lunes, 31 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XIV

31 de octubre de 2022 

A raíz de un artículo de Irene Vallejo, recuerdo un mito de la tradición clásica. Y me desmorono. Los sueños me llevan siempre a ella. Hoy, por ejemplo, Eva no estaba muerta, resucitaba, los médicos se habían equivocado por completo y ella se había despertado en la morgue, plena de alegría y de vitalidad. Nadie sabía cuál había sido la equivocación, pero estaba claro que no estaba muerta, que volvía a casa y volvíamos a planear nuestra jubilación. 

Al despertar, tuve que cambiar la hora y, luego, amoldarme a la nueva realidad. Por suerte estaba en Bilbao y nada es como parece. Leo el texto de Irene Vallejo y, a pesar de rememorar un mito que a mí, cuando lo conocí me pareció demasiado efectista y melodramático, se me agarra al paladar como el cruasán que acabo de engullir en el desayuno. Jupiter y Mercurio bajan al mundo de los mortales y solo una pareja de mortales los acoge, humildes, hospitalarios. Ellos cobijan a los dioses y les dan lumbre, comida y vino (qué más puede pedir un viajero). Baucis y Filemón avivan el fuego, les ofrecen carne y unas jarras bien condimentadas, para que los extranjeros no pasen calamidades. Los dioses, agradecidos, al ver que esa pareja les entregaba todo lo que tenían para agasajarlos, se apiadan de ellos y quieren premiarlos. Les dan a elegir, les ofrecen la vida eterna, el colmo de los placeres y ellos no dudan: "Quiero morir el mismo día que Filemón" -dice Baucis. "Yo quiero lo mismo"-dice Filemón. "No quiero ver la tumba de mi compañera". Jupiter y Mercurio se sorprenden, no comprenden cómo alguien que puede elegir libremente sobre su destino, elige la muerte. A mí me resulta tan razonable que me da miedo.      

martes, 25 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XIII

25 de octubre de 2022

Beber y beber hasta perder el norte, hasta abandonar la realidad, hasta el punto de que a las nueve sacas el móvil y estás a pique de llamarla, para decirle que mañana volverás a casa, que no se preocupe, que no has bebido mucho (mentira), que al llegar harás la comida, que sacarás a la perra, que tenderás la ropa...; pero no, en seguida, a pesar de la embriaguez, la realidad te abofetea, recuerdas que no vas a volver a ningún sitio, que nadie te espera, que ella no estará para recoger tus despojos, que ya nadie te recriminará ser tan crápula. Y oyes los versos de Cernuda, tan vivos, tan hirientes como nunca, "libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin sentir un escalofrío..." Beber y beber hasta no ser uno mismo. "Embriagaos", sigo a Baudelaire, "de vino, de belleza, de cualquier cosa, pero embriagaos". Y luego, durante la resaca, el día es más gris; la noche, más oscura; el viento, más frío; las habitaciones, más estrechas; el abismo, más insondable. Y octubre, más grave.

lunes, 17 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XII

17 de octubre de 2022

Ella tiene dieciséis años y ha sufrido más que yo. Mucho más que yo. Sí, aunque parezca mentira, hay gente que puede sufrir más que uno. Llega a clase con la sonrisa puesta, con el amor por la literatura entre los dientes y con una motivación que no es propia de una joven. Porque ha sufrido más que yo, mucho más que yo. Y no es habitual que la gente sufra más que uno. Menos todavía los adolescentes. Se sienta y espera a que comience la clase, con avidez, con hambre de letras, de palabras. Me acongoja tanta pasión. Y la envidio. No porque haya sufrido más que yo, sino por estar más entera, más firme, con dieciséis años que yo con casi sesenta. Hoy me he quemado la lengua con el guisado de costilla y pensaba en ella, en su sufrimiento y en mi falta de ánimo. En mi apresuramiento, en mi indecisión, en mi incoherencia, en mi despiste continuo. Ayer, tan necesitado de gente, de conversación, como estoy, me equivoqué de sala al ir al cine y vi la película equivocada, sin compañeras a mi lado, porque mi subconsciente parece perseguir la soledad. Y ella me mira, alegre, avispada, con los ojos llenos de horizonte, y yo tengo que imitarla. Ella ha sufrido más que yo, mucho más, y ahí está, sentada, con la barbilla apoyada en la mano, a la espera del argumento de la Odisea, a la espera de Ulises. Me he clavado un vidrio en el pie, en el talón para ser más exactos. Sabía que se había roto una copa en la cocina y no he dejado de ir descalzo. Noto el dolor del vidrio hiriendo la carne, y aun así, ella ha sufrido más que yo, mucho más que yo, y conserva la mirada limpia, transparente como el aire de octubre.     

