martes, 31 de octubre de 2023

Jarower


 

He conseguido resolver la cuadratura del círculo, he aunado modernidad y tradición,  he fundido lo autóctono (nunca lo es) con lo extranjero (tampoco lo es nunca del todo). Y cómo, pues de la manera más sencilla posible, como se solucionan los problemas que parecen irresolubles: desde la inocencia y la espontaneidad. Ayer en casa de mi madre había una postal de la virgen (no sé cuál, se parecen todas mucho). La había dejado un tío mío encima de la mesa. Mi madre, que no ve muy bien. la encontró y la observó con detenimiento. Después del examen, con los ojos aún entornados, me pregunta: "¿Esto qué es, un "jarower"?" Yo no comprendo, "¿un qué?", "sí, hombre un "jarower" de esos de los disfraces". No podía parar de reírme, pero, al cabo de un rato comprendí que acababa de dar con una piedra filosofal. Había solucionado el conflicto que se presenta cuando se celebra la fiesta de Halloween y muchos se oponen a ella por considerarla extraña a nuestras costumbres (todos sabemos que los Reyes Magos eran de Albacete). 

Mi madre me acaba de dar la solución, cuando llegue el 31 de octubre me disfrazaré en el instituto de la Macarena o de la Moreneta o de cualquier otra virgen y, así, conciliaré estos sentimientos tan encontrados: modernidad y tradición, religiosidad y diversión. Seguro que en un ambiente tan intelectual, tan respetuoso con el humor, tan tolerante y tan habituado a la sátira, esto se va a ver muy bien. ¿A que sí, a que lo veis? Yo tampoco.      

domingo, 15 de octubre de 2023

Licenciado Vidriera


 

Tengo el cuerpo cubierto de hematomas, por eso cuando me rozo con la gente, con las paredes, con las esquinas de las mesas, siento una quemazón intensa que me hunde en la tristeza más absoluta. Tengo miedo de que me toquen, de apoyarme en las paredes, por eso ando solo, aislado del mundo y de su mobiliario: un licenciado Vidriera, un misántropo. 

No siento las huellas de la desgracia hasta que me tocan, hasta que me hablan, hasta que el recuerdo hurga en las heridas, o sea, siempre. 

Contemplo el pasar de los campos a través de la ventanilla del tren y una melancolía abrumadora me ahoga: nunca volveré a abrazar a los árboles, nuca podré morder la carne del melocotón. Las encías son las partes más delicadas de mi organismo: están hinchadas, doloridas, de suspirar abejas. No me toquéis hoy, ni nunca. 

lunes, 9 de octubre de 2023

Delicatessen I


 

El lunes no es buen día para ir de bares, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, me ha apetecido salir a un restaurante y, por mi mala cabeza, he comprendido que también se puede comer mal en Albacete, lo confirmo. Me he acercado a tres sitios conocidos, pero estaban cerrados y me he aventurado (¡qué intrepidez, qué riesgo!). Me he armado de valor y me he dicho a mí mismo, "¿cuándo has comido mal en esta ciudad?" (este es el nivel de mis monólogos interiores) y me he metido en un local ignoto (qué palabra, qué misterio).  

Al adentrarme en el salón comedor, me han dado ganas de escapar, pero soy muy pusilánime (aquí podéis poner gilipollas) y la mirada del camarero me lo ha impedido. Me siento. Frente a mí un señor mayor que ya está terminando. Al salir, me toca el hombro y me suelta un "que aproveche" ilustrado con una sonrisa sospechosa. La camarera me perdona la vida y me dice que hay menú único, sin posibilidad de elección. Por suerte, de los tres platos, me gustan dos y no me atrevo a huir. Pido vino y gaseosa para beber mientras contemplo desanimado los paisajes que adornan las paredes. Si Garcilaso los hubiera visto, nunca habría compuesto las églogas. De todas formas, me animo porque hay bastante gente. El vino está malo, hasta con gaseosa, tiene ese color ocre del metal oxidado. Además, está caliente, como la gaseosa. Por supuesto las dos botellas me las sirven a medias (hay que cuidar la sostenibilidad y no desperdiciar nada). 

Primer plato: cazuelilla de chipirones en salsa. Menos mal que es cazuelilla porque mi estómago (que es un verdadero trullo) no habría aguantado una cazuela. De segundo: arroz a banda. Tiemblo a la espera del plato. Me sirven una paellita individual, forrada de pimiento rojo. ¿Quién ha dicho que el arroz con poco tomo siempre está bueno?, mentira. Una parte es salitre puro, a la otra (bastante caldosa) le ha caído una lluvia importante de pimienta. Como mucho más de lo que desearía porque las miradas de los dos camareros me intimidan (aquí también podéis poner por gilipollas). Espero el postre, bueno, no, lo temo. Natillas. Una alegría: son de los polvos de siempre (Potax creo), sabor reconocible de los bares que frecuentaba en los ochenta. 

Por fin he terminado. Me arriesgo a pedir café (creo que llegados a este punto no llevo nada a perder). Pues sí, he vuelto a perder: un recuelo centenario con el mismo sabor que el vino y con la misma temperatura. 

Al salir, aturullado y confuso tras el pago de la cuenta, me doy cuenta de que aquello se vende como marisquería y en las vitrinas hay unas cigalas y unas gambas muy aparentes. Caigo en ese momento en que los únicos que hemos comido de menú hemos sido el señor mayor y yo. Quizás es de esos sitios en los que pedir el menú es un error de bulto, pero qué iba a hacer yo si la camarera es lo primero que me ha ofrecido. Cualquiera se atreve a pedir otra cosa. Con lo que a mí me gusta el marisco. 

Espero digerir el asunto sin espasmos y sin tener que llamar al 112. Sudores fríos ya me suben.      

Nunca

 Páncreas, pulmón, estómago, vísceras. Vísceras, que me enseñaron el significado del adverbio nunca. Nadie comprende su sentido verdadero hasta que no experimenta la tortura del vacío, hasta que no saborea la nada. Nunca es un adverbio terrorífico, una realidad definitiva, sin paliativos, nunca. Cuando el oncólogo la pronuncia, tampoco él sabe lo que significa, porque no está al otro lado de la mesa, porque no te conoce, porque, a pesar de pronunciarla una y otra vez, la usa como el poeta que ha perdido el poder de reanimar a las palabras. 

Nunca, dice Tiresias, nunca volverás a verla, nunca. Seis meses máximo o tres o dos y, después nunca estará contigo, nunca. Él, Tiresias, tampoco la comprende de veras, porque es ciego, porque es un oráculo frío, sin vísceras, porque es un personaje literario. 

Pensad en ella, pensadlo, nunca comprenderéis la palabra nunca hasta que no le arranquen las vísceras a quien os abraza, a quien os besa, a quien os revuelve el cabello con los dedos. Entonces, solo entonces, sabréis que la palabra nunca es la más espantosa de todas las palabras.  

martes, 3 de octubre de 2023

Patricia Janecková

 


Todo se derrumba a mi alrededor, todo envejece, todo enferma, todo fenece. Cuando paseo mi ya escasa curiosidad por las calles o por las redes sociales, únicamente reparo en sucesos trágicos que han segado vidas en flor. Como si me asaltaran, como si me persiguieran, víctima de un complot extraño y angustioso. Hoy, sirva de ejemplo, la desgracia de una soprano eslovaca a la que no conocía, Patricia Janecková. Una amiga de Facebook habla de sus 25 años truncados, de su desaparición y, al acercarme a los vídeos de sus interpretaciones, me sobrecoge un espanto mayúsculo, como si pisara cadáveres y sintiera tronzarse huesos de niño bajo mis pies. Una hermosa muchacha, jovencísima, interpreta un aria de Offenbach. Va disfrazada de muñeca y el episodio no puede ser más gracioso y enternecedor. Y a pesar de la limpieza de su voz, de la graciosa melodía, solo respiro la tragedia: esa chica ya no está, ha desaparecido, ha privado al mundo de su belleza, de su tremenda capacidad artística, de su voz cristalina. Me sobrecoge pensar en su sufrimiento, en su final, cuando aún no estaba preparada para ello (cuándo se está). Me sobrecoge pensar que alguien dotada con una cualidad como la suya, desaparezca sin más y tan pronto. Es una maldición estar vivo. Me siento como si ya solo permaneciera aquí para asistir a la crueldad de un sádico que se recrea con hacer sufrir y con eliminar a seres humanos excepcionales. Después de conocer la desgracia de cerca, uno se estremece de pánico al contemplar la tragedia de los otros, por muy alejados que estén, por muy ajenos que nos resulten, sobre todo de aquellos que en algún momento han iluminado el mundo.