viernes, 30 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVII

Este año he descendido a los infiernos y el problema es que esto no es una mera imagen literaria. He descendido a los infiernos en cuerpo y alma, he comprobado el comportamiento más cruel de la muerte durante casi tres meses. Se cebó en ella, en mi compañera, en mi amante: primero le arrebató el aliento, apenas podía pasear unos metros sin fatigarse; luego le fue quitando las ganas de comer, el vino se le hizo aborrecible; después la postró en la cama y la fue consumiendo poco a poco, con una crueldad despiadada. Yo asistía a su decadencia, a su humillación, a su inmovilidad, a su dolor; sí, porque al final la sometió a un dolor insoportable. Ni siquiera la morfina más potente era capaz de calmárselo. Vagamos por los hospitales, entre radioterapias y quimioterapias inútiles. La muerte la iba consumiendo y yo lo comprobaba noche a noche, día a día. El sol quemaba inclemente las azoteas mientras a ella el cáncer la devoraba sin piedad, le quebraba las vértebras. "Cuánto penar, para morirse uno", me decía Miguel Hernández. Las enfermeras la trataban con piedad de moribunda y a mí se me rasgaba el alma cada vez que le cambiaban las sábanas, cuando no comía, cada minuto que gemía en las noches interminables de sufrimiento. 

Este año he descendido a los infiernos, literalmente. Y cuando todo acabó, cuando el gotero se hizo añicos, yo estaba allí, en una sima profunda, en el último círculo y miraba hacia arriba y no veía nada, salvo oscuridad. Es difícil salir de un pozo profundo, atrapado por el cieno y sin saber hacia dónde ascender. No importan los días, los años, los minutos, pero sí las formas. La muerte no tiene decoro, no respeta nada, se recrea con los más vitales, con los más útiles. Los brazos, las manos de ellas (y digo ellas, porque sobre todo las mujeres son sensibles ante el que padece; los hombres rehuimos al doliente, al desconcertado), me ayudan a salir de la sima, a abandonar los círculos del infierno, a desprenderme del limo que me impide avanzar. Pasaré este año y mañana, casi liberado del trauma, casi fuera de esos círculos infernales, "siempre la claridad viene del cielo", celebraré la existencia, a pesar de que las fiestas impuestas me den un poco por saco.     

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Casa Matías en Sevilla

 La taberna Casa Matías en Sevilla tiene todo lo que uno busca cuando entra en un bar del sur. En primer lugar, una botillería envuelta en humo, polvo, e hilachas negras de telarañas, que le dan al local un sabor antiguo, muy útil para animarte a ingerir cualquier poción mientras te trasladas en el tiempo. La oscuridad del local le da un misterio especial al ambiente. No hay ni un solo guiri, los dejes del andaluz se dejan sentir en todos sus habitantes, quienes, con seguridad, llevan tantos años allí como la rebaba de la botillería. Se baila y se canta flamenco en un rincón, con toda espontaneidad, sin aparataje, ni tablao, ni preparación ninguna, fiesta popular pura. En un rincón, apoyado en la barra, con la mirada perdida y el tembleque propio de los beodos, nos encontramos al borracho oficial del local, de melena repeinada, aunque tan grasienta como el suelo de madera negra que ya pisaron los fenicios. Intenta decirnos algo, pero no puede. A su lado trajina con dos señoritas un viejo verde de unos ochenta y cinco años. Cuando las muchachas huyen, el camarero le pregunta, "¿Qué tal con las chicas, Aurelio? Me querían las dos, pero tengo demasiada potencia para ellas." Otro de los borrachos oficiales pasa detrás de la barra, descuelga un teléfono negro de 1940 y va llamando a los que beben y beben, "Quillo, ponte, que te llama la reina". Los palos cortados y el resto de las consumiciones no han sufrido el alza de los precios, ni la inflación ni Cristo que lo fundó. Lo raro es que nos hayan cobrado en euros y no en maravedíes. Antes de salir, un parroquiano nos saluda con hospitalidad oriental y nos indica dónde encontrar más locales como ese. Ha anochecido, el mundo es otro ahí afuera. Creo que si vuelvo la vista atrás, Casa Matías va a desaparecer porque ya no pertenece a este mundo de luces destellantes, franquicias y barras asépticas de metacrilato.    

viernes, 23 de diciembre de 2022

Temporada teatral de otoño en Albacete

La temporada teatral de otoño en Albacete me ha sorprendido, ha sido mucho más intensa y emocionante de lo que esperaba. Tanto la programación habitual como la Feria de Artes Escénicas han ofrecido al espectador la ocasión de disfrutar de veras del arte de Talía, algo difícil de conseguir. Muchas obras excelentes y muy pocas de baja calidad. 