miércoles, 12 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XI

12 de octubre de 2022

Desde el abismo en el que me precipito, tengo la falsa sensación de que la caída es transitoria, de que todo esto es reversible. Imagino que Eva me reclama para que vuelva a casa, la veo abrazando amorosamente a mi hija, escribiendo en su diario de viajes el último episodio de nuestras peripecias, entra en el bar donde estoy comiendo solo y se sienta a mi lado y pide una ensalada, lee y me da su opinión sobre mis engendros, riega las plantas, paseamos a la perra, revisa las clases del día siguiente, prepara su cartera, se acuesta a mi lado, la beso y me despido de ella. Porque no, porque no volveré a pisar tierra firme, porque este abismo es para siempre, esta caída no tiene remisión. Y ya es tarde para aprender a volar, es demasiado tarde. Por muchas alas que se empeñen en fabricarme quienes me aprecian, creo que no voy a ser capaz de manejarlas. 

Solo se detienen el vértigo y la angustia cuando ella aparece como en sueños, con esa mirada verde de las sirenas, con la piel tan fina y blanca como el sudario de Penélope, tejiendo y destejiendo su presencia fantasmagórica. Vivo con la esperanza de Telémaco, a pesar de conocer la sentencia de los dioses, a pesar de saber que ella naufragó y yo mismo fui quien la arrulló en su último aliento. A pesar de la certeza, lo único que me consuela es imaginarla una y otra vez aparecer en la orilla, en el borde del precipicio, con el brazo extendido para salvarme, para detener la caída irreversible.   

martes, 11 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra X

11 de octubre de 2022

A veces los días son negros como la pez, como la oscuridad, como el fango, como el meconio, como la sangre coagulada. Son negros y te destrozan los intentos de recuperación. Son negros, como el vómito del apestado, como el repicar lento de las campanas, como las noches de luna nueva. Son negros esos días en que todo parece ir hacia el fondo: se rompe el tendedero, te lesionas un gemelo, pillas la tormenta en plena conducción, se abre la fosa de los malditos. Son insignificantes desgracias que te abocan a un porvenir sin sentido. Es verdad, antes la vida tampoco era nada, pero la tenía ordenada: los libros en posición alfabética, la silla para sentarse, el sofá para repantigarse, la cama para tumbarse, el hombro para suspirar sobre él. Todo era una murria inane que te mecía y abrazaba, te vendaba los ojos, para evitar percibir el argumento de la obra. Hoy, uno de esos días negros, ves con nitidez el primer y segundo acto y no muy lejos, el tercero, lúgubre, inevitable, apocalíptico. La soledad, esta soledad impuesta, te abre los ojos para que descubras, sin aliento, qué poco hay de sólido en tu andadura, qué leve es tu pasar, qué frágil. Y ella no está, y ella era mi hombro; y sin ella veo el mundo ingrávido, descarnado, sin apoyo para mi cabeza .     

sábado, 8 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra IX

7 de octubre de 2022

Hoy he vuelto a Sevilla. Ya es otoño, la canícula no te desbarata y una tarde de cobre bruñido me ha recibido con la boca entreabierta. He vuelto a Sevilla, al Callejón del Agua, a la Puerta de la Carne, al abrigo de mi hija, que me da refugio, alegría, candor y un vigor de juventud que necesito más que la comida. Las callejas del barrio de Santa Cruz, por la noche, silenciosas, limpias, amorosas, me acogen como si hubiéramos nacido aquí, como si las conociéramos desde la niñez. Abrazo por el hombro a Alma y caminamos juntos, felices, endulzados por una noche de temperatura deliciosa, sin brisa, sin el acogotamiento del sol, con la intensidad y la sencillez de la compañía necesaria. Sevilla es un huerto donde madura el limonero, un panal de turistas que pugnan por encontrar la cola más larga, un barandal de mármol desde donde se contempla un esponjoso anochecer, con manjares en sazón y flores y licor de dioses en las vitrinas. Sevilla es azulejo y piedra, soleá y romance, silencio y rompimiento de cantaor desgarrado. Sevilla es Alma y Cernuda y un poco el burlador. En Sevilla tengo ahora más aire del que puedo respirar.    

lunes, 3 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra VIII

3 de octubre de 2022

Antes de la desgracia era un gilipollas con pretensiones, ahora solo soy un triste gilipollas. He avanzado, aunque no lo parezca. Estar triste o ser un triste siempre es mejor que ser un pretencioso. Sí, para lo único que me ha valido sufrir esta tragedia ha sido para bajarme los humos, para ascender a la altura de los gilipollas sin ínfulas. No lo digo como boutade, sino como constancia de mi actual naturaleza. 

Hoy, en clase, he constatado con mis alumnos esta condición. Les había colgado en Classroom, para reforzar la sintaxis, las mismas oraciones que habíamos analizado en clase, un lapsus habitual, sin importancia. Ellos me lo han advertido sin ninguna acritud, con el gesto del que comprende a quien no está centrado. Aceptan, comprenden mi nueva naturaleza (la de triste gilipollas) y la asumen como algo que tienen que sufrir necesariamente. El gilipollas pretencioso habría argüido que lo había hecho adrede, para comprobar si estaban atentos a lo que colgaba (he estado a punto de decírselo); pero no, he preferido la verdad, que mi atención se ve disminuida por la murria que me acompaña día y noche. No han protestado, solo han esbozado un gesto de resignación e incluso alguno me ha compadecido. No quiero dar pena, pero la doy. Preparo las clases con el mismo esmero que antes, incluso con más interés, porque el contacto con los alumnos es uno de los pocos impulsos que remueven mi ánimo; sin embargo no puedo evitar estos fallos de raccord. En la siguiente clase, un alumno me ha preguntado "¿qué tal el finde?", y me ha respondido, al ver mi cara de circunstancias, "el mío tampoco ha sido nada del otro mundo". Nadie sabe manejar la solidaridad espontánea como ellos. Nadie tan comprensivo con la gilipollez deprimida como un adolescente.   

domingo, 2 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra VII

2 de octubre de 2022

La soledad impuesta por la muerte es muy distinta a la soledad buscada por voluntad propia. Antes de que Eva desapareciera, perseguía a menudo esa soledad que me ofrecía paz, tranquilidad, ensimismamiento, un rincón confortable desde donde leer, escribir, amodorrarse. Esa soledad dulce era un refugio para mí, un prado ameno donde relajarme. Nada que ver con esta soledad impuesta que vivo ahora, desgarrada, agria, con colmillos. La temo, me ha quitado el sosiego, apenas me permite escribir, me aparta de los argumentos de las novelas, me hiere cuando me acerco a la lírica o a la música. Temo lo que antes perseguía, temo el fuego que antes me calentaba y ahora me abrasa, temo quedarme conmigo a solas porque ya no disfruto de mí mismo y esto me desasosiega. Con la soledad deseada, las horas se deslizaban sin obstáculos, fluían mansamente, eran devoradas con deleite por el hambre estético. 

"Me da miedo quedarme con mi dolor a solas", se lamentaba Soledad Montoya. Nunca como ahora he entendido estos versos, nunca los había sentido tan hondos. Porque el dolor de la pena negra hurga en tus tripas en cuanto te sorprende mirando a las estrellas o leyendo un libro o escribiendo otro. Y te impide seguir, te limita, te engulle. Espero mitigarla en algún momento, hacerla coincidir con el dulce ensimismarse y volver a disfrutar del húmedo lametón del solipsismo. El recuerdo de la enfermedad y de la muerte es un molesto compañero de viaje.