jueves, 11 de julio de 2019

MIL Y UNA NOCHES EN LA CÁRCEL (Capítulo II)

                        Restos de trincheras en la posición republicana de "Loma Quemada"

Justificación del diario y comienzo de la historia: de cómo se anuncia el final de la guerra y la rendición incondicional del ejército republicano; se realiza la entrega de armas a los nacionales y el traslado desde "Loma Quemada" a Prádena en la Sierra de Madrid; también se relata la primera noche como cautivos, pasada al raso bajo la nieve. 


PRÓLOGO 


(Las dos primeras páginas son ilegibles) 


… Escribo desde la prisión de Santa María del Puig, en donde, mi tiempo de ocio está marcado por la inquietud, el malestar y la preocupación moral, que en todo momento pesa sobre la imaginación de quien desea algo que está muy lejos de alcanzar. 

Después de pasar por once prisiones, vinimos a caer en este espacioso convento. Aún soy preso preventivo en la hora en que cierro esta novela de aventuras que podría imitar a las del Quijote. 
                                                                   EL PUIG, DICIEMBRE DE 1941 



Donde principia la curiosa trayectoria titulada  "Mil y una noches en la cárcel"  

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Fue más fácil escribir sobre estas mil y una noches que vivirlas una tras otra. He pasado tantas calamidades en circunstancias tan sumamente tristes que no creo que nunca las pueda superar. 
No será fácil recordar con puntualidad hasta el último detalle, pero procuraré hacer un esbozo lo mejor que pueda en las circunstancias en las que me encuentro, bajo la custodia de los funcionarios de prisiones, que actúan bajo las normas del código falangista. Ellos las deben cumplir y nosotros las debemos obedecer. 
Tengo el gusto de escribir esta memoria para que algún día se lea con curiosidad, particularmente mis sucesores. No son aventuras ficticias lo que voy a plasmar, sino la verdad de lo sucedido.

El principio del fin (La "Loma Quemada")

El día 28 de marzo de 1939 a las ocho de la mañana estaba yo durmiendo tranquilamente en mi “chabola”, en la posición de la Peña Blanca, sector de Somosierra, cuando el jefe de posición nos alarmó para transmitirnos las órdenes que acababa de recibir: “La guerra ha terminado sin condiciones. Tenemos que entregarnos al enemigo, por lo que vamos a poner bandera blanca. El que no quiera entregarse y prefiera marcharse al extranjero se puede apuntar para salir esta noche hacia Valencia. Se puede elegir entre Francia, Inglaterra y México. No hay que hacer resistencia alguna al enemigo”. La noticia no me sorprendió porque solía hablar todas las noches con soldados nacionales. Esa misma noche había estado de patrulla desde las 9 de la noche hasta las dos y comprobé que había algo fuera de lo normal, se oía mucha juerga en los pueblos próximos y los soldaditos no paraban de decirnos que la guerra había terminado, que nos acercásemos, que no nos pasaría nada, que ya era hora de ser todos hermanos. De hecho no disparaban, para la costumbre que tenían. De todas formas, yo no les hice caso. 

Llegó el comandante a las 9 de la mañana y ordenó la retirada de las fuerzas de las trincheras. La comandancia estaba en Berzosa de Lozoya (Madrid), a donde llegamos a la una de la tarde. Recogimos las armas para entregárselas a los Nacionales y a continuación nos dieron una comida bastante floja, apuramos las reservas que había en la intendencia, que eran muy pocas. Durante algunas horas, muchos no estuvieron de acuerdo con los mandos, se pusieron violentos y se negaron a entregarse. Se tiraron al monte sin apenas armas ni comida. No sé qué sería de ellos. 

A la caída del sol, nos formaron y nos dirigieron a la posición de la “Loma Quemada”, donde nos esperaban los soldados nacionales, que ya habían pasado a nuestras posiciones, para que les entregáramos las armas. Cuando nos aproximábamos a aquel lugar, cada cual se hacía sus cuentas, con muy poca confianza, sobre lo que nos esperaba. Algunos se alegraban de lo sucedido. Casi la totalidad obedecimos órdenes y caminamos hasta el sitio. Algunos no lo hicieron así, traicionaron a los mandos. Otros preguntábamos al comisario que cuándo y por dónde venían los camiones que habían de llevarnos al puerto de Valencia, a los que voluntariamente nos habíamos apuntado para marchar al extranjero. Él contestó: “Yo ya no soy comisario ni sé adónde vamos. Quedé ya sin órdenes y, por lo tanto, mi misión ha terminado. De forma que ni me nombréis siquiera porque no sé lo que será de los comisarios”. 

Nos reunieron cerca de una casa de pastores. Íbamos unos cinco mil (la Primera División). No cesaba de caer nieve y el lugar era el más "adecuado" para pasar la noche: por cubierto teníamos el cielo y por cama las piedras. No había medio de hacer fuego y, a pesar de estar acostumbrados, pasamos bastante frío y la noche se hizo muy larga. Cuando amaneció, custodiados por los soldados nacionales, nos dirigimos al pueblo de Prádena. Nos dio tiempo a echar cuentas y a pensar en lo peor. Había terminado la guerra y se oían comentarios de todo tipo. Algunos me sorprendieron mucho. No nos fiábamos de los que decían que ya era hora de poder hablar y de poder denunciar a muchos por asesinos y no vivir entre ellos. No estaba uno para pensar en nada. Había que hacerse cuenta de que habíamos perdido y, como propio del que juega y pierde, a callar y “san joderse”. (CONTINUARÁ)

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