sábado, 16 de julio de 2022

"Yo me voy, señora mía; yo me voy, el alma, no" El perro del hortelano en versión de Paco Mir. Corral de Comedias de Almagro

A quien nos hace reír habría que pagarle un suplemento, no sé, una caña, una copa, un gintónic, algo, porque hacer reír es muy complicado. La versión de El perro del hortelano de Paco Mir (el calvo del Tricicle) nos ha hecho reír a todo el público, menores y mayores, desde 55 a 63 años, concentrados todos en el Corral de Comedias de Almagro, a pesar de que las sillas de anea de este espacio están diseñadas para romper el espinazo de cualquiera en menos de quince minutos. Si esta obra la hubiera visto Javier Marías, a estas horas estaría echando pestes por la transgresión, por la perversión de alterar un clásico. A mí quien me hace reír a mandíbula batiente, sin respeto por las mascarillas ni por las normas COVID, me merece un respeto tan grande que me rindo a sus encantos. 

Un par de técnicos de una compañía explica al público que los cómicos no han podido llegar a la representación y que serán ellos y dos actrices aficionadas quienes representarán el clásico de Lope. El artificio cómico del teatro dentro del teatro, a la manera shakespereana, funciona y de qué manera. Los escenarios tampoco han llegado y echan mano de dos escaleras de mano, del busto de un hombre barbado, de una columna, de una pecera, de un arbusto, de un marco... El arte conceptual es así. Toda una escenografía de urgencia que transforma la obra en un tinglado cómico propicio para unas bromas tan sencillas como efectivas. Como vestuario aprovecharán el de los Diez negritos de Agatha Christie, en un giro paródico de esas obras clásicas ambientadas en cualquier época menos en la que les corresponde. El argumento de El perro del hortelano es desmenuzado por los propios técnicos y alterado por la concentración de los personajes en dos de los actores improvisados. Aquí se parodia todo, cualquier artefacto de ficción es útil para provocar la risa. El gracioso (uno de los técnicos) lo es en grado sumo, una de las actrices amateur se desdobla hasta el infinito, las escaleras se convierten en bancos de taberna, el confeti en el salón de invierno... Todo se engrana a la perfección para que los espectadores, con el espinazo quebrado y ahogados por la mascarilla, riamos sin pensar en nuestras desgracias. "Yo me voy, señora mía; yo me voy, el alma, no". Si Lope levantara la cabeza, se reiría de esta perversión de su obra, sin ninguna duda, porque él retorcía hasta la ridiculización el lenguaje petrarquista y su propia concepción del teatro y la de sus contemporáneos. Lope se reía de sus tópicos y de sí mismo, se reía de todo y nada le habría gustado más que su obra persistiera por los siglos de los siglos gracias a la vis cómica de Paco Mir. Sí, entre los versos de Lope se trasluce al Tricicle y esto le da una actualidad, una frescura que necesitan los textos clásicos. "Yo me voy, señora mía; yo me voy, el alma (el espinazo y la mandíbula), no". Teodoro, Diana, Marcela y Tristán cobraron desde ayer nueva vida en los escenarios, la vida del juego con la ficción. Si viera a la salida a Paco Mir, lo invitaría como mínimo a una caña.      

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