Mostrando entradas con la etiqueta Degollación de la rosa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Degollación de la rosa. Mostrar todas las entradas

martes, 17 de diciembre de 2024

Sin Ítaca

 


No siento hogar en ningún sitio. No tengo Ítaca a la que volver. Imaginad que los pretendientes hubieran matado a Penélope y Telémaco hubiera huido. La casa arrasada, completamente, asolada. Imaginad. El viaje de Ulises no tendría sentido y su relato tampoco. Imaginad. La Odisea se habría quedado sin motivos. Odiseo se habría eternizado junto a la ninfa Calypso y no habría naufragado en la isla de Nausicaa. Imaginad. Homero se habría visto obligado a cambiar de héroe y hubiera escrito otra cosa, qué se yo, un anime, por ejemplo. 

Solo Sevilla me sabe a algo parecido a Ítaca. Solo siento hogar cuando estoy junto a mi hija, cuando hablo con ella, cuando comparto la mesa con ella, cuando me habla (con la "t" ya líquida) de sus esperanzas, de sus sueños, de sus peripecias, de su nuevo trabajo telemático (así renuevo yo los clásicos, con estos juegos de palabras). El resto es compañía, a veces muy grata, pero compañía solamente, restos del naufragio, restos de un viaje que apenas tiene sentido ya relatar. Y más sabiendo que Homero era mortal, que ya no está, que no va a volver para contar una historia sin destino final, sin Ítaca.       

lunes, 16 de diciembre de 2024

Fuera de temporada


 

Deliciosa película Fuera de temporada. Otra historia de amor, otra. Al leer la sinopsis, no me atraía en absoluto, no sé por qué la he visto. Una historia sencilla, trabajada con una delicadeza extraordinaria. Todas las historias de amor son iguales (como las familias ricas de Tolstoi), salvo las que introducen las pausas y el sentido del humor necesarios para que exploten y nos alcance su onda expansiva. Sí, todas las historias de amor son iguales, salvo las de los verdaderos desgraciados que encuentran la espoleta y la activan, de quienes el tiempo se ríe a reventar. Esas historias son las que nos conmueven, las que nos agitan, las que nos deshacen. A pesar de que todas sean iguales, esas parecen distintas porque las hacemos nuestras. 

La película acaba con una frase maravillosa: "Prométeme que no volverás aquí". Voy a reservar un spa. Por cierto, esa actriz, Alba Rohrwacher (he tenido que mirar Google tres veces para escribir su apellido), me acongoja. 

sábado, 7 de diciembre de 2024

Viaje a Oporto: primera escala, Salamanca y la literatura


 

La última vez que estuve en Salamanca, murió Juan Pablo II. Y diréis (o no), ¿por qué recuerdo este dato tan alejado de alguien tan poco católico como yo? Pues no lo sé. Bueno, sí, porque recibimos la noticia en un kebab. ¿Veremos a Sara Mago? En Salamanca, no; pero en Oporto es posible. El problema es que no me acuerdo de su cara en estos momentos, solo veo a Esperanza Aguirre citándola. ¡Qué riqueza la de guardar referentes culturales en la memoria!, ¡qué placer, visitar otros países y reconocerlos por su tradición literaria! 

La llegada al hotel de Salamanca es apoteósica. Un billete huérfano de 20 euros nos da la bienvenida. Es la primera señal. El oro de los Reyes Magos. Salamanca está tomada a finales de noviembre, como tantas otras ciudades españolas, por los amantes de las luces de Navidad. A pesar de la marabunta, la Plaza Mayor y el café Novelty nos ofrecen aún el placer de saborear el pasado barroco y modernista en todo su esplendor. Nos hacemos (cómo no), una foto con el bronce de Gonzalo Torrente Ballester, embalsamado sobre las sillas del café, con esa mirada perdida del medio ciego, entre gozos y sombras. Un señor desconocido se ha colado en nuestra foto, pero gracias a la habilidad de la fotógrafa, con buen criterio, sustituimos su careto por el de Carlos Areces (ver imagen). La muchedumbre atesta las calles empedradas de la ciudad universitaria. Todo sea por el Black Friday y las luminarias. Cuando se ha estado más de una vez en una ciudad, uno intenta volver a los lugares emblemáticos que dejaron buen gusto en el paladar, pero ninguno de nosotros tres (gente de bien, aunque de confusa memoria) tenemos los recuerdos muy nítidos. Aun así conseguimos ver la iglesia sobre la que se levanta Zara (qué simbología perversa tiene todo esto) y tomar unos refrescos en el bar "Niebla" (con decoración digna de una buena exposición de fotografía erótica antigua). Nos reciben con vasos de agua, algo no muy prometedor. La turbamulta, pese al GPS, nos retrasa y llegamos justos al punto de encuentro. Una de las alumnas, además de a "Niebla", y a Unamuno ha localizado referencias de la Pardo Bazán: "¡Sí, sí, Ópticas Ulloa", dice entusiasmada, convencida del hallazgo literario, "la de los Pazos". Como decía al principio, siempre es gloria poseer referentes culturales y reconocerlos. 

Por la noche, otra ruta de senderismo hasta el centro. La excursión merece la pena: "El Puerto de Chus", taberna curiosa, plagada de estudiantes. Comprobamos que el Black Friday (el bueno, el auténtico) se aplica en los cubos de tercios. Mientras tanto, en el hotel, se celebran las insustituibles cenas de Navidad: una despedida de soltera, una jubilación y una sociedad de divorciados. Jolgorio y trato social siempre sanos, si exceptuamos el espectáculo de dos enanos vestidos de jeques a hombros de dos divorciados. Recordé entonces ese siglo XVII burlón y cruel con los distintos, ese tinte antediluviano de nuestra tradicional idiosincracia del mal gusto. Quevedo lo habría pasado bien en esta cena. 

Comienzo esperanzador, mañana más, pero sin enanos. Salamanca nunca defrauda, ni siquiera en Black Friday. Nosotros, por suerte, sabemos reírnos con otros divertimentos.  

jueves, 14 de noviembre de 2024

Las palabras


 

Las palabras te rozan la cabeza, pero no te tocan. Son aves de paso que pueblan el cielo desde el principio de los tiempos. Las palabras vuelan parsimoniosamente, sin pausa. Puedes atrapar alguna si estás atento, si aprovechas algún descuido y se posan en un tendido eléctrico. ¡Cuidado con la corriente! El alto voltaje es peligroso. Sobrevuelan el firmamento todos los días, como pájaros migratorios que nunca acaban de llegar al destino. Van de un lado a otro, descansan de vez en cuando, graznan cuando nadie las reclama. Las palabras, esas peregrinas palabras que nos acompañan todo el tiempo, que sirven para desalojar la pena (no del todo), para celebrar el mundo, para cagarse en él, para alabar a Dios y, también, para escupirle a la cara. Algunos las ven pasar sin apenas reparar en ellas, otros se encantan con su cadencia rítmica o con su estético vuelo e intentan enjaularlas para tenerlas siempre a la vista. Mueren, no resisten la celada. Las palabras son animales libres sin reposo, sin hogar, dueñas del aire y de la ingravidez. Solo algunos adiestradores, pocos, guardan la habilidad suficiente para hacerlas volar a su antojo, en rítmica danza que endulza ojos y ensancha corazones. Las palabras, esos pájaros antiguos, dan sentido a la inmensidad del vacío.      

martes, 5 de noviembre de 2024

El barrio fantasma


 

El barrio de La Fuente está desierto. Nadie vive en él, nadie. Las casas, desoladas, con restos de barro, sin voces, sin trinos de pájaros, sin música, sin gritos infantiles, sin conversaciones, sin tejido. Un barrio fantasma, aletargado. Por las calles nadie sale a la compra, ni al trabajo, ni a pasear. Nadie habita esas casas, nadie. ¡Qué angustia de vacío y humedades! Allí donde yo gocé mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud, ya nadie goza de su infancia, ni de su adolescencia, ni de su juventud. El barrio huele a fango y a memoria antigua, pero sobre todo a ausencias, a vacíos enormes, a tragedia inesperada. El silencio lo ocupa todo, solo el rumor del agua se escucha (ahora espantoso), viene de allá abajo, de las simas más profundas del Averno. Ahora, sosegado el río, apenas es capaz de cubrir el cemento del lecho. Se escucha, sí, ese rumor antiguo, esa letanía de la Naturaleza amordazada. De lo más hondo de la tierra, brotan lombrices, ratas muertas, huesos familiares. Todo ayuda a dibujar un paisaje apocalíptico, vaciado de humanidad, tétrico. Un paisaje lunar por el que de vez en vez se ve deambular algún alma en pena, intimidada por viviendas sin ruido, acongojada por el leve temblor del barro latente. Solo hay vida abajo, más allá del asfalto, envuelta en cieno y podredumbre. Vida sin ojos, sin voz, viscosa y lóbrega.

