domingo, 27 de noviembre de 2016

"Un ser puro" por Manuel Vicent


La mujer adúltera permanecía arrodillada en medio de un círculo de fariseos airados y cada uno de ellos tenía una piedra en la mano. Según la Ley de Moisés esa mujer debía ser lapidada como castigo a su pecado y así estaban dispuestos a hacerlo aquellos fariseos cuando en ese momento vieron que se acercaba un joven profeta al que tentaron con estas palabras: “Dinos, maestro, si debemos ejecutarla, como manda la Ley de Moisés, o perdonarla”. Por toda respuesta el joven profeta en silencio se puso a escribir en tierra con el dedo unos signos misteriosos y sin volver el rostro dijo: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y luego siguió escribiendo en el polvo hasta completar su sentencia. Los fariseos comenzaron a hurgar en su conciencia y todos excepto uno encontraron en ella algún motivo para sentirse culpables de pecados cometidos en el pasado, así que dejaron la piedra de lado y se fueron alejando. Pero hubo uno que permaneció frente a la adúltera humillada porque se sentía puro, libre de culpa, propietario de la verdad absoluta y con autoridad suficiente para ejecutar el castigo. Lleno de ira levantó el brazo y descargó la piedra sobre la mujer adúltera. Los exégetas han discutido hasta la neurosis qué clase de enseñanza pudo haber escrito el joven profeta sobre el polvo, que fue de inmediato disuelto por el viento. Pudo, tal vez, haber escrito este duro pronóstico: a lo largo de la historia la figura de ese fariseo falto de piedad adoptará diversas formas teológicas, morales y políticas, de modo que adondequiera que vayas habrá un inquisidor que podrá acusarte contra toda justicia, un juez de la horca decidido a condenarte sin pruebas, un fanático dispuesto a degollarte. En cualquier caso siempre será el mismo personaje: alguien que se cree puro, exento de culpa y por eso mismo incapaz de perdonarte. 

sábado, 26 de noviembre de 2016

Adolescens I


"R" Y "J"

"R" es un chico rubio de primero de ESO. De ojos asustados y gafas redondas. Lo sé porque estoy comprobando su ficha en Delphos (el programa de gestión donde clasificamos al alumnado y le administramos sus correspondientes marchamos). No lo conozco. No lo he visto nunca en persona. Tampoco a "J". Una ecuatoriana de mentón dulce y mirada de niña transparente. De su misma clase. La profesora de Biología me informa de que han faltado a segunda hora, a pesar de haber asistido a primera a clase de Matemáticas. “Seguramente es un caso de amores”, me apunta la profesora. “Se sientan juntos y no lo pueden ocultar”. Llamo a sus padres para que estén al tanto de que sus hijos se han fugado del centro. La madre de "R" está muy preocupada. La de "J" no contesta al teléfono. A quinta hora todavía no han aparecido. Les toca Lengua y no están. Sus compañeros se alarman al ver que preguntan por ellos y seguramente en el cambio de clase les avisan por teléfono porque a sexta hora aparecen. Yo no he tenido oportunidad de verlos aún. Me los imagino asustados y emocionados por su primera escapada, por su intrepidez de doce años que les ha llevado a romper las normas y a provocar sobresaltos entre padres y compañeros. Me los imagino con el corazón hirviendo, pasando entre los barrotes de la valla del instituto cogidos de la mano. Se besan por última vez, antes de que los inquisidores los atrapemos y los juzguemos para volver legendaria la aventura en su clase de primero y para reafirmar su amor recién estrenado. Mañana les pregunto para confirmarlo. O bueno, mejor no.

"Derivas continentales" por Antonio Muñoz Molina


Siempre son inusitadas las geografías de la literatura. Los libros, los escritores, los lectores, las influencias crean conexiones tan complicadas como los circuitos neuronales, para desconcierto de quienes aspiran a la organización administrativa o patriótica de los hechos literarios. Escribo y me viene a la memoria una mesa redonda sobre “novela granadina” a la que asistí, en Granada, hace muchísimos años. Un profesor universitario explicó en la introducción que la principal dificultad para escribir novelas en Granada era que la ciudad —o la provincia, no me acuerdo—, si bien había sido tan fértil engendrando poetas, carecía de tradición novelística, si se exceptuaba a Pedro Antonio de Alarcón. Este profesor clarividente luego se ganó un gran prestigio académico demostrando, con el rigor propio del gremio, que Federico García Lorca y Francisco Ayala eran tan falangistas como José Antonio Primo de Rivera, si no más.
Afortunadamente, un escritor no descubre ni educa su vocación gracias a los modelos o a los predecesores nacidos en su comarca de origen; ni siquiera en su país, y ni siquiera en su lengua. Uno suele escribir usando los materiales que tiene más a mano, el idioma y el mundo que mejor conoce, pero la atracción de lo distinto y lo extranjero puede ser mucho más poderosa que la de lo más cercano, aunque esto entristezca o incluso indigne a los celebradores de las identidades. Era evidente que la Granada de los años ochenta en la que yo empezaba a escribir carecía de una tradición de novelistas locales casi tan radicalmente como carecía de una escuela de físicos teóricos o de compositores de ópera. Pero mi tradición era la de toda la literatura que había leído y que me había importado hasta el punto de influir mi manera de estar en el mundo, y mi geografía abarcaba desde el San Petersburgo de Dostoievski y el Moscú de Tolstói y Chéjov hasta los bosques australes de Pablo Neruda, y el sur de William Faulkner no me era menos familiar que el de mi propia tierra, aunque lo conociera entonces filtrado por las traducciones y por el trabajo exclusivo de la imaginación. Mucho antes de la interconexión universal de Internet ya existía la de las lecturas. Como aspirante a novelista yo vivía más en Buenos Aires, en Macondo, en Santa María, en Comala, en la Lima triste del Zabalita de Vargas Llosa que en la Granada de mi vida familiar y mis obligaciones laborales. En la época en la que empezaban a imponer su halago y su chantaje las identidades comarcales forzosas, el mejor antídoto contra la obligación de ser andaluz, y además novelista andaluz, era trazar un mapa aproximado de todas las influencias de las que uno se alimentaba. Por supuesto que uno tiende a escribir sobre ámbitos muy limitados del mundo, sobre mundos que no se extienden mucho más allá de su experiencia directa y profunda. Pero la literatura consiste en esa paradoja, la de lo extremadamente singular que sin dejar de serlo se vuelve inteligible para cualquiera en cualquier parte y en cualquier tiempo.
Sin salir apenas de Úbeda y de Granada, mi geografía de la literatura abarcaba entre otras amplitudes la de América Latina. Para intentar escribir una novela en Granada no había necesidad de resignarse a Pedro Antonio de Alarcón. Estaban Rulfo, Onetti, Vargas Llosa, Bioy Casares, Carpentier, Cortázar, García Márquez, Manuel Puig. También ellos habían elaborado sus propias geografías, en sus novelas y en sus vidas. Habían elegido maestros en otras lenguas y habían escrito sobre sus países de origen en capitales extranjeras, o habían inventado ciudades y países a la medida de sus imaginaciones.
Las capitales de la literatura latinoamericana han sido y son con mucha frecuencia ciudades extranjeras. Cabrera Infante escribía sobre Cuba en Londres, Vargas Llosa sobre Lima en París y Barcelona, Onetti sobre su Santa María inventada en Buenos Aires y luego en Madrid, García Márquez sobre Macondo en México, Ricardo Piglia sobre Buenos Aires en Nueva Jersey, Roberto Bolaño casi en cualquier capital sobre cualquier otra capital, tan errante en México como en Barcelona.
Ahora una de las capitales de las literaturas hispánicas es Nueva York. Pertenecemos a países muy poco comunicados entre sí, a pesar de la comunidad engañosa del idioma; países casi siempre muy enconados en sus ensimismamientos. Fuera de los nombres más evidentes, es muy difícil que un escritor de América Latina sea leído en España; pero es igual de difícil que en un país de América Latina se lea lo que se escribe en el país de al lado. Tendemos a vivir encerrados en las habitaciones muy pequeñas de una casa muy grande. Nuestra curiosidad o nuestro papanatismo nos mantienen al tanto de todo lo bueno y todo lo mediocre que se escribe en inglés en Estados Unidos. Pero nuestra amplitud de miras se vuelve condescendencia a la hora de leer a escritores que nos parecen irrelevantes por la exclusiva razón de que no nos suenan sus nombres.

En Nueva York, a lo largo de unos cuantos años, en una maestría de escritura creativa en la que trabajaba —en español de España “maestría” se dice “máster”— he tenido la oportunidad de poner al día y ampliar mi geografía de la literatura. En una ciudad, en unas aulas, en los cafés y los bares y las librerías de las calles cercanas, cabe el boceto de un continente de palabras escritas. También de acentos, y vocabularios: me he adiestrado en distinguir las músicas sutiles del español de cada país, y las variedades jugosas y desconcertantes de su léxico. Cuando una persona se hace mayor tiende a pensar que también envejece y declina el mundo. He conocido a jóvenes que conocen y aman tanto o más que yo libros que a mí me apasionaban cuando ellos aún no habían nacido. Algunos de ellos ya van siendo conocidos. Otros desplegarán su talento en muy pocos años. Han llegado a Nueva York desde casi cualquier país de habla española, y aquí han descubierto no sin asombro lo que tienen en común y lo que los distingue, y lo que los sitúa a todos a este lado de la divisoria entre el español y el inglés, en el punto de fricción y encuentro entre dos mundos. Hay que estar muy atento a lo que va a suceder, a lo que está sucediendo ya.

"Absenta, la reina de los bulevares" por Enrique Redondo de Lope


Hizo a Hemingway saltar al ruedo e intentar lidiar un toro bravo. Empujó a Van Gogh a cortarse una oreja para ofrecerla como presente. Inspiró a Pablo Picasso en alguna de sus mejores pinturas. El Drácula de Stoker lo consideraba su afrodisíaco. Es la Fée Verte; el Hada Verde, el Diablo Verde. La musa de los artistas. La absenta.
¿Pero qué es la absenta? Esta pócima, como otras muchas bebidas, inicia su comercialización como un elixir medicinal, un digestivo capaz de curar todos los males. Basándose en la rica botánica de los valles alpinos suizos, parece ser que la madre Henriod, una destiladora de Neuchâtel, perfuma alcohol de gran pureza con una suma de hierbas más o menos secretas, con alrededor de un 80% de alcohol. Pero en todos los éxitos hay un visionario; en ese caso el antes y el después de esta bebida no se producirá hasta 1797, cuando el mayor Dubiedcreó su propia marca bajo el nombre «Dubied Père et Fils». Había nacido la absenta, tal y como la conocemos. Cierto que el uso del ajenjo (una planta amarga y muy aromática) para la creación de bebidas ha sido constante desde la antigüedad, pero no es hasta finales del XVIII cuando se comienza a destilar, en vez de macerar.
Suiza, 1905; Jean Lanfray, borracho y alterado, asesina a su esposa embarazada y a sus dos hijas, actuando bajo el influjo de la absenta. Una ola de indignación recorre Suiza, recogiéndose más de ochenta mil firmas exigiendo la prohibición de la bebida. En 1908, y tras un referéndum a nivel nacional, el Parlamento aprueba una ley que entró en vigor en la medianoche del 7 de octubre de 1910. Así, la producción y venta de absenta quedaban prohibidas en Suiza hasta su rehabilitación en 2005, extendiéndose esta prohibición por diversos países europeos y Estados Unidos. Más tarde se hará público que aparte de dos copas de absenta, Lanfray había consumido grandes cantidades de vino, coñac, brandy y crema de menta. Pero la absenta, como desde hace más de un siglo, era la estrella de la fiesta. ¿Pero por qué se prohibió realmente la absenta en Suiza? La realidad parece menos cinematográfica que esos terribles crímenes. Según varios historiadores, una de las razones para prohibir la absenta fue que contribuyó a una excesiva liberación de las mujeres. Por razones culturales, en Suiza (y en el resto de Europa) la absenta cautivó a las mujeres, como se puede observar en la publicidad de la época, que casi en exclusiva se dirigía a ellas. Otra importante razón que se maneja es la durísima competencia que representaba esta bebida para los productores de vino y cerveza. La absenta era una bebida muy barata de producir, incluso más barata que la cerveza, y con más efecto sobre quienes la consumían. Con todo ello en el país helvético se produjo una extraña alianza entre los productores de cerveza y vino, a los que se sumaron las ligas antialcohol, los médicos y la Iglesia. La absenta siempre ha creado extraños compañeros de cama.
Pero si Suiza fue el comienzo, su mayoría de edad se produjo en la vecina Francia. Año 1830. Francia comienza la colonización de Argelia, que sería su protectorado por más de cien años. Las tropas francesas no solo sufren los rigores de un clima duro y desértico, sino también el azote de enfermedades típicas de la región, como las temidas fiebres palúdicas. El Estado Mayor toma una determinación. La tropa recibirá cantimploras llenas de absenta, la cual, convenientemente rebajada en agua, garantizará la inmunidad contra las terribles fiebres y las infecciones estomacales. Esas enfermedades no se sabe si se evitaron (aunque tiene toda la pinta de que no: «La absenta ha matado a más soldados franceses en el norte de África que las balas árabes» llegó a escribir Alejandro Dumas) pero sí que hizo que la campaña africana fuera menos dura para los soldados. Si la marihuana fue el bálsamo en Vietnam para las tropas americanas, los destacamentos franceses hicieron su campaña en Argelia un poco más llevadera gracias al hada verde. Estos soldados regresaron a casa, con sus recuerdos, sus historias y, por supuesto, su gusto por la absenta… Poco a poco empieza a hacerse habitual en bares y bistrós, en cabarés y comercios. Se inicia una popularización que lleva a que el consumo de absenta supere largamente el de vino. Hay que señalar que las cosechas de vino habían sido diezmadas en años anteriores por la filoxera —un parásito de la vid—, con lo que la absenta comienza a ocupar su lugar. Era barata, era un alcohol industrial y era muy fácil de comprar. Todo encajaba. En Francia durante el año 1910 se consumen treinta y cinco millones de litros. Estamos en plena Belle Époque, Francia es la cuna cultural y París el referente en el arte y la creación. Y el mundo artístico adopta esta bebida, glamurosa, de referencias malevas, origen turbio y con un pasado atractivo. La absenta empieza a convertirse en mito.
