lunes, 11 de julio de 2022

Doña Emilia Pardo Bazán frente a los calzoncillos

Anteayer visité en la Biblioteca Nacional la exposición sobre doña Emilia Pardo Bazán. Siempre que en clase tratamos a esta escritora, trasciende una profunda admiración por su labor intelectual, enfrentada al establo masculino de finales del XIX y principios del XX. Al ver las fotos, las cartas, los artículos de periódico y algunos episodios de su biografía en la Biblioteca Nacional, mi admiración por doña Emilia ha alcanzado el clímax. Qué bemoles debía tener esta señora para enfrentarse ella sola a la rancia escena literaria, intelectual y social de esa época. Los ataques hacia su persona eran constantes, tanto en la prensa como en los libros. Se la intentó linchar mediáticamente. Una turba de eximios personajes, desde su marido y Menéndez Pelayo hasta Clarín, pasando por Juan Valera, arremetía contra ella sin piedad, como los más violentos hackers tuiteros. Se la ridiculizó por mar y por aire, con caricaturas, con chascarrillos, con chistes de mal gusto, con lo peor de la envidia española: "¿En qué se parece la Pardo Bazán al tranvía de Madrid?, en que pasa por Lista, pero no llega a Hermosilla." Y eran los supuestamente avanzados de la nación, los cabezas pensantes quienes llevaban a cabo este acoso y derribo. Patético y desgarrador. Y doña Emilia ni siquiera perdía el humor. Como hubiera dicho Rubén Darío, ¡admirable! 

No pudo entrar en la Academia de la Lengua, pero sí en el Ateneo, donde era vista con muy malos ojos. Debía tener un carácter a prueba de maza y martillo porque no me veo yo capaz de aguantar ni el más pequeño de los retos a los que se vio sometida esta señora por el mero hecho de ser mujer. Y algo en lo que caí al salir de la exposición: en ese ambiente viciado por la rebaba de los bigotes y el escroto, había otra condición casi inexcusable para entrar en el establo, la de pertenecer a la oligarquía. Si los cuentos de doña Emilia eran recogidos en los periódicos, si tenían en cuenta sus escritos -aunque solo fuera para insultarla- era porque pertenecía a esa casta de elegidos: era condesa, era noble. Gracias al dinero de la familia pudo publicar algunas de sus novelas y ensayos. Su condición de clase salvó, junto con sus arrestos, la dedicación literaria. En ese círculo del puro, el braguero y el crucifijo era requisito no imprescindible, pero sí muy recomendable, pertenecer a una familia de posibles y a poder ser de catolicismo acendrado. La turba clerical y la alta sociedad arremetió contra Clarín por La Regenta, la turba masculina y el propio Clarín arremetieron contra doña Emilia por su condición femenina. Producir semen, tener pazo y asistir a misa te aseguraban todos los privilegios. Si no cumplías el tercero, mal; si faltaba el segundo, muy mal; pero si no se daba el tercero, estabas bien jodida.         

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