jueves, 22 de agosto de 2024

Dosis: "Días de fútbol"


 

Onofre es pícnico y patizambo. Así lo asegura el informe médico del comienzo de temporada. Su ilusión siempre fue jugar al fútbol porque cree tener condiciones excepcionales para triunfar. Por eso fue a rogarle un puesto al entrenador del equipo de su pueblo. Tuvo suerte. Apenas quedaban jóvenes en la aldea y el club lo fichó, después de que el padre del chico accediera a sufragar el equipaje de los jugadores. A Onofre le tuvieron que explicar qué quería decir eso de "pícnico". Era fácil, un eufemismo de "cuerpo rechoncho, de caja torácica abombada". También le tuvieron que explicar lo que significaba "eufemismo". Le sabía mal preguntar tanto, pero quería saber qué era eso de "patizambo". Bueno, "es evidente, no lo ves, mírate las rodillas". Él no vio nada raro, estaban como siempre, pegadas la una a la otra, formando sus piernas una equis casi perfecta.
El caso es que por fin estaba en un equipo de fútbol formal: todos con la misma camiseta, el mismo pantalón y las mismas medias. Se emocionó la primera vez que lo citaron para un partido. Estaban en el vestuario y, al ver a todos vestidos de la misma forma, rompió a llorar. No pudo soportar la emoción. Onofre tenía cara de lelo, pero no lo era. Según su abuela, siempre había sido un muchacho muy avispado. Eso sí, cuando lloraba, sí parecía un poco tonto. Era el primer partido de la 2ª Regional. Solo se presentaron doce jugadores. Onofre sería el único suplente. Veía muy cerca el día de su debut, pero no fue ese, ni tampoco ninguno de los veinte partidos siguientes. A Onofre le valía con estar en el banquillo vestido como todos los demás, pero tenía la ilusión de salir al campo a demostrar lo que sabía hacer con el balón. Solo entrenaban una vez a la semana y a él los entrenamientos no se le daban muy bien. Sabía que en un partido oficial sería otra cosa.
Llegó el último partido y Onofre ya no tenía esperanzas de jugar. Además, la noche anterior al partido se había ido con unos amigos cerca del río y lo retaron a cortar unas cañas. Había luna llena y Onofre, para demostrar su hombría delante de su pandilla, las cortó sin miedo. El día del partido, en el vestuario, Onofre apenas se podía calzar los pantalones cortos. Los huevos se le habían hinchado de tal manera que parecía tener un balón de baloncesto entre las piernas. El escroto bien tenso y colorado como el culo de un mandril. El entrenador no se había percatado de lo que Onofre escondía. En el minuto 50, el defensa central se lesionó de gravedad. Solo estaba Onofre en el banquillo. El entrenador lo miró y, por fin, le dijo las palabras que tanto tiempo había esperado: "Onofre, calienta". El muchacho patizambo rompió a llorar, esta vez con mucho sentimiento y cargado de razón. Al intentar salir del banquillo, el entrenador se percató del bulto que apretaba sus calzones. Le dijo que esperara y se los bajó. Al ver semejante hinchazón no sabía si llamar a una ambulancia, explotar a reír o calmar la llantina de su pupilo. Por supuesto, no lo dejó salir y lo mandó al Centro de Salud. Allí acabaron los sueños de Onofre. La mala suerte, la adversidad y unas cañas de luna llena terminaron con su carrera antes de empezarla, como le ocurrió a Julio Iglesias o a Álvaro Benito o a Javier Clemente. El mundo del éxito solo está reservado para los que tienen suerte.

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