Los días van absorbiendo el agua, como esponjas de sol. El río ha vuelto a su ser insignificante y observa la mole en ruinas del instituto de secundaria en el que "estudié". No hay bullicio de adolescentes, solo crujir de vigas y muros destartalados. La luz, impúdica, ilumina los restos de un naufragio estremecedor. Silencio, todo es silencio.    

jueves, 31 de octubre de 2024

El río de mi infancia

 


Y el río de mi infancia se desbocó, desató su ira contra todos aquellos que viven cerca de él. Aliado con los cielos, convocó ramblas, arroyos y regatos para vengarse de cuanto le robamos a lo largo de los años. Primero le quitamos la vida: los peces, los cangrejos, las aves, hasta las ratas de agua; luego nos cebamos con sus riberas: arrasamos la hierba, talamos los chopos, lo encerramos entre muros; pavimentamos su lecho y lo envenenamos con todo tipo de vertidos ponzoñosos. Lo convertimos, al fin, en un regato triste y maloliente. Ahora sí hace honor a su nombre: "Magro", y tanto. 

Se ha vengado el río de mi infancia y de qué manera. En pocas horas devoró todo cuanto salió a su paso, se hizo mar, mar de lodo. Un Helesponto en el que el mismo Ulises habría naufragado. Fue apoderándose de las casas de mi barrio, del barrio de mi infancia, del barrio de La Fuente, donde me raspaba las rodillas y derrapábamos con los carros de roces. El barrio de la Fuente, donde luego me enamoré y donde buscábamos los rincones escondidos que nos brindaba el río de mi infancia para gustar el mosto de las granadas. 

Cuando el Helesponto, vengativo, engulló en pocas horas, con voracidad, el barrio de La Fuente, provocó una tragedia angustiosa. Los más viejos se acurrucaban en la primera planta, sin luz, sin comida, asustados por la impiedad de la riada. Mi madre y mi suegra a través del teléfono me contaban cómo el agua subía poco a poco por las escaleras, hasta casi lamerles los pies. Angustiadas, temblaban sus voces a través del teléfono, viéndose ya devoradas por las fauces húmedas del río de mi infancia. Algunos vecinos, a través de la oscuridad de la noche, aprovechando una tregua de los cielos, se lanzaron al rescate de los desesperados. Los sacaban de las casas a través de las ventanas más altas, los cargaban en palas o en barcazas. Como Nausicaa auxilió a Ulises cuando lo encontró exhausto en la playa después de sufrir la furia del mar. Pero me cuentan que algunos no tuvieron suerte, algunos no disfrutaron de la misericordia del río de mi infancia.

Hoy iré a ver los restos de muerte y barro que ha dejado esta furia incontenible. Ese paisaje rodeó mi niñez, mi adolescencia y parte de mi vida en pareja. Cuando vuelvo a él, piso terreno firme, el asfalto por donde paseaba con Eva y, antes, con mis amigos de camino al instituto y, antes, cuando trepábamos por las tapias que dividían las casas y lanzábamos piedras a los pájaros y a las lagartijas (esa crueldad de la infancia), ese asfalto que reconoce mis pisadas no estará, seguramente lo habrá sustituido el lodo, el barro y la desgracia. Y la casa donde viví tantos años, esa casa ya no será mi casa, sino el objeto de una venganza que no ha respetado a nadie, como suele hacer la Naturaleza cuando actúa: sin amigos, sin razones, sin piedad, esa crueldad inexplicable de la infancia.         

lunes, 28 de octubre de 2024

Los paseos de Valle


 

Hoy cumple siglos mi idolatrado Valle-Inclán. Hay que felicitarlo y congratularse por él porque siempre quiso ser "difunto". Difunto y protagonista del imaginario más extenso de anécdotas estrambóticas sobