El viernes, 13 de julio, durante la Feria del Libro de Utiel, a las 8:30 de la tarde presentaremos mi segunda novela, "Bilis". Me acompañarán los profesores y amigos, David Arona y Javier Castellanos, y posiblemente mi editor, José Membrives, en el nuevo salón de actos del Ayuntamiento de Utiel. Intentaré llevar algo de jamón y vino para que las palabras se puedan digerir mejor.
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sábado, 30 de junio de 2012
jueves, 28 de junio de 2012
"Bilis" y el humo del recuerdo
Si alguna vez fumaste "Celtas" o "Ideales" y todavía notas cómo te raspa la garganta; si alguna vez añoras el pasado y al volver la vista atrás te das cuenta de que todo es todavía más borroso que tu propio presente; si alguna vez tu padre o tu abuelo te contaron una historia de juventud y tú la has revivido en tu imaginario; si alguna vez te has sentido de otro tiempo, como desplazado del espacio que habitas; si alguna vez sufres por lo que sufrieron en años más difíciles; si alguna vez te has preguntado qué fue de aquel hombre que nunca te decía nada, pero te miraba como si viera en ti algo que tú nunca has descubierto todavía; si alguna vez sientes que tus raíces están manchadas de una tinta que no te deja escribir sobre papel limpio; si alguna vez has sufrido y has encontrado consuelo en la memoria, lee "Bilis", no te defraudará.
viernes, 22 de junio de 2012
Otro extracto de "Bilis" (escena de Sucesores de Casto Garcés)
SUCESORES DE CASTO GARCÉS
–No se te ocurra darle nada más de fiado a la llorona de los cojones.
–No te preocupes, Bonifacio, solo voy a ver con qué romance amanece esta mañana –a Vidal Medina le gustaba la conversación de mostrador, el trato jocundo con los clientes (cuando se dejaban).
Manuela llevaba un mamón talludo colgado de la cadera. El babero apenas le cubría las posaderas, que asomaban desnudas y mugrientas bajo el brazo de la madre. Dejó al muchacho sobre el mostrador de mármol y este dio un respingo al notar en el culo el frío de la piedra.
–¿No tendrá alguna corteza para que la chupe este desgraciado que me tiene en carne viva los pezones? –pidió la madre, vestida con andrajos y retales.
–No seas cerda y no me dejes al crío con el culo al aire encima del mostrador. Aquí se viene a comprar, no a mendigar –no vio la ocasión de la chanza “Siete Trajes”, le contrariaba el aspecto astroso de la madre y del hijo.
–Fíeme algo de tocino para freír, don Vidal.
El muchacho buscaba la teta escurrida de la madre a través de un jersey de lana, desbocado por mangas y cuello. Manuela, la “Tísica”, apartaba la mano del mamón bajo la molesta mirada del dependiente, que negaba su petición y le señalaba la puerta.
–Deme pulpa de remolacha. Solo tengo esto –sacó unas perras del seno y las estampó sobre el mármol.
–Si les das de comer pienso de animales, no te extrañe que tus hijos caminen solo a cuatro patas. Hay que tener cabeza, Manuela. Si no podéis darles de comer, para qué tenéis hijos. Sois peor que las ratas –a Vidal le molestaba la pobreza, le causaba una sensación viscosa que no podía soportar.
–Me los manda Dios, don Vidal, me los manda Dios.
–No mezcléis a Dios en vuestras cochinadas. Siete críos, y todos muertos de hambre y comidos por los piojos, porque no paráis de joder. No tendréis tanta hambre cuando os entregáis al vicio de esa manera –el moralismo del dependiente procedía más de su rabia contra la miseria que de cualquier otra convicción.
La mujer cogió el cucurucho de pulpa y humilló la cabeza. Las que esperaban turno callaban, sonriendo entre dientes y apretando la cartilla de racionamiento entre sus
manos.
-¿A quién le toca? –Medina probó suerte otra vez, a ver si la próxima clienta le proporcionaba alguna alegría. Un camisa azul se abrió paso en la cola del
mostrador del detall. La boina roja enrollada en la mano y el rostro joven y decidido:
–¿Tú eres Vidal Medina?
–Para servir a Dios y a la Patria –masculló el dependiente, azorado ante la presencia del falangista.
–¿Están aquí también Bonifacio Bocanegra y Emilio Poves? –el aspecto marcial del falangista se descomponía por un tic en el ojo que le hacía bailar el párpado.
–Sí, andan por ahí dentro –señaló la trastienda con mano temblorosa–, ¿quiere que les avise?
–No, no es necesario. Dales esta citación para asistir esta tarde al ayuntamiento. No es nada importante, unas puntualizaciones acerca de vuestro socio rojo –aclaró el falangista, quitándole hierro a su presentación violenta.
La cola había menguado sospechosamente desde que el muchacho entró en el almacén, lo que no se correspondía con el trato extremadamente afable que presentaba el del bigotito ante el mostrador.
–A sus órdenes mi... ¿señor? –dijo sin ninguna coherencia Vidal, a la vez que levantaba el brazo y extendía la mano.
–Puedes llamarme Joaquín, además ya me conoces, soy el hijo de doña Luz. No estamos en un cuartel –le bajó la mano con una dulzura que incluso tranquilizó un tanto a “Siete Trajes”–. Por cierto, llevad algo de beber para amenizar el trámite –se distendió Joaquín al final, aunque el párpado no dejaba de aletear.
Vidal Medina corrió hacia la trastienda en cuanto el muchacho se largó de allí. Los de la cola siguieron apretando con fuerza y con más silencio sus cartillas de abastecimiento.
martes, 19 de junio de 2012
El aire que te ahoga
Sientes pasar los días
con la pasión exhausta de un niño sin voz.
Ves la vida tras un cristal sucio
que no deja adivinar los perfiles.
Sabes que estás ya afuera,
en ese lugar donde los peces boquean,
en la nasa del pescador
que ya no ofrece ninguna esperanza.
Tienes la certeza de haberte perdido
en la sosegada humedad del agua varada,
sumergido en las aguas tranquilas del estanque,
que ni siquiera dejaban lugar a la aventura de la corriente.
Golpeas con las últimas aletas
el mimbre trenzado de la nasa
y comprendes que ya no hay solución,
que los coletazos hubieran sido útiles para remover el limo,
para abandonar la calma chicha de las aguas podridas,
pero ya no,
solo sirven para perder las escamas en la desesperación
del aire que te ahoga.
con la pasión exhausta de un niño sin voz.
Ves la vida tras un cristal sucio
que no deja adivinar los perfiles.
Sabes que estás ya afuera,
en ese lugar donde los peces boquean,
en la nasa del pescador
que ya no ofrece ninguna esperanza.
Tienes la certeza de haberte perdido
en la sosegada humedad del agua varada,
sumergido en las aguas tranquilas del estanque,
que ni siquiera dejaban lugar a la aventura de la corriente.
Golpeas con las últimas aletas
el mimbre trenzado de la nasa
y comprendes que ya no hay solución,
que los coletazos hubieran sido útiles para remover el limo,
para abandonar la calma chicha de las aguas podridas,
pero ya no,
solo sirven para perder las escamas en la desesperación
del aire que te ahoga.
sábado, 16 de junio de 2012
Extracto de "Bilis", primer capítulo
Una cita de Rafael Sánchez Ferlosio que podría ilustrar el comienzo de mi novela, "Bilis": "Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes". Aquí dejo un extracto de la misma, el breve primer capítulo, compuesto de la materia desgarradora de la cita:
I
El día que murió mi padre me cagué en Dios hasta
que se me rajó el paladar. No había cumplido los quince
años y no recuerdo que me mojara las mejillas ni una sola
lágrima, eso sí, los votos salían escupidos a borbotones,
calientes y densos, como la sangre del cerdo tras el tajo del
matarife.
Con el pelo relamido por una mano de aceite, su
cadáver reposaba en una cama de bronce, callado y oscuro,
bajo la penumbra de una bombilla a punto de fundirse.
Mi madre sollozaba junto a él, arrodillada, sometida a la
desgracia de una viudedad temprana, acongojada por la
mirada atónita de mis tres hermanos. Seis meses antes
recogimos de la cárcel una ruina de cuerpo, deshecho en
toses de perro.
Le habían regalado una neumonía que le reventó los
pulmones. Me detuve en sus párpados (que mi madre había
plegado para ocultar una mirada perdida), en los algodones
que deformaban su nariz, en la boca entreabierta, en la
mandíbula caída.
Rastrillé con la mano las crenchas que se habían
despegado de mi cabello, peor aceitado que el suyo, sin
apartar mi odio vacío del cuerpo enjuto que se hundía en
el colchón de lana del dormitorio.
La fotografía coloreada de mis abuelos presidía la
escena con la inmovilidad macilenta de un decorado de
teatro abandonado. Suspendido en la pared, acribillado por
el tiempo, el retrato de Francisco, el “Semental”, acunaba al hijo desde su imagen de muerto lejano, junto a su tercera
esposa, irreales tras una pátina morada que les resaltaba las mejillas.
Mi madre intentó cogerme la mano para enlazar
nuestro dolor y yo la aparté con un desprecio frío que
nacía del resentimiento y del desconcierto. Mis hermanos
asomaban la jeta desde el umbral de la puerta: animales
asustados en el brocal de un pozo. Los absorbió un
tropel de viejas enlutadas que me desesperaron con sus
besuqueos rancios. “¡Quita, hostia!”, oyó mi madre que
le escupía a una de ellas, cuando intentaba abrazarme. A
través de sus ojos aguados, Soledad me miró con aspereza,
para reconvenir mi comportamiento, al tiempo que yo me
zafaba con desprecio de otra vecina, envuelta en tocas de
orines secos. Las dejé rumiando un “pobre diablo, se cree
que es un hombre...”.
Volví sobre mi padre, al que acababan de enlazarle
las mandíbulas con un pañuelo amarillento, y las paredes se
cerraron sobre mí aplastándome el pecho. Una sensación
de ahogo y de desolación infinita me acongojó hasta
sentirme tan frágil como la bombilla parpadeante que
colgaba del techo. Noté un plomo denso que me revolvió
las tripas y advertí que mi abuelo Marino no estaba ya en
condiciones de aligerármelo, que mis hermanos apenas
podían piar, que el mundo era un saco de miserias del que
supuraba gota a gota un suero viscoso que empastaba las
miradas de estupor. Mis hermanos seguían asomados a la
puerta, aterrorizados ante la posibilidad de que el pozo de
la alcoba los engullera sin compasión. Me ceñí el cinturón y
salí sin decirles nada. Ni siquiera atendí a los ojos de súplica de mi hermana pequeña, que buscaba una explicación al
desconcierto que produce la muerte.
El recuerdo es un mal esposo del pasado: nunca
le es fiel. No confío en su dibujo, solo en la impresión
pertinaz que deja la muerte cuando el que desaparece está
muy próximo a nosotros, solo en esa bombilla oscilante y
en ese pañuelo amarillento que se fijó en lo más alto del
paladar para dejar un sabor amargo en todos los tragos
de la memoria, solo en esa impresión hepática que me
viene a la boca cuando el pasado me visita y me devuelve
al desamparo de aquellos años. Las caricaturas que nos
presenta la memoria tienen el tono de una película muda
en la que se hubieran hurtado también algunos rostros,
pero esas quemaduras que deja la muerte siempre supuran
un dolor reconocible.
Mi padre murió, sí, y yo rabiaba por la mala suerte
con que me agasajaron la infancia y la juventud. Una
rabia difícil de olvidar y que dejó su mancha indeleble en
la violencia de mi comportamiento. Una bilis difícil de
retener y que ha agriado mi enfrentamiento con la vida.
La gente me estorba, y no es una manía de la vejez. Mi
hosquedad se mostró sin disimulos el día que velamos a
mi padre: con menos de quince años y con una espalda
hecha ya para el trabajo, no aguantaba a ninguno de los
que rodeaban al cadáver, ni a los socios del almacén que
maldecía todos los días, ni a las vecinas chismosas que
acudían al olor de la desgracia, ni siquiera soportaba que
me tocara mi madre. Salí de allí golpeado por el desamparo
y por el asco de verme rodeado de aquel olor rancio de gente que acumulaba miserias y se nutría con las de sus
vecinos como único alimento de su consuelo.
miércoles, 13 de junio de 2012
Poema de la media noche
De donde se extraen los recuerdos más negros,
del lugar de la memoria en el que medran los tumores más dañinos,
más ponzoñosos,
los que provocan la caries del pasado
y descubren en su crueldad la herida abierta de un recuerdo
de gangrena.
Del fondo de la cava en el que, mohosa,
se pudre nuestra vida,
invadida por una capa de orín
que nos atrofia,
y nos empuja a mirar hacia arriba:
hacia el pasado, para no ver sino la niebla del recuerdo;
hacia el futuro, para no adivinar sino un turbio olor a humedad y a fosa.
Desde aquí, desde esta gruta vana que vacían los días,
os hablo, perdido a las dos de la mañana,
en la poza más profunda y más agria.
Dejad que me ahogue la noche
hasta apagarme las palabras,
dejad que se hunda mi mirada
en la oscuridad más rotunda,
dejad que los labios se anuden
con puntadas de estraza, dejad...
del lugar de la memoria en el que medran los tumores más dañinos,
más ponzoñosos,
los que provocan la caries del pasado
y descubren en su crueldad la herida abierta de un recuerdo
de gangrena.
Del fondo de la cava en el que, mohosa,
se pudre nuestra vida,
invadida por una capa de orín
que nos atrofia,
y nos empuja a mirar hacia arriba:
hacia el pasado, para no ver sino la niebla del recuerdo;
hacia el futuro, para no adivinar sino un turbio olor a humedad y a fosa.
Desde aquí, desde esta gruta vana que vacían los días,
os hablo, perdido a las dos de la mañana,
en la poza más profunda y más agria.
Dejad que me ahogue la noche
hasta apagarme las palabras,
dejad que se hunda mi mirada
en la oscuridad más rotunda,
dejad que los labios se anuden
con puntadas de estraza, dejad...
sábado, 9 de junio de 2012
¿A quién le puede interesar "Bilis"?
¿A quién puede interesar "Bilis"? Una sencilla relación para que te incluyas o no en una de las categorías:
1. A quien ha tenido abuelos o padres con un pasado trágico.
2. A quien ha tenido abuelos o padres.
3. A quien haya vivido en mi pueblo.
4. A quien haya vivido los años de posguerra.
5. A quien haya vivido.
6. A quien disfrute de resucitar paisajes.
7. A los buscadores morbosos de la realidad en la ficción.
8. A los buscadores morbosos.
9. A los entregados a la melancolía.
10. A quien haya trabajado en un comercio.
11. A quien haya trabajado.
12. A quien le cueste reconstruir el pasado.
13. A quien no confíe en la memoria.
14. A quien confíe más en la imaginación y en los sueños.
15. A quien le sosiegue el sonido de los trenes.
16. A los cazadores de perdices.
17. A los que desean ser rescatados... de la molicie.
18. A los amantes de la buena literatura (y esto es un deseo más que una realidad).
viernes, 8 de junio de 2012
"Bilis", sinopsis
Dejo aquí la sinopsis de mi nueva novela, "Bilis", un verdadero encargo emocional del que ya tuve la gratificación que esperaba, lo demás vendrá dado:
Las ratas devoran a sus
congéneres más débiles en caso de necesidad, son desconfiadas, destructivas y
voraces. Los socios de Sucesores de Casto Garcés gozaban del instinto de las
ratas más enconadas, las de cualquier posguerra. Marcelo Atienza lo pudo comprobar
cuando entró en el almacén a los 11 años, tras el encarcelamiento de su padre.
El comercio rural de la España franquista lo vistió y le dio de comer, pero
también le molió las espaldas. Años después, Marcelo recibirá a los espectros
del pasado que removerán la digestión de su memoria y le provocarán el
desasosiego de haberlo perdido todo, hasta el recuerdo. Un recorrido intenso
por la economía autárquica de los abastos de posguerra y por los subterráneos
de una sociedad envenenada. Todo ello narrado desde el humor negro, la ironía y
la intriga.
jueves, 7 de junio de 2012
Bilis, casi lista
Mi nueva novela casi está a punto, os dejo aquí para los incondicionales (¿uno, dos, no sé?) otro de los retratos antiguos que van a ilustrar la portada. En mi casa ya es todo un superventas (casi todos mis hermanos la han leído a fuerza de machacarles sin piedad). Es curioso, pero al escribir esto había puesto "nivela" en vez de "novela", la podría haber llamado así, pero creo que esto ya lo hizo un tal Unamuno. Bueno, mi padre seguro que se hubiera alegrado.
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