Panza de burro es una novela fresca, rica en registros y de una originalidad apabullante. Ayer tuve la oportunidad de verla representada sobre los escenarios. Una compañía canaria, "Delirium Teatro" ha conseguido dar cuerpo, y de qué manera, al libro de Andrea Abreu. La puesta en escena es tan sencilla como el planteamiento de la novela y tan compleja como asentarlo todo en la apuesta por el lenguaje, a la manera del teatro más clásico, pese a romper muchos moldes. El argot canario y ese tono arrastrado de su fraseo convierte el espectáculo en una fiesta para la metáfora atrevida y el chascarrillo. Pero la obra va mucho más allá. En el teatro solo hay que regirse por una intuición muy precisa: cuando entras en una sala, empieza la obra y a los cinco minutos ya estás dentro del mundo que proponen los actores, todo se ha conseguido. Parece fácil, pero no lo es en absoluto. En Panza de burro me pasó eso. Al poco ya era una más de las amigas de Isora y de la Shit, ya estaba encaramado a lo alto de las bardas para ver qué ocurría en su patio. Solo un "fisquito" de texto y el espectador se convierte en canario, en niña, en playa. Y no, no es una obra localista que solo puede ser apreciada por los habitantes del volcán, no. Esas niñas sin padre ni madre, con abuelas mal encaradas, que buscan constantemente el refugio del mar (y que son engullidas por las olas, como en el poema de Federico); esas niñas son las protagonistas de una historia dura y tierna a la vez (como no lo puede ser un chuletón); divertida y desgarradora; rompedora y tradicional; localista y universal; contradictoria, vibrante. Otra vez el teatro. Y esta vez no fue un "rosquete".
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lunes, 27 de enero de 2025
Panza de burro
martes, 9 de julio de 2024
"El gran teatro del mundo" de Calderón de la Barca
¡Qué pena me dio anoche la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Almagro! Hace muchos años que la sigo y siempre que me preguntan por una obra de teatro clásico recomiendo que vean a la CNTC porque nunca defrauda. Sus anteriores directores, Alonso de Santos, Eduardo Vasco, Helena Pimenta (hasta Ana Zamora, aunque no fuera directora), hicieron de sus montajes teatrales extraordinarias experiencias estéticas con las que sabían acercar el lenguaje de los clásicos (siempre tan rico y difícil) al público actual. "El gran teatro del mundo", bajo la dirección de Lluis Homar adolece de todas las virtudes que adornaban a los experimentos de la CNTC. El verso no está mal dicho (faltaría más), pero el auto sacramental de Calderón se convierte en sus manos en una pieza de arqueología teatral. Una insulsa puesta en escena, un vestuario intrascendente y unas actuaciones nada deslumbrantes ayudan a arrinconar la obra en la mediocridad (fenómeno extraño en una obra de la CNTC). El texto de Calderón apenas se ha tocado y espero que no haya sido para conservar su pureza ideológica y su moraleja (seguro que no). Nada nuevo se ofrece en esta versión de un auto sacramental, ni siquiera su apariencia. La obra misma es un autómata con las articulaciones oxidadas, el cuello rígido y la mandíbula descolgada. Homar consigue que el estro artístico de la CNTC se convierta en una labor de funcionarios, sin alma, rutinaria, en una pandorga de paja y tierra. Solo me queda la esperanza de que una disidente como Marta Poveda nos ofrezca en "La francesa Laura" una transgresión suficiente para eliminar el mal sabor de boca de este teatro del mundo, tan anodino como falto de arte.
domingo, 7 de julio de 2024
Chapitó, "Julio César"
martes, 12 de marzo de 2024
El castillo de Lindabridis
Los espectáculos teatrales que monta Ana Zamora, reciente Premio Nacional de Teatro, son exquisitos. El castillo de Lindabridis es verdadera arqueología dramatúrgica. Cuando estaba en la butaca tenía la misma impresión que al ver los cuentos del Decamerón de Pasolini: quien ha dirigido este montaje conoce tan a fondo la época y los rincones del teatro barroco que es capaz de trasladarnos en un vuelo (como el del propio castillo) a ese siglo decadente y oscuro, el XVII. En la sencillez y el cuidado de la puesta en escena, en la carpintería, en el vestuario, en el verso claro (del oscuro Calderón), me parece trasladarme en el tiempo e imagino que la obra la está viendo Felipe IV, atiborrado de vino y con la Calderona sobre el escenario. Me asomo a los palcos y no, el rey no está o se ha dormido o ha bajado a los camerinos a extender la gonorrea entre las actrices. La coreografía de los cómicos, la escenografía y la música nos indican que estamos ante un espectáculo total, un espectáculo barroco en toda regla, sin efectismos, sin falsas pirotecnias. Quizás Cosme Lotti lo habría adornado más, pero así, con esta sobriedad, el verso fluye cristalino, como si no fuera de Calderón. Miro otra vez hacia el palco. No, Felipe no está viendo la función, pero sí, es una obra cortesana, ligera, llena de tópicos que la eficacia de la Zamora convierte en maravilla teatral. Hasta los entremeses de las jornadas se cuidan y se engarzan en la temática de la obra con una dinámica festiva de muy difícil ejecución. La mojiganga, la jácara, todo está allí, sobre el escenario: un puzzle de madera que cobra una vida majestuosa y vivaz, alegre, para divertir a ese que no está en el palco y que debería haber venido, mejor nos habría ido. Los placeres de la carne, ¡ay!, los placeres de los sentidos, de todos los sentidos, porque hasta se huelen y se saborean los aromas del palacio de los decadentes Felipe IV y cortesanos. El oído y la vista casi han reventado. Y hemos tocado a Ana Zamora, que es mucho.
sábado, 9 de marzo de 2024
Romeo y Julieta despiertan
Ana Belén vista desde el anfiteatro del Teatro Circo podría tener desde 15 hasta 70 años. Supongo que mantener ese cuerpo así de escueto debe conllevar una disciplina marcial. Es la actriz ideal para protagonizar Romeo y Julieta despiertan, sin duda alguna. Los enamorados vuelven a la vida después de pasar 50 años en un sepulcro y ella no es consciente del paso del tiempo. Una recreación correcta del clásico, sin más. Me quedo con la escena final: los protagonistas, una vez conscientes de los años transcurridos, conscientes de su vejez, optan por la única solución posible: el veneno. Ni siquiera ellos, Romeo y Julieta, aguantan el espejo y este es el gran acierto de la obra. Luego ha habido un diálogo, que no he entendido muy bien, con el que de alguna forma se dulcifica el impulso suicida (ya lo he olvidado).
lunes, 29 de enero de 2024
El buen teatro
El buen teatro es nutritivo, es adictivo, es una purga necesaria para quien necesita salir de sí mismo. El buen teatro redime, da esperanza a quien ya le cuesta percibir emociones. El buen teatro es alimento necesario para quien ha perdido el apetito, un reconstituyente vital de propiedades muy recomendables.
Vicky Luengo es una muchacha de frágil aspecto que se convierte sobre el escenario en una gigantesca catalizadora de palabras. Las palabras de Prima Facie, una obra que mide el tempo y el desarrollo de la trama con un cuidado digno del mejor experto en Derecho. Una obra que cuida el poder de la narrativa con esmero, que apela a la razón y a la emoción a partes iguales, con estudiada arte retórica. Cuando la obra finaliza, uno suelta el aire como si lo hubiera estado reteniendo a lo largo de las casi dos horas de representación. No hemos mirado ni una vez el reloj porque la Luengo imprime un ritmo al texto casi extenuante. No cabe el aburrimiento ni el abandono de la escena, ni la impasibilidad. Todos estamos alrededor de la protagonista, oliéndola, palpándola, comprendiéndola y, al final, arropándola, compadeciéndola. La voz narrativa es potente y en seguida se adueña del jurado, perdón, del público.
El buen teatro, la buena cómica, tan sencillo, tan difícil. El arte, el verdadero arte, te cambia el metabolismo, te convierte en mejor persona, te hace otro, ojalá lo consiguiera del todo.
sábado, 15 de julio de 2023
Secáronme los pesares
Sobre el escenario, Molière, su vida, sus obras, Vive Moliére, una farsa divertidísima y didáctica que he visto la friolera de tres veces (en la última me he reído tanto como en la primera). El Palacio de los Oviedo en Almagro abre sus cielorraso a las estrellas y al vuelo de los murciélagos. Molière muere en lo alto de un tobogán, no durante la representación de El enfermo imaginario. Muere y la diosa Fama se lo lleva consigo al Parnaso. Ojalá todas las muertes se presentaran así, con este ritmo de comedia alocada, chocarrera, musical.
Llevo veinticinco años asistiendo al Festival de Teatro Clásico de Almagro. Perdón, llevamos. Es un ritual, una costumbre sana, un retiro espiritual que alivia y cauteriza las heridas abiertas por la jauría adolescente. Eva también ha venido, como siempre, como todos los años, me lo acaba de decir Molière desde lo alto del tobogán. Las Jornadas de Teatro Clásico son aún más antiguas que el propio festival y ayudan a complementar estos días de comedia. La primera sesión ha resultado intensísima. Las directoras de las mejores compañías teatrales de España desgranan sus ideas y experiencias sobre la dificultad de acercar los textos renacentistas y barrocos. Ana Zamora, Laila Ripoll, Helena Pimenta, mujeres que han resucitado a Juan del Encina, a Lope de Rueda, a Gil Vicente, a Lope, a Calderón y tantos otros. Nos desmenuzan obras que Eva y yo vimos en Almagro y Madrid hace años. Es emocionante revivir con sus creadoras las puestas en escena que luego comentábamos a la luz de un gintónic en la plaza de los Fúcares, envueltos entre calima y galerías. Eva me llegó a confesar que del único teatro que disfrutaba de veras era del clásico, no sabía por qué. El veneno del verso (del que tanto hablan las directoras) se había adueñado de nuestra estética dramática. El teatro contemporáneo nos parecía otra cosa, otro tipo de espectáculo. Los enredos amorosos de Lope, la capa y la espada, nos infectaron de un virus de más larga duración que el COVID.
Por la tarde, en el corral de comedias, Ana Zamora, directora de la compañía Nao d´amores, rinde homenaje a su experta musical Alicia Lázaro, muerta en 2021. Un concierto delicioso de música renacentista del que Ana nos relata su historia, sus entresijos. Alicia, como Eva, como Molière, tampoco ha muerto. En los acordes del concierto está su vida, como en las palabras de Harpagón está Jean Baptiste, como en el runrún de los alumnos está Eva, más allá del tiempo y del espacio. Ana Zamora, magnífica, entusiasmada, pone en boca de un personaje renacentista esta copla, "Secáronme los pesares". Podría decirlo Eva en lo alto del tobogán de la Fama mientras Molière la requiebra y Lope la enamora con versos naturales de amor contrariado.