Empiezo con Oceanía de Carlos Hipólito. Un intérprete magistral que lleva el texto autobiográfico de Gerardo Vera a alturas inesperadas. Su naturalidad y su actuación sin efectismos ni exageraciones es de las que hacen que acompañes al personaje sobre el escenario durante toda la representación. 

Sacristán, con su Señora de rojo sobre fondo gris, no desmereció a Hipólito. El texto de Delibes me emocionó especialmente por mi situación personal y se convirtió en un testimonio tan vivo como desgarrador para mí. 

Llegamos con las fauces chorreantes a Una noche sin luna de Juan Diego Botto y a fe que calmó la voracidad del espectador con maestría. Una representación completísima, como he visto pocas, donde la escenografía, el texto y el intérprete brillan a tanta altura que resulta difícil expresar el altísimo grado de satisfacción y emoción con que salimos del Teatro Circo. Hacer algo sobre Lorca tan original como lo que hace Botto tiene mención aparte. Había asistido poco antes al Lorca de Carmelo Gómez y más vale no hacer comparaciones.  

Y por último las representaciones de la Feria de Artes Escénicas. Gracias a Merce y a Mª Ángeles pude asistir a cinco obras. No esperaba tanta variedad y calidad, sobre todo en tres de ellas: La infamia, Tenorio y Vive Molière. Con la primera sufrimos la violencia mexicana de forma desgarradora, con la segunda me reí a rabiar y Vive Moliére es teatro en carne viva. Vaya espectáculo delirante, dinámico y atrevido. Si tengo ocasión de ir a Madrid lo volveré a ver.

El buen teatro te reconcilia con la vida, os lo puedo asegurar. Y si después se cena en compañía, el placer se multiplica por diez.    

miércoles, 21 de diciembre de 2022

El contrato social

Cuando uno, por lo que sea, pierde los vínculos familiares y juveniles, se convierte en un ser anómalo. Nuestras convenciones hacen que la gente con novio o novia, marido o esposa, se cierre en su círculo de conocidos y es difícil hacerlos participar en cualquier actividad (por nimia que sea) que no incluya a sus deudos o a su grey. El verso suelto, el hombre o la mujer sin ataduras, las parejas atípicas, actúan por impulsos y se dejan llevar por cualquier fuerza espontánea que se revuelva a su alrededor. Esto conlleva riesgos, pero sobre todo una ventaja incuestionable: la vida es menos predecible, más espontánea y diversa, se conoce a más fauna y permite abrir tu mundo de manera que cualquiera puede entrar en él. Es justo lo contrario de lo que ocurre en las parejas convencionales. Resulta muy difícil, casi imposible, que en esos círculos formales ingrese nadie que no haya pertenecido a ellos por vínculos casi de sangre. 

Siempre resultan traumáticas las presentaciones de nueva gente, pero si uno se acostumbra a tratar con todo el mundo corre el "peligro" de volverse una persona más libre, más crítica y con menos prejuicios. Es violento conocer a desconocidos, sobre todo cuando uno tiene ya una edad, pero a la larga redunda en un beneficio incuestionable: el músculo de la receptividad se vuelve flexible y vigoroso, vamos, como un pilates del comportamiento social.   

jueves, 15 de diciembre de 2022

IES EVA ESCRIBANO DE MINGLANILLA

Hoy he comido mal, sin embargo me alegro. He comido mal porque la directora del instituto de Minglanilla me ha comunicado una noticia que me ha colmado de emoción y me ha desgarrado. Los compañeros de Eva, a propuesta de su equipo directivo (Virginia, Inda e Isabel), han decidido poner un nuevo nombre al centro: IES EVA ESCRIBANO. No hay homenaje mayor que este para una maestra. Sus compañeros, los representantes de alumnos y padres han decidido conceder un reconocimiento magnífico a quien entregó gran parte de su vida a la enseñanza. La tragedia del cáncer se la llevó en un suspiro y nos dejó a todos los que la queríamos desconcertados, sin norte; sin embargo, gracias a la comunidad educativa su nombre va a presidir el lugar de sus amores: la escuela.  

