viernes, 15 de julio de 2022

Quevedo versus Reverte

Entró Quevedo a la casa de apuestas, convencido de poder reparar las pérdidas del último find e semana. Jugaba el Atlético de Madrid contra el Leganés y tenía pensado apostar al cero a cero para asegurar la tirada. Hace tiempo que don Francisco ya no escribe. Prefiere ir al casino, jugar a la ruleta y gastar los últimos restos de los derechos de autor en las casas de apuestas. No le merece la pena escribir más, con El Buscón, los Sueños y discursos, los sonetos y las Gracias y desgracias del ojo del culo va sacando lo suficiente para comer, beber y pagarse los curiosos vicios de un hombre barroco. Al salir de la casa de apuestas, una chica lo abordó en la calle. Le soltó la broma de la majestad coja y estuvo a punto de mandarla a la mierda. Todas las semanas tiene sesión con un terapeuta para limar sus prontos y sus salidas de tono. La verdad es que le va bastante bien, hasta cierto punto. Sentado en una terraza de la calle del León, un muchacho lo reconoció y le pidió que le firmara un libro, "El capitán Alatriste" se titulaba. "Quevedo no firma libros que no son suyos", "pero es que en este sale usted, maestro". Espoleado por la curiosidad, le pidió prestado el ejemplar , que leyó esa misma noche. A Quevedo lo operaron recientemente de la vista y ya no necesita los anteojos (a él no le gustaba llamarles "quevedos"). Al terminar la lectura, encarnado de ira, se quedó con el nombre del autor. Buscó en internet dónde podría encontrarlo, cogió la daga que no utilizaba desde 1640 y se dirigió a casa de Reverte con la intención de hacerlo callar para siempre. Las sesiones del terapeuta funcionan hasta cierto punto.  

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