sábado, 31 de diciembre de 2011

Enamorados de la muerte


Se enamoró de la muerte
aquella mañana de invierno.

La vida se había mostrado
como una amante caprichosa,
le hacía sufrir hasta la extenuación,
hasta dejarlo sin hálito.
Lo despreciaba con crueldad,
lo maltrataba en sus desdenes
como una amante caprichosa.
Cuando aparentaba rendirse a sus abrazos,
se alejó y le escupió con desprecio,
se rio de él y lo sometió a un martirio indecente,
como una amante caprichosa,
que ni siquiera conoce el amor.
Se sometió a sus melindres,
le prometió su salud
y ella lo premió con una bofetada de bilis,
como una amante caprichosa
que se complace con la sangría del amado.
Él se entregó a los hospitales,
se arrodilló como nunca lo hizo,
engulló su orgullo y le rindió sus últimas esperanzas.
Ella, como una amante caprichosa,
le pagó con ira cruel, con desprecio y dolor,
con un dolor hondo, agónico.

Cuando ella se alejó definitivamente,
una paz y un sosiego densos
encendieron su rostro ya lívido,
se enamoró de la muerte,
perdidamente,
embaucado por su encanto sincero,
por su mirada recta,
por su placidez de ama nutricia.
Se enamoró de la muerte
y una sonrisa de nubes
apagó su dolor.
Quienes lo observamos
envidiamos su suerte,
nos enterneció su entrega
y su complicidad de niebla.
Nos enamoramos de la muerte,
pero ella no nos concedió su sexo eterno,
todavía.

jueves, 29 de diciembre de 2011

29 de diciembre


Las horas avanzan a latigazos
sobre unos días sembrados de cristales.
En cada chasquido saltan jirones de piel
y se abren heridas de amargura insoportable.
¿Quién ha pagado al tiempo para imponer
este castigo indecente y gratuito?
¿Qué animal perverso se recrea
con el sufrimiento a que nos abocan los años?
Un cómitre salvaje revienta las espaldas del galeote,
al golpe de la vejez sigue el de la enfermedad,
luego el de la agonía, y se detiene en su violencia
para que la muerte se transforme en sosiego,
para que el último estertor se convierta en un martirio deseado.
Cae el cuerpo al suelo y se desangra rasgado por los vidrios,
en un rodar de labios deshechos.
¡Goza, hijo de puta, con tu obra,
complácete con nuestra derrota!

lunes, 26 de diciembre de 2011

Coplas al aviso de la muerte (II)


Recogerán las sábanas tristes,
una noche, tus huesos enfermos.
Harás caja y cerrarás la persiana metálica,
dejarás en penumbra la trastienda.
Cerrarás los párpados por última vez,
y pensarás que ya no habrá más mañanas
de sol, ni más tardes de lluvia.
Sentirás, en la oscuridad de la habitación,
cómo serán los días sin días,
cómo correrá el tiempo sin relojes,
cómo calentará el sol de la eternidad,
cómo se trabajará sin brazos,
sin manos, sin uñas.
Soñarás el último sueño
y la vida se irá con él:
se desvanecerán las higueras
tras los ventanales empañados,
hasta perderse en el limbo de la inexistencia.
Se vaciarán los vasos de limón
para apagar el tabaco negro
y se desharán los solitarios
para fundir la pantalla
de televisión.
Sobre la almohada reposará
una cabeza inerte,
rebañada de recuerdos y de sueños,
aún con la brillantina de la mañana,
pero sin el lustre de lo animado.
Quedará un rastro de aceite
sobre la tela blanca.
Volverás al origen,
al germen de lo nonato
y quedará en nosotros
un rastro oleaginoso
de tu alma.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Coplas al aviso de la muerte (I)


Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta un hedor de abismo
en lo más profundo de la garganta
que ahoga las palabras.
Ni siquiera el rumor de lo cotidiano
acalla el infame aroma de la putrefacción
y un temblor de pánico
se instala en el miserable pasar de las horas.

Cuando la muerte se abre paso
con la ferocidad que acostumbra,
nada, ni siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste por la mañana y no nos abandona,
nos persigue a través de nuestra memoria
y no deja que el bálsamo del pasado
sirva para despegar las babas pegajosas
que nos engullen.

Cuando la muerte se presenta de improviso,
ante quien te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el gañido del infante cuando nace.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Gastronomía visceral


Si me abres el cráneo
y palpas con la yema de los dedos
mi suave cerebro,
notarás un leve escalofrío.
No es la causa la conciencia
de acariciar mis pensamientos,
sino más bien el asco
que produce el vacío.

Si me sorbes los sesos
con una caña de plástico
podrás sentir el sabor
de mi grumosa edad,
y aunque gustes mis años,
vomitarás la bilis
de mi nonada.

Si rebañas con miga de pan
la oquedad de mi cabeza,
un jugo viscoso
impregnará tu lengua.
Es el detritus
de mi inteligencia.

Si amas la casquería
y tu voracidad no se calma,
escoge otros manjares,
mis vísceras
no tienen salsa.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Torrente maldito (duodécima entrega)


Continuamos con el relato que nos dejó en vilo con el texto de Rocío. Ahora es BEATRIZ NAVARRO quien lo continúa. Atentos al nuevo giro. Es muy interesante la disputa por llevar el relato al terreno de lo vampiresco frente a otros que prefieren el de al parodia. Resulta enriquecedor. Ya queda poco para el final. Las últimas serán las primeras (y también las que más responsabilidad tienen). ¡Ah!, por cierto, la venganza por hacerme copiar estos textos tan largos a mano no se va a hacer esperar (soy muy vengativo).

Mi continuación:

-El día que vino el autobús de las transfusiones me sacó de clase y me arrastró hasta la plaza. Le pregunté que para qué me había llevado hasta allí y me dijo que era una sorpresa. Ella sabía que teníamos el mismo grupo sanguíneo y quería que me sacara sangre para guardarla en caso de que ella tuviera un accidente. Desde luego, ni yo pude sacarme sangre, ni le hubieran dejado quedarse con ella. Despechada, sacó un abrecartas que guarda siempre en su bolso, se hizo un corte en el dedo, lo chupó y me dio un morreo para pasear su lengua por todo mi paladar. Noté el sabor salado de su sangre y me asusté bastante –seguía relatando Marcelo las espesas locuras de su exnovia ante la embelesada mirada de las tres chicas.

-Lo que no sé es por qué aguantaste tanto con ella –apuntó Raquel.
Se había pasado. Una cosa era no echarle en cara su comportamiento con Carla y otra, bailarle el agua de esa manera tan rastrera, pensó Denia, mirando a Raquel de reojo. “Seguro que esta tía quiere agenciarse a Marcelo sin dejar que se enfríe el cadáver de Carla. Pero está claro que este tío está por mí. No hay más que ver cómo me ha mirado el culo cuando me he levantado a pedir las cañas”. Se había colocado esa tarde los vaqueros más ceñidos que tenía en el armario, segura de que ninguna de sus dos amigas podría competir con la potencia incontestable de sus maduras caderas.

-Y el rollo que se lleva con esos libros de vampiros. Dientes de terciopelo creo que se titulan. No hace otra cosa que leer esa porquería e intentar repetir las payasadas que se cuentan en ellos. Cuando comenzaron las vacaciones se empeñó una noche en que fuéramos hasta el jardín que rodea el Edificio Central. Menos mal que sabía ya de qué iba la cosa porque ella estaba convencida de que, cuando se queda vacío, allí habitan oscuros demonios y quería que lo comprobáramos por nosotros mismos. Sabía que yo tenía una copia de la llave y me la quitó. No quise acompañarla y esa misma noche rompimos.

El fragmento de BEATRIZ:

Carla le preguntó a aquella extraña cosa que decía llamarse la "princesa del pueblo" y que iba montada en un caballito de juguete que por qué le había hecho cometer aquella atrocidad. La extraña muñeca le contestó diciéndole que única y exclusivamente era ella la que había decidido hacerlo ya que nadie la había presionado. Comparó esa situación con el mundo de las drogas, con tal de conseguir tu dosis haces lo que sea necesario, y ella para salvar su vida no reparó en arrancar los ojos de aquel cuerpo inerte.
Tras hablar con aquel extraño ser, Carla traspasó una fuente de la cual salía una luz celestial y despertó agitada. Estaba en el sofá de su casa. Carla pensó que aquello solo había sido una pesadilla y para tranquilizarse, y sin hacer caso de aquel extraño sueño, sacó del bolsillo de su pantalón una bolsa hermética de plástico llena de "maría", un librillo de papel y un cigarro. Se lio un porro y salió a la calle a fumárselo para no dejar el olor impregnado en el salón de su casa. Era una noche oscura, hacía frío y no se veía a nadie por la calle, o eso creía Carla. Unos ojos acechaban a la joven desde lo alto de un edificio. Carla terminó de fumar y cuando entró en casa notó que algo no estaba bien, algo estaba distinto de como lo había dejado ella cinco minutos antes de salir a la calle. Asustada, corrió a su habitación y cerró la puerta, pensaba que allí estaría tranquila y que podría descansar; pero cuál fue su sorpresa cuando dio la vuelta para dirigirse a la cama y vislumbró la silueta de una persona sentada en ella. Contrariamente a lo que todo el mundo haría, Carla no se asustó. Conocía aquella silueta, aquel olor le resultaba familiar y aquellos ojos azules la llenaban de paz. Era él, aquel extraño ser que había aparecido en su sueño aquella misma noche.
-¡Hola, Carla! ¿Cómo estás? -preguntó el vampiro.
Carla titubeó al contestar:
-Bi...bi...bien, estoy bien.
-No te creo -dijo tajantemente el vampiro-, Si estuvieras bien no habrías necesitado drogarte. En el fondo te comprendo, yo también lo hice en su momento. Estás asustada por todo lo que has vivido esta noche, por lo que tú crees que ha sido un sueño, pero que en realidad no lo ha sido.
Carla, sorprendida por lo que aquel ser acababa de decir, solo acertó a articular palabras sin sentido y a repetir la palabra "mamá". Acababa de recordar que en el sueño mataba a su madre para saciar su sed de sangre. Sorprendentemente, la joven sacó fuerzas de donde no las tenía y preguntó:
-¿Y mi madre, dónde está?
-Tranquila, Carla, no seas impaciente, tendrás todas las explicaciones que quieras, pero este no es el momento para eso. Debes acompañarme, tengo que mostrarte y explicarte algo.
Carla, sin oponer resistencia, se subió en brazos de aquella criatura, y juntos saltaron por la ventana, por la cual empezaban a asomar los primeros rayos de luz de la mañana. Una vez en la calle, él empezó a correr tan deprisa que a Carla le entraron ganas de vomitar.
-Cierra los ojos, no te marearás -le dijo la criatura.
Así lo hizo la joven, y cuando abrió los ojos un escalofrío le recorrió el cuerpo. Estaba en aquella habitación del sueño o de la realidad, donde había estado atada a una silla. Preguntó qué hacían allí y el vampiro comenzó a hablar.
-Recorrías estos pasillos, asustada, preocupada, con el rostro pálido, cuando me llegó tu olor. Un olor embriagador que no había percibido nunca. Te seguí, y al verte tan inofensiva no pude evitarlo. Sin que me vieras, te cogí y te traje a esta habitación; te até para poder contemplarte sin que te escaparas y tras observarte un buen rato y seguir oliendo aquel aroma, decidí hacerlo. Aparté tu melena y dejé el cuello al descubierto, lo acaricié, lo lamí y después clavé mis colmillos en él. Saboreé tu sangre y después me senté para ver cómo el veneno que te había inyectado hacía efecto. Cuando el progreso había concluido, aquellos miserables amigos tuyos entraron y me golpearon, ¡qué ingenuos!, creyeron que había quedado inconsciente por el golpe, pero lo único que hice fue fingir hasta que te sacaron de aquí y yo pude escapar. Ahora he de decírtelo, Carla, tú ya no eres una persona, te han convertido en lo que yo soy, en la clase de criatura en la que yo me convertí hace mucho tiempo.
-¿En un vampiro? -preguntó Carla intrigada, a la vez que atemorizada.
-Sí, eso es lo que soy. Una criatura que se alimenta de la sangre y que disfruta vaciando las venas de las personas.
-¿Y en el hospital, qué pasó en el hospital, qué le pasó a mi madre?
-En el hospital, simplemente pasó una cosa, aumentó tu sed de sangre hasta hacerse incontrolable y hacerte perder la razón. Así que la respuesta a tu pregunta es muy sencilla, sí, mataste a tu madre para beber su sangre.
Carla comenzó a llorar al descubrir que lo que había pasado en su sueño había ocurrido en la realidad. Pero el vampiro la abrazó y ella sintió una gran paz en su interior. Aquella criatura le hacía sentir bien, tranquila, como en un mundo perfecto donde solo estaban ellos dos. Así, abrazados en aquella oscura habitación, pasó el día, y la noche cayó. El vampiro la invitó a recorrer de nuevo los pasillos de aquel edificio donde había comenzado su pesadilla. Aquellos lúgubres pasillos ahora le parecían maravillosos, llenos de luz y las habitaciones aterradoras ahora le parecían agradables estancias, aunque en realidad no lo eran, todo seguía siendo tenebroso y oscuro. Pero lo que Carla no sabía es que todo no iba a ser tan maravilloso. Cuando el vampiro abrió la roída puerta de la última habitación se dirigió a Carla y le dijo:
-Aquí tienes mi regalo de bienvenida. Ahora eres un vampiro y debes comportarte y alimentarte como tal.
Cuando Carla entró en la estancia, encontró a Marcelo inconsciente, atado a una silla y con el cuello lleno de sangre.
-Aquí tienes tu cena -dijo el vampiro.
El olor de aquella sustancia fascinó a Carla, que haciendo caso a sus instintos de animal, o mejor dicho, de "chupasangre", se abalanzó sobre su novio e hincando sus dientes en su cuello vació sus venas. Cuando hubo terminado de alimentarse, Carla abandonó el cuerpo sin vida del joven y sin remordimiento alguno pidió más. Quería más. Su sed ahora estaba descontrolada, necesitaba alimentarse, sentir cómo la gente perdía la vida en sus manos y cómo sus corazones dejaban de latir. Su "nuevo amigo" aceptó sus peticiones y la llevó a un sitio que le resultara familiar. Era la fiesta de cumpleaños en la que estaban todos sus amigos. En aquella noche oscura, y acechando desde la penumbra, Carla entró en la casa acompañada del vampiro y el sonido de la música y la risa de los jóvenes, se convirtieron en gritos de terror y de ayuda; pero nadie los oyó... CONTINUARÁ.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Trabalegos


Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque no sepa quién sea
ese "yo mismo".

Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque muertos mismos
me presten sus voces,
sin intereses.

Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque no sé si mi inconsciente
me pertenece
a mí mismo.

Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque ellos mismos
los reciban con ojos distintos
y me conviertan en otro
que no es ya "yo mismo".

Son ellos mismos
quienes han leído mis versos,
aunque no sepan quiénes
sean "ellos mismos"

Son ellos mismos,
los que leyeron mis versos,
quienes se apropiaron
de mí mismo
aun sin saber quién era
ese "mí mismo".

Son ellos mismos,
los que me niegan a mí mismo
cuando hacen suyos
mis versos
y se los apropian,
sin intereses.

¿Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos?

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Torrente maldito (undécima entrega)


Atención, por fin ROCÍO se ha dignado a mandar su aportación al relato, pero ha valido la pena la espera. Si no me lo llega a enviar por email, me veo todo el fin de semana copiándolo. Esto tiene muy buena pinta, el giro sorprendente que sufre la trama en el fragmento de Rocío resulta admirable, no os lo perdáis. Como siempre cuelgo el mío también. Para evitar suspicacias, el próximo sorteo lo haré en clase, aprovechando la entrega de notas del examen, para seguir con el buen ánimo. Ahí van.

Mi continuación:

-No sé lo que os habrá contado Carla, pero quería que conocierais mi versión de los hechos: he tenido que dejar a vuestra amiga porque me da miedo. La sigo queriendo, pero últimamente me involucraba en unas historias que me acojonan –Marcelo había conseguido captar inmediatamente el interés de las chicas, no sólo con su fachada, sino también con el motivo de su cita con ellas.
-Es la peor excusa que he oído en años para dejar a una tía –se atrevió a recriminar Julia, ante las miradas de reprobación de sus amigas.

-No me extraña que no me creas Julia. Sé que para ti Carla es más que una hermana, pero espera que te cuente algunas de las situaciones en que me he visto envuelto y verás cómo lo mejor que he podido hacer es dejarla. No por mí, sino porque tu amiga del alma cada vez está más obsesionada con algunas historias y nuestra relación agrandaba cada vez más esa obsesión. Hace una semana acudió al entrenamiento. La vi detrás de la portería, temblando como una libélula. Me acerqué a ella para decirle que me esperara aquí, en “El Cráter” porque hacía mucho frío y ella no me escuchó. Como si estuviera ida, se acercó con la vista fija en mis rodillas. Entonces me di cuenta de que la derecha me sangraba. Ella se agachó y me lamió la sangre con un ansia de loca. Luego me besó y se fue. El cachondeo del equipo fue de órdago, pero eso no tuvo importancia. Yo me quedé muy preocupado por su actitud. Aquello era la gota que colmaba el vaso -las chicas permanecieron calladas, observaron el bronceado rostro de del muchacho, pese a que hacía semanas que no se veía el sol y la nieve cubría las calles. Los labios amoratados por el frío lucían carnosos y mullidos. Los ojos negros y profundos se clavaban alternativamente en las tres. Cada una de ellas se sentía la preferida de ese chico de pelo rizado que hechizaba a todas las muchachas de su curso y también a las de segundo.

Continuó Marcelo relatando con detalle algunas de las locuras de Carla. Hasta Julia había ya desestimado el plan de mostrarse desagradables y duras con él.

Hacía rato que Raquel se había entregado incondicionalmente al encanto natural de Marcelo. Se había puesto los pendientes de azabache de las grandes ocasiones. Colocó sus dos manos bajo la barbilla y balanceó su cuerpo hasta dejar caer los codos en las rodillas, cubiertas por unos leotardos de fantasía. “¿Cómo se había dejado embaucar por esa mosquita pálida y rubia de Carla? Dándoselas de misteriosa lo consiguió aquella noche de fiesta loca, justo cuando yo me iba a declarar. No tengo por qué retenerme. Ella me lo birló antes, ¡la muy guarra! Y estoy convencida de que esa misma noche le conté que estaba loca por él. Al volver del servicio me la encuentro en la esquina de la barra, mostrándole los tatuajes ridículos de su barriga. ¡Maldita zorra!, si no hubiera sido mi amiga, la habría sacado de los pelos. No sé por qué me tengo que enfadar con Marcelo. Con esa barbilla redondeada y dulce como un helado de chocolate…”

La continuación de ROCÍO HERRAIZ:

Con la presencia del vampiro todavía rondando por su mente, Carla se vio sacudida por el vendaval de preguntas que no cesaban de hacerle aquellos dos doctores. Entre tanto, media docena más de enfermeros y doctores irrumpieron en el cuarto para sacar a la enfermera que todavía yacía en el suelo inconsciente. Al levantarla, su cabeza cayó ligeramente hacia atrás, dejando visible la extrema palidez de su rostro, además de una pequeña marca en el cuello, similar a la que tenía Carla el día que llegó al hospital. Entre los dos enfermeros que la habían levantado, la sacaron cuidadosamente pero con rapidez de la habitación, y, tras ellos, el resto del personal, incluidos los que hacía unos instantes habían estado abrumando a Carla con sus preguntas, también abandonaron la estancia, en medio de aquel murmullo de preocupación e incertidumbre que ahora los abordaba...

Una vez hubo salido el último de ellos, este cerró la puerta tras de sí, y fue entonces cuando Carla se encontró de nuevo sola en la estancia, con la esperanza de que volvieran a aparecer ante ella aquellos enigmáticos ojos celestes. Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió, en su lugar, lo único que apareció fue un olor tan delicioso como potente, que pronto inundó hasta el más recóndito lugar de aquella habitación, para deleite de las cavidades nasales de Carla. Pero...¿de dónde provenía?

Carla, dejándose llevar por su recién adquirida agudeza olfativa, se abalanzó sobre la cama y pudo observar a los pies de esta, justo en el lugar donde había golpeado la cabeza de la enfermera, un pequeño charco de sangre. De repente, despertó en ella un apetito voraz, acompañado por un deseo irrefrenable de saciar su sed, y, bajando de la cama, se aproximó a la sustancia para percibir mejor el aroma que emanaba de ella. No habían pasado ni dos segundos cuando Carla comenzó a lamer el charquito con un ansia incontrolable que la privaba por completo del uso de razón, y poco después ya no quedaba nada, solamente la lengua de Carla sobre una baldosa impoluta y brillante, buscando hasta el más mínimo rastro de aquello que la había hecho sentir tan frenética, tan viva, tan extraña...

Solo cesó en su impetuosa tarea cuando escuchó los pasos de alguien que se aproximaba a la puerta de su habitación. Se trataba de su madre, pero no venía sola, lo hacía acompañada por un doctor, que no paraba de hablarle sobre ella.

Esta, que todavía no había perdido su curiosidad, se acercó a una ventana, para escuchar con mayor claridad lo que decía aquel médico sobre ella. Al parecer, la enfermera había fallecido, y las expectativas para Carla no eran demasiado buenas. La policía y sus amigos no habían conseguido encontrar nada en el Edificio Central, por lo que descartaban la existencia de algún tipo de animal que hubiese podido morder a Carla. La única hipótesis que parecía esclarecer un poco el misterio sobre la marca yugular y sobre la que se apoyaban ahora era el contagio por parte de Carla de alguna enfermedad desconocida, posiblemente proveniente de la suciedad de aquel edificio, y la cual mostraría como primer síntoma la aparición de aquella extraña marca. Obviamente, la enfermera se habría contagiado al estar en contacto con Carla, por lo que todo parecía encajar. Al oír esto, su madre rompió a llorar, pues era cuestión de tiempo que su hija también muriese. Tras escuchar la batería de estupideces que acabada de narrar el doctor, Carla recordó de nuevo al vampiro. ¿Cómo explicarles que un ser que solo ella había visto era el causante de todo aquello?¿Cómo decirle a su madre que ahora ella también era un vampiro, y que la enfermera solo había muerto para servirle de aperitivo por cortesía del de los ojos azules? No...lógicamente aquella no era una alternativa, pero no podía olvidarse de dónde se encontraba, en el hospital, rodeada de personas por cuyas venas corría su preciado alimento.

En estas se encontraba Carla, meditando si podría o no reprimir su impulso depredador, cuando se percató de su famélico estado. Justo en ese momento, su madre abrió la puerta de la habitación, secándose las lágrimas que brotaban de sus ojos para resbalar por sus enrojecidas mejillas.

Con el rostro congestionado y la voz entrecortada, su madre la invitó a volver a la cama­­, tras lo cual Carla, ignorando la sugerencia de su madre, se aproximó a la puerta y la cerró bruscamente.

De nuevo, sintió aquel extraño impulso que antes la había llevado a actuar como un animal, y perdiendo totalmente el control agarró a su madre por el cuello y le hizo la morcilla, retorciéndoselo como a un pollo, sin reparar en la mirada de aquella mujer que hasta entonces la había apoyado, la había cuidado, la había querido, y que ahora derramaba sus últimas lágrimas por ella, sin tener ni siquiera tiempo para percatarse del cambio que había sufrido su hija y que ahora le costaba la vida. Ahora sí que Carla parecía haber perdido el último resquicio de humanidad que le quedaba, a pesar de la rapidez con la que había matado a su progenitora, bien por ahorrar tiempo o por ahorrarle sufrimiento, por lo que fuere, ahora ya poco importaba, pues esta se disponía a hacer cuenta de su presa sin reparar en quién era el cadáver que tenía a los pies.

Agarró la cabeza inerte de su madre, y cogiéndola por los pelos, la arrastró como pudo hacia un rincón oscuro de la habitación, oculto tras un pequeño armario provisto de vendas, suero, vías y demás instrumental quirúrgico que no entraré a detallar.

Con los ojos desorbitados se arrodilló frente a la muerta, cuyo cuerpo todavía estaba caliente, y desgarrando la camisa que llevaba puesta y que dificultaba el acceso a su cuello, dio un mordisco en la yugular de la susodicha y comenzó a nutrirse del manantial de vida que brotaba de aquel cuerpo cuarentón. Cuando hubo finalizado se sintió reconfortada, tanto que no reparó en que aún llevaba toda la cara impregnada de sangre. Se recostó en la cama, relamiéndose todavía con la dulzura de aquel líquido rojo que tanto le gustaba, y que tan gran sacrificio le había supuesto conseguir, en la lengua, pero entonces un doctor irrumpió en su deleite abriendo la puerta y disponiéndose a entrar.

-Ya traigo los resultados de los análisis señorita... -acertó a decir el doctor que atravesaba la puerta antes de que Carla se abalanzase sobre él para impedir que viese el cuerpo de su madre medio descuartizado.

-Pero...¿qué ha pasado aquí?-le preguntó tras ver la cara de la muchacha, pringada de sangre, asomar por la pequeña rendija que esta le había permitido abrir con su rápida intervención.

-Emmm...pues nada doctor, es solo que me he mordido el labio, no se preocupe que ya me curo yo con la saliva, es que la sangre es tan escandalosa...-acertó a decir Carla.

-¡¿Que te has mordido el labio?! No pretenderás que me crea esa estúpida escusa, vamos...déjame verte mejor...¿No te habrá pegado tu madre?-dijo el doctor.

-No doctor tranquilo, mi madre jamás me pegaría y menos ahora...en mi avanzado estado de enfermedad...¡Váyase no sea que le contagie sin querer!-espetó Carla.

-No creo que me contagies...vamos muchacha...déjame entrar que vengo a hablar con tu madre sobre el resultado de tus análisis...-dijo comprensivamente el doctor.

-Está bien...-cedió por fin Carla con resignación, a pesar del poco hambre que tenía ahora.

Carla abandonó su esfuerzo por sujetar la puerta y se echó unos pasos hacia atrás para dejar paso al doctor. Este, al entrar, se percató del extraño bulto que formaba el retorcido cuerpo de la madre de Carla y se dirigió directamente hacia allí, con un gesto facial que inspiraba poca confianza, como si ya sospechara lo que le aguardaba tras la sombra de aquel armario.

Carla se disponía para su ataque pero entonces el doctor se giró bruscamente al notar el movimiento tras de sí de Carla, que ahora se encontraba suspensa en el aire a algo más de un metro de su cabeza.

Con la mayor rapidez que pudo, el doctor sacó una jeringa con anestésico que llevaba siempre encima para casos críticos, y la empuñó contra el abdomen de Carla que ahora caía con todo su peso sobre él, intentando morderle.

De una patada se la quitó de encima y pudo huir hacia la puerta, cerrándola con llave y dejando a Carla dentro. Carla, que no se esperaba defensa alguna por parte del médico, desconcertada y tendida sobre el suelo tras el golpe que acababa de darse contra la pared, se sintió extraña. No sentía dolor por haber sido estampada con brutalidad, tampoco le dolía el brusco jeringazo que acababa de recibir, pero empezaba a sentirse aturdida y medio mareada se incorporó como pudo y se apoyó sobre la cama. Poco a poco notaba cómo los párpados le pesaban más y más, y aunque no quería dormirse, parecía inevitable. Finalmente el ser de los ojos celestes apareció por una de las ventanas, agarró a Carla y mientras la llevaba hacia la ventana por la cual él había accedido a la estancia está cerró los ojos, todavía consciente de lo que ocurría a su alrededor.

El ser la levantó por un brazo y apoyándola sobre su chepa, se encaramó de un brinco al árbol más cercano, cuyas ramas golpeaban al son del viento el cristal de la ventana que acababan de atravesar. La suave brisa y el frescor del ambiente parecieron despertar un poco a Carla, lo suficiente como para que se diera cuenta de que el cielo se tornaba lentamente más claro y que por el Este ya podían vislumbrarse los primeros rayos de sol...

Ya apeada de la chepa de aquel ser, Carla comenzó a estremecerse entre sollozos. La luz, aquellos destellos brillantes que provenían del horizonte quemaban sus retinas, nublando su visión casi por completo. Entre tanto, su piel cada vez más roja expulsaba un olor a carne requemada, a la vez que se arrugaba menguando poco a poco. Carla no podría soportarlo mucho tiempo más, se dejó caer en la rama sobre la que se encontraba de pie y lo último que pudo ver antes de resbalarse de esta fue el cuerpo descarnado del vampiro, postrado en la rama contigua y en cuyas cuencas ya no podían distinguirse sus preciosos ojos azules.

Dicen que antes de morir, toda la vida pasa por delante de los ojos de una persona, pero en el caso de Carla no fue así. En lugar de ello, su cuerpo comenzó a hincharse como si de un globo se tratase y cuando estaba a punto de reventar y ya a muy pocos centímetros del suelo...

¡Despertó! Se encontraba en su cama, empapada por el sudor que le había provocado aquella espantosa pesadilla. Se sintió aliviada, todo había sido un simple sueño, lo cual significaba que nada era real, ni la discusión con Marcelo, ni la muerte de su madre ni tampoco su extravagante transformación que había acabado en tan desastroso final.

Tenía sed, de modo que se levantó y, a oscuras, palpando cada centímetro de pared que encontraba, consiguió llegar hasta donde se encontraba su móvil. Una vez con este, a modo de linterna, atravesó el angosto pasillo que desembocaba en el salón, y tras atravesar este, por fin llegó a la cocina. Una vez hubo bebido hasta saciar su sed, se dispuso a regresar a su dormitorio, pero como no tenía sueño se puso a ver un rato la televisión.

Desgraciadamente, a esas horas de la noche no había ningún programa que mereciese la pena ver, asique puso Telecinco, para ver el Tarot de Esperanza Gracia, ya que era la única astróloga de la que se fiaba.

Entre tanto, se acercó a un pequeño mueble compuesto por tres cajones. Del trasfondo de uno de ellos sacó una pequeña bolsita transparente que contenía una sustancia blanca. Luego, alargando la mano hacia su bolso, sustrajo su carnet de identidad y una pequeña libreta de la cual arrancó una hoja, y vertiendo un poco de lo que contenía aquella bolsa sobre la mesa, lo alineó con el DNI. Después, haciendo un rulo con la hoja de papel, esnifó dos de las cuatro rayas que tenía dispuestas paralelamente sobre aquella superficie.

Tras repetir el proceso con las dos restantes, se recostó en el sofá y escuchó la predicción de Libra para el martes. Poco después, vencida por el sueño y mareada como estaba, se quedó dormida.

Al despertar, una sensación de pánico invadió a Carla. ¿Dónde se encontraba? Era una habitación húmeda, apenas iluminada por una pequeña bombilla que colgaba del techo. Su abdomen, ¿qué diablos era aquello que llevaba sujeto a su tronco? Asustada, gritó hasta desgañitarse, pidiendo ayuda. Intentó zafarse de las correas que le oprimían muñecas y tobillos, consiguiéndolo solo con las primeras. Al hacerlo, llamó su atención el ruido de un monitor que acababa de encenderse a su derecha. En él, apareció el rostro pálido de una muñeca ventrílocua, muy parecida en aspecto a Belén Esteban, lo cual atemorizó más aún a Carla.

-Hola Carla. Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Durante los últimos dos años te has implicado en el mundo de las drogas, arriesgando tu vida cada vez que consumías cantidades ingentes de diversas sustancias. Al verte encerrada aquí, me pregunto si temes por tu supervivencia o solamente gritas por mantener tu mente ocupada en algo que no sea pensar como destruirte a ti misma. Hoy tendrás la oportunidad de demostrar hasta dónde eres capaz de llegar para seguir con vida. El artefacto que llevas en tu cuerpo está sujeto a ambos lados de tu tórax, y funciona como una bisagra. Si no consigues superar la prueba, significará que no valoras tu vida, por lo que este mecanismo te ayudará a desprenderte de aquello que no aprecias, abriéndose y separando tu cuerpo en dos en cuestión de milésimas de segundo, acabando así con tu vida. Frente a ti se encuentra el cuerpo inmóvil del camello que te ha provisto de droga durante todo este tiempo. Tu objetivo es el siguiente, tendrás que sacarle los dos ojos, y en cada una de las cuencas encontrarás una llave. Sólo una de ellas se servirá para librarte del mecanismo al que te encuentras sujeta, pero ¿cuál? En tu bolsillo izquierdo encontrarás un bisturí que te servirá para sacarle los ojos, al fin y al cabo, ¿de qué le sirven si no puede ver todo el daño que le hace a la gente? Date prisa, tienes sesenta segundos para conseguir la llave hacia tu libertad y liberarte o de lo contrario, el dispositivo saltará cuando el temporizador llegue a cero. Vivir o morir, tú decides -le dijo la muñeca a Carla.

Tras esto, Carla se tiró al suelo, todavía sujeta por los tobillos, lo cual no le impidió alcanzar el cuerpo del camello. Sacó el bisturí de su bolsillo y con una frialdad de la cual no había hecho nunca uso, cortó los ojos del hombre. Luego introdujo los dedos índice y corazón en las cuencas. A treinta segundos de morir, ya tenía una llave. Buscó con nerviosismo en el otro ojo hasta encontrar la segunda. Una vez las tuvo, probó con la primera a abrir el dispositivo que la mataría pasados diez segundos, pero ¡no era esa! Rápidamente probó con la otra y a falta de un segundo consiguió abrirlo y quitárselo justo en el último momento. Respiró tranquila. Acababa de matar a un hombre pero eso no parecía importarle en absoluto. Estaba a salvo, era lo único en lo que pensaba en aquel instante y tenía claro que nunca más volvería a probar las drogas.

A su espalda se abrió una puerta, de la cual salió la muñeca subida sobre un pequeño caballo de juguete.

-Mucha gente no agradece seguir con vida...-le dijo la muñeca-pero tú no, ya no.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Búsqueda


Se marchó,
sin despedirse apenas,
con un ligero viento de manos,
con un soplo liviano de párpados.

Se fue,
y aún la espero,
bajo la luz tenue que se apaga,
bajo el techo de sombra que se acerca.

Desapareció
entre la bruma salobre de la madurez,
entre la gravedad inmisericorde del tiempo,
entre las hojas machacadas del otoño.

Y la sigo esperando,
la deseo
en la distancia de la indiferencia,
en la insistencia de los días,
la busco
bajo los pliegues de la piel,
entre la niebla de la presbicia,
en el sopor de la existencia.

Quizás esté ahí:
bajo la desesperanza,
entre la búsqueda,
en las preposiciones.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Variaciones de Enrique Jaspe sobre "Criaturas del Piripao"

Estos son los bocetos que el pintor Enrique Jaspe ha realizado sobre mi novela "Criaturas del Piripao" y su personaje principal, Suero Láinez. Los dos primeros son emblemas a la manera de los que aparecían en los libros del XVI y del XVII para presentar jocosamente el asunto de algunos libros. Como poco, curiosos.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Polvo y nada


No eran perlas en suspensión
bajo la mañana de cristal,
sino polvo y ácaros
al trasluz.

No eran yemas de lágrimas
flotando tras la ventana,
sino liviana suciedad
sin voluntad de suelo.

No eran pellizcos del alma
abandonados por el cuerpo
a su suerte,
sino limo deshecho,
cieno reseco, lodo volátil.

No era mi voluntad
sino una lluvia de átomos
resueltos en nada.

Torrente maldito (décima entrega)


En esta ocasión es ALICIA CABRERA la que continúa la historia de Carla. Atención a los distintos derroteros de uno y otro relato. Por cierto, la próxima en continuarlo será ROCÍO HERRAIZ, elegida en sorteo sin notario, con la ayuda de un bombo de bingo de mi abuela.
En primer lugar, cuelgo el mío:

Julia acompañó hasta su casa a Carla y de vuelta a la suya se topó con Marcelo. No tenía intención de dirigirle la palabra. Estaba furiosa con aquel “pijo” de mierda que le estaba arruinando la vida a su amiga, pero la llamó, cruzó la calle y tomándole el brazo le dijo que quería hablar con ella, con Raquel y con Denia esa misma tarde. Julia no fue capaz de soltarle a la cara todo aquello que pensaba decirle. Al contrario, aceptó la cita para la tarde y se comprometió a avisar a sus amigas. Pensó que entre las tres serían más capaces de enfrentarse con aquel tipo que en el trato personal deslumbraba a las chicas con su aspecto de actor americano y la labia de un locutor de televisión.

Sentadas en el semicírculo de cuero rojo de “El Cráter”, esperaban de uñas a Marcelo. Al verlo entrar, menguó la ira solidaria que sentían hacia él y, cuando se sentó frente a ellas, en un taburete cojo, ninguna de las tres pudo soltar ningún improperio, acalladas por el magnetismo de ese chico que acababa de acicalarse como si fuera a actuar en algún espectáculo...CONTINUARÁ

El relato de ALICIA:

De repente, en medio de aquella conversación se oyó un ruido. Era la puerta de la habitación que se abría lentamente. Una vez abierta de par en par, una gran luz intensa pasaba a la habitación, provocando a Carla un gran escozor y dolor de ojos. Allí pudo observar cómo dos hombres con bata blanca por encima de las rodillas, guantes y mascarilla entraban a la habitación .Ella no los reconocía pero eran los doctores que durante estos tres días le habían estado haciendo pruebas para saber qué era lo que le había pasado. En ese instante uno de ellos exclamó:

-¿Pero qué es esto? ¿Qué ha pasado?

En ese momento, Carla se acordó del ser de ojos azules, aquel que él mismo se hizo llamar vampiro. Y con una fuerza sobrenatural se dio la vuelta para ponerse delante y protegerlos de ellos, pero no fue necesario allí ya no había nadie. Seguidamente uno de aquellos hombres se agachó hacia el suelo, y en ese instante Carla pudo comprobar que una enfermera estaba tirada en el suelo. Mientras tanto, el otro le preguntó a Carla:

- ¿Cuándo has despertado? ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué la enfermera se encuentra tirada en el suelo?

Eran muchas preguntas por parte del doctor, de las cuales Carla no tenía respuestas para responderle. Ahora mismo solo recordaba aquella conversación que había mantenido apenas hacia unos instantes con aquel ser, y de aquella fuerza sobrenatural que le había salido sin saber ¿cómo? ni ¿por qué? Para protegerlo [...] CONTINUARÁ.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Torrente maldito (novena entrega)


Esto va estupendamente. Seguimos intrigados con la historia que están redactando los alumnos de 2º de Bachillerato (a pesar de que a veces derive demasiado hacia "Crepúsculo"). Cuelgo mi continuación y la de IRENE MADRID. La próxima en seguir la historia será ALICIA CABRERA, nuevamente elegida por sorteo limpio y ante notario (Efraín).


Mi continuación:

-¿Lo has visto? –preguntó Carla, ahogada por la carrera y por la angustia.

-Claro que lo he visto, nunca me había topado con una rata de ese tamaño. Y tú sabes que a mí esos bichos me sacan de quicio –respondió más sosegada Julia.

-¡Pero qué rata ni qué niño muerto!… ¿Es que no has visto al monstruo sin ojos que me ha besado, que me ha lamido, que quería poseerme?

-¿Que había alguien en el Edificio Central y te ha besado? No empieces con tus historias, Carla, ya sabes que me pongo muy nerviosa con estas cosas. Bastante he tenido con esa asquerosa rata que ha rozado mis tobillos.

-No, Julia, escucha –tomó Carla la mano de su amiga, cubierta por un guante verde que temblaba nerviosamente-. Me he vuelto a quedar traspuesta y cuando he recobrado la voluntad, he visto un rostro pegado al mío y he notado unos brazos fuertes que me abrazaban. Como si me sumergiera en un sueño, me he quedado pegada a sus labios y entonces he observado, aterrada, que las cuencas de sus ojos estaban vacías… Después no sé ni lo que he hecho –relataba Carla el suceso como si lo estuviera leyendo en uno de esos libros de terror que tanto le gustaban. Julia conocía sus hábitos literarios, pero no se dio cuenta de ese detalle. La fidelidad hacia su amiga cubría casi todos los frentes. La creía siempre y si no hubiera sido por su falta de ánimo nunca la hubiera dejado abandonada a su suerte en el Edificio Central.

El fragmento de IRENE MADRID:

Mientras tanto, en el hospital donde se encontraba malherida Carla, las expectativas no eran muy buenas. Después de una reunión del equipo médico que intentaba descubrir qué había podido dejar en estado de coma a Carla, éstos decidieron hablar con su madre.

El cielo ese día estaba especialmente gris, quizás previniendo la catástrofe que se cernía sobre el hospital. Por la tarde, en la sala de reuniones, los médicos decidieron hablar con la madre de Carla. En la habitación, la enfermera acababa de entrar a ver a Carla, que llevaba 3 días ya en el hospital en estado de coma, ya que sus amigos no habían sido capaces de dar siquiera con algo relevante que pudiera dar una idea de qué había dañado a Carla. De repente, las luces de la habitación se apagaron, pareció detenerse el tiempo, y la enfermera cayó pálida al suelo.

-Despierta, pequeña, despierta-susurró una voz.

Carla se encontraba en un lugar tenebroso, funesto y muy agreste. Quería ver pero no podía, quería caminar, pero no podía moverse, solo podía sentir el agonizante frío que recorría cada centímetro de su cuerpo. De repente, tuvo la sensación de liberarse de las cadenas que cargaba su cuerpo, y por fin abrió los ojos. Se encontraba en un cementerio, parecía abandonado, la hierba crecía libremente sobre las viejas lápidas de mármol.

A lo lejos, vio un destello.
-No, no puede ser, comenzó a balbucear- una mueca de terror apareció en la cara de Carla, que contemplaba atónita el contorno del ser que la había atacado anteriormente en el gran Edificio Central.

-Despierta, vamos, deja atrás tus miedos, y ven, ven conmigo –decían esos ojos azul celeste.

De repente, todo se apagó y se tornó oscuro. Carla había despertado del coma. El primer impulso fue levantarse, pero vio con incredulidad que no podía siquiera moverse. Estaba atada a la cama, en los últimos días había sufrido ataques debido a la fiebre que le había causado la mordedura. Muy decidida, intentó liberarse, y para su asombro, descubrió que apenas con un poco de fuerza había conseguido vencer las cuerdas que la amarraban a la cama. La habitación carecía de luz, sin embargo, Carla veía todo perfectamente. "¿Qué me pasa?" - se preguntaba comprobando que efectivamente la luz era escasa en esa habitación. Sintió un frío sobrenatural sobre su espalda. No quería girarse, pero como si de un acto reflejo se tratara, antes de que se diera cuenta, había girado su cuerpo y ahora contemplaba esos ojos celestes que acababan de perturbar sus sueños.

-¿Quién eres?- preguntó Carla con una voz imponente, una voz que denotaba una actitud distinta hacia ese ser. En las dos situaciones anteriores había sentido miedo, ahora solo sentía fascinación hacia la criatura de los ojos celestes.
-Realmente no importa quién soy, ni de dónde vengo, aunque supongo que la curiosidad siempre os ha caracterizado a la raza humana, aunque es curioso, tú ya no eres completamente humana -
Carla se quedó sorprendida al oír esto, y al ver, que su piel había palidecido.

-¿Quién eres?- volvió a repetir Carla sin demasiada esperanza en obtener una respuesta contundente.
-Mucha gente me define como un espectro de vida nocturna que se sustenta de la sangre de los demás, sin embargo, yo prefiero que me llamen , y sí, soy un vampiro.

Me buscan la policía y tus amigos en aquel edificio..pero no me encontrarán [...] CONTINUARÁ.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Silencio


¿Por qué el silencio solo
no nos sirve?
¿Por qué la soledad sorbe
las fibras de la locura?
¿Por qué las ventanas
del otoño
se empañan con el vaho
de la nostalgia?
¿Por qué la amargura
de la insignificancia?
¿Por qué apartamos las manos
si notamos la baba sedosa
de la lombriz?
¿Por qué aborrecemos su tacto?
¿Por qué ese afán por abrir nuestro vientre
a las milicias de la ignorancia?
¿Por qué deseo ser oído por los que no me escuchan?
¿Por qué gritar nuestro nombre en pantallas de hielo
para que nadie nos abrace con la yema de los sexos?
¿Por qué el silencio solo no nos sirve?

sábado, 5 de noviembre de 2011

Torrente maldito (octava entrega)


Después de algunos problemas con Internet, sigue la saga, ahora le toca el turno al fragmento escrito por RAQUEL REJAS. También incluyo mi parte. La próxima en escribir será IRENE MADRID. No os perdáis los siguientes capítulos.

Mi continuación:

-¿Hay alguien ahí? -preguntó Carla Sterling con la voz temblona.
No obtuvo respuesta. Los huesos de las dos amigas se entrechocaban en las convulsiones involuntarias del miedo. El corredor aparecía tan oscuro como por la noche. Julia sacó del bolsillo una pequeña linterna que utilizaba para buscar en las profundidades de su bolso cuando iba a "El Cráter". Se la pasó a Carla y escondió sus delgados 16 años detrás de su amiga. Los murales de las paredes se mostraban incompletos y temblorosos. Llegaron a la habitación de la bestia. Una gélida flecha de viento heló el rostró de Carla. Quedó inmovilizada, como la noche anterior, en el umbral de la puerta. Julia huyó despavorida escaleras abajo al escuchar un chillido penetrante muy parecido al de una rata. Carla se vio envuelta por unos brazos que le acariciaban los costados. Las manos desconocidas penetraban en su piel gelatinosa y la amasaban hasta proporcionarle, en el estado hipnótico en el que se encontraba, un placer insólito. Ascendieron los dedos hasta su barbilla, palparon los huesos de su mandíbula y una lengua viscosa se abrió paso entre sus labios. Una nueva ráfaga agria la despertó, abrió los ojos y vio cercano el rostro de quien la estaba besando. Cuando su mirada reparó en las cuencas vacías del amante inesperado, aulló con fiereza y apartó de sí a ese cuerpo joven y alto. Llamó a Julia con todas sus fuerzas, pero no la encontró hasta que llegó sin resuello a los bancos de la plaza...CONTINUARÁ.

El relato de Raquel:

Para poder encontrar a Carla tenían que dividirse para dar con el paradero de aquella cosa que no sabían qué era. Hicieron varios grupos, todos ellos acompañados por tres o cuatro policías, para que el monstruo no pudiera hacer daño a más gente. Decidieron dividirse el edificio en seis partes y a cada grupo se le destinaría una distinta, para así buscar en todos los rincones, sin dejarse uno donde mirar. Mientras tanto, Carla estaba en el hospital, sin saber qué le pasaba. No sabían qué medicamento darle para curarle lo que aquel monstruo le había hecho. Al lado de ella estaba su madre, llorando, sin saber qué hacer..., no paraba de echarse todas las culpas de lo que había pasado, por dejarla salir de casa. De repente, la chica entró en estado de coma, haciendo que todos los médicos se alarmasen. Su madre decidió llamar a Marcelo para contarle en el estado en que se encontraba Carla, para que así buscasen más rápido por aquel horroroso lugar. Marcelo, al enterarse, y al saber que todo lo que estaba pasando era únicamente por su culpa, se puso como un histérico a buscar, pero el monstruo no aparecía. Toda la gente se reunió en la puerta principal, perdiendo todas las esperanzas de poder salvar a Carla. Todos menos Marcelo, que estaba en la habitación donde el monstruo tuvo retenida a su novia, intentando encontrar algo que le llevara al paradero de aquel esperpento. Buscaba en el sillón donde había estado sentado el monstruo, pensando que desde ese mismo lugar había estado mirando a su novia. Esto hacía que le recorriese un escalofrío por todo el cuerpo. Miraba las paredes, el suelo... Cuando se paró a pensar que sus amigos le habían dado con la barra de hierro en la nuca, entonces pensó que si fuera una persona normal habría sangre en el suelo, pero allí no había nada. Esto hizo que Marcelo se preocupara cada vez más, lo que le llevaba a pensar hasta en voz alta.

-¿Qué será?... ¿Qué será lo que realmente tenía a Carla?..., ¿un monstruo, un fantasma, un vampiro?... CONTINUARÁ.