Palabras, palabras y más palabras. Tres horas de palabras. El bardo es un torbellino de palabras, sus diálogos, sus monólogos son tan intensos, tan abrumadores que nada, ni siquiera los murciélagos pueden entretener al espectador de su inmersión en la naturaleza de la ficción. Antonio y Cleopatra son dos amantes legendarios, maduros, casi patéticos. Shakespeare convierte a los héroes en personajes de hondura mortal. Antonio ha olvidado sus obligaciones bélicas, arrullado por el abrazo de una reina histérica, caprichosa, acuciada por el paso del tiempo. No, a los héroes no los puede dañar de esa manera la edad. Shakespeare, a través de palabras y más palabras, convierte al mito en polvo, en nada. Porque "la nada es todo", así sentencia Cleopatra, así sentencia Antonio. Se ríen de sí mismos, de su amor, de su madurez. Embrollados en el río de los hechos históricos, el general romano se ve acuciado por Octavio, por Lépido, por Pompeyo y, sin embargo, es Cleopatra la que vence. La egipcia es el refugio del héroe acabado, del héroe patético que se nos muestra, en su final, cobarde, incapaz, con la misma grandeza del Ulises que rechaza la mortalidad. Lluis Homar es Antonio. Crece y crece a lo largo de la obra hasta el punto de que se echan de menos sus palabras y su presencia cuando se entrega a la muerte. Cleopatra es una Ana Belén madura, tan frágil como enorme en su papel de emperatriz enamorada. Ella, que ha conquistado a Julio César, a los hombres más poderosos de su época, se ve abocada a la nada, porque "la nada es todo". No, ella tampoco es Calipso, a pesar de su belleza, de sus riquezas, de su poder. Ella no es Calipso, pero muere con más agallas que Antonio. En un escenario marmóreo, de lujo palaciego, impresionante por su sencillez y por realzar la grandeza de la historia en palabras, palabras y más palabras.
La versión de Molina Foix es densa, intensa, lírica, épica. Hay que estar atento, muy atento para que la espesura de Shakespeare te envuelva, te angustie, te manipule. Hay un momento en la vida del espectador en el que la entrega es absoluta, en el que la silla, el cielo, Almagro, no existen; solo Alejandría, Egipto, Roma, la pasión entumecida de Antonio y Cleopatra. No dejes que la crueldad de Shakespeare se apodere de ti, "la nada es todo" y el áspid de Cleopatra te inyectará su veneno como a ella, para creer que la realidad es mucho menos vigorosa que la ficción.
Gracias a José Carlos Plaza, a la Compañía Nacional de Teatro Clásico, a sus actores, a sus escenógrafos, a sus técnicos, por transformar la apacible realidad de una noche manchega del XXI en un episodio legendario del Imperio romano, solo con palabras, palabras. Nunca des por muerto a Shakespeare.
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