El vértigo del tiempo; el vértigo del paso inexorable de los días, de los años; la amenaza de la vejez; el horizonte ominoso de la muerte, de la inexistencia, del no ser. Bulle y bulle, cada vez con más fuerza, con mayor angustia. Es una maldición pensar en uno mismo, tener consciencia de la finitud. Me asomo al abismo y un viento helado me corta la respiración. Estiro los brazos y no palpo nada, salvo la nada. Un vacío insondable, amargo, al que estamos condenados todos, todos (torpe consuelo). Las dimensiones del teatro.
Ella ya fue engullida por el precipicio. Me espanto. Solo queda la nada, solo. No me habléis de alimentos saludables, de hábitos perniciosos… Tened decencia, dejad caer al mortal con un aire de dignidad. No mintáis y, sobre todo, no deis la pelma. Dejad que nos arañe por última vez la tierra.
Mi vida no es así, solo mi literatura. No os preocupéis, la estoy sustituyendo por ver fútbol en televisión (así olvidaré la palabra “ominoso”.)
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