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lunes, 13 de mayo de 2024

El país de mayo



Vengo de un país oscuro, muy oscuro; y frío, extraordinariamente frío. No sé si voy a saber adaptarme a la bonanza. Haber estado expuesto a las inclemencias más feroces de un mayo miserable, te predispone a la melancolía y al hundimiento del ánimo. No sé cuándo dejaré de estar en ese país del que provengo, no sé. La primavera ya no existe. El paisaje es tan asfixiante y el clima tan desalentador que apenas he tenido tiempo de vaciarme del hielo. Todavía contemplo la vida a través del filtro de la tormenta. Veo el mundo, aún, oscuro, frío, inhóspito, terrible, como lo fue mi estancia en aquel país lóbrego del cáncer. Nadie ha salido indemne de ese páramo, nadie. La muerte es la única habitante de sus lagos helados y de sus precipicios inaccesibles. Hay días en los que sigo cayendo en vacíos sin fondo, de yogur y parches de morfina. Y no consigo ver nada, y no cojo resuello, porque la caída es tan violenta que el aire se vuelve fuego y alrededor todo son sombras vertiginosas, imágenes de cuerpos famélicos, descarnados. Y bocas sin alimento, sin dientes. 

Ojalá y todo esto no fueran sino alegorías literarias, imágenes de ficción, pero no es así. El paisaje que habito sigue siendo ese inframundo de fuego, aborrecible, diseñado por un monstruo del horror. No es una imagen literaria, qué más quisiera yo. 

martes, 7 de mayo de 2024

La mujer de Chocolate



Chocolate y María se casaron con muy poca convicción, por inercia, sin apenas mirarse, sin mediar siquiera un interés económico. Chocolate era asiduo a los bares, tabernas, cafés, cantinas, gastrobares y urinarios. Tenía el carácter de un gato de cámara y una sola afición: la pérdida de dientes. Durante el noviazgo, no se besaron. No porque ella se negara (debería haberlo hecho), sino porque para él un beso era un acto absurdo de gente de otra especie. Él solo ansiaba la penetración de la hembra y para ese fin no era necesario andar mezclando labios, lenguas, dientes y salivas.

Desde muy joven, Chocolate perdió el pelo y con él, lo poco que tenía de homo sapiens. Pertenecía a una especie muy antigua. Era pendenciero, intrigante y del Real Madrid. Le gustaba hablar mal de unos y de otros, sin tener en cuenta las ofensas ni la verdad. Tenía mal vino, no reparaba en diplomacias. Le solían partir la cara, aunque con menos frecuencia de lo necesario.

Si el noviazgo de Chocolate fue triste, el matrimonio aún lo fue más. Al principio, ella también se tuvo que dar a la bebida para aguantar las arremetidas de la bestia parda. Chocolate llegaba a casa dando tumbos y con ganas de penetrar a su mujer como a una vaca o de golpearla como a un televisor estropeado. Ella intentaba evitarlo, primero, bebiendo más que él; luego, refugiándose en casa de su madre, la única mujer a la que Chocolate no se atrevía a ponerle la mano encima. No por nada especial, sino porque era leída y racional, además, la leyenda aseguraba que había matado a su marido de un sartenazo en la cabeza cuando él intentó darle una bofetada.

María nunca pensó en separarse de Chocolate. Corrían tiempos en los que apartarte de tu marido no era de ley (en un pueblo menos). Las mujeres soportaban a cualquier energúmeno con tal de evitar las afrentas que la comunidad reservaba para quienes no respetaban la convención. María quería a su madre con delirio, con arrobo: como un beato adora a la virgen del pueblo o un hooligan, al equipo de sus amores. La madre de María era su protectora, su refugio, el vientre al que volver. Su ermita, su campo de fútbol.

Cuando su madre falleció, María habría preferido caer muerta con ella. Chocolate celebró del entierro con una tremenda borrachera. Se plantó en casa más descompuesto que nunca. Ella no sabía dónde meterse. Su madre vivía al lado, pero ya no estaba. María escapó por la ventana, perseguida a trompicones por el bulto calvo, deforme y maloliente. Él era un tentetieso con halitosis; ella, un personaje de Dickens. Corrió por la calle, a oscuras, sin saber dónde esconderse. El berrido del marido, al fondo. Su desesperación la condujo al cementerio. Una vez allí, se dirigió hacia el nicho donde estaba encerrado el cuerpo de su madre. Todavía no habían colocado la lápida. En la pared de yeso que ocultaba el cadáver, el sepulturero había grabado el nombre y las fechas de nacimiento y muerte.

María se quedó ante el nicho, sudorosa y desconcertada, sin saber qué hacer. Oyó el crujir de unos pasos inquietantes y, enseguida, el bramido vinoso de Chocolate agrió el silencio de los muertos. María, sin resuello y acongojada, comenzó a picar con un trozo de mármol el murete de yeso, que cedió con facilidad. Abrió el ataúd y allí estaba su madre, rígida, fría, pero reconocible. Se tumbó junto a ella, la abrazó y la besó. No le cabían las piernas en el hueco, era bastante más alta. Cuando el bulto de Chocolate llegó hasta la tumba de la suegra, vio unos pies agitándose con desesperación. Espantado, por la posibilidad de que la madre hubiera vuelto de entre los muertos, salió corriendo, tropezó con unas coronas y cayó a una fosa que el sepulturero había dejado a medio cavar. Se apagó el resuello de aguardiente de Chocolate y remitió el pataleo de María. El cementerio recuperó el canto del autillo y la madre, de nuevo, amparó entre sus brazos a la hija, que parecía reclamar un último beso.


martes, 30 de abril de 2024

2º de bachillerato



 Un nuevo examen final de 2º de bachillerato, otro año más. No soporto este tipo de enseñanza, es infumable, me estomaga y me parece lo peor que se puede hacer con alumnos de 17 y 18 años (aunque sean 32). A esa edad se puede conversar con ellos, tratar asuntos de la vida diaria, reflexionar, cantar, bailar, entablar discusiones muy interesantes; pero no, tenemos que desplegar una insufrible lista de autores, libros, corrientes literarias y teorías lingüísticas que desalman a cualquiera. Y lo peor es que es muy difícil sustraerse a esta inercia, porque si no los preparas de esta manera parece que los dejas vendidos en selectividad y sería casi una traición para algunos. 

El sistema es de una perversión enfermiza. En este último curso del instituto, cuando deberíamos disfrutar, ellos y nosotros, de la educación, una vez rotas las trabas de la adolescencia más intempestiva y salvadas en parte las locuras de la pubertad, los sepultamos bajo toneladas de nombres y fechas. Los alumnos de 2 de bachillerato serían los ideales para plantear una metodología activa, fuera de las aulas y apartada de los métodos tradicionales, porque la comprenderían, porque participarían con más entusiasmo y porque se podrían realizar proyectos más complejos y profundos. Pero no, aquí estamos endosándoles clases magistrales de teoría literaria, gramatical y lingüística de escaso calado y sin ningún sentido. Hay que prepararlos para que saquen la mayor nota posible en un examen, porque hay que adiestrarlos para otro examen y así hasta el absurdo infinito.

Se prometió cambiar las pruebas de selectividad para adaptarlas a las nuevas metodologías propuestas por la ley, pero parece que nadie se atreve a hacerlo, en parte por miedo a los propios profesores. Porque son muchos quienes no quieren mover ni una coma de sus apuntes, ni un paso de sus métodos decimonónicos. Es curioso, pero nuestro gremio se ha vuelto mayoritariamente reaccionario ante las novedades. Somos milenaristas, nos asusta, nos rasgamos las vestiduras cada vez que aparece alguien proponiendo una novedad. En parte, porque estas novedades suelen consistir en ocurrencias sin fundamento y también porque es mucho más cómodo dar una clase de sintaxis o una perorata magistral sobre el teatro anterior al 36 que planificar un curso olvidándonos de exámenes, notas y endiosamientos personales.

No voy a atreverme a hacerlo, pero me gustaría llegar hoy al aula (dentro de media hora) y decirles: "A tomar por saco, no hay examen. Habladme de lo que habéis aprendido durante este curso". Seguramente el silencio sería tan abrumador que tendríamos que hacer el examen para justificar la falta de respuesta. No, no me atrevo.        

miércoles, 24 de abril de 2024

Ferlosio y Lope de Vega

 


Según Sánchez Ferlosio el tiempo no es quién para poner a cada uno en su sitio, es más, el tiempo es un ente ciego y le niega la cualidad de cribar las obras o la calidad de los autores literarios. Para demostrarlo pone como ejemplo el XVII. Según don Rafael, la fama de los autores de este siglo viene dada, no porque el tiempo haya hecho una labor de sedimentación, sino porque en la época se elevó a estos escritores a los altares y una turba de seguidores ciegos los ha seguido levantando, a pesar de los intentos de algunos intelectuales del XVIII por bajarlos del pedestal. Arguye que la fama del Siglo de Oro es el mantenimiento de una pasión nacional nacida precisamente en ese siglo y alimentada a partir de los siguientes. Llega a afirmar que cuando la cultura del XVII se convierte en pasión nacional, la literatura es peor que nunca: deja de tener calidad porque lo importante es el literato. A más ruido, más vaciedad literaria. 

Como ejemplo máximo de esta decadencia, pone en la picota a Lope, quien, a su juicio, elabora una literatura vacía, entregada al endiosamiento del autor, rendido ante el vulgo. La literatura de Lope, entregada a los juegos cortesanos de su época no tendría ningún valor en la actualidad. Cito a Ferlosio directamente, "su sentido y contenido nos importa ahora un bledo". De hecho propone su enterramiento, porque según su criterio, cuando un español comienza a hacerse simpático, se vuelve insoportable.  

Hay que tener en cuenta que todas estas opiniones de Ferlosio las vierte en un artículo conmemorativo del centenario de Lope de Vega, en 1962. No sé yo si todo esto lo pensaba de veras o simplemente era una manera de hacerse notar o de negar la mayor. Despreciar la calidad literaria del Siglo de Oro y proponer el enterramiento de la misma solo lo harían actualmente los estudiantes de ESO y bachillerato, más que nada para reducir contenidos. Aunque esté en total desacuerdo con ellos, los provocadores siempre me han atraído, sobre todo cuando utilizan argumentarios tan complejos como don Rafael. Bueno, he dejado aparte un pecio del filósofo sobre el Fénix de los Ingenios, es este: "Lope fue un chapucero, un mamarracho y un sinvergüenza". Por cierto, estoy escribiendo sobre él. 

jueves, 18 de abril de 2024

El sol del futuro


 

Acabo de ver la película El sol del futuro de Nanni Moretti, una maravilla. Y lo mejor es que me ha conectado con un estado de ánimo que ahora mismo debería tener. Debería estar inmensamente feliz, satisfecho, pero no lo estoy del todo. Desde hace unas semanas, estoy conectando con los chicos de 2º de ESO de una manera especial, como en la vida lo había hecho. Me había ocurrido con cursos superiores, pero nunca con muchachos de 13 años. Estoy entusiasmado, tanto, que he escrito una comedia para ellos. Estamos ensayándola y el proceso no puede ser más feliz. Se desviven por participar, piden horas, guardias, pierden recreos, y yo con ellos. 

Tanto Nanni Moretti como Marcello Mastroianni y también Franco Battiato me provocan reacciones contrapuestas, me elevan a lo más alto del optimismo y me hunden en una tristeza infinita, insondable. No sé qué tienen que ver con lo que estoy contando, pero hay relación, seguro. La conexión con estos chicos especiales de 13 años puede ser consecuencia de mi edad. Ellos y yo estamos en la edad de la locura, de la inconsecuencia, se ruborizan en las escenas de amor, se entusiasman con la estrechez de un disfraz, se alteran con un parlamento que no les sale, se apuran y se emocionan por todo. Y a mí me contagian, porque estoy fuera de mí, porque me emociono con cualquier minucia. Ya me lo dijo Eva, estos cursos te trasladan a un lugar desconocido de tu naturaleza que a menudo olvidamos: la inocencia. 

Una chica se pone roja como la grana cuando el protagonista (un muchacho de 13 años) le besa la mano. No puede parar de reír y malogra la escena teatral, pero, a la vez, le da un significado especial al ensayo. Otra de las chicas, especialmente vital e inocente, me enciende el rescoldo de estar en un mundo distinto al que habito. Un muchacho especialmente locuaz y alegre despliega su encanto y felicidad, lo impregna todo de entusiasmo.  

Debería estar inmensamente feliz. He tenido esta sensación con cursos superiores, en acontecimientos mucho más espectaculares, pero nunca había sentido esta comunión con alumnos tan jóvenes. ¿Y por qué no termino de disfrutar de esta situación?, pues es evidente, no se la puedo contar a Eva, bueno, sí se la cuento, pero no la oigo disfrutar conmigo, como hacía siempre cuando compartía con ella alguna buena experiencia del aula. Y esta sería especialmente significativa para ella, porque me lo estuvo repitiendo durante toda su vida: a esos chicos de 1º y 2º de ESO no les sacas el partido que merecen. Ya lo estoy haciendo, Eva, ahora, te lo digo para creérmelo y para estar seguro de que lo estoy viviendo. No vivo nada en profundidad si no te lo cuento. No has dejado de ser mi confidente, mi cómplice, y ahora más que nunca te necesito para que oigas este relato de felicidad, para que lo ratifiques, para que me digas: "Ya te lo dije". Te oigo, te lo agradezco.   

lunes, 15 de abril de 2024

Leer La Galatea hoy


 

Leer en la actualidad La Galatea es un ejercicio de fe, aunque no del todo. Pese a que el género ha perdido toda su vigencia, la verosimilitud de las peripecias es irrisoria, los personajes son estereotipos y las claves encubiertas de los pseudónimos ya no tienen ningún sentido, no puedo dejar de leerla. La prosa de Cervantes es adictiva. No hay nada huero que su palabra no convierta en nutritivo. Que un grupo de pastores compitan por ver quién es más desgraciado en el cuento de sus amores, que lo expresen en composiciones poéticas repletas de tópicos y lugares comunes o que las pastoras se comporten como ninfas de la mitología griega, no sirve para echarme del libro, todo lo contrario. No sé qué es, no sé qué ingrediente psicotrópico utiliza en su narrativa Cervantes para no permitir despegarme del libro. 

¿Me interesa la historia de Elicio y Galatea?, no, en absoluto; ¿la de Arminda?, ni de coña; ¿la de Artandro?, menos todavía. Entonces, ¿por qué sigo enganchado a este libro y lo voy a releer hasta el final? No lo sé. ¿Será esto el estilo? Lope me encanta cuando desarrolla las peripecias de sus personajes en sus comedias, pero me carga en la prosa. Gracián se me hace insufrible. Quevedo casi también. ¿Qué maligno poder tiene este manco maldito para empotrarme páginas y páginas de pasto para ovejas y convertirlas en manjar de obispos? No lo sé. He dicho que leer La Galatea es un ejercicio de fe y no es verdad, es un poder lisérgico el que esconden sus páginas, como el que imagino en el LSD, lo imagino porque no lo he probado, pero me gustaría. Y este texto no es una invitación para camellos, o sí. La fe nunca es fiable; las drogas, sí. 

miércoles, 10 de abril de 2024

Me falta


 

Por estos caminos,

entre estos viñedos, 

paseaba con ella. 

Me falta su mano agarrada a la mía. 

Me falta su silencio cómplice, 

su compañía callada.

Me faltan las conversaciones inanes,

cotidianas,

"no queda vino",

"ya".

Me falta su mirada verde,

su blancura diáfana,

su nieve cálida.

Me falta su orden,

su firmeza,

su habilidad para desnudarme.

Me falta su voz al llegar a casa,

me abruma.

Me falta la atmósfera que inventamos.

Y, en medio de este vacío,

braceo, pataleo,

como un viejo astronauta en el espacio

que hubiera perdido el contacto con la nave.

Sin gravedad, los movimientos son densos,

torpes, grotescos. 

Este maldito traje y esta escafandra 

y este cordón umbilical que se rompió hace veinte meses.

¿Hasta cuándo llegará el oxígeno de la memoria?

¿Hasta cuándo? 

Me basta

 Barba de cuatro días, un hematoma amarillo que baja hacia el gemelo, una película de Alfredo Landa en el bar, "dabadabadá, dabadá, daba, dabadá, daba", también sale Lina Morgan, ambiente festivo en las terrazas primaverales, cañas a 2,50, más años que el sol, menos compañía que un profesor medieval de informática, estornudo, moqueo; pero hoy me he escrito cinco páginas, me basta (que decía el poeta bueno). 

viernes, 29 de marzo de 2024

La corte de los milagros


 

En La corte de los milagros, Valle-Inclán, a través de un diálogo de jaques, desarrolla una argumentación muy acertada sobre por qué deben hacer la revolución los pobres. Y, aunque la novela es de 1927, se podrían emplear en la actualidad los mismos argumentos:

—Yo he rodado por todos los cortijos de esta tierra, y en todos ellos roban al trabajador, que deja la vida en los campos y no come. (...) 
—El mundo está muy descompuesto, y hay que arreglarlo. ¡Unos tanto y otros tan poco, no está bien! 
—¿Qué méritos pone el que hereda? 
—Ser hijo de su padre. 
—¡Y muchas veces no serlo! 
—Un mundo bien gobernado no permitiría herencias. Allí todos a ganarse la vida, cada cual en su industria. ¡Ya subirían los despiertos! Dende que se acabase la herencia, se acababan las injusticias del mundo. Y como el dinero agencia el gobernar, los ricos que truenan en lo alto, todo lo amañan mirando su provecho, y hacen de la ley un cuchillo contra nosotros y una ciudadela para su defensa. ¡Si a los ricos no les alcanza nunca el escarmiento, por fuerza tienen que ser más delincuentes que nosotros! ¡Con la salvaguardia de su riqueza se arriesgan adonde nosotros no podemos! (...) 
—Se puede robar un monte y no se puede robar un pan. ¡Eso es la España! (...) 
—¿Eso es justicia? La extrañeza es que, siendo tantos los castigados por la falsedad de las leyes, no se junten y hagan valer su fuero. (...) 
—Si yo tuviese cincuenta hombres que me siguieran, veríais la iguala que hacía, y entonces, el que trabajara que comiera. ¡Y cuántos ricos inútiles iban a jamar maroma! (...) 
—¿Es justicia que un hombre, cuando se estropea para el trabajo, no tenga otro amparo que la muerte?¡Con menos que la horca no pagan los que fomentan tanta desigualdad como hoy impera!

domingo, 24 de marzo de 2024

BARES

Bares de gente derrotada, bares tristes en los que la barra es un reguero de heridos y muertos. También bares en los que el camarero te llama “corazón” e insiste en que te comas la tapa, porque “la mujer te va a reñir si llegas a casa sin comer”. ¡Ay!, la mujer. Y me la he comido.

miércoles, 20 de marzo de 2024

El buen maestro


 

Otra vez la angustia del examen en 2º de bachillerato. La espera en la puerta de la clase, el agobio, la obsesión, el desconcierto, las caras con falta de sueño. Otra vez. "¿Qué tema has puesto? ¿Es difícil el comentario? ¿Lorca o Valle?... La desesperación por no saber, por no conseguir una nota aceptable, por el orgullo, por el futuro, por el miedo al padre, por la inconsistencia de la adolescencia, por las hormonas, por no verse excluidos del sistema... Recuerdo que durante bastante tiempo, esa desesperación, esa espera, el ser el objeto de sus preguntas, de sus dudas, de su angustia, me hacía creerme importante, me ensoberbecía (nos pasa a muchos profesores, somos así de gilipollas). Ahora ya no. Cada vez que asisto a una de estas situaciones, aborrezco más el sistema educativo capitalista. Gran parte de lo que hacemos está dirigido a colmar nuestro ego, a presentarnos en un pedestal ridículo sustentado a menudo por los detritus de nuestra ansia por sentirnos importantes. Ser profesor debía ser otra cosa, lo he empezado a descubrir tarde, muy tarde, cuando ya estoy a punto de dejar este oficio. Ser profesor no puede reducirse a curar nuestra hambre de relevancia o nuestras miserias personales. Y aún peor, ser profesor no puede limitarse a cumplir el trámite de la clase con la mayor levedad posible. He releído a Machado y envidio esas clases virtuales, de ficción, que imparte Juan de Mairena. Entre sus páginas se esconde, creo, nunca estoy seguro de nada, el espíritu del buen maestro, el que dialoga, pasea, escucha y, a menudo, calla.  

viernes, 8 de marzo de 2024

Vivir en el pretérito imperfecto

 


Comía por inercia, viajaba por inercia, paseaba por inercia, daba clases por inercia..., vivía por inercia. La pasión con la que antes comía, viajaba, paseaba y daba clases lo mantenían en marcha todavía, como a un tren sin motor que aún circulara por impulso de su velocidad pasada. Pero era evidente la ausencia de un generador de movimientos, de actos, de ideas. Se deslizaba por la vida con los restos de la energía producida hacía ya mucho tiempo. A veces, cuando se topaba con una cuesta abajo, el aumento de la velocidad era engañosa, le parecía haber recuperado el gusto por la comida, la emoción del viaje, la pasión por enseñar, pero no, pronto aparecía una cuesta arriba o un llano y era evidente que el motor estaba parado. En seguida desaparecían la pasión, la emoción, el gusto. No había fuente con la que alimentar el movimiento. Comía, viajaba, paseaba y daba clases por inercia. Vivía en el pretérito imperfecto.      

domingo, 3 de marzo de 2024

Mi entierro

 Hace unos días, las alumnas de Literatura Universal me sorprendieron con una pregunta: "¿Nos vas a invitar a tu entierro?" La truculencia es algo muy habitual durante la adolescencia y si compete a tus profesores todavía más. No creo que estas chicas deseen mi muerte (seguro que no, bueno, creo). Era una preocupación sincera porque según me decían, "a lo mejor no nos enteramos y entonces qué". Desean estar presentes en mis exequias, es evidente. Haré lo posible por invitarlas al velatorio y, si puede ser, en una ceremonia irlandesa con música, pub y güisqui, mejor.  

miércoles, 28 de febrero de 2024

Comiendo con Eva

 Hoy he estado con Eva en el restaurante Santolina. Antes era El Chato, para nosotros un templo en donde rendíamos pleitesía a Dionisos sin reparar en otra cosa que no fuera el vino del Terrerazo y los manjares de Luisi. Pido el vino que le gusta, para acabarlo en casa. Comemos y bebemos como siempre, como antes, divinamente, aunque demasiado solos. Llegamos a casa y pongo la tercera de una serie polaca de cuyas dos primeras temporadas vimos y comentamos hace unos años. Me gusta hablarle y descubrir que ya se ha dormido, vencida por los chicos de la mañana. La serie nos atrae por sus ambientes cutres, por su humor negro y por sus personajes atiborrados de alcohol. Aún así duerme, le puede el sopor de la comida y el desgaste de las aulas. Luego veo un partido de fútbol femenino. No sé por qué. Sí, sí lo sé. Lo último que vimos en televisión antes de que se fuera fue fútbol femenino. Bebemos, vivimos, revivimos, dormimos, añoramos. 

martes, 27 de febrero de 2024

Un sueño didáctico

 


Hace unas noches tuve un sueño muy didáctico. Me desperté sobre las siete, como siempre. Me aseé, como siempre. Me vestí, como siempre. Rellené la mochila, como siempre. Subí al coche, como siempre. Llegué al instituto, como siempre. Me bebí en la cantina un café con leche, como siempre. Y entré a clase, como siempre. Y en ese momento del sueño comenzó a diluirse el "como siempre". Al abrir el ordenador para empezar con la clase de ese día, caí (con angustia) en que no recordaba nada sobre mi materia, todo lo que aparecía en la planificación era para mí de contenido desconocido. ¿Quiénes eran Montaigne, Shakespeare, Molière? Ni puta idea. No había oído sus nombres en mi vida. Sobre qué iba a hablarles a las alumnas (solo había chicas) allí sentadas, expectantes, ávidas (no, eso no es verdad) de escuchar lo que yo tenía previsto decir sobre esa gente. Las presentaciones apenas tenían texto, al parecer no eran sino un apoyo para que yo me explayara sobre la obra y milagros de esos nombres desconocidos. No recordaba absolutamente nada. De hecho, me pregunté varias veces por qué estaba yo encargado de ilustrarlas sobre literatura. En un principio me angustié, comencé a sudar y empecé a divagar sobre temas triviales de ascensor: el mal tiempo, el frío que hace en clase, Operación Triunfo (de eso sabía tanto como de literatura), la fiesta del fin de semana... Mientras se desarrollaba esta conversación inane, yo iba pensando sobre qué hablar y no se me ocurría nada, absolutamente nada. Descubrí que en el ordenador aparecía una diapositiva con una cita de Montaigne: "Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis". No se me ocurrió otra cosa que comentar el significado de esas palabras. Había olvidado todos los contenidos estrictamente literarios, pero el raciocinio, por suerte o por desgracia, lo conservaba. Ensayé mi interpretación sobre el entrecomillado y ellas, en seguida, se lanzaron a contradecirme y a exponer sus versiones sobre lo dicho por el francés (porque con ese apellido solo podía ser francés). Me alivió que ellas hablaran, que tomaran el mando de la clase, que opinaran y debatieran con total espontaneidad sobre ese y otros muchos asuntos en los que se ramificó la conversación. Espoleadas por el interés de la cita, buscaron en sus teléfonos móviles más citas de Montaigne y el aula se convirtió en una tertulia de café. Apenas tuve que pronunciarme más, fueron ellas mismas quienes consumieron la hora entre risas, discusiones e intercambios de pareceres. Nunca he salido de una clase con mejor sabor de boca, lástima que fuera un sueño. Eso sí, un sueño didáctico.     

lunes, 26 de febrero de 2024

La heroína y la memoria


 

Hace unos años entrevistamos para El País de los Estudiantes a un personaje que había estado enganchado a la heroína durante 15 años. En el momento de la entrevista, cumplía dos con metadona. Nos contó situaciones escalofriantes y otras no tanto, todas muy curiosas, sobre todo las que concernían a su vida cotidiana una vez desenganchado, determinada por haber sido un yonqui durante tanto tiempo. Por ejemplo, podía ver hoy una película que había visto el día anterior como si fuera nueva, es decir, su cerebro ya no era capaz de acumular recuerdos de un día para otro. 

Desde hace unos años, a mí me pasa algo parecido. No sé si será por la ingente cantidad de contenido audiovisual que consumimos, por la edad o porque tengo el cerebro tan licuado como nuestro entrevistado, pero acabo películas que he visto recientemente y apenas me acuerdo de nada. Las reconozco porque me suenan los actores, los personajes y algunas de las escenas, pero no hay manera de recordar el argumento; es decir, las puedo gozar de nuevo como si de un estreno se tratara. También me pasa con la mayoría de los libros. ¿Será posible que ese cóctel formado por el exceso de consumo audiovisual, la edad y alguna cerveza que otra hayan provocado el mismo efecto en mi cabeza que 15 años de heroína? Al parecer sí. Tampoco es tan malo. Antes, en cuanto me sonaba de algo el título de un libro o de una película los descartaba, ahora tengo un abanico donde elegir mucho mayor. Sé que por mucho que me suenen los voy a disfrutar o a odiar como novedosos. Bueno, vamos a por el Quijote, me han dicho que no lo voy a comprender.     

jueves, 15 de febrero de 2024

Estampa infantil

 


Hacía calor en verano, ¡qué cosas!, aunque no tanto como en el siglo XXI. Protegía mis ocho años con un braguero de goma. Era molesto, sin embargo, hasta en bañador me sentía seguro con él. Notaba las tripas recogidas en las ingles y, al menos, sabía que no se me saldrían delante de todo el mundo, a no ser que reventaran las cintas ajustadas a las nalgas con botones blancos. Ya me había ocurrido más de una vez: el roce de la goma provocaba que se desgastara el tirante, se rajara y saliera por la pernera del bañador. Asomaba como un pingajo rosa con apariencia de reptil sintético. La suerte es que tenía ocho años y la vergüenza todavía no me impedía pensar en el ridículo de llevar colgando un lagarto de silicona en la parte alta del muslo.

Mi cuerpo de anemia soportaba una cabeza desmesurada, las costillas pugnaban por reventarme la piel y era inverosímil que unas canillas tan delgadas soportaran el peso de mi cabeza sin troncharse. Al subir las escaleras, hasta el sol de la piscina, me entretenía admirando la anacronía del señor con bigote y bañador años veinte pintado en la pared. Servía para identificar el vestuario masculino. En el femenino había una sirena.

No me atrevía a tirarme en la piscina grande. Todavía no sabía nadar y sentía pánico cuando comprobaba la insondabilidad del fondo. Hasta entonces, solo me había bañado en una zafa y en el abrevadero de las ovejas pastoreadas por mi abuelo. Vi a mi padre y a sus amigos lanzarse desde la palanca. Encogían las piernas en el aire y nadaban con la cabeza fuera, ladeada, alargando el brazo derecho una y otra vez con la inseguridad de la gente de secano. La piscina grande no era, como me habían asegurado, una diversión, sino un padecimiento. Resoplaban los hombres con furia hasta alcanzar la escalerilla que les llevaba de nuevo a la seguridad de las baldosas ardientes. Salían aliviados, se peinaban con el rastrillo de los dedos. Los bañadores de lana, deformados por el agua, abrían una holgura indecente en las perneras.

Mi padre me instó a tirarme a la piscina grande, me caló el flotador y me empujó hasta el borde de la piscina: "Los hombres se tiran de cabeza". No quería hacerlo, pero no podía defraudarlo. Me armé del valor necesario y me lancé. Cuando me vi sumergido, con las piernas atrapadas en la trampa del salvavidas, comprendí que nunca se debe abandonar el aire. Noté que una de las cintas del braguero se me desabrochaba e intenté respirar agua con desesperación. Braceé sin sentido, con pánico, intenté zafarme del flotador, pero el peso de la cabeza y las piernas no me permitían volver a la superficie.

Cuando un señor desconocido me sacó de allí, respiré con ansia, desconcertado. Recuperé el resuello, vi el rostro impasible de mi padre, esperé un reproche, una reprimenda por no haber mostrado suficiente valor o pericia o qué sabía yo. No me dijo nada, se dio la vuelta, me mostró su espalda imponente de posguerra y me dejó solo, con el braguero colgando y un moco líquido entre los labios. Ya no hacía calor, el frío me caló el pellejo y los huesos.

lunes, 5 de febrero de 2024

La ingenuidad de los muebles



Todo sigue donde lo dejaste: los vestidos a la espera de tu piel; en el congelador, guisos con etiquetas (tu letra), dispuestos para tu paladar; en las perchas, los pantalones desean rozar tus muslos; en el baño, tus perfumes conservan su esencia (abro alguno de vez en cuando); en una bandeja de cerámica, tu lima de uñas está lista para combatir los arañazos; en el coche, un amuleto (qué pobre papel ha cumplido); en el salón, el reloj (se ha parado a la espera de que vuelva el tiempo); en las estanterías, fotos tuyas, de tus alumnos, impacientes por ser renovadas; también los dibujos de nuestra hija; en el dormitorio, tu libro electrónico, tus pendientes, tus anillos, tus pulseras; en el baño, una esponja, preparada también para tu piel; en el sótano, tu orden; en el despacho, tu aroma; cada vaso, cada copa, cada  taza, anhela tus labios, como si supieran que alguien, solo tú, puede devolverles el roce del beso. Una manta te cita junto al sofá para calmar el helor de los días de invierno. El mismo sofá se impacienta al no notar el peso de tu liviano cuerpo. La novela negra a mitad de leer se revuelve por ser devorada cuanto antes. La libreta de la mesita reserva hueco para anotar las nuevas películas, las nuevas series, los nuevos libros. 

Los observo a todos con lástima, perplejo, y alimento su ingenuidad. No voy a sacarlos de la inopia: cuando puedo, leo unas líneas de esa novela negra, apunto el título de una película de estreno (imito tu letra), hasta me tumbo en el sofá para que no extrañe el peso de tu cuerpo. Aún así, se impacientan tus zapatos (mis pies son demasiado anchos), la pinza del pelo no encuentra asidero en mi cabeza y no entro en las faldas de tubo. Algún día les tendré que confesar la verdad. Hoy no.   

lunes, 29 de enero de 2024

El buen teatro


 

El buen teatro es nutritivo, es adictivo, es una purga necesaria para quien necesita salir de sí mismo. El buen teatro redime, da esperanza a quien ya le cuesta percibir emociones. El buen teatro es alimento necesario para quien ha perdido el apetito, un reconstituyente vital de propiedades muy recomendables. 

Vicky Luengo es una muchacha de frágil aspecto que se convierte sobre el escenario en una gigantesca catalizadora de palabras. Las palabras de Prima Facie, una obra que mide el tempo y el desarrollo de la trama con un cuidado digno del mejor experto en Derecho. Una obra que cuida el poder de la narrativa con esmero, que apela a la razón y a la emoción a partes iguales, con estudiada arte retórica.  Cuando la obra finaliza, uno suelta el aire como si lo hubiera estado reteniendo a lo largo de las casi dos horas de representación. No hemos mirado ni una vez el reloj porque la Luengo imprime un ritmo al texto casi extenuante. No cabe el aburrimiento ni el abandono de la escena, ni la impasibilidad. Todos estamos alrededor de la protagonista, oliéndola, palpándola, comprendiéndola y, al final, arropándola, compadeciéndola. La voz narrativa es potente y en seguida se adueña del jurado, perdón, del público. 

El buen teatro, la buena cómica, tan sencillo, tan difícil. El arte, el verdadero arte, te cambia el metabolismo, te convierte en mejor persona, te hace otro, ojalá lo consiguiera del todo.     

lunes, 22 de enero de 2024

Abulia


 

No caen bombas a tu alrededor, ni hay desastres naturales en lontananza; tienes un lecho donde dormir, un techo en el que refugiarte, dinero para comprar cerveza, güisqui y fresas, también para ir de viaje; dispones de tiempo libre para orearte al sol de la tarde. Eres un burgués, pocas comodidades te faltan, prácticamente ninguna, la barriga indecente lo señala. Hasta disfrutas de amigos de raíz y amigas de estirpe. Puedes ver series, películas, lees libros, tienes libros, muchos libros, incluso has descubierto que escribes con cierta claridad. Ni siquiera has padecido enfermedades significativas ni has sufrido accidentes. Sin embargo, a pesar de las comodidades, de los privilegios, te encuentras tan desolado como si vivieras en mitad de una zona de guerra, en medio de la debacle. No te bebes la lluvia como antes, ni escuchas la música con los oídos despiertos, ni bailas con el mismo escalofrío, ni ves el cine y el teatro con los ojos disparados. Una bruma constante te apaga el horizonte, una abulia insoportable te acompaña allá donde vas. La seguridad de que todo, todo, se acabó hace tiempo. La impresión de sentirse ajeno a uno mismo.