Los rumores de prohibición no hicieron sino acrecentar el atractivo de la absenta, pero los millones de francos que ingresaba el Tesoro de la República por medio de los impuestos a la bebida actúan como un importante contrapeso. Como el destilado de absenta es amargo, precisaba para su aceptación de un toque dulce indispensable para hacer agradable su consumo. La forma de endulzarlo es básica en los rituales de invocación de las muchas musas que despierta la absenta. Se trata de colocar en el fondo del vaso la cantidad exacta de alcohol (muchas veces el vaso tiene una talla que da la medida exacta), colocándose sobre el borde una cuchara con una porción de azúcar. Luego, con mucha lentitud, se vierte agua helada sobre el azúcar que, al disolverse lentamente cae sobre la absenta, iniciándose un proceso de coloración en el que pronto aparece el verde pálido de la musa. El juego de colores que va apareciendo en la copa forma parte del ritual inspirador. Se comparan los tonos logrados. Las cucharas que lo contienen han dejado de ser las de café, sustituidas por espátulas y palas pequeñas, perforadas con filigranas, realizadas en metal, acero, plata y oro. Con la Exposición Universal de 1899 de París muchos visitantes regresan a su país de origen con el hábito adquirido del consumo de absenta. Con su colorido ritual, es un indispensable en tertulias, y se convierte en la bebida por antonomasia de escritores y artistas, es el «catalizador» de las musas, su reclamo, su alimento. Se crean poemas elogiosos y aparece en novelas. Rubén Darío y Victor Hugo la idolatran. Degas y Picasso la hacen protagonista de sus cuadros. Charles Cros, mientras desarrollaba el telégrafo y el primer fonógrafo, llegó a beber veinte vasos diarios. Paul Verlaine empezó a beber ajenjo en compañía de Arthur Rimbaud. Alfred Jarry solo la consumía en puro y se paseaba en bicicleta pintado de verde. Para muchos críticos de arte los colores que utilizan Van Gogh comienzan a ser relacionados al consumo de absenta. Pero paralelamente a su implantación en medios artísticos, millones de trabajadores se convierten en adictos a estas copas que llevan al delirio, la alucinación y la locura, sobre todo cuando en la elaboración de la absenta se han utilizado alcoholes de mala calidad o el temido metanol, causante de intoxicaciones y ceguera. Hasta se inventaban artilugios para poder servirla más rápido y con más eficiencia: pequeños depósitos de agua con hielo y varios grifos.
1914; se desencadena la Primera Guerra Mundial, «la Gran Guerra». El recuerdo de la humillante y bochornosa derrota de la guerra franco-prusiana de 1870 estaba en la cabeza de todos los políticos y mandos militares franceses. El comienzo de la contienda no puede ser más desesperanzador. La pérdida de Alsacia y Lorena fue achacada a un ejército mal liderado y débil, y algunos analistas empiezan a apuntar al consumo de absenta como una de sus causas. En el subconsciente se ve al soldado francés como adicto a la bebida verde. Se empieza a extender la idea de que las tempranas victorias alemanes son el triunfo de lo natural y sano (la cerveza) contra lo artificial y dañino (la absenta). En Francia sería prohibida en 1915, como en casi la mayoría de los países europea (con las excepciones de España, Portugal y Reino Unido, países en las que este elixir nunca llegaría a ser verdaderamente popular). Es sorprendente que los fabricantes de absenta no hicieran ningún comunicado ni llevaran ninguna forma de presión al Gobierno para evitar su prohibición. Siempre se rumoreó que fueron silenciados mediante una suculenta indemnización, pagada en parte por los fabricantes de cerveza y las grandes bodegas de vino.
Para 1920, la máxima graduación tolerada en Francia era de 30 grados. En 1922 se autorizaron los aperitivos de hasta 40 grados: Berger y Tomysette salen al mercado. Ricard lanzó el «pastís marsellés». Pero de los sucedáneos, ninguno gozó de la fama del Pernod, aunque su filiación con la absenta es apenas sentimental.Poco a poco en Francia la prohibición fue relajada y se permitió que la bebida fuera vendida siempre y cuando la etiqueta dijera «una bebida a base de extractos de la planta de ajenjo». El ajenjo fue legalizado en la Unión Europea en 1988, siempre que la cantidad de tujona permaneciera dentro del límite acordado de 10 mg/kg, o 35mg/kg de ajenjo amargo. En 2010, esta absenta modernizada, rebajada y versionada, volvió a ser legal en Francia. En la actualidad, España, Reino Unido y República Checa son los mayores productores de esta bebida.
¿Pero cómo de dañina era la absenta? ¿Qué había de cierto en su mito? El ajenjo, o Artemisia absinthium, pertenece a la familia de las margaritas, y desde la antigüedad se le atribuye un gran valor medicinal. Antes de la aparición de la absenta, el ajenjo ya era un ingrediente popular para dar sabor a las bebidas alcohólicas. El vermut se inventó en Italia a finales del siglo XVIII y debe su nombre al alemán wermut (ajenjo). El principio activo del ajenjo es la tuyona, y su estructura química se parece a la del mentol, que puede ser peligroso en dosis elevadas y es cierto que tiene un efecto psicoactivo, pero no con la concentración de diez miligramos por litro que parece ser que contenían la mayoría de absentas. Hay que señalar que la salvia o el estragón tienen niveles parecidos de tuyona, pero curiosamente nunca se han asociado a conductas enfermas como en el caso de la absenta. Los legendarios efectos de esta mítica bebida se deben, casi con toda certeza, a su elevada graduación alcohólica, que a un 75-80% supera con mucho a la mayoría del resto de alcoholes destilados, que suelen estar a un 40%. Además, el consumo de absenta nunca se hacía de manera exclusiva y solía ir mezclado con hachís, opio, y todo tipo de licores, de ahí que los resultados fueran totalmente imprevistos. 
Pero sea como sea, la absenta ocupará ya siempre un lugar en el imaginario de la cultura europea, fundamentalmente en Francia, donde siempre estará ligada al impresionismo, a las vanguardias, a la Belle Époque y a una manera de entender el arte y la vida que quizás desapareció con la Primera Guerra Mundial. Y es que, como dijo Oscar Wilde, «tras el primer vaso, uno ve las cosas como le agradaría que fueran. Tras el segundo, uno ve las cosas que no existen. Por último, uno termina viendo las cosas como son y eso es lo más terrible que puede acontecer».

martes, 22 de noviembre de 2016

"Hablamos con varias abuelas sobre cómo era su vida sexual" por Sabina Urraca


Ayudé a mi abuela Juana a ducharse. Para ella, todo lo que estaba entre las piernas, hacia delante y hacia detrás, se llamaba culo. Me giré, dándole intimidad para que se lo lavase. Entonces dijo, con aquella franqueza cómica con la que trataba los temas sexuales: "De tanto tener niños, ya no tengo agujeros separados. Creo que tengo un solo hoyo grande por el que sale todo junto. Que yo no sé muy bien lo que hay ahí, porque nunca me lo he visto".
Imaginaba a mi abuela, detrás de mí, con un pozo insondable entre las piernas. Ese pozo era, en realidad, una laguna de represión y desconocimiento. Mi abuela me dijo, en alguna ocasión, que ella "se lo pasaba muy bien" con mi abuelo. Aun así, muchos puntos de su vida se adscriben a la norma social de la época. El cuerpo como ente impuro, maldecido por las palabras de la Iglesia, la mirada de Cristo y de la sociedad siempre presentes, la mano que aparta la del novio, la virginidad, la sangre y la amenaza de pecado constante, todo ello confluyendo en ese agujero de misterio.

LA PRIMERA DESGRACIA
"Yo nunca había visto un pito tieso y recuerdo que no podía parar de reír. Al día siguiente no podía mirar a nadie a la cara"
Así llamó la madre de Angelita a la primera menstruación de su hija. Esta pacense de 90 años recuerda el olor de la habitación cuando su madre les prohibía lavarse durante esos días. "A veces, si había baile y estábamos con la sangre, no nos dejaba ir". La regla era el primer aviso de peligro. Tu cuerpo se volvía un templo que debías proteger. Pero, ¿cómo es posible ser guardiana de un templo si no sabes a qué tipo de peligros te enfrentas?
Carmen Baladrón, madrileña de 70 años, afirma: "Lo teníamos muy crudo, porque éramos muy ignorantes, esclavas del "ya te enterarás"". Como todo lo relacionado con los procesos del cuerpo, la menstruación era un tema de faldas para adentro. Meryl Velasco, donostiarra de 67 años, recuerda escenas que llenaron su infancia de misterio: "Mi tía le hizo una bata a mi madre y esta le dijo: "este color tan claro no me convence; se puede manchar, ya sabes de qué". Al ver que yo estaba escuchando, cortaron la conversación".

CHICOLEAR
Ese verbo cargado de maldad, chicolear, fue el que usaron las monjas del colegio para informar al padre de Mari Carmen Grande de que su hija paseaba con chicos al salir del colegio. La Iglesia, guardiana de la moral en la España franquista, se ocupaba de poner el ojo en cada uno de sus fieles, aunque en este caso se tratase de una niña de doce años que aún no sabía de dónde venían los niños. Sin embargo, una especie de fuerza invisible hacía a las chicas temer el simple contacto. Meryl Velasco recuerda que de niña ni siquiera había tenido una conversación con un chico que no fuese de su familia. "Si un chico me agarraba de la mano, me daba hasta un mareo".
Carmen Baladrón saca a relucir el doble rasero de la Iglesia: "Un cura nos mandó a ir a su casa a recoger los resultados de un examen de religión. Mi padre, cuando se enteró, se vino conmigo. El cura se quedó pasmado al verlo. Fíjate, qué querría el cura si nos mandaba a ir a buscar los exámenes a su casa". La familia, sin saber que el cazador estaba tan cerca, formaba una jaula de protección y vigilancia alrededor de la pureza de la joven. "Justo antes de casarme -recuerda Meryl- fui una noche con mi prometido a preparar el piso que nos habíamos comprado. Al volver a casa, mi padre me montó una gordísima, y me llamó de puta para arriba".
La nonagenaria Angelita se ríe recordando su primer beso, que se lo dio al que fue su marido, fallecido hace ya 30 años. "No te lo creerás, pero fue el mismo día de la boda, delante de la familia. Pensé: qué morro más duro".
Teresa, treinta años más joven que Angelita, vivió una realidad más abierta de lo habitual. Se trasladó a Madrid desde su Soria natal, y compartía piso con amigos. Es la única de todas las entrevistadas que recuerda hablar con amigos de su vida sexual. Para el resto de entrevistadas, de una forma natural, el muro entre vida íntima y vida social quedaba claramente delimitado. Sobre todo en un tema tan delicado como 'la entrega de la flor'.

LA FLOR
Carmen Baladrón se ríe cuando le pregunto por su pérdida de la virginidad: "Mi marido decía de broma: "Hay quien se casa por haber jodido. Y yo me caso para joder, porque no me ha dejado mojar nada esta mujer"". Mari Carmen Grande coincide con ella: "Había que morir virgen y mártir. Y mi madre con eso era muy dura, de escopeta y perro, como digo yo".
Algunas había más informadas que otras, pero, para casi todas las entrevistadas, al casarse, el velo que ocultaba tanto misterio se descorría. La nonagenaria Angelita recuerda que, en el momento de la verdad, con su marido "yo cerraba las piernas fuerte. Pensaba que era imposible que aquello me `cabiera´. Yo nunca había metido ni un meñique ahí dentro, así que ya te puedes figurar al pensar en el miembro".
Tanto Meryl como Teresa coinciden en el shock que les produjo ver por primera vez un pene en erección. "Yo nunca había visto un pito tieso -reconoce Teresa- y recuerdo que no podía parar de reír". Meryl habla sin tapujos de su inocencia en aquel momento: "No sabía ni por dónde había que meter las cosas, para que me entiendas. Era todo muy confuso. Fue muy bonito igualmente. Al día siguiente nos fuimos de viaje de bodas a Canarias, y yo no podía mirar a nadie a la cara, porque me parecía que se me podía ver en los ojos que había follado".

UNA ASPIRINA 
"Yo cerraba las piernas fuerte. Pensaba que era imposible que aquello me 'cabiera'. Yo nunca había metido ni un meñique ahí dentro"
Este era, según Angelita, el método anticonceptivo: "Una aspirina bien apretada entre las rodillas. Y que no se te caiga". Cecilia Novella, cubana residente en Valencia, nacida el mismo día que comenzó la Segunda Guerra Mundial, llegó a España con 17 años a estudiar medicina. Procedente de un universo más liberal, observaba con curiosidad la represión española. Nunca se casó y tuvo una vida sexual libre, siendo una de las pioneras del DIU. Recuerda esa España oscura, en la que, en clase de Anatomía, el profesor anunció: "Mañana no vengan las chicas a clase, que vamos a impartir la lección del aparato sexual masculino".
Carmen Baladrón reconoce que la anticoncepción era un páramo de desconocimiento: "No usábamos nada, hasta que un amigo nos trajo de Francia unas pastillas que se metían por la vagina. Era muy incómodo, así que hacíamos la marcha atrás. Íbamos a ciegas".
Los embarazos no deseados fuera del matrimonio fueron un fantasma que planeaba por encima de los jóvenes. Teresa Plaza se estremece al recordar cuando acompañó a una amiga a abortar: "Era un piso normal, en medio de Madrid, donde una señora hacía abortos sin ninguna condición higiénica". Mari Carmen Grande recuerda a una compañera que se quedó embarazada de soltera. "La habían echado de casa, así que la acompañé a dar a luz. La vi absolutamente perdida, enloquecida por su situación. Eso te podía convertir en una paria social".

TU PLACER ES TUYO
Angelita se parte de risa cuando le comento esa frase feminista. "Antes se hacía el amor para hacer hijos o cuando se le antojase al marido. Ahora se dice que es muy importante que la mujer esté contenta. Yo no sé si he tenido el gusto del sexo, lo que se siente. Creo que alguna vez sí".

Meryl recuerda las primeras sensaciones de aquellos años: "Había veces, antes de casarte, que te besabas y te hacías arrumacos con tu novio, y sabías que si seguías por ahí te iba a fulminar un rayo: por un lado, en la cabeza por mala, y en el bajo vientre porque, si seguías, eso era lo que te iba a pasar". Y rememora con una sonrisa el largo camino recorrido: "Éramos autodidactas. No hemos salido mal para la poca idea que teníamos". Teresa está de acuerdo, pero recalca un dato, fundamental para ella: "Nuestra libertad, casi todo el tiempo, consistía en saber mentir, incluso a veces a ti misma. Aprendías a mentir a los diez años y ya no parabas. Era nuestra única arma".

"El vino como forma de transmisión de cultura" por Sergio Parra


Si bien hay quienes han usado el vino como vía paliativa de la infelicidad y el desasosiego, lo que comúnmente se ha venido a llamar «ahogar las penas», el vino también ha obrado como transmisor cultural, como más tarde lo hicieran la imprenta o, incluso, internet.
La autoridad wikipédica se limita a describir el vino como una bebida obtenida a través de la fermentación de la uva, y que los testimonios arqueológicos sugieren que este caldo se produjo por primera vez en el Neolítico, entre 9000 y 4000 a. e. c., en los montes Zagros, entre el norte de la actual Irán y Armenia. No en vano, Areni, en Armenia, son los restos arqueológicos de las instalaciones vitivinícolas más antiguas conocidas hasta la fecha y datan del 4100 a. e. c.
Sin embargo, a poco que no nos quedemos en la superficie de esta acepción, descubriremos que también ha formado parte y ha participado activamente de cambios históricos y sociales de gran relevancia.
El vino como antítesis de la barbarie
El vino es un líquido que ha servido tradicionalmente para trasmitir cultura, y a modo de máquina de la verdad, para expresar lo que verdaderamente sentíamos. «El vino revela lo que está oculto», declaró Eratóstenes.
Si la cuna de la filosofía, la política, la ciencia y la literatura fue la antigua Grecia, fue el vino la correa transmisora de esas ideas. Gracias al comercio marítimo de esos caldos mediterráneos, no solo las ideas se diseminaron, sino que se sometieron a juicio y escrutinio en fiestas o simposios en los que los concurrentes bebían de un recipiente compartido de vino diluido. Gracias a él, los participantes eran capaces de superarse a sí mismos en ingenio, empleando para ello las más abracadabrantes figuras retóricas. Decía por ejemplo el poeta cómico griego Aristófanes: «Rápido, traedme una copa de vino, para que me remoje el entendimiento y diga algo inteligente».
En palabras de Tucídides, autor griego del siglo V a. e. c. que fue uno de los más importantes historiadores del mundo antiguo, «los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger de la barbarie cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid». Y es que el vino empezó a considerarse un signo de distinción, un símbolo de civilización y una forma de distinguirse fácilmente de los bárbaros, bebedores de vulgar cerveza.
La vinculación del vino con los griegos y la cerveza con los bárbaros no solo tenía que ver con el sabor o los efectos etílicos que producían ambas bebidas, sino también por las dificultades que entrañaba elaborarlas. El vino, indudablemente, era mucho más difícil que obtener que la cerveza, como explica Tom Standage en La historia del mundo en seis tragos:
La fruta es estacional y se estropea con facilidad, la miel silvestre solo estaba disponible en pequeñas cantidades y ni el vino ni la hidromiel podían almacenarse durante mucho tiempo sin cerámica, que no surgió hasta alrededor de 6000 a. C. La cerveza, en cambio, podía fabricarse a partir de las cosechas de cereales, que eran abundantes y fáciles de almacenar, lo que permitía elaborar cerveza de manera fiable, y en grandes cantidades, cuando era necesario.
También los griegos pretendían establecer claras diferencias de clase y de posición intelectual entre los bebedores de vino y los de cerveza, hasta el punto de que, en ocasiones, se elaboraban teorías un tanto descabelladas, como esta que J. C. McKeown copia literalmente de Aristóteles en Gabinete de curiosidades romanas:
Los que se emborrachan de vino caen de bruces, mientras que los que han tomado la bebida de cebada (cerveza) echan la cabeza hacia atrás, puesto que el vino produce pesadez de cabeza, mientras que la bebida de cebada es soporífera.
Para los griegos, beber vino era sinónimo de civilización y refinamiento: el tipo de vino que se bebía y su edad indicaban lo culto que se era. Salvando ciertas distancias, el vino era como internet: te permitía comunicarte con los demás dejando a un lado de rigideces protocolarias del día a día, a la vez que te significaba como individuo cultural y tecnológicamente superior.
Las etiquetas de Roma
Como explica Tom Standage en La historia del mundo en seis tragos: «La difusión del consumo de vino prosiguió en tiempos de los romanos, la estructura de cuya jerárquica sociedad se reflejaba en una estratificación minuciosamente calibrada de vinos y clases de vino». Con todo, la variedad de la época sería extraña para nuestro paladar, porque aquel vino solía mezclarse con agua (incluso de mar) y otros ingredientes, como frutas, miel o especias. Algo así como el calimocho o la sangría.
Estos caldos, además, llegaban de muy lejos y debidamente transportados en ánforas con sellos que pueden compararse a nuestras modernas etiquetas. En estas etiquetas podríamos leer el nombre del mercader o transportista, el contenido neto, los datos del control fiscal, entre otras indicaciones.
Eso sí, a veces los vinos más caros se reservaban para uno, y a los convidados se les servían otros menos sofisticados, tal y como explica Fernando Garcés Blázquez en Historia del mundo con los trozos más codiciados:
Por vanidad, los romanos pudientes invitaban al mayor número posible de personas, pero por tacañería o prudencia, luego hacían trampas. Plinio el Viejo critica a aquellos de sus contemporáneos que «sirven a sus invitados un vino distinto del que ellos beben, o a lo largo del banquete sustituyen los buenos por otros mediocres». Plinio el Joven, sobrino del anterior, registra otra fullería: guardar el vino en pequeños frascos de calidades diversas y sacar unos u otros según la importancia de los invitados.
El vino más caro y lujoso de la época y, por consiguiente, el que solo se reservaba para invitados muy especiales, o para nadie que no fuera uno mismo, era opimiano, la mejor cosecha de Falerno, de la región de Campania, en el sur de Italia. Lo bebió Julio César, y también al emperador Calígula le sirvieron opimiano de ciento sesenta años.
Sacramento
Tras Grecia y Roma, el vino prosperó en diferentes culturas, sobre todo con su vinculación a lo religioso, tanto para alabarlo como para defenestrarlo. Un código visigodo redactado entre los siglos V y VII, por ejemplo, desgranaba castigos detallados para cualquiera que dañara un viñedo.
Entre los cristianos, el consumo de vino era una modalidad de comunión sagrada, aunque siempre en pequeñas dosis, a diferencia de los cultos a Dionisio y a Baco, los equivalentes divinos en Grecia y Roma. En algunos casos, la venta de vino elaborado en las tierras de la Iglesia constituyó una importante fuente de ingresos. Entre los vinos más conocidos en esta época está el hipocrás (mezcla de vino y miel).
El vino, aquí, sería para alcanzar otra verdad, pero esta vez de índole mística.
La prohibición musulmana del alcohol tiene un origen multifactorial, pero también un origen un tanto caprichoso, como explica Standage:
Según la tradición, la proscripción del alcohol por parte de Mahoma fue fruto de una pelea entre dos de sus discípulos durante una fiesta con bebida. Cuando el Profeta buscó orientación divina sobre cómo evitar semejantes incidentes, la respuesta de Alá fue tajante: «El vino y los juegos de azar […] no son sino abominación y obra del Demonio. ¡Evitadlos, pues! Quizá así prosperaréis. El Demonio solo quiere crear hostilidad y odio entre vosotros valiéndose del vino y el juego, e impediros que recordéis a Dios y practiquéis la azalá. ¿Os abstendréis, pues?».
En España se instaura en el siglo XVIII la figura del guardaviñas (posición que perdura hasta 1960), que hace un papel fundamental en la vigilancia de los viñedos. Debido a las dificultades de producir vino local en el norte de Europa, este escaseó, sustituyéndose progresivamente por la cerveza. La distinción entre cerveza en el norte de Europa y vino en el sur subsiste hoy día, en base a patrones de consumo que se forjaron a mediados del primer milenio y fueron determinados en gran medida por el alcance de las influencias griega y romana.
El vino es cultura que se transmite a través del paladar y que engrasa las relaciones sociales y abre la mente del par en par. Por esa razón, el vino no solo debe consumirse, sino considerarse un patrimonio cultural digno de estudio, exhibición y admiración, y también debe engarzarse con otras obras de arte. Un legado como el que recoge el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, situado en Briones (La Rioja), y que es considerado el mejor museo del vino del mundo.
En una superficie de cuatro mil metros cuadrados, el edificio se divide en seis espacios que recogen los diferentes pasos de la elaboración del vino y donde se muestran elementos y herramientas que se han empleado para este fin a través de la historia, así como piezas arqueológicas de Babilonia, Egipto, Grecia o Roma, como el vaso con la diosa Hathor, procedente de la XXII Dinastía egipcia (945-715 a. e. c.)
También allí podemos contemplar cómo el vino ha propiciado tecnologías asociadas al mismo, como los distintos tipos de botellas y sacacorchos (un total de tres mil, incluidos los primeros modelos patentados datan de finales del siglo XVIII), así como una prensa húngara de doble husillo, la única pieza conservada de la Primera Exposición Vinícola organizada en la ciudad de Pecs el 11 de agosto de 1888. En el espacio Guardar las esencias, por ejemplo, también se exhiben desde una botella cuadrada de cristal de la cultura romana (siglo II-III e. c.), hasta la que Vivanco ha utilizado como modelo para fabricar las botellas de sus vinos, una botella cilíndrica de vidrio soplado, datada en 1840, de Francia.
Un amplio espacio dedicado al arte (pinturas, esculturas y bajorrelieves) también se expone en un apartado sobre el vino en la cultura, como un grabado de Joan Miró, Le troubadour, que representa un sacacorchos de doble palanca, tipo inventado en 1850 por J. Heeley en Gran Bretaña.

Literatura, arte, cine, gastronomía, educación, investigación… todo eso es lo que le interesa compartir y divulgar a Vivanco, con su museo y fundación, en el que se encuentra el Centro de Documentación (donde encontramos obras tan importantes como Oda al Vino manuscrita de Pablo Neruda) y la editorial. Ocho mil años de historia que evidencian, una vez más, que el vino no solo es una bebida, sino una forma de transmisión de cultura.

La voz de Unamuno (1931)

El poder de la palabra

domingo, 20 de noviembre de 2016

"¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de Shakespeare?" por Javier Bilbao

En un tiempo en el que el Puente de Londres estaba bellamente decorado con picas de las que pendían cabezas de traidores y la gente se entretenía con peleas de osos o con chimpancés montados a caballo siendo atacados por una jauría de perros, Shakespeare tuvo que estrujarse mucho las meninges para idear historias que pudieran cautivar al público, sin apenas decorados y con actores pobremente pertrechados. Todo debía depender de la imaginación y de la fuerza de la palabra. Dejó escritas casi un millón de ellas, con tal acierto que siglos después Hollywood no podría encontrar mejor guionista, de manera que en la lista de nombres más citados en la base de datos IMDb ahí lo vemos bien acompañado de Ron Jeremy y Adolf Hilter. Tiene más de un millar de referencias, aunque su influencia en el cine es sencillamente incalculable… al menos hasta la publicación de esta encuesta. Nos proponemos a continuación escoger nuestra adaptación favorita de un texto shakesperiano, o la segunda mejor, dado que difícilmente nada podrá superar esto.
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Macbeth
Orson Welles, Roman Polanski, Akira Kurosawa… muchos de los mejores cineastas han quedado prendados de esta obra en torno a la ambición por el poder, que nos deslumbra como una bombilla incandescente a las polillas e igual que a ellas nos termina achicharrando cuando nos aproximamos demasiado. Macbeth, como es costumbre en los personajes del dramaturgo, tiene además la lucidez suficiente para ser consciente de la perdición a la que es arrastrado, de ahí que acabe asumiendo aquello de que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada. Cómo un director podría resistirse a una historia de tan altos vuelos. Todas las adaptaciones han sido meritorias, destacando por su originalidad Trono de sangre con Toshiro Mifune —que ya tiene desde esta semana su estrella en el Paseo de la Fama— aunque nos quedamos con la más reciente, esta del 2015, por la espectacularidad de sus imágenes y por contar nada menos que con Michael Fassbender y Marion Cotillard.
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West Side History
La primera adaptación de Romeo y Julieta vio la luz en una fecha tan temprana como 1908. Desde entonces ha padecido toda clase de experimentos, desde el que propinó Baz Lurhman hasta Gnomeo y Julieta, pero si hemos de preguntar por la versión más celebrada casi todo el mundo nos dirá este musical ambientado en Nueva York que a punto estuvo de ser protagonizado por Elvis Presley. Qué mejor ocasión para recordar este momento.
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El mercader de Venecia
Desde comienzos de la Edad Media los judíos no podían poseer tierras ni ejercer muchos trabajos en buena parte de Europa; por su parte a los cristianos los Evangelios les decían bien claro que los préstamos con interés no eran moralmente aceptables. La solución idónea resultó ser la especialización de los primeros en dicha actividad económica: nacía así el estereotipo del judío usurero. El problema es que los acreedores no suelen caernos simpáticos… Shakespeare recogió el antisemitismo de su tiempo y moldeó con él uno de los mejores personajes de la historia de la literatura, Shylock. En lugar de convertirlo en un simple malvado lo dotó de tal humanidad que su discurso se convirtió en un alegato mil veces recordado desde entonces, como en la escena final de Ser o no ser.
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Hamlet
Entre el encorsetamiento de las adaptaciones clásicas del Bardo y la espantajería pop de algunas de las más recientes hay un virtuoso término medio que Franco Zeffirelli supo encontrar. Aunque naturalmente es algo susceptible de opinión, así que aquí tienen para comparar el monólogo de la versión de Laurence Olivier, aquí el de la película de Kenneth Branagh, aquí el de la interpretada por Mel Gibson y por último el de la versión de Ethan Hawke.
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Enrique V
Las seis películas ha dirigido Kenneth Branagh en torno a la obra de Shakespeare lo convierten en uno de sus adaptadores oficiales. Enrique V fue la primera de todas ellas, y tal vez la mejor, al menos le valió sendas nominaciones como actor y director. No podemos olvidar su escena cumbre, en la que arenga a sus soldados antes de la batalla del día de San Crispín.
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Mucho ruido y pocas nueces
Sus comedias generalmente no han tenido unas adaptaciones de calidad semejante a sus tragedias, quizá el motivo sea que el humor es perecedero y está más sujeto al contexto cultural. Pese a todo el resultado fue aceptable en esta versión de Branagh en la que contemplamos a un insólito Pedro I de Aragón. Otra comedia de este director, que no era una adaptación aunque sí estaba vinculada al universo de Shakespeare, fue aquella tan simpática titulada En lo más crudo del crudo invierno. Por otro lado, Joss Whedon tuvo tiempo entre Vengadores y Vengadores para filmar su propia versión de la obra, con cuatro duros y la participación de sus colegas habituales. Una simpática adaptación en blanco y negro en escenario contemporáneo.
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Otelo
En la época de nuestro autor andaban al acecho los puritanos, que lógicamente no veían con buenos ojos algo que divirtiera a la gente como era el teatro. Lo que no existía, por suerte para él, era esa evolución posterior del puritanismo conocida como corrección política, con su empeño por fiscalizar la ficción. Por esta obra hoy día hubiera tenido que dar muchas explicaciones pero afortunadamente ya está escrita y no puede cambiarse. En esta versión vemos de nuevo a Kenneth Branagh, esta vez interpretando a Yago, uno de los personajes más sugerentes y perversos que ha dado la obra shakesperiana.
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Campanadas a medianoche
Como vemos, hay personajes salidos de su pluma que parecen adquirir vida propia y tomar su propio rumbo. Es el caso del vitalista Falstaff, a quien interpretó un esférico Orson Welles en esta cinta rodada en España (por ahí vemos a Fernando Rey) que recrea fragmentos de un total de cinco obras suyas. De nuevo estamos ante un cineasta adicto a Shakespeare, pues previamente ya había dirigido Macbeth y Otelo.
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Ran
De Kurosawa podemos decir lo mismo. Entre las diversas obras literarias occidentales que adaptó al contexto japonés destacan las del dramaturgo inglés, como la mencionada al inicio o esta superproducción que recreaba El rey Lear.
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Diez razones para odiarte
Hollywood se ha recreado siempre en la descripción de los institutos americanos a la manera en que lo hace un documental cualquiera sobre los antílopes de la sabana, sin ahorrarnos detalle sobre sus ritos de apareamiento y sus luchas jerárquicas. Era inevitable que semejante hábitat terminase siendo el escenario de alguna adaptación shakesperiana, en este caso de la que es quizá su comedia más conocida: La fierecilla domada. El resultado fue mejor de lo que cabía esperar en esta película protagonizada por el malogrado Heath Ledger.
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Julio César
Mankiewicz coescribió y dirigió esta tragedia en la que nuestro autor recreaba la conspiración y el asesinato de Julio César. Quiso cuidar cada detalle, y para ello contó con actores que ya estaban familiarizados con esta obra salvo en el caso de Marlon Brando, que a pesar de ello supo estar a la altura y resultó nominado al Óscar. John Huston describió su interpretación aquí como «abrir un horno caliente dentro de una habitación oscura», aquí tenemos un ejemplo.
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Shakespeare in Love
No es una adaptación de una obra en concreto pero sí de la vida y del universo de Shakespeare, por lo que merece que la incluyamos. Obtuvo siete Óscar esta encantadora historia que juega con el travestismo que tanto gustaba al escritor inglés (la quinta parte de sus obras lo incluyen, qué vicio llevaba), con una Viola disfrazándose de hombre para poder actuar en el teatro y aproximarse al escritor, quien terminará dedicándole un personaje en Noche de reyes.
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Planeta Prohibido

Basta con que cambiemos un mago por un científico, Miranda por Altaira, Robby por Ariel, la isla por el planeta Altair-4, Calibán por aquel ente maléfico que «renueva su estructura molecular de microsegundo en microsegundo», los supervivientes del barco por la tripulación capitaneada por Leslie Nielsen y en lugar de La tempestad tendremos frente a nosotros este clásico de la ciencia ficción.