobria. Solo necesito el Pirineo y su silencio, solo.
Él
Lo besaría. Me gusta besarlo, él finge frialdad, no es así. Observa la lontananza con la mirada muerta. Absorbido por la eternidad. Llegar a lo más alto del puerto de Monrepós, salir del coche y contemplar lo inmenso, la montaña: la escena la imagino todo el año. Nunca termina de llegar agosto, nunca. Es el final de nuestras vacaciones. Les ponemos colofón con este último viaje.
Vuelvo a observarlo y sigue perdido entre las nubes acechantes, entre las alturas sombrías. Me conmueve tanto misterio. La incógnita de sus pensamientos. Lo acariciaría, le rodearía la espalda con mis brazos, le susurraría al oído: "Otra vez aquí, qué paz, qué delicia, qué lejanía. Otra vez los dos. Otra vez los parches de morfina. Viento soy de agitar tu pena. Alta soy de mirar a las montañas." El verso de Miguel Hernández que él me citó, errado. Las palmeras, las montañas, la morfina, son lo mismo.
La mañana es fresca, sí, deseo que él me arrope, me abrace, que me caldee con su cuerpo. El sol comienza a reforzarse, pero su poder no es suficiente. El sol, el cielo, la montaña, el amor, la complicidad..., todo lo vamos perdiendo, triste e irremediablemente. Nada como esta calma. Promesa de los valles, de las trochas, de los arroyos, de las umbrías. Respiraremos, andaremos, callaremos, abrazados a la memoria, encendidos por la alucinación. Pasaremos nuestros últimos días de agosto aquí, arrebatados por los vientos feroces de los desfiladeros. Droga dura.
Mi cuaderno
Lo anotaré en mi cuaderno. Con sencillez. Registradora yo de los últimos días felices. Así, con letra clara, redonda. El cuaderno recién comprado, por abrir. Anotaré la monocorde sucesión de los días, de las horas. La rutina. La banalidad maravillosa. El sencillo pasar. El bolígrafo guarda tinta suficiente para retener nuestro recuerdo, espero. De todos modos, he preparado recambios. Los días de murria y sin peripecia también merecen ser estampados en el papel. Poesía de lo insignificante.
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