No encuentro mejor gratificación que quienes trabajaron contigo crean que mereces llevar el nombre del centro donde enseñaste, donde ellos conviven día a día y se desesperan y ríen y se envuelven con los alumnos en una tarea tan menospreciada como decisiva. Ser maestra era tu pasión, tu vida, tu dedicación continua. Llevabas más de treinta años con los chicos y pocas veces desfallecías. No estoy escribiendo un panegírico, estoy reflejando la realidad de lo que yo veía en casa y de lo que tú me contabas cuando salías del aula. Escrupulosa, vigilante, dedicada, entregada, amorosa, recta, laboriosa, solidaria... No voy a cargarte de más adjetivos porque parecen fabricados por tu ausencia y no es así. Te puedo asegurar que he visto a pocas maestras con tu denuedo por la profesión, muy pocas. El reconocimiento de tus propios compañeros así lo ratifica, es un galardón que ningún vate provenzal podría igualar. Eva, eras maestra y lo serás siempre, porque tu nombre es el pórtico de un centro educativo que te ha reconocido como paradigma. Gracias infinitas.       

domingo, 11 de diciembre de 2022

Reventar

Ayudan las nuevas amigas, incondicionales y entregadas (un ejemplo, Mercedes y Elena). Ayuda correr hasta perder el aliento, hasta no saber quién eres. Ayuda leer, leer a los clásicos y a los no tan clásicos. Ayuda escribir, ayuda y a veces desangra, pero ayuda. Ayuda el teatro, el cine, las artes escénicas, el espectáculo, ayuda. Ayuda, y mucho, la cerveza y el güisqui de malta, ya te digo. Ayuda la ciudad, la ciudad, el cambio, ayuda. Ayuda todo esto a ignorar diálogos como los que surgen:

-Si como mierda y me hincho a licores recios, ¿cuánto tardaré en reventar?

-Pues no sé.

-Mucho me parece.   

Consejos para un domingo por la tarde

Los domingos por la tarde son espacios que, a menudo, resultan odiosos a mucha gente. No sé por qué. Si no estáis en un erial o en medio del campo (las consejas serían otras), os recomiendo un itinerario que os conducirá, sino a la gloria, por lo menos a olvidaros del tópico de que el domingo es despreciable. Reservad en un restaurante de postín (evitad las gambas). Llevad paraguas, es imprescindible, y recorred las zonas de bares y copas más frecuentadas. El mal tiempo y el que sea domingo ayuda a que haya muy pocos sitios abiertos. En cada uno de ellos es necesario hacer una parada y probar la cerveza de la casa o un palo cortado o lo que surja. Es una selección natural, y ayuda a no tener que pensar si me tengo que meter en un sitio o en otro. Bar abierto, lugar que tengo que visitar. Una vez que hayamos visitado todos los tugurios, no queda otra opción que la de volver a casa. Una vez en el refugio, nos serviremos un güisqui caro con hielo y surgirá esta reflexión: "Joder, la copa de güisqui caro de mi casa me cuesta menos que la caña más barata". Sí, es verdad, pero hay que asumirlo. Yo opto por el circuito, otros, una vez visto el dispendio, no volverían al vía crucis. Otra cosa, cuidad lo que veis en las plataformas, porque si después de esta enseñanza, os dedicáis a ver una película de los Hombres G, el vómito de los licores ingeridos va a ser inevitable y de eso no me podéis echar la culpa.   

jueves, 8 de diciembre de 2022

"Los muertos" de James Joyce



En "Los muertos" James Joyce nos invita a asistir al baile navideño de las señoritas Morkan en Dublín a comienzos del siglo XX. Las anfitrionas, Kate, Julia y su sobrina Mary Jane, nos conducirán, muy hospitalarias, al salón donde se baila desenfadademente; se bebe güisqui, limonada o ponche caliente; se habla, se canta e incluso se discute de nacionalismo, religión y asuntos domésticos (hasta de galochas). Se vive a la luz de las lámparas de gas, refugiados de la nieve, de la intemperie. Luego cenaremos y el protagonista, Gabriel, sobrino de las anfitrionas, trinchará la oca. Será él mismo quien se encargará de agradecer con un emotivo discurso la cortesía de sus tías al invitarnos como todos los años por Navidad. Coreamos el nombre de las tres mujeres y poco más tarde comienzan las despedidas. 

Hemos disfrutado de una velada cálida, agradable, llena de las delicias y las tiranteces de una pequeña comunidad habitada por las vulgaridades mundanas de tantas otras. Y es en ese momento cuando comienza lo grandioso de este relato. Gabriel y Gretta (su mujer) abandonan la casa, y nosotros con ellos. Nos dirigimos hacia el hotel. Él, movido por un acceso de lujuria, desearía que ella se mostrara esa noche más amorosa, más cercana, pero Gretta está muy lejos de allí, su mirada triste y perdida la delata, la enfría. Gabriel le pregunta qué le ocurre y ella le cuenta una historia de amor terrible, que le sucedió en su adolescencia, en Galway. Un pretendiente suyo murió por su culpa. Estaba muy enfermo y Gretta se iba a Dublín. La misma noche de su partida él se presenta en la puerta de casa. Era una noche fría, la nieve caía lentamente. A los dos días el muchacho de 17 años muere de enfriamiento. Toda la historia la cuenta Gretta recostada en la cama. Se duerme por fin, está muy cansada, y Gabriel observa su melancolía, más allá del sueño. Gabriel llora de celos y de congoja. En la penumbra de la habitación, a través de la ventana, imagina ver la figura del joven bajo un árbol goteante. Afuera, la nieve sigue cayendo lentamente. "Su alma había alcanzado esa región en la que moran las vastas huestes de los muertos". Nieva y nieva, según los periódicos en Dublín y en toda Irlanda, también sobre la tumba del amante muerto. La nieve desciende a través del universo, sobre todos los vivos y los muertos, como cae la lluvia que canta el bufón de Lear, como se deshila la lluvia lentamente en el páramo desnudo de Albacete. En 1907 y en 2022.       

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVI

Hoy, 7 de diciembre de 2022, tendríamos que estar celebrando nuestro treinta y un aniversario de boda, pero, como se lamentaba Bécquer, "no pudo ser". Fueron más de treinta y un años juntos, muchos más. Te escribí un poemario, ¿lo recuerdas? "Dame tu mano y paseemos". Acababas de cumplir veinte años y lo celebraba con júbilo, con la esperanza de que no me apartaras de tu lado. Yo mismo cosí las hojas y le puse unas tapas de fieltro verde (el color de la locura). Eran versos infames, casi tanto como la calidad de la encuadernación, y, pese a todo, aún los conservo. Te esperé en uno de los bancos de la Alameda, donde conversábamos durante horas, nos acariciábamos, nos besábamos (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!) y nos descubríamos con ensimismamiento todavía adolescente. Cuando te regalé el poemario, me ruboricé. Era 29 de mayo de 1986. Lo escribí con mi mejor caligrafía, con esmero, sacando la punta de la lengua en cada trazo. Lo escribí con rima y métrica tradicional, con el denuedo de un amante clásico, con la torpeza de un joven desmayado. Las rimas sonaban a Miguel Hernández y retumbaba Ángel González en cada uno de los ripios. Podría haberte descrito como Dante lo hizo con Beatrice o Petrarca con Laura o Garcilaso con Isabel Freyre, porque poseías casi todas las cualidades del modelo de belleza renacentista: ojos verdes; tez pálida, casi transparente; cuello firme y estilizado y, sí, recuerdos de Botticelli; pero no, no manejaba todavía los recursos para retratarte con fidelidad literaria. Me agarraste la nuca con delicadeza (me gusta que enrosques mi pelo negro en tus dedos de maestra) y se te saltaron unas lágrimas. Todo era tan melifluo, tan inocente, tan juvenil, que me avergüenza registrarlo. Me enseñaste a besar (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!), a acariciar, a susurrar, casi a escribir. Era la fiesta de la primavera. El viento removía tus veinte años recién cumplidos, los turbaba, los hacía temblar bajo la lectura, pausada, demudada, emocionada. Los versos no merecían tanta atención, tanta dulzura, tanta admiración. Y nos besamos: ¡pongo tanto cuidado cuando te beso!