miércoles, 28 de diciembre de 2022

Casa Matías en Sevilla

 La taberna Casa Matías en Sevilla tiene todo lo que uno busca cuando entra en un bar del sur. En primer lugar, una botillería envuelta en humo, polvo, e hilachas negras de telarañas, que le dan al local un sabor antiguo, muy útil para animarte a ingerir cualquier poción mientras te trasladas en el tiempo. La oscuridad del local le da un misterio especial al ambiente. No hay ni un solo guiri, los dejes del andaluz se dejan sentir en todos sus habitantes, quienes, con seguridad, llevan tantos años allí como la rebaba de la botillería. Se baila y se canta flamenco en un rincón, con toda espontaneidad, sin aparataje, ni tablao, ni preparación ninguna, fiesta popular pura. En un rincón, apoyado en la barra, con la mirada perdida y el tembleque propio de los beodos, nos encontramos al borracho oficial del local, de melena repeinada, aunque tan grasienta como el suelo de madera negra que ya pisaron los fenicios. Intenta decirnos algo, pero no puede. A su lado trajina con dos señoritas un viejo verde de unos ochenta y cinco años. Cuando las muchachas huyen, el camarero le pregunta, "¿Qué tal con las chicas, Aurelio? Me querían las dos, pero tengo demasiada potencia para ellas." Otro de los borrachos oficiales pasa detrás de la barra, descuelga un teléfono negro de 1940 y va llamando a los que beben y beben, "Quillo, ponte, que te llama la reina". Los palos cortados y el resto de las consumiciones no han sufrido el alza de los precios, ni la inflación ni Cristo que lo fundó. Lo raro es que nos hayan cobrado en euros y no en maravedíes. Antes de salir, un parroquiano nos saluda con hospitalidad oriental y nos indica dónde encontrar más locales como ese. Ha anochecido, el mundo es otro ahí afuera. Creo que si vuelvo la vista atrás, Casa Matías va a desaparecer porque ya no pertenece a este mundo de luces destellantes, franquicias y barras asépticas de metacrilato.    

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