viernes, 2 de agosto de 2024

Trieste 4: "El Castello de MIramare"



 Hoy hemos estado en el Castillo de Miramare en Trieste, un palacio al borde del mar que te deshace por su belleza y paz. Yo ya me había hecho a la idea de que Freud y Rilke lo frecuentaban, posiblemente sea falso, pero a mí eso me da igual. No pienso hablar de los nobles y los emperadores que poblaron este lugar, solo de los disparates que se me van ocurriendo cuando disfruto de sus dependencias. El jardín del Castillo de Miramar es un espectáculo. Corre una brisa suave y, a la sombra, se respira una frescura que en agosto hace tiempo que no la disfrutaba. Los laureles, hiedras y otros perifollos te llenan el alma de un aroma bucólico, de arcadia virgilesca. Todos los sentidos están convocados: el olfato, la vista (maravillosa) y el tacto. Al gusto ya le daremos rienda suelta en una terraza de los alrededores. Contemplar el mar, sosegado, turquesa, lánguido, de la bahía sosiega al más zafio, incluso a quien viste una camiseta del Barcelona. 

Esta ciudad, este paisaje, ya me pasó en el café de San Marco, tiende a la modorra, a la languidez, a la zozobra. Me imagino aquí al zumbado de Freud comprobando las pulsiones de Sissi, de Mª Teresa y del resto de emperatrices, alteradas por el ritmo del Imperio austrohúngaro. Él les diagnosticaría un enamoramiento del padre y ellas, rozagantes entre el frufrú de sus enaguas lo dejarían estar y se irían a disfrutar con sus perrillos de aguas. En ese mismo momento, cuando Sissí está en pleno éxtasis, pasa Rilke bajo el balcón de las audiencias y le recita unos versos melancólicos que nadie comprende y todos califican de geniales. 

Bueno, la escena es un tanto patética, pero no tanto como el recorrido que nos lleva al restaurante La Terrazza. Sol, escaleras, carretera de asfalto hirviente. Javi no me mata porque es muy buena persona, aunque al final conseguimos probar las delicias del mar Adriático. Los viejos siguen quemándose (su piel es de un color café poco recomendable); los yates brillan, impúdicos; las señoras se barnizan y los jóvenes no saben usar el dialecto friulano como Pasolini quisiera. 

Mar y montaña, delicia agreste de mundos sin fronteras. Istria, Austria, Eslovenia, Italia, las banderas, los límites no existen. Volvemos al Café de San Marco. La grappa, a pesar de los negacionistas del alcohol, nos espera. Está demasiado caliente. ¡Joder, qué buena!  

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