La mujer adúltera permanecía arrodillada en medio de un círculo de
fariseos airados y cada uno de ellos tenía una piedra en la mano. Según la Ley de Moisés esa mujer debía ser
lapidada como castigo a su pecado y así estaban dispuestos a hacerlo aquellos
fariseos cuando en ese momento vieron que se acercaba un joven profeta al que
tentaron con estas palabras: “Dinos, maestro, si debemos ejecutarla, como manda
la Ley de Moisés, o perdonarla”. Por
toda respuesta el joven profeta en silencio se puso a escribir en tierra con el
dedo unos signos misteriosos y sin volver el rostro dijo: “Quien esté libre de
pecado que tire la primera piedra”. Y luego siguió escribiendo en el polvo
hasta completar su sentencia. Los fariseos comenzaron a hurgar en su conciencia
y todos excepto uno encontraron en ella algún motivo para sentirse culpables de
pecados cometidos en el pasado, así que dejaron la piedra de lado y se fueron
alejando. Pero hubo uno que permaneció frente a la adúltera humillada porque se
sentía puro, libre de culpa, propietario de la verdad absoluta y con autoridad
suficiente para ejecutar el castigo. Lleno de ira levantó el brazo y descargó
la piedra sobre la mujer adúltera. Los exégetas han discutido hasta la neurosis
qué clase de enseñanza pudo haber escrito el joven profeta sobre el polvo, que
fue de inmediato disuelto por el viento. Pudo, tal vez, haber escrito este duro
pronóstico: a lo largo de la historia la figura de ese fariseo falto de piedad
adoptará diversas formas teológicas, morales y políticas, de modo que
adondequiera que vayas habrá un inquisidor que podrá acusarte contra toda
justicia, un juez de la horca decidido a condenarte sin pruebas, un fanático
dispuesto a degollarte. En cualquier caso siempre será el mismo personaje:
alguien que se cree puro, exento de culpa y por eso mismo incapaz de
perdonarte.
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domingo, 27 de noviembre de 2016
"Un ser puro" por Manuel Vicent
sábado, 26 de noviembre de 2016
Adolescens I
"R" Y "J"
"R" es un chico rubio de primero de ESO. De ojos asustados y
gafas redondas. Lo sé porque estoy comprobando su ficha en Delphos (el programa
de gestión donde clasificamos al alumnado y le administramos sus
correspondientes marchamos). No lo conozco. No lo he visto nunca en persona.
Tampoco a "J". Una ecuatoriana de mentón dulce y mirada de niña transparente. De su
misma clase. La profesora de Biología me informa de que han faltado a segunda
hora, a pesar de haber asistido a primera a clase de Matemáticas. “Seguramente
es un caso de amores”, me apunta la profesora. “Se sientan juntos y no lo
pueden ocultar”. Llamo a sus padres para que estén al tanto de que sus hijos se
han fugado del centro. La madre de "R" está muy preocupada. La de "J" no
contesta al teléfono. A quinta hora todavía no han aparecido. Les toca Lengua y
no están. Sus compañeros se alarman al ver que preguntan por ellos y
seguramente en el cambio de clase les avisan por teléfono porque a sexta hora
aparecen. Yo no he tenido oportunidad de verlos aún. Me los imagino asustados y
emocionados por su primera escapada, por su intrepidez de doce años que
les ha llevado a romper las normas y a provocar sobresaltos entre padres y
compañeros. Me los imagino con el corazón hirviendo, pasando entre los barrotes
de la valla del instituto cogidos de la mano. Se besan por última vez, antes de
que los inquisidores los atrapemos y los juzguemos para volver legendaria la
aventura en su clase de primero y para reafirmar su amor recién estrenado. Mañana
les pregunto para confirmarlo. O bueno, mejor no.
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Crónicas desde la "indocencia"
"Derivas continentales" por Antonio Muñoz Molina
Siempre son inusitadas las geografías de la literatura. Los
libros, los escritores, los lectores, las influencias crean conexiones tan
complicadas como los circuitos neuronales, para desconcierto de quienes aspiran
a la organización administrativa o patriótica de los hechos literarios. Escribo
y me viene a la memoria una mesa redonda sobre “novela granadina” a la que
asistí, en Granada, hace muchísimos años. Un profesor universitario explicó en
la introducción que la principal dificultad para escribir novelas en Granada
era que la ciudad —o la provincia, no me acuerdo—, si bien había sido tan
fértil engendrando poetas, carecía de tradición novelística, si se exceptuaba a
Pedro Antonio de Alarcón. Este profesor clarividente luego se ganó un gran
prestigio académico demostrando, con el rigor propio del gremio, que Federico
García Lorca y Francisco Ayala eran tan falangistas como José Antonio Primo de
Rivera, si no más.
Afortunadamente, un escritor no
descubre ni educa su vocación gracias a los modelos o a los predecesores
nacidos en su comarca de origen; ni siquiera en su país, y ni siquiera en su
lengua. Uno suele escribir usando los materiales que tiene más a mano, el
idioma y el mundo que mejor conoce, pero la atracción de lo distinto y lo
extranjero puede ser mucho más poderosa que la de lo más cercano, aunque esto
entristezca o incluso indigne a los celebradores de las identidades. Era
evidente que la Granada de
los años ochenta en la que yo empezaba a escribir carecía de
una tradición de novelistas locales casi tan radicalmente como carecía de una
escuela de físicos teóricos o de compositores de ópera. Pero mi tradición era
la de toda la literatura que había leído y que me había importado hasta el
punto de influir mi manera de estar en el mundo, y mi geografía abarcaba desde
el San Petersburgo de Dostoievski y el Moscú de Tolstói y Chéjov hasta los
bosques australes de Pablo Neruda, y el sur de William Faulkner no me era menos
familiar que el de mi propia tierra, aunque lo conociera entonces filtrado por
las traducciones y por el trabajo exclusivo de la imaginación. Mucho antes de
la interconexión universal de Internet ya existía la de las lecturas. Como
aspirante a novelista yo vivía más en Buenos Aires, en Macondo, en Santa María,
en Comala, en la Lima triste del Zabalita de Vargas Llosa que en la Granada de
mi vida familiar y mis obligaciones laborales. En la época en la que empezaban
a imponer su halago y su chantaje las identidades comarcales forzosas, el mejor
antídoto contra la obligación de ser andaluz, y además novelista andaluz, era
trazar un mapa aproximado de todas las influencias de las que uno se
alimentaba. Por supuesto que uno tiende a escribir sobre ámbitos muy limitados
del mundo, sobre mundos que no se extienden mucho más allá de su experiencia
directa y profunda. Pero la literatura consiste en esa paradoja, la de lo
extremadamente singular que sin dejar de serlo se vuelve inteligible para
cualquiera en cualquier parte y en cualquier tiempo.
Sin salir apenas de Úbeda y de Granada, mi geografía
de la literatura abarcaba entre otras amplitudes la de América Latina.
Para intentar escribir una novela en Granada no había necesidad de resignarse a
Pedro Antonio de Alarcón. Estaban Rulfo, Onetti, Vargas Llosa, Bioy Casares,
Carpentier, Cortázar, García Márquez, Manuel Puig. También ellos habían
elaborado sus propias geografías, en sus novelas y en sus vidas. Habían elegido
maestros en otras lenguas y habían escrito sobre sus países de origen en
capitales extranjeras, o habían inventado ciudades y países a la medida de sus
imaginaciones.
Las capitales de la literatura latinoamericana han sido y son con
mucha frecuencia ciudades extranjeras. Cabrera Infante escribía sobre Cuba en
Londres, Vargas Llosa sobre Lima en París y Barcelona, Onetti sobre su Santa
María inventada en Buenos Aires y luego en Madrid, García Márquez sobre Macondo
en México, Ricardo Piglia sobre Buenos Aires en Nueva Jersey, Roberto Bolaño
casi en cualquier capital sobre cualquier otra capital, tan errante en México
como en Barcelona.
Ahora una de las capitales de las literaturas hispánicas es Nueva
York. Pertenecemos a países muy poco comunicados entre sí, a pesar de la
comunidad engañosa del idioma; países casi siempre muy enconados en sus
ensimismamientos. Fuera de los nombres más evidentes, es muy difícil que un
escritor de América Latina sea leído en España; pero es igual de difícil que en
un país de América Latina se lea lo que se escribe en el país de al lado.
Tendemos a vivir encerrados en las habitaciones muy pequeñas de una casa muy
grande. Nuestra curiosidad o nuestro papanatismo nos mantienen al tanto de todo
lo bueno y todo lo mediocre que se escribe en inglés en Estados Unidos. Pero
nuestra amplitud de miras se vuelve condescendencia a la hora de leer a escritores
que nos parecen irrelevantes por la exclusiva razón de que no nos suenan sus
nombres.
En Nueva
York, a lo largo de unos cuantos años, en una maestría de escritura
creativa en la que trabajaba —en español de España “maestría” se dice “máster”—
he tenido la oportunidad de poner al día y ampliar mi geografía de la
literatura. En una ciudad, en unas aulas, en los cafés y los bares y las
librerías de las calles cercanas, cabe el boceto de un continente de palabras
escritas. También de acentos, y vocabularios: me he adiestrado en distinguir
las músicas sutiles del español de cada país, y las variedades jugosas y
desconcertantes de su léxico. Cuando una persona se hace mayor tiende a pensar
que también envejece y declina el mundo. He conocido a jóvenes que conocen y
aman tanto o más que yo libros que a mí me apasionaban cuando ellos aún no
habían nacido. Algunos de ellos ya van siendo conocidos. Otros desplegarán su
talento en muy pocos años. Han llegado a Nueva York desde casi cualquier país
de habla española, y aquí han descubierto no sin asombro lo que tienen en común
y lo que los distingue, y lo que los sitúa a todos a este lado de la divisoria
entre el español y el inglés, en el punto de fricción y encuentro entre dos
mundos. Hay que estar muy atento a lo que va a suceder, a lo que está
sucediendo ya.
"Absenta, la reina de los bulevares" por Enrique Redondo de Lope
Hizo a Hemingway saltar
al ruedo e intentar lidiar un toro bravo. Empujó a Van Gogh a
cortarse una oreja para ofrecerla como presente. Inspiró a Pablo Picasso en
alguna de sus mejores pinturas. El Drácula
de Stoker lo consideraba su afrodisíaco. Es la Fée Verte; el
Hada Verde, el Diablo Verde. La musa de los artistas. La absenta.
¿Pero qué es la absenta? Esta pócima, como otras muchas bebidas,
inicia su comercialización como un elixir medicinal, un digestivo capaz de
curar todos los males. Basándose en la rica botánica de los valles alpinos
suizos, parece ser que la madre Henriod, una destiladora de Neuchâtel,
perfuma alcohol de gran pureza con una suma de hierbas más o menos secretas,
con alrededor de un 80% de alcohol. Pero en todos los éxitos hay un visionario;
en ese caso el antes y el después de esta bebida no se producirá hasta 1797,
cuando el mayor Dubiedcreó su propia marca bajo el nombre «Dubied Père et
Fils». Había nacido la absenta, tal y como la conocemos. Cierto que el uso del
ajenjo (una planta amarga y muy aromática) para la creación de bebidas ha sido
constante desde la antigüedad, pero no es hasta finales del XVIII cuando se
comienza a destilar, en vez de macerar.
Suiza, 1905; Jean Lanfray, borracho y
alterado, asesina a su esposa embarazada y a sus dos hijas, actuando bajo el
influjo de la absenta. Una ola de indignación recorre Suiza, recogiéndose más
de ochenta mil firmas exigiendo la prohibición de la bebida. En 1908, y
tras un referéndum a nivel nacional, el Parlamento aprueba una ley que entró en
vigor en la medianoche del 7 de octubre de 1910. Así, la producción y venta de
absenta quedaban prohibidas en Suiza hasta su rehabilitación
en 2005, extendiéndose esta prohibición por diversos países europeos
y Estados Unidos. Más tarde se hará público que aparte de dos copas de absenta,
Lanfray había consumido grandes cantidades de vino, coñac, brandy y crema de
menta. Pero la absenta, como desde hace más de un siglo, era la estrella de la
fiesta. ¿Pero por qué se prohibió realmente la absenta en Suiza? La realidad
parece menos cinematográfica que esos terribles crímenes. Según varios
historiadores, una de las razones para prohibir la absenta fue que contribuyó a
una excesiva liberación de las mujeres. Por razones culturales, en Suiza (y en
el resto de Europa) la absenta cautivó a las mujeres, como se puede observar en
la publicidad de la época, que casi en exclusiva se dirigía a ellas. Otra
importante razón que se maneja es la durísima competencia que representaba esta
bebida para los productores de vino y cerveza. La absenta era una bebida muy
barata de producir, incluso más barata que la cerveza, y con más efecto sobre
quienes la consumían. Con todo ello en el país helvético se produjo una extraña
alianza entre los productores de cerveza y vino, a los que se sumaron las ligas
antialcohol, los médicos y la Iglesia. La absenta siempre ha creado extraños
compañeros de cama.
Pero si Suiza fue el comienzo, su mayoría de edad se produjo en la
vecina Francia. Año 1830. Francia comienza la colonización de Argelia, que
sería su protectorado por más de cien años. Las tropas francesas no solo
sufren los rigores de un clima duro y desértico, sino también el azote de
enfermedades típicas de la región, como las temidas fiebres palúdicas. El
Estado Mayor toma una determinación. La tropa recibirá cantimploras llenas de
absenta, la cual, convenientemente rebajada en agua, garantizará la inmunidad
contra las terribles fiebres y las infecciones estomacales. Esas enfermedades
no se sabe si se evitaron (aunque tiene toda la pinta de que no: «La absenta ha
matado a más soldados franceses en el norte de África que las balas árabes»
llegó a escribir Alejandro Dumas) pero sí que hizo que la campaña africana
fuera menos dura para los soldados. Si la marihuana fue el bálsamo en Vietnam
para las tropas americanas, los destacamentos franceses hicieron su campaña en
Argelia un poco más llevadera gracias al hada verde. Estos soldados regresaron
a casa, con sus recuerdos, sus historias y, por supuesto, su gusto por la
absenta… Poco a poco empieza a hacerse habitual en bares y bistrós, en cabarés
y comercios. Se inicia una popularización que lleva a que el consumo de absenta
supere largamente el de vino. Hay que señalar que las cosechas de vino habían
sido diezmadas en años anteriores por la filoxera —un parásito de la vid—, con
lo que la absenta comienza a ocupar su lugar. Era barata, era un alcohol
industrial y era muy fácil de comprar. Todo encajaba. En Francia durante el año
1910 se consumen treinta y cinco millones de litros. Estamos en plena Belle
Époque, Francia es la cuna cultural y París el referente en el arte y la
creación. Y el mundo artístico adopta esta bebida, glamurosa, de referencias
malevas, origen turbio y con un pasado atractivo. La absenta empieza a
convertirse en mito.
Los rumores de prohibición no hicieron sino acrecentar el
atractivo de la absenta, pero los millones de francos que ingresaba el Tesoro
de la República por medio de los impuestos a la bebida actúan como un
importante contrapeso. Como el destilado de absenta es amargo, precisaba para
su aceptación de un toque dulce indispensable para hacer agradable su consumo.
La forma de endulzarlo es básica en los rituales de invocación de las muchas
musas que despierta la absenta. Se trata de colocar en el fondo del vaso la
cantidad exacta de alcohol (muchas veces el vaso tiene una talla que da la
medida exacta), colocándose sobre el borde una cuchara con una porción de
azúcar. Luego, con mucha lentitud, se vierte agua helada sobre el azúcar que,
al disolverse lentamente cae sobre la absenta, iniciándose un proceso de
coloración en el que pronto aparece el verde pálido de la musa. El juego de
colores que va apareciendo en la copa forma parte del ritual inspirador. Se
comparan los tonos logrados. Las cucharas que lo contienen han dejado de ser
las de café, sustituidas por espátulas y palas pequeñas, perforadas con
filigranas, realizadas en metal, acero, plata y oro. Con la Exposición
Universal de 1899 de París muchos visitantes regresan a su país de origen con
el hábito adquirido del consumo de absenta. Con su colorido ritual, es un
indispensable en tertulias, y se convierte en la bebida por antonomasia de
escritores y artistas, es el «catalizador» de las musas, su reclamo, su
alimento. Se crean poemas elogiosos y aparece en novelas. Rubén Darío y Victor
Hugo la idolatran. Degas y Picasso la hacen protagonista de sus
cuadros. Charles Cros, mientras desarrollaba el telégrafo y el primer
fonógrafo, llegó a beber veinte vasos diarios. Paul Verlaine empezó a
beber ajenjo en compañía de Arthur Rimbaud. Alfred Jarry solo la
consumía en puro y se paseaba en bicicleta pintado de verde. Para muchos
críticos de arte los colores que utilizan Van Gogh comienzan a ser relacionados
al consumo de absenta. Pero paralelamente a su implantación en medios
artísticos, millones de trabajadores se convierten en adictos a estas copas que
llevan al delirio, la alucinación y la locura, sobre todo cuando en la
elaboración de la absenta se han utilizado alcoholes de mala calidad o el
temido metanol, causante de intoxicaciones y ceguera. Hasta se inventaban
artilugios para poder servirla más rápido y con más eficiencia: pequeños
depósitos de agua con hielo y varios grifos.
1914; se desencadena la Primera Guerra Mundial, «la Gran
Guerra». El recuerdo de la humillante y bochornosa derrota de la guerra
franco-prusiana de 1870 estaba en la cabeza de todos los políticos y mandos
militares franceses. El comienzo de la contienda no puede ser más
desesperanzador. La pérdida de Alsacia y Lorena fue achacada a un ejército mal
liderado y débil, y algunos analistas empiezan a apuntar al consumo de absenta
como una de sus causas. En el subconsciente se ve al soldado francés como
adicto a la bebida verde. Se empieza a extender la idea de que las tempranas
victorias alemanes son el triunfo de lo natural y sano (la cerveza) contra lo
artificial y dañino (la absenta). En Francia sería prohibida en 1915, como en
casi la mayoría de los países europea (con las excepciones de España, Portugal
y Reino Unido, países en las que este elixir nunca llegaría a ser
verdaderamente popular). Es sorprendente que los fabricantes de absenta no
hicieran ningún comunicado ni llevaran ninguna forma de presión al Gobierno
para evitar su prohibición. Siempre se rumoreó que fueron silenciados mediante
una suculenta indemnización, pagada en parte por los fabricantes de cerveza y
las grandes bodegas de vino.
Para 1920, la máxima graduación tolerada en Francia era de 30
grados. En 1922 se autorizaron los aperitivos de hasta 40 grados: Berger y Tomysette salen al mercado. Ricard lanzó el «pastís marsellés». Pero
de los sucedáneos, ninguno gozó de la fama del Pernod, aunque su filiación con la absenta es apenas
sentimental.Poco a poco en Francia la prohibición fue relajada y se permitió
que la bebida fuera vendida siempre y cuando la etiqueta dijera «una bebida a
base de extractos de la planta de ajenjo». El ajenjo fue legalizado en la Unión
Europea en 1988, siempre que la cantidad de tujona permaneciera dentro del
límite acordado de 10 mg/kg, o 35mg/kg de ajenjo amargo. En 2010, esta absenta
modernizada, rebajada y versionada, volvió a ser legal en Francia. En la
actualidad, España, Reino Unido y República Checa son los mayores productores
de esta bebida.
¿Pero cómo de dañina era la absenta? ¿Qué había de cierto en su
mito? El ajenjo, o Artemisia
absinthium, pertenece a la familia de las margaritas, y desde la
antigüedad se le atribuye un gran valor medicinal. Antes de la aparición de la
absenta, el ajenjo ya era un ingrediente popular para dar sabor a las bebidas
alcohólicas. El vermut se inventó en Italia a finales del siglo XVIII y
debe su nombre al alemán wermut (ajenjo). El principio activo del
ajenjo es la tuyona,
y su estructura química se parece a la del mentol, que puede ser peligroso
en dosis elevadas y es cierto que tiene un efecto psicoactivo, pero no con la
concentración de diez miligramos por litro que parece ser que contenían la
mayoría de absentas. Hay que señalar que la salvia o el estragón tienen niveles
parecidos de tuyona, pero curiosamente nunca se han asociado a conductas
enfermas como en el caso de la absenta. Los legendarios efectos de esta mítica
bebida se deben, casi con toda certeza, a su elevada graduación alcohólica, que
a un 75-80% supera con mucho a la mayoría del resto de alcoholes destilados,
que suelen estar a un 40%. Además, el consumo de absenta nunca se hacía de
manera exclusiva y solía ir mezclado con hachís, opio, y todo tipo de licores,
de ahí que los resultados fueran totalmente imprevistos.
Pero sea como sea, la absenta ocupará ya siempre un lugar en el
imaginario de la cultura europea, fundamentalmente en Francia, donde siempre
estará ligada al impresionismo, a las vanguardias, a la Belle Époque y a una manera de
entender el arte y la vida que quizás desapareció con la Primera Guerra
Mundial. Y es que, como dijo Oscar Wilde, «tras el primer vaso, uno
ve las cosas como le agradaría que fueran. Tras el segundo, uno ve las cosas
que no existen. Por último, uno termina viendo las cosas como son y eso es lo
más terrible que puede acontecer».
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martes, 22 de noviembre de 2016
"Hablamos con varias abuelas sobre cómo era su vida sexual" por Sabina Urraca
Ayudé a mi abuela Juana a ducharse. Para
ella, todo lo que estaba entre las piernas, hacia delante y hacia detrás, se
llamaba culo. Me giré, dándole intimidad para que se lo lavase. Entonces dijo,
con aquella franqueza cómica con la que trataba los temas sexuales: "De
tanto tener niños, ya no tengo agujeros separados. Creo que tengo un solo hoyo
grande por el que sale todo junto. Que yo no sé muy bien lo que hay ahí, porque
nunca me lo he visto".
Imaginaba a mi abuela, detrás de mí, con un
pozo insondable entre las piernas. Ese pozo era, en realidad, una laguna de represión
y desconocimiento. Mi abuela me dijo, en alguna ocasión, que ella "se lo
pasaba muy bien" con mi abuelo. Aun así, muchos puntos de su vida se
adscriben a la norma social de la época. El cuerpo como ente impuro, maldecido
por las palabras de la Iglesia, la mirada de Cristo y de la sociedad siempre
presentes, la mano que aparta la del novio, la virginidad, la sangre y la
amenaza de pecado constante, todo ello confluyendo en ese agujero de misterio.
LA PRIMERA
DESGRACIA
"Yo
nunca había visto un pito tieso y recuerdo que no podía parar de reír. Al día
siguiente no podía mirar a nadie a la cara"
Así llamó la madre de Angelita a la primera
menstruación de su hija. Esta pacense de 90 años recuerda el olor de la
habitación cuando su madre les prohibía lavarse durante esos días. "A
veces, si había baile y estábamos con la sangre, no nos dejaba ir". La
regla era el primer aviso de peligro. Tu cuerpo se volvía un templo que debías
proteger. Pero, ¿cómo es posible ser guardiana de un templo si no sabes a qué
tipo de peligros te enfrentas?
Carmen Baladrón, madrileña de 70 años,
afirma: "Lo teníamos muy crudo, porque éramos muy ignorantes, esclavas del
"ya te enterarás"". Como todo lo relacionado con los procesos
del cuerpo, la menstruación era un tema de faldas para adentro. Meryl Velasco,
donostiarra de 67 años, recuerda escenas que llenaron su infancia de misterio:
"Mi tía le hizo una bata a mi madre y esta le dijo: "este color tan
claro no me convence; se puede manchar, ya sabes de qué". Al ver que yo
estaba escuchando, cortaron la conversación".
Ese verbo cargado de maldad, chicolear, fue
el que usaron las monjas del colegio para informar al padre de Mari Carmen
Grande de que su hija paseaba con chicos al salir del colegio. La Iglesia,
guardiana de la moral en la España franquista, se ocupaba de poner el ojo en
cada uno de sus fieles, aunque en este caso se tratase de una niña de doce años
que aún no sabía de dónde venían los niños. Sin embargo, una especie de fuerza
invisible hacía a las chicas temer el simple contacto. Meryl Velasco recuerda
que de niña ni siquiera había tenido una conversación con un chico que no fuese
de su familia. "Si un chico me agarraba de la mano, me daba hasta un
mareo".
Carmen Baladrón saca a relucir el doble
rasero de la Iglesia: "Un cura nos mandó a ir a su casa a recoger los
resultados de un examen de religión. Mi padre, cuando se enteró, se vino
conmigo. El cura se quedó pasmado al verlo. Fíjate, qué querría el cura si nos
mandaba a ir a buscar los exámenes a su casa". La familia, sin saber que
el cazador estaba tan cerca, formaba una jaula de protección y vigilancia
alrededor de la pureza de la joven. "Justo antes de casarme -recuerda
Meryl- fui una noche con mi prometido a preparar el piso que nos habíamos
comprado. Al volver a casa, mi padre me montó una gordísima, y me llamó de puta
para arriba".
La nonagenaria Angelita se ríe recordando su
primer beso, que se lo dio al que fue su marido, fallecido hace ya 30 años.
"No te lo creerás, pero fue el mismo día de la boda, delante de la
familia. Pensé: qué morro más duro".
Teresa, treinta años más joven que Angelita,
vivió una realidad más abierta de lo habitual. Se trasladó a Madrid desde su
Soria natal, y compartía piso con amigos. Es la única de todas las
entrevistadas que recuerda hablar con amigos de su vida sexual. Para el resto
de entrevistadas, de una forma natural, el muro entre vida íntima y vida social
quedaba claramente delimitado. Sobre todo en un tema tan delicado como 'la
entrega de la flor'.
LA FLOR
Carmen Baladrón se ríe cuando le pregunto por
su pérdida de la virginidad: "Mi marido decía de broma: "Hay
quien se casa por haber jodido. Y yo me caso para joder, porque no me ha dejado
mojar nada esta mujer"". Mari Carmen Grande coincide con ella:
"Había que morir virgen y mártir. Y mi madre con eso era muy dura, de
escopeta y perro, como digo yo".
Algunas había más informadas que otras, pero,
para casi todas las entrevistadas, al casarse, el velo que ocultaba tanto
misterio se descorría. La nonagenaria Angelita recuerda que, en el momento de
la verdad, con su marido "yo cerraba las piernas fuerte. Pensaba que era
imposible que aquello me `cabiera´.
Yo nunca había metido ni un meñique ahí dentro, así que ya te puedes figurar al
pensar en el miembro".
Tanto Meryl como Teresa coinciden en el shock que
les produjo ver por primera vez un pene en erección. "Yo nunca había visto
un pito tieso -reconoce Teresa- y recuerdo que no podía parar de reír".
Meryl habla sin tapujos de su inocencia en aquel momento: "No sabía ni por
dónde había que meter las cosas, para que me entiendas. Era todo muy confuso.
Fue muy bonito igualmente. Al día siguiente nos fuimos de viaje de bodas a
Canarias, y yo no podía mirar a nadie a la cara, porque me parecía que se me
podía ver en los ojos que había follado".
UNA ASPIRINA
"Yo
cerraba las piernas fuerte. Pensaba que era imposible que aquello me 'cabiera'. Yo nunca había metido ni un
meñique ahí dentro"
Este era, según Angelita, el método
anticonceptivo: "Una aspirina bien apretada entre las rodillas. Y que no
se te caiga". Cecilia Novella, cubana residente en Valencia, nacida el
mismo día que comenzó la Segunda Guerra Mundial, llegó a España con 17 años a
estudiar medicina. Procedente de un universo más liberal, observaba con
curiosidad la represión española. Nunca se casó y tuvo una vida sexual
libre, siendo una de las pioneras del DIU. Recuerda esa España oscura, en la
que, en clase de Anatomía, el profesor anunció: "Mañana no vengan las
chicas a clase, que vamos a impartir la lección del aparato sexual masculino".
Carmen Baladrón reconoce que la anticoncepción era
un páramo de desconocimiento: "No usábamos nada, hasta que un amigo nos
trajo de Francia unas pastillas que se metían por la vagina. Era muy incómodo,
así que hacíamos la marcha atrás. Íbamos a ciegas".
Los embarazos no deseados fuera del
matrimonio fueron un fantasma que planeaba por encima de los jóvenes.
Teresa Plaza se estremece al recordar cuando acompañó a una amiga a abortar:
"Era un piso normal, en medio de Madrid, donde una señora hacía abortos
sin ninguna condición higiénica". Mari Carmen Grande recuerda a una
compañera que se quedó embarazada de soltera. "La habían echado de casa,
así que la acompañé a dar a luz. La vi absolutamente perdida, enloquecida por
su situación. Eso te podía convertir en una paria social".
TU PLACER ES
TUYO
Angelita se parte de risa cuando le comento
esa frase feminista. "Antes se hacía el amor para hacer hijos o cuando se
le antojase al marido. Ahora se dice que es muy importante que la mujer esté
contenta. Yo no sé si he tenido el gusto del sexo, lo que se siente. Creo que
alguna vez sí".
Meryl recuerda las primeras sensaciones de
aquellos años: "Había veces, antes de casarte, que te besabas y te hacías
arrumacos con tu novio, y sabías que si seguías por ahí te iba a fulminar un
rayo: por un lado, en la cabeza por mala, y en el bajo vientre porque, si
seguías, eso era lo que te iba a pasar". Y rememora con una sonrisa el
largo camino recorrido: "Éramos autodidactas. No hemos salido mal para la
poca idea que teníamos". Teresa está de acuerdo, pero recalca un dato, fundamental
para ella: "Nuestra libertad, casi todo el tiempo, consistía en saber
mentir, incluso a veces a ti misma. Aprendías a mentir a los diez años y ya no
parabas. Era nuestra única arma".
"El vino como forma de transmisión de cultura" por Sergio Parra
Si bien hay quienes han usado el vino como
vía paliativa de la infelicidad y el desasosiego, lo que comúnmente se ha
venido a llamar «ahogar las penas», el vino también ha obrado como transmisor
cultural, como más tarde lo hicieran la imprenta o, incluso, internet.
La autoridad wikipédica se limita a describir
el vino como una bebida obtenida a través de la fermentación de la uva, y que
los testimonios arqueológicos sugieren que este caldo se produjo por primera
vez en el Neolítico, entre 9000 y 4000 a. e. c., en los montes
Zagros, entre el norte de la actual Irán y Armenia. No en vano, Areni, en
Armenia, son los restos arqueológicos de las instalaciones vitivinícolas más
antiguas conocidas hasta la fecha y datan del 4100 a. e. c.
Sin embargo, a poco que no nos quedemos en la
superficie de esta acepción, descubriremos que también ha formado parte y ha
participado activamente de cambios históricos y sociales de gran relevancia.
El vino como antítesis de la barbarie
El vino es un líquido que ha servido tradicionalmente
para trasmitir cultura, y a modo de máquina de la verdad, para expresar lo que
verdaderamente sentíamos. «El vino revela lo que está oculto», declaró Eratóstenes.
Si la cuna de la filosofía, la política, la
ciencia y la literatura fue la antigua Grecia, fue el vino la correa
transmisora de esas ideas. Gracias al comercio marítimo de esos caldos
mediterráneos, no solo las ideas se diseminaron, sino que se sometieron a
juicio y escrutinio en fiestas o simposios en los que los concurrentes bebían
de un recipiente compartido de vino diluido. Gracias a él, los participantes
eran capaces de superarse a sí mismos en ingenio, empleando para ello las más
abracadabrantes figuras retóricas. Decía por ejemplo el poeta cómico griego Aristófanes:
«Rápido, traedme una copa de vino, para que me remoje el entendimiento y diga
algo inteligente».
En palabras de Tucídides, autor griego
del siglo V a. e. c. que fue uno de los más importantes
historiadores del mundo antiguo, «los pueblos del Mediterráneo empezaron a
emerger de la barbarie cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid». Y es
que el vino empezó a considerarse un signo de distinción, un símbolo de
civilización y una forma de distinguirse fácilmente de los bárbaros, bebedores
de vulgar cerveza.
La vinculación del vino con los griegos y la
cerveza con los bárbaros no solo tenía que ver con el sabor o los efectos
etílicos que producían ambas bebidas, sino también por las dificultades que
entrañaba elaborarlas. El vino, indudablemente, era mucho más difícil que obtener
que la cerveza, como explica Tom Standage en La historia del mundo en seis tragos:
La fruta es
estacional y se estropea con facilidad, la miel silvestre solo estaba
disponible en pequeñas cantidades y ni el vino ni la hidromiel podían
almacenarse durante mucho tiempo sin cerámica, que no surgió hasta alrededor de
6000 a. C. La cerveza, en cambio, podía fabricarse a partir de las cosechas de
cereales, que eran abundantes y fáciles de almacenar, lo que permitía elaborar
cerveza de manera fiable, y en grandes cantidades, cuando era necesario.
También los griegos pretendían establecer
claras diferencias de clase y de posición intelectual entre los bebedores de
vino y los de cerveza, hasta el punto de que, en ocasiones, se elaboraban
teorías un tanto descabelladas, como esta que J. C. McKeown copia
literalmente de Aristóteles en Gabinete de curiosidades romanas:
Los que se
emborrachan de vino caen de bruces, mientras que los que han tomado la bebida
de cebada (cerveza) echan la cabeza hacia atrás, puesto que el vino produce
pesadez de cabeza, mientras que la bebida de cebada es soporífera.
Para los griegos, beber vino era sinónimo de
civilización y refinamiento: el tipo de vino que se bebía y su edad indicaban
lo culto que se era. Salvando ciertas distancias, el vino era como internet: te
permitía comunicarte con los demás dejando a un lado de rigideces protocolarias
del día a día, a la vez que te significaba como individuo cultural y
tecnológicamente superior.
Las
etiquetas de Roma
Como explica Tom Standage en La historia del mundo en seis tragos:
«La difusión del consumo de vino prosiguió en tiempos de los romanos, la
estructura de cuya jerárquica sociedad se reflejaba en una estratificación
minuciosamente calibrada de vinos y clases de vino». Con todo, la variedad de
la época sería extraña para nuestro paladar, porque aquel vino solía mezclarse
con agua (incluso de mar) y otros ingredientes, como frutas, miel o especias.
Algo así como el calimocho o la sangría.
Estos caldos, además, llegaban de muy lejos y
debidamente transportados en ánforas con sellos que pueden compararse a
nuestras modernas etiquetas. En estas etiquetas podríamos leer el nombre del
mercader o transportista, el contenido neto, los datos del control fiscal,
entre otras indicaciones.
Eso sí, a veces los vinos más caros se
reservaban para uno, y a los convidados se les servían otros menos
sofisticados, tal y como explica Fernando Garcés Blázquez en Historia del mundo con los trozos más
codiciados:
Por vanidad,
los romanos pudientes invitaban al mayor número posible de personas, pero por
tacañería o prudencia, luego hacían trampas. Plinio el Viejo critica a aquellos
de sus contemporáneos que «sirven a sus invitados un vino distinto del que
ellos beben, o a lo largo del banquete sustituyen los buenos por otros
mediocres». Plinio el Joven, sobrino del anterior, registra otra fullería:
guardar el vino en pequeños frascos de calidades diversas y sacar unos u otros
según la importancia de los invitados.
El vino más caro y lujoso de la época y, por
consiguiente, el que solo se reservaba para invitados muy especiales, o para
nadie que no fuera uno mismo, era opimiano, la mejor cosecha de Falerno, de la
región de Campania, en el sur de Italia. Lo bebió Julio César, y también
al emperador Calígula le sirvieron opimiano de ciento sesenta años.
Sacramento
Tras Grecia y Roma, el vino prosperó en
diferentes culturas, sobre todo con su vinculación a lo religioso, tanto para
alabarlo como para defenestrarlo. Un código visigodo redactado entre los siglos
V y VII, por ejemplo, desgranaba castigos detallados para cualquiera que dañara
un viñedo.
Entre los cristianos, el consumo de vino era
una modalidad de comunión sagrada, aunque siempre en pequeñas dosis, a
diferencia de los cultos a Dionisio y a Baco, los equivalentes divinos en
Grecia y Roma. En algunos casos, la venta de vino elaborado en las tierras de
la Iglesia constituyó una importante fuente de ingresos. Entre los vinos más
conocidos en esta época está el hipocrás (mezcla de vino y miel).
El vino, aquí, sería para alcanzar otra
verdad, pero esta vez de índole mística.
La prohibición musulmana del alcohol tiene un
origen multifactorial, pero también un origen un tanto caprichoso, como explica Standage:
Según la
tradición, la proscripción del alcohol por parte de Mahoma fue fruto de una
pelea entre dos de sus discípulos durante una fiesta con bebida. Cuando el
Profeta buscó orientación divina sobre cómo evitar semejantes incidentes, la
respuesta de Alá fue tajante: «El vino y los juegos de azar […] no son sino
abominación y obra del Demonio. ¡Evitadlos, pues! Quizá así prosperaréis. El
Demonio solo quiere crear hostilidad y odio entre vosotros valiéndose del vino
y el juego, e impediros que recordéis a Dios y practiquéis la azalá. ¿Os
abstendréis, pues?».
En España se instaura en el siglo XVIII la
figura del guardaviñas (posición que perdura hasta 1960), que hace un papel
fundamental en la vigilancia de los viñedos. Debido a las dificultades de
producir vino local en el norte de Europa, este escaseó, sustituyéndose
progresivamente por la cerveza. La distinción entre cerveza en el norte de
Europa y vino en el sur subsiste hoy día, en base a patrones de consumo que se
forjaron a mediados del primer milenio y fueron determinados en gran medida por
el alcance de las influencias griega y romana.
El vino es cultura que se transmite a través
del paladar y que engrasa las relaciones sociales y abre la mente del par en
par. Por esa razón, el vino no solo debe consumirse, sino considerarse un
patrimonio cultural digno de estudio, exhibición y admiración, y también debe
engarzarse con otras obras de arte. Un legado como el que recoge el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, situado en Briones
(La Rioja), y que es considerado el mejor museo del vino del mundo.
En una superficie de cuatro mil metros
cuadrados, el edificio se divide en seis espacios que recogen los diferentes
pasos de la elaboración del vino y donde se muestran elementos y herramientas
que se han empleado para este fin a través de la historia, así como piezas arqueológicas
de Babilonia, Egipto, Grecia o Roma, como el vaso con la diosa Hathor,
procedente de la XXII Dinastía egipcia (945-715 a. e. c.)
También allí podemos contemplar cómo el vino
ha propiciado tecnologías asociadas al mismo, como los distintos tipos de
botellas y sacacorchos (un total de tres mil, incluidos los primeros modelos
patentados datan de finales del siglo XVIII), así como una prensa húngara de
doble husillo, la única pieza conservada de la Primera Exposición Vinícola
organizada en la ciudad de Pecs el 11 de agosto de 1888. En el espacio Guardar las esencias, por ejemplo,
también se exhiben desde una botella cuadrada de cristal de la cultura romana
(siglo II-III e. c.), hasta la que Vivanco ha utilizado como modelo para
fabricar las botellas de sus vinos, una botella cilíndrica de vidrio soplado,
datada en 1840, de Francia.
Un amplio espacio dedicado al arte (pinturas,
esculturas y bajorrelieves) también se expone en un apartado sobre el vino en
la cultura, como un grabado de Joan Miró, Le troubadour, que representa un sacacorchos de doble palanca, tipo
inventado en 1850 por J. Heeley en Gran Bretaña.
Literatura, arte, cine, gastronomía,
educación, investigación… todo eso es lo que le interesa compartir y divulgar a
Vivanco, con su museo y fundación, en el que se encuentra el Centro de Documentación (donde encontramos
obras tan importantes como Oda al Vino manuscrita de Pablo
Neruda) y la editorial. Ocho mil años de historia que evidencian, una vez más,
que el vino no solo es una bebida, sino una forma de transmisión de cultura.
La voz de Unamuno (1931)
El poder de la palabra
domingo, 20 de noviembre de 2016
"¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de Shakespeare?" por Javier Bilbao
En un
tiempo en el que el Puente de Londres estaba bellamente decorado con picas de
las que pendían cabezas de traidores y la gente se entretenía con peleas de
osos o con chimpancés montados a caballo siendo atacados por una jauría de
perros, Shakespeare tuvo que estrujarse mucho las meninges para idear
historias que pudieran cautivar al público, sin apenas decorados y con actores
pobremente pertrechados. Todo debía depender de la imaginación y de la fuerza
de la palabra. Dejó escritas casi un millón de ellas, con tal acierto que
siglos después Hollywood no podría encontrar mejor guionista, de manera que en
la lista de nombres más citados en la base de datos IMDb ahí lo vemos bien
acompañado de Ron Jeremy y Adolf Hilter. Tiene más de un millar
de referencias, aunque su influencia en el cine es sencillamente incalculable…
al menos hasta la publicación de esta encuesta. Nos proponemos a continuación
escoger nuestra adaptación favorita de un texto shakesperiano, o la segunda
mejor, dado que difícilmente nada podrá superar esto.
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Macbeth
Orson Welles, Roman Polanski, Akira Kurosawa… muchos de
los mejores cineastas han quedado prendados de esta obra en torno a la ambición
por el poder, que nos deslumbra como una bombilla incandescente a las polillas
e igual que a ellas nos termina achicharrando cuando nos aproximamos demasiado. Macbeth, como es costumbre en los
personajes del dramaturgo, tiene además la lucidez suficiente para ser
consciente de la perdición a la que es arrastrado, de ahí que acabe asumiendo
aquello de que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia,
que no significa nada. Cómo un director podría resistirse a una historia de tan
altos vuelos. Todas las adaptaciones han sido meritorias, destacando por su
originalidad Trono de sangre con
Toshiro Mifune —que ya tiene desde esta semana su estrella en el Paseo de
la Fama— aunque nos quedamos con la más reciente, esta del 2015, por la
espectacularidad de sus imágenes y por contar nada menos que con Michael
Fassbender y Marion Cotillard.
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West Side
History
La primera adaptación de Romeo
y Julieta vio la luz en una fecha tan temprana como 1908. Desde
entonces ha padecido toda clase de experimentos, desde el que propinó Baz
Lurhman hasta Gnomeo y Julieta,
pero si hemos de preguntar por la versión más celebrada casi todo el mundo nos
dirá este musical ambientado en Nueva York que a punto estuvo de ser
protagonizado por Elvis Presley. Qué mejor ocasión para recordar este momento.
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El mercader de
Venecia
Desde comienzos de la Edad Media los judíos no podían poseer
tierras ni ejercer muchos trabajos en buena parte de Europa; por su parte a los
cristianos los Evangelios les decían bien claro que los préstamos con interés
no eran moralmente aceptables. La solución idónea resultó ser la
especialización de los primeros en dicha actividad económica: nacía así el
estereotipo del judío usurero.
El problema es que los acreedores no suelen caernos simpáticos… Shakespeare
recogió el antisemitismo de su tiempo y moldeó con él uno de los mejores
personajes de la historia de la literatura, Shylock. En lugar de convertirlo en
un simple malvado lo dotó de tal humanidad que su discurso se
convirtió en un alegato mil veces recordado desde entonces, como en la escena final de Ser o no ser.
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Hamlet
Entre el encorsetamiento de las adaptaciones clásicas del Bardo y
la espantajería pop de algunas de las más recientes hay un virtuoso término
medio que Franco Zeffirelli supo encontrar. Aunque naturalmente es
algo susceptible de opinión, así que aquí tienen para
comparar el monólogo de la versión de Laurence Olivier, aquí el de la
película de Kenneth Branagh, aquí el de la
interpretada por Mel Gibson y por último el de la versión de Ethan
Hawke.
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Enrique V
Las seis películas ha dirigido Kenneth Branagh en torno a la obra
de Shakespeare lo convierten en uno de sus adaptadores oficiales. Enrique V fue la primera de todas
ellas, y tal vez la mejor, al menos le valió sendas nominaciones como actor y
director. No podemos olvidar su escena cumbre, en la
que arenga a sus soldados antes de la batalla
del día de San Crispín.
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Mucho ruido y
pocas nueces
Sus comedias generalmente no han tenido unas adaptaciones de
calidad semejante a sus tragedias, quizá el motivo sea que el humor es
perecedero y está más sujeto al contexto cultural. Pese a todo el resultado fue
aceptable en esta versión de Branagh en la que contemplamos a un insólito Pedro
I de Aragón. Otra comedia de este director, que no era una adaptación aunque sí
estaba vinculada al universo de Shakespeare, fue aquella tan simpática titulada En
lo más crudo del crudo invierno. Por otro lado, Joss Whedon tuvo tiempo entre
Vengadores y Vengadores para filmar su propia versión de la obra, con cuatro
duros y la participación de sus colegas habituales. Una simpática adaptación en
blanco y negro en escenario contemporáneo.
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Otelo
En la época de nuestro autor andaban al acecho los puritanos, que
lógicamente no veían con buenos ojos algo que divirtiera a la gente como era el
teatro. Lo que no existía, por suerte para él, era esa evolución posterior del
puritanismo conocida como corrección política, con su empeño por fiscalizar la
ficción. Por esta obra hoy día hubiera tenido que dar muchas explicaciones pero
afortunadamente ya está escrita y no puede cambiarse. En esta versión vemos de
nuevo a Kenneth Branagh, esta vez interpretando a Yago, uno de los personajes
más sugerentes y perversos que ha dado la obra shakesperiana.
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Campanadas a
medianoche
Como vemos, hay personajes salidos de su pluma que parecen
adquirir vida propia y tomar su propio rumbo. Es el caso del vitalista
Falstaff, a quien interpretó un esférico Orson Welles en esta cinta rodada en
España (por ahí vemos a Fernando Rey) que recrea fragmentos de un total de
cinco obras suyas. De nuevo estamos ante un cineasta adicto a Shakespeare, pues
previamente ya había dirigido Macbeth y Otelo.
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Ran
De Kurosawa podemos decir lo mismo. Entre las diversas
obras literarias occidentales que adaptó al contexto japonés destacan las del
dramaturgo inglés, como la mencionada al inicio o esta superproducción que
recreaba El rey Lear.
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Diez razones
para odiarte
Hollywood se ha recreado siempre en la descripción de los
institutos americanos a la manera en que lo hace un documental cualquiera sobre
los antílopes de la sabana, sin ahorrarnos detalle sobre sus ritos de
apareamiento y sus luchas jerárquicas. Era inevitable que semejante hábitat
terminase siendo el escenario de alguna adaptación shakesperiana, en este caso
de la que es quizá su comedia más conocida: La fierecilla domada. El resultado fue mejor de lo que cabía
esperar en esta película protagonizada por el malogrado Heath Ledger.
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Julio César
Mankiewicz coescribió y dirigió esta tragedia en la que nuestro
autor recreaba la conspiración y el asesinato de Julio César. Quiso cuidar cada
detalle, y para ello contó con actores que ya estaban familiarizados con esta
obra salvo en el caso de Marlon Brando, que a pesar de ello supo estar a
la altura y resultó nominado al Óscar. John Huston describió su
interpretación aquí como «abrir un horno caliente dentro de una habitación
oscura», aquí tenemos
un ejemplo.
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Shakespeare in
Love
No es una adaptación de una obra en concreto pero sí de la vida y
del universo de Shakespeare, por lo que merece que la incluyamos. Obtuvo siete
Óscar esta encantadora historia que juega con el travestismo que tanto gustaba
al escritor inglés (la quinta parte de sus obras lo incluyen, qué vicio
llevaba), con una Viola disfrazándose de hombre para poder actuar en el teatro
y aproximarse al escritor, quien terminará dedicándole un personaje en Noche de reyes.
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Planeta Prohibido
Basta con que cambiemos un mago por un científico, Miranda por
Altaira, Robby por Ariel, la isla por el planeta Altair-4, Calibán por aquel
ente maléfico que «renueva su estructura molecular de microsegundo en
microsegundo», los supervivientes del barco por la tripulación capitaneada por Leslie
Nielsen y en lugar de La
tempestad tendremos frente a nosotros este clásico
de la ciencia ficción.
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