miércoles, 7 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVI

Hoy, 7 de diciembre de 2022, tendríamos que estar celebrando nuestro treinta y un aniversario de boda, pero, como se lamentaba Bécquer, "no pudo ser". Fueron más de treinta y un años juntos, muchos más. Te escribí un poemario, ¿lo recuerdas? "Dame tu mano y paseemos". Acababas de cumplir veinte años y lo celebraba con júbilo, con la esperanza de que no me apartaras de tu lado. Yo mismo cosí las hojas y le puse unas tapas de fieltro verde (el color de la locura). Eran versos infames, casi tanto como la calidad de la encuadernación, y, pese a todo, aún los conservo. Te esperé en uno de los bancos de la Alameda, donde conversábamos durante horas, nos acariciábamos, nos besábamos (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!) y nos descubríamos con ensimismamiento todavía adolescente. Cuando te regalé el poemario, me ruboricé. Era 29 de mayo de 1986. Lo escribí con mi mejor caligrafía, con esmero, sacando la punta de la lengua en cada trazo. Lo escribí con rima y métrica tradicional, con el denuedo de un amante clásico, con la torpeza de un joven desmayado. Las rimas sonaban a Miguel Hernández y retumbaba Ángel González en cada uno de los ripios. Podría haberte descrito como Dante lo hizo con Beatrice o Petrarca con Laura o Garcilaso con Isabel Freyre, porque poseías casi todas las cualidades del modelo de belleza renacentista: ojos verdes; tez pálida, casi transparente; cuello firme y estilizado y, sí, recuerdos de Botticelli; pero no, no manejaba todavía los recursos para retratarte con fidelidad literaria. Me agarraste la nuca con delicadeza (me gusta que enrosques mi pelo negro en tus dedos de maestra) y se te saltaron unas lágrimas. Todo era tan melifluo, tan inocente, tan juvenil, que me avergüenza registrarlo. Me enseñaste a besar (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!), a acariciar, a susurrar, casi a escribir. Era la fiesta de la primavera. El viento removía tus veinte años recién cumplidos, los turbaba, los hacía temblar bajo la lectura, pausada, demudada, emocionada. Los versos no merecían tanta atención, tanta dulzura, tanta admiración. Y nos besamos: ¡pongo tanto cuidado cuando te beso!            

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