El campo parecía infinito, armado con verdes intensos del norte. Esto es el páramo y no estamos acostumbrados a la hierba fresca y al paisaje que nos presta la lluvia constante. Paseo por las veredas, oigo el rumor de los arroyos y el repicar cristalino del agua contra la piedra. Los jilgueros gorjean y las serpientes se deslizan sigilosas entre los frescos pasillos de la verdura. Uno aspira con fruición los vapores de la lluvia recién caída y la humedad del ambiente. El verano se ha escondido tras unas nubes persistentes que alivian la canícula y alegran el llano con colores de pintor prerrafaelista. Una carrasca sirve de hito en el camino. A su pie me dispongo a almorzar. Oteo el horizonte, un cernícalo acecha las correrías de un conejo y, al fondo, un bulto despierta mi curiosidad. Me acerco, con sigilo, parece la sombra de un corzo, de un rumiante grande, nada habituales en nuestros llanos. Sigo aproximándome, se perfila, se va formando la silueta, lo identifico, lo veo casi con nitidez y me paro en seco. Sí, no cabe duda, se acaba de subir los pantalones y con cierta furia me grita: "¡Qué miras, dominguero, no has visto nunca cagar a un hombre de bien!"
Secciones
Degollación de la rosa
(636)
Artículos
(447)
Crónicas desde la "indocencia"
(159)
Literatura Universal
(153)
Bachillerato
(130)
Eva
(84)
Libros
(63)
El Gambitero
(32)
Criaturas del Piripao
(27)
Torrente maldito
(27)
Te negarán la luz
(22)
Bilis
(19)
Fotomatón
(19)
La muerte en bermudas
(18)
Las mil y una noches
(15)
Sintaxis
(13)
El teatro
(12)
XXI
(6)
Reliquias paganas
(3)
Farsa y salvas del Rey Campechano
(2)
Caballero Reynaldo
(1)
lunes, 18 de julio de 2022
Estampas bucólicas
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario