miércoles, 31 de octubre de 2012

FOTOMATÓN (III) "Narcisismo"




Aquí va la tercera propuesta de este ejercicio literario. Ya hemos probado la melancolía, el humor y ahora el sarcasmo. En esta ocasión tienen que elaborar el relato o el poema alusivo a la ilustración PAOLA CASTILLO e IRENE MADRID. ¡Suerte y al toro..., digo, al burro! Os dejo como siempre el mío.



NARCISISMO
Era tan narcisista
que escribió una obra maestra
y la reservó para sus ojos.
Nadie la entendería, 
nadie existía con su sensibilidad,
nadie merecía acercarse a ella. 
Era tan narcisista
que guardaba sus pañuelos
en el bolsillo 
y los olía
con placer
cuando nadie lo veía.
Era tan narcisista 
que se enamoró de sus uñas,
las comía con deleite de restaurador
y se horadó el esófago a fuerza de arañazos.
Era tan narcisista 
que contempló su propia muerte
y lloró de emoción
sabiendo que nadie 
podría repetir su hazaña:
reventarse las vísceras con las excrecencias de sus manos,
taponarse las narices con los vapores de sus mocos,
ahogarse las meninges con su propia palabra escrita.

domingo, 28 de octubre de 2012

FOTOMATÓN "Señores con chistera"

Segunda entrega de este ejercicio literario que, de momento, se presenta con muy buena pinta. En esta ocasión la imagen daba pie para relatos o poemas cómicos o sarcásticos y así ha sido. Aquí dejo el relato de ESTHER GARCÍA CUÉLLIGA, el poema de REGINA CASAMAYOR REQUENA y mi relato. Seguro que os sacan una sonrisa.

El poema de REGINA CASAMAYOR:


Cuantos esbeltos glúteos
que parecen caminar.
No sé de dónde vienen
pero al agua sé que van.

Cuántos perfectos redondos
con un redondo central
(este es un ojo ciego
por el cual no puedes mirar).

Estos hombres con sombrero
son muy finos y elegantes
a los que les gusta dar el cante

Y para terminar,
esta es la frase que debes recordar,
“los culos están mas ricos que el pan”

                                                                          Regina Casamayor Requena

El relato de ESTHER GARCÍA CUÉLLIGA:

En una villa triste. Un hombre pequeño harto de la soledad y de la prohibición de sus tradiciones por un tirano que era malvado, se armó de valor y quiso alegrar la villa. Veía la gente trabajando y sin descansar, a medida que iba avanzando, la cosa iba empeorando. De repente llegó a casa y al escuchar el ruido del agua se dirigió hacia al armario y se acordó de aquella tradición. Entonces cogió el trikini se lo puso sin más y sonriendo por las calles se puso a desfilar, entre gritos iba cantando y a la gente iba animando, parece que aquello iba avanzando. La gente se iba sumando y las casas iban decorando. Al llegar la tarde todos admiraban el paisaje, cantaban mirando al sol, mientras que unos valientes en trikini se dirigían hacia el templo. Sus cuerpos caídos llamaron la atención del tirano y un gran enfado provocaron al ver que la tradición y las fiestas volvían a ponerse en marcha. El tirano mandó a los soldados matar al causante de alboroto semejante. Algo extraño sucedió: los soldados al ver a los valientes caminando por el  puente, escuchando la calma del río y a todo el pueblo cantando, sus corazones se iban debilitando. Pues sin pensarlo dos veces ellos se unieron aquella tradición. A los dioses sacaron del templo y un gran festín comenzó en medio de la plaza, entre bebidas y alegrías todos disfrutaron de aquel día. Del tirano jamás se volvió a saber nada pues los habitantes de la villa lo echaron a patadas, todo volvió a su calma y cada tarde que pasaba los valientes por el puente paseaban y del tirano se acordaban.

Y el mío:

No tenían prisa. Los profesores del claustro de San Clemente decidieron acudir a la fiesta de despedida de los alumnos de 2º de Bachillerato ataviados con sus mejores galas y con la pausa de los que se saben preparados. Se acicalaron y se vistieron un trikini muy apropiado para la ocasión. El toque de distinción lo daba la chistera y el negro riguroso. Realmente la ocasión lo merecía. El tiempo había mejorado mucho, casi parecía verano y el caudal del río Rus rebosaba tras las últimas lluvias. Después de la cena de rigor, todos se bañarían para celebrar que dos alumnos podrían acceder a la selectividad. Los cuerpos fornidos y musculosos de los profesores llamaron la atención en el pueblo. Hicieron el paseíllo tradicional desde el instituto hasta los salones del banquete. Chicos y grandes los jalearon con pasión. Después llegarían ellas. Todos esperaban la sorpresa de su atuendo.

sábado, 27 de octubre de 2012

"Crónicas del turco (V)"

JORNADA V: "Paisajes de Erzurum"




El camino hasta Erzurum nos ofrece un paisaje de colinas peladas, mondas y lirondas. Muestran con pudor su piel agrietada por los años y el viento, la falta de una cosmética adecuada para reparar las epidermis marchitas. De vez en vez, los minaretes señalan una nueva población con la virilidad erecta de un potente pene anunciador. Los cementerios se desparraman por las laderas con discretas lápidas blancas de muertes anónimas. De repente, una línea de chopos rompe la aridez de las ondulaciones y aplica un bálsamo de verdura en el desértico panorama. Podríamos estar atravesando un páramo castellano o aragonés, pero la calidad del asfalto y el aviso de los minaretes nos solucionan la confusión.
Ya en Erzurum visitamos una madrassa, una escuela de teología coránica. La sala principal ofrece su bóveda imponente y se abren pequeños portillos en la sillería. Dan paso a estrechas mazmorras donde los chicos memorizaban las suras del Corán para recitarlas después ante el Imán. Se exponen en vitrinas, entre libros de teología y de trigonometría, las varas metálicas de castigo que utilizaban los rectores. Como en la España de otro tiempo, aquí también entraba la letra con sangre.
Entramos de nuevo en otra mezquita, otra vez nos descalzamos y las chicas se cubren la cabeza con velos azules y blancos. Las mullidas alfombras acarician nuestros pies con la misma suavidad que el trato de nuestros anfitriones. En un rincón, un musulmán tocado con un bonete de punto reza sus oraciones balanceándose una y otra vez sobre la alfombra, con mecánica oscilación. Las fotos con la cara cubierta por el velo convierten a nuestras chicas en mujeres misteriosas de las mil y una noches.
Las tiendas del mercado ofrecen especias aromáticas y escaparates contradictorios con trajes de gala para el rito de iniciación musulmán, preñado de charreteras y adornos, y ametralladoras enormes y pistolas con sus cargadores y munición. Enfrente, otra mezquita más humilde ofrece, a la entrada, unos urinarios con su dependencia para realizar las abluciones. Las moscas y el hedor de las deyecciones ahogan al visitante. Los practicantes parecen habituados a los intensos efluvios. Se hace necesario un trago de agua: las fuentes son abundantes, chorros reconfortantes de agua que se recoge en cacillo de cobre de uso comunal. Los comercios nos vuelven a trasladar a los años 70. Todo está en construcción. Las tiendas familiares, tradicionales, alternan su primitivismo con la modernidad vulgar de las empresas multinacionales. Las nuevas construcciones intentan ocultar la miseria y la vida cotidiana. Todo se resume en la vista aérea desde lo más alto de una instalación modernísima levantada para saltos de esquí. Desde la metálica y fría altura contemplamos la calidez de la realidad, abajo entre la heterogeneidad de edificios impersonales recién construidos y casas a medio caer.
Para terminar la jornada un restaurante muy acogedor cuelga la tradición musical de la zona sobre las paredes. Un dúo de músicos nos deleita con melodías extrañas, que dulcifican las pesadas horas de autobús que todavía nos quedan.

lunes, 22 de octubre de 2012

"Crónicas del turco (IV)"

JORNADA IV: "El legendario Alejandro"
En el museo etnológico de Gumüshane los maniquíes nos esperaban con el gesto de plástico congelado. Los cachivaches: espadas, pistolas, romanas, camas de bronce y sillones turcos no nos ofrecen en realidad nada nuevo (todos los museos etnológicos son iguales). Solo los maniquíes en poses imposibles le dan un tono peculiar a esa casa tradicional. La convierten en un museo de cera humorístico.
Tras un viaje tortuoso entre escarpadas montañas, llegamos a unas minas de oro. El sol apretaba con fuerza para compensar el dorado brillo que no vimos. Nos esperaban los mineros de corta edad y un busto deslumbrante de Atatur que reflejaba la riqueza rebosante del suelo.
Para mitigar el calor de la jornada nos introdujimos en las profundidades de la montaña: una gruta curiosa en donde las estalactitas y las estalacmitas forjaban paisajes fantasmagóricos. Lo más relevante, un sombrero de vaquero que compró Alejandro para completar su imagen ya legendaria y unos bolígrafos trufados de espejuelos que el "abuelo" de Alejandro nos ofreció como presente (la gratitud turca no tiene límites).
Por la tarde alfombras de miel se extendían sobre estructuras metálicas para ser regadas con perlas de nuez. El sabor agradable y gomoso de los "pestil kome" suavizó el pesado trajín del viaje en autobús.
A la llegada a Gumüshane un episodio de Cocteau: el legendario Alejandro se lanza en brazos de su nuevo padre turco y, cubierto con su sombrero negro de vaquero de La Mancha, reconoce con jovialidad inocente que el Director del Lisesi es su nuevo abuelo. En tres días ha sido capaz de generar una familia de la nada, además de aprender a comunicarse con los turcos con una facilidad que para sí la hubieran querido los constructores de la torre de Babel. Todo transcurre en el despacho de una tienda de dulces con el desconcierto de una escena de teatro del absurdo. Cae el telón y el muecín vuelve a poner cordura sobre la ciudad.

domingo, 21 de octubre de 2012

Presentación de "Bilis" en la FNAC de Valencia


Ayer, 20 de octubre, presentamos "Bilis" de nuevo, en la FNAC de Valencia. Aquí cuelgo el vídeo de las intervenciones de Anahit (ediciones Carena), Javi Castellanos, David Arona y la mía. Es un gusto ver que la gente se interesa por lo que uno hace y va hasta Valencia no solo a cenar, sino también a oír hablar de literatura (o algo parecido).

Las intervenciones de Anahit y Javi:
Mi intervención:
La intervención de David:

miércoles, 17 de octubre de 2012

FOTOMATÓN (I)

Aquí dejo las dos obras maestras que me han enviado los dos alumnos de 2º de Bachillerato para comenzar con este nuevo espacio de Literatura Universal, "Fotomatón". Pedro Arribas y Marina Fernández Nieva nos deleitan con dos poemas inspirados en la ilustración que dejé en la primera entrada. Vuelvo a colgar mi poema también. Esto comienza a funcionar. A final de curso veréis qué libro más chulo podemos encuadernar. Ahí va la de PEDRO ARRIBAS (alumno de 2º de Bachillerato C):


Esta es la historia de un joven cansado de esperar,
cansado de recordar,
con ganas de olvidar.

Decidió robarle un beso a aquella a la que más quería,
en la que su cara se reflejaba la luz del día
y en ella siempre sonrisa había.

Ese sentimiento llamado amor,
en el cual hay vencido y vencedor.

Ella le sacó de su agonía
con su persistente alegría.

Los jóvenes se besaban,
sin importarles quién mirara.

El reloj permaneció parado,
y el beso de aquellos jóvenes inmortalizado.

                                                         Pedro Arribas

Y la de MARINA FERNÁNDEZ NIEVA (2º de Bachillerato):


Todo era muy extraño
no sabía ciertamente dónde iría
dónde estaba, lo único que me despedía
de mi fiel compañera de viaje.
Te di un beso, un abrazo 
pero no puedo alejarte de mí
sabiendo que te pierdo para siempre
y empiezo a amarte como jamás hice.

No quiero en el recuerdo este momento,
rabia, pasión y amor a la vez
imposible describir esa rara sensación
que recorría mi cuerpo con miedo.

Por unos instantes todo se paraba, no había nadie
solamente nuestras almas se fundían,
de repente todo corría muy rápido, 
mucha gente, humo, trenes que se iban 
sin camino no de vuelta.

Si a esta vida que sin rumbo llegué,
nunca podré descubrir lo que me encontré 
tan bien sentir me hacía, que decidí
cogerla fuertemente y evitarme cierta despedida
                                                                            Marina Fernández Nieva

Y el mío:


SE BESARON

Se besaron,
hasta acabarse las lenguas,
hasta fundir las pupilas de los transeúntes,
hasta destrozar el pasado de la ciudad y abrasarla de color.
Se besaron eternamente, 
después de que los gusanos
les hurtaran las salivas,
después de que la tierra
les minara las bocas.
Se besaron en la acera de la muerte,
donde se resbalan los zapatos de charol 
de los paseantes sin voz,
donde se resiste el amor
al leviatán del tiempo. 
Y traspasa la imagen varada
un helor de amor
tan intangible como el reflejo de un estanque helado.
Se besaron
y se amaron
posiblemente
en una habitación
oscura
bajo la llama de una bombilla oscilante
que ahora yace en el fondo de una montaña de escombro,
entre un abrigo largo y una maleta desvencijada..


jueves, 11 de octubre de 2012

"Crónicas del turco" (III)


JORNADA III: "Lisesi, té y danza turca"

La jornada de recepción en el instituto turco nos deja con la boca abierta: el despacho del Director Chemal se abre ante nosotros como el de un ejecutivo de postín. Nos sentamos en sillones de lujo y se nos ofrece té mientras seguimos babeando ante la solemnidad de la sala. Para contrarrestar el exceso de formalismo, Chemal nos muestra en la pantalla de su ordenador una colección de fotos de su visita a España. Entra una alumna con uniforme impoluto y le hace una reverencia a Chemal. Se dirige a él como si se tratara de Solimán el Magnífico. Todo transcurre entre la parsimonia relajada de los actos sociales orientales y la sesión fotográfica de un pase de modelos acogotados por la confusión.
En el acto de acogida, suenan los himnos como piedras indigestas. El ritual se viste de negro cuando aparecen en escena los gerifaltes de la ciudad: personajes de cartón piedra con pelo de muñeco de ventrílocuo. A las bailarinas del folklore turco les brilla el entusiasmo bajo el casquete y los abalorios que cuelgan sobre sus frentes. El grito estridente que marca los pasos brota de una garganta adolescente plena de alegría.
En las aulas se respira un aire de silencio disciplinado, extraño para nosotros. Los pupitres de madera antigua y los uniformes de los muchachos resudan un aroma de marcialidad. Las pizarras electrónicas contrastan con ese ambiente de colegio antiguo que tanto recuerda a los españoles de posguerra. Se confirma la sensación cuando paseamos por los inmensos corredores oscuros, repintados y decorados con enormes cartelones que glorifican a los héroes de la patria.
En la comida se mezclan sabores españoles, rumanos y turcos con algún plato extraño salido de lo más hondo de los infiernos. Un aguardiente rumano camuflado como agua atraviesa el esófago y nos descubre la sensación del aparato digestivo con fuego revelador.
Cena turca de bienvenida. Otra vez esa extraña disposición de lo formal: los directores en mesa a parte para señalar distancia con respecto al resto de los mortales. Esas pequeñas hamburguesas turcas aparecen por todas partes, las regamos con agua y con vino rancio rumano. Todo el formalismo se deshace en cuanto suena la música turca y todos salimos a gozar de su espíritu jovial y hospitalario. Cogidos de las manos o con los brazos en aspa, imitando el vuelo de buitres torpes, giramos en torno a una columna. Las mujeres a un lado; los hombres, al otro. Los pies se cruzan levemente con pasos rítmicos que a algunos nos resulta imposible seguir. A otros, en cambio, no. Estos sudores del baile se agradecen y nos sirven para comunicarnos a los que no gozamos del don de las lenguas. La calidez oriental, el regocijo del banquete, nos hace mullida la estancia y nos va instalando con comodidad en el regalo de nuestros compañeros homéricos. Largos son sus brazos para mecernos.

martes, 9 de octubre de 2012

"Crónicas del turco" (II)


JORNADA II: "La ladera esculpida y el caballero de Trapisonda"

Un griego y un turco se encontraron en la ladera de una montaña escarpada y tuvieron un sueño común: debían fundar una comunidad en una caverna rodeada de abetos. Corría el siglo IV, los móviles todavía no podían dar noticias de la actualidad más inmediata, todavía no podían informar sobre las incidencias de los hospitales. Con el tiempo todo se adornaría mucho más: el roquedal colgado de la ladera se convertiría en un pequeño pueblo de piedra con tahona y capilla excavada en la roca viva. Los frescos del medievo con pantocrátor de vivos colores recuerdan a un San Isidoro de León alpino. Las fachadas todavía muestran restos del cromatismo encendido de las iglesias ortodoxas. La ciudad de piedra ha resistido los embates del tiempo, acurrucada entre las ramas y la inaccesibilidad de la montaña escarpada. El horno de piedra tampoco es tan distinto de los actuales (en el fondo no hemos cambiado tanto, comemos el mismo pan).
Seguramente, el turco que soñó una ciudad de piedra colgada de los abetos era muy parecido a este incansable Razim que dirige nuestros pasos: se desvive por controlarlo todo, por acercarnos todos los detalles de la belleza de esta construcción, que no nos quede nada por saborear, que no dejemos nada en el tintero. El monasterio de Sumela lo construyó él, comenzó con seguridad en el siglo IV y lo decoró en el XIV y esperó a que llegáramos nosotros en el XXI para mostrarnos lo que tanto trabajo le había costado, con el afán de quien desea alardear de su obra.
Aturdidos aún por la belleza de la montaña esculpida, llegamos a Trapisonda o a Trabzon (como ahora la llaman). En los libros de caballerías, Trapisonda, Trebisonda, era una ciudad legendaria en donde los caballeros daban muestras de su valor ante endriagos y renunciaban al amor de ninfas entregadas. Ahora el mar Negro, a la caída de la tarde, se convierte en plomo fundido y se confunde con el horizonte. Parece tan denso que las barcas no navegan, rompen la sólida superficie de metal y avanzan con dificultad. La única cerveza de Turquía convierte las aguas en una papilla lenta que embalsama la mirada. Razim, legendario, guerrero arcaico, se despliega en batería.

lunes, 8 de octubre de 2012

"Crónicas del turco"


PREÁMBULO

Cervantes fue raptado por unos piratas turcos en pleno mar Mediterráneo y llevado a unos "baños", a una prisión, en donde nadie sabe lo que pudo padecer a manos de sus raptores. Nosotros en Gümüshane hemos sido reos también de los turcos, pero los tiempos han cambiado: no hemos padecido la violencia de la guerra, sino el placer del agasajo de la legendaria hospitalidad homérica. Odiseo disfrutó en la isla de los efesios del placer del huésped, nosotros la hemos rememorado: nuestros "raptores" se desvivían por nosotros, esperaban nuestros deseos para colmarlos, atendían a nuestras necesidades para satisfacerlas. Como Odiseo atravesamos el Helesponto y sufrimos y gozamos de las aventuras del viaje a lo desconocido, a una cultura, a un mundo tan distante del nuestro que nos pareció viajar en el tiempo más que en el espacio. Los dioses nos han protegido y apreciamos su mano en la fortuna que nos ha acompañado en este viaje.

JORNADA I: " La letanía del muecín"

Las doce y media, el muecín llama a la oración a los fieles. El canto atraviesa los cristales de las ventanas y las laderas de las montañas escarpadas. La ciudad se ahoga en su letanía de megáfonos y amplificadores, se recrea en el cante, entre un Enrique Morente con síntomas de afonía y una plañidera de excelentes pulmones. Una mujer camuflada tras un hábito negro que le llega hasta los tobillos deja al aire sus ojos. Empuja la silla de un columpio sobre el que un niño de corta edad estira las piernas y sonríe. Desde la habitación de un hotel con todas las comodidades occidentales, se estampa la escena en las retinas del turista para dislocar la sensación de cotidianidad.
La universidad intenta darnos esa imagen de modernidad vulgar que contrasta con el mundo oriental y primitivo. En una de las salas, cuatro pantallas de televisión enormes se ofrecen para jugar a la Play. Los chicos manejan teléfonos móviles de última generación, pero sus miradas lloran la nostalgia de aquellos guerreros otomanos que azotaron el mar Mediterráneo y hostigaron a los marineros españoles e italianos. Su cordialidad nos hace olvidar su intento de incorporarse a la vulgar modernidad, nos ofrecen té de rosa mosqueta y té negro que ahuyenta los vapores de las salas desnudas del edificio recién construido con la impersonalidad de la arquitectura sin alma. Las sonrisas sinceras de los profesores turcos destilan toda la calidez que le falta al nuevo edificio.
La odisea de 26 horas de viaje comienza a valer la pena. El último trayecto ya prometía lo suyo: cuatro profesores turcos me embarcan en un automóvil (recuerdo a Cervantes apresado por los piratas). El conductor atraviesa el asfalto destrozado por las obras con la pericia de un conductor de Fórmula 1, o con la locura del que no conoce el miedo a la muerte. Nos detenemos en la mitad de la noche, en la mitad de la nada, para fumar un cigarrillo turco que todos aspiran con ansia. Solo hemos podido hablar de fútbol, no compartimos lenguas, ni siquiera raíces comunes, solo el fútbol nos sirve de referencia para desplegar nombres que compartimos (Ronaldo, Madrid, Barcelona, Besiktas, Galatasaray, Messi, Arda Turan...), vulgaridades que sirven para tomar contacto, para tocarnos levemente.
El viaje ha sido largo y tortuoso. Todos mostramos el cansancio de los aeropuertos y el hastío de la espera, pero el recibimiento de los turcos ya nos avisa de su incandescencia, de sus ganas por complacernos. Todavía no podemos apreciarlo, es demasiado tarde y los kilómetros nos han embotado los sentidos.
 Al día siguiente, encastrados entre altas montañas áridas y empujados por el cauce de un río que deja en sus riberas un pueblo en construcción, comprobamos que la experiencia no va a ser anodina, que las flechas de los minaretes que anuncian la mezquitas nos han trasladado mucho más allá de un viaje común.
Visitamos antiguas construcciones del imperio otomano, ruinas de un mundo poderoso que solo ha pervivido en restos de lienzos y murallas. La mezquita de Solimán el Magnífico nos traslada de nuevo al tiempo de Cervantes, al momento del conflicto entre los dos imperios que se disputaban el dominio del Mediterráneo. No veo la fiereza de los turcos de la que hablaba el manco de Lepanto en los rostros de nuestros anfitriones, todo lo contrario, la dulzura y la cordialidad desmiente la imagen enemiga que el autor del Quijote tenía de ellos.
En la calle comercial de Gümüshane las barberías para caballeros dominan con insolencia: "Kuafur" se puede leer en los cristales y, a través de ellos, los hombres se solazan en el recreo del afeitado, del acicalado y de la conversación sosegada. Un aroma dulzón riega toda la avenida. El pavimento levantado, el tráfico anárquico, sin reglas, sin código y sin accidentes (un milagro de los dioses). Nos hemos trasladado a los años 70: veo los comercios familiares de la España de aquella época revividos, las barberías, las tiendas de especias, los comercios de "pestil köme" (dulces de las mil y una noches), los hombres sentados al fresco tomando té y charlando alrededor de pequeñas mesas, las panaderías con llamativos escaparates en los que se exponen hogazas de pan de pueblo y rollos de sésamo. La arquitectura voraz del desarrollismo ha arrasado las construcciones tradicionales de este pueblo: se erigen altos edificios donde antes seguramente habría mansiones muy semejantes a las alpinas. Algunas de ellas han quedado como muestras de museo. Todo semeja  a los 70 salvo que la tecnología es del siglo XXI: móviles, pantallas planas, todo tipo de artilugios de la nueva generación, junto a váteres turcos de agujero que obligan a posturas a las que ya no estamos acostumbrados.
Cenamos en una de esas mansiones alpinas que se ofrecen como recuerdo de un pasado que ha anegado la modernidad. Yogur con berenjenas, arroz rojo con lechuga frita, queso fundido..., los sabores también nos trasladan a otro espacio y a otro tiempo. El aroma dulzón de las calles se traslada al paladar para llenarnos la boca de nuevos abrazos.
Cae la noche, el muecín vuelve otra vez a salmodiar sus letanías de flamenco desvaído y nosotros, agotados, caemos rendidos en nuestras camas de hotel occidental.