lunes, 30 de abril de 2018

"Clavícula" de Marta Sanz


Clavícula es como un largo poema en el que se nos descubre nuestro pequeño mundo burgués de pequeños ridículos. El detonante del dolor, de un dolor quizá imaginario, quizá hipocondríaco, quizá real, descubre el mundo íntimo de la narradora, que es menos suyo cuanto más nuestro es. Nos identificamos enseguida con esa mujer de mediana edad que acaba de llegar a la menopausia y disecciona su vida con la originalidad y la profundidad sarcástica de un ser doliente. La introspección de la autora en su cotidianidad no es píldora indigesta ni bolo egotista imposible de tragar, todo lo contrario. La autoficción se resuelve con naturalidad y se presiente la sinceridad y el buen oficio de una narradora lírica, sencilla, sin oropeles, aunque bien armada de cargas de profundidad. 
Desde santa Teresa  ("estoy condenada a pensar con retruécanos como santa Teresa de Jesús") hasta Zenón de Citio pasando por Nietzsche ("Nietzsche afirmó que no existe dolor más intenso que el referido por una señorita burguesa bien alimentada y bien educada") son objeto del rodillo irónico y humorístico de la autora. Para ella la creación es algo como esto: "Escribir para que no me vea, como si hiciera algo malo, como cuando me masturbaba siendo demasiado niña, me estimula." 
El pasar feliz de una occidental con éxito se ve contrariado por un dolor agudo sin diagnóstico, un dolor necesario. Un dolor que convierte la mirada sobre sí misma en un arma de distancia cáustica, un arma con la que herir al occidental bien alimentado. El poema sobre su viaje a Manila sirve para reflexionar sobre la consternación y la idiotez burguesa que provoca el aterrizaje en un mundo desvalido e inseguro: "Cada occidental, cuando va de viaje, guarda en la cartera un pederasta, un patriota, un hipocondríaco, y un ministro de Dios o del Interior (...) cada occidental, cuando va de viaje, guarda en la cartera un sommelier, un meteorólogo, un futbolista y un bardo (...) Al otro lado, nos aguarda la frescura del aire acondicionado, el sushi y los siberian husky que caminan con patuquitos de perlé (...) Guardamos en la cartera. un pediatra, un futbolista, un ingeniero de caminos, un cantante muy apenado, un quesito de "La vaca que ríe" light, un solidario, un compulsivo, toallitas perfumadas y un contador de historias." La experiencia en un crucero le sirve para lanzar un mensaje cosmopolita que da cuenta del clasismo: "Las nacionalidades se anulan en la alianza crucerista. No somos españoles, italianos, rusos, franceses, ingleses o alemanes, somos gente zafia, que está por encima del servicio." 
Y finaliza con una serie de alegatos estoicos contra la banalidad del mundo posmoderno: "Soy una clienta perfecta a la que quieren vender pastillas para todo. Pastillas porque no quiero y pastillas si quiero demasiado." "Mataré al vendedor a domicilio que me venda un deseo que siempre será una emulación. Impostura. Falsedad." 
Descubro a Marta Sanz y me relamo con su voz doméstica. Frescura narrativa y autoficción no impostada. Lirismo, al fin y al cabo, tan carnal como distante del instinto suicida de los románticos: "Quejarse y patalear no se parece nada al deseo de desaparecer. De hecho, yo no deseo desaparecer y me encantan las explicaciones materialistas de las psicofonías."  

No hay comentarios:

Publicar un comentario