Cuando el gato se comió el sol, gozaron los goliardos de la efervescencia que ofrece la creación comunal y gustaron la dicha que mana de la conjunción espirituosa de almas en perdición.
La taberna bullía de vida cuando entramos para sofocar la sed de un julio no demasiado abrasador. La posadera se acercó hasta nosotros golpeándonos con su turgencia. El descaro que da el trato con el vulgo nos animó a mirarla como objeto de deseo a pesar de que sujetaba sus pechos con un arnés de cuatro cierres que mitigaba el babeo de los goliardos. Reynaldo, empalmado y sudoroso, se relamía con los contoneos de todas las taberneras, incluida el de la espalda engañosa de un abisinio que él confundió con otra hembra. Llenamos las jarras hasta el borde y abrevamos el ansia del encuentro en una cerveza floja que caía en el estómago con aviesas intenciones. Se animó la conversación de los goliardos: se pasaba del Antiguo Testamento a las aventuras libidinosas del Visionario, de los misterios de la creación a la fascinación del LSD, para terminar siempre en la esencia del rock progresivo. Volvía de nuevo la posadera y arrancaba a Steve Wilson de la boca del Sarraceno, enmudecía a Reynaldo y tumbaba la lista de los discos de Yes que acababa de engarzar el Impermanente. El rock progresivo se ahogaba en el manantial de la cebada. Faltaban los instrumentos para amenizar la velada.
Con nuevos jubones donde se plasmaban estampados los retratos de los goliardos, salimos al mundo para comerlo, mejor, para beberlo. Las viandas suficientes y los galillos regados, la conciencia pulida por el alcohol y la camaradería, las calzas bien apretadas para retener el ímpetu que hervía cuando la posadera nos servía el postre. Todo confluía para gozar de una velada con riego de licores más poderosos, traídos de la Escocia o directamente del grifo. Las escenas de la tarde había que rememorarlas de esta guisa porque ver a Reynaldo con la pose de un sodomita esperando su refrigerio no se digiere a palo seco.
Larga vida goliardesca, repitamos a nuestros abuelos que así cantaban a esta vida:
Ibi sonant dulces symphonie, Allí dulces sinfonías se oyen,
inflantur et altius tibie; y del caramillo, agudos sones;
ibi puer et docta puella allí el niño y la niña sabia
pangunt tibi carmina bella. bellos versos nos cantan.
Hic cum plectro citharam tangit, Él, con el plectro, toca la cítara,
illa melos cum lyra pangit ; ella, con la lira, sus bellas melodías;
portantque ministri pateras y nos traen bandejas las posaderas
pigmentatis poculis plenas. de bebidas especiosas llenas.
Non me iuvat tantum convivium No me alegra tanto el banquete
quantum post dulce colloquium, como la dulce conversación siguiente
nec rerum tantarum ubertas ni la abundancia de manjares
ut dilecta familiaritas. como las confidencias suaves.
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