lunes, 22 de julio de 2019

Veranos viajeros: hoy, Paradores.


Como ciudadano alemán, asiduo a los Paradores españoles, quiero mostrar mi repulsa e indignación por la vulgarización que están sufriendo estos alojamientos, antes de lujo. Los turistas alemanes con categoría no tenemos por qué soportar esta avalancha de españoles de clase media en lugares tan exclusivos. Bastante hacíamos ya con aguantar a los ingleses. No, no y no. ¿Para qué quiere ser uno millonario si no puede disfrutar de los privilegios que se asocian con esta condición? Llevo años yendo a Paradores y voy a tener que dejar de hacerlo. Hay demasiados españoles alojados. Arman mucho jaleo, ríen, conversan y hablan de tú a tú con los empleados. El primer día que entraba en un parador me gustaba sentarme en el zaguán y comprobar cómo paraban a los turistas españoles en el vestíbulo para impedirles visitar las dependencias exclusivas de los clientes. Ahí podía uno gozar de su clase. Hoy, no solo hay muchos clientes de medio pelo que entran a cualquier parte, sino que no se pone ningún medio para que los turistas de clase media no deambulen por los pasillos, patios y salones. 
La tasa de mortalidad en los Paradores es de las más altas de la Unión Europea. La edad provecta de los clientes y esos desayunos libres en los que uno se puede llenar el plato hasta que rebose de jamón ibérico y queso de tetilla, han provocado siempre un alto número de decesos. ¿También queremos acabar con esto? ¿Queremos llenar de jóvenes sin operar y de adultos sin bastón los conventos y castillos destinados antes a alojar a las más insignes momias de la Europa Central? Ya está bien, no. Cuando veía a uno de estos viejos sentado a mi lado en el desayuno, pensaba, "yo seré uno de ellos (mañana mismo), moriré atragantándome con una bierwurst o con un eisbein, tendré el privilegio de formar parte de la nómina de víctimas de estos antiguos palacios restaurados". Ahora ya no, ni siquiera la bendita crisis de 2011 ha impedido a esta clase media escandalosa compartir conmigo las alfombras y los sillares de estos antiguos edificios. Si nosotros no molestábamos a los españoles en sus sucios bares ni en sus callejuelas, que apestan a orines, ¿por qué invaden ellos estas dependencias destinadas al cliente exclusivo?
Directores de Paradores y administradores del turismo en España, alejad a la chusma de nosotros. Subid los precios, limitad las plazas, no dejéis entrar a gente sin sandalias ni calcetines blancos, hacedlo por los que aún sabemos apreciar la sociedad estamental y a Carlos V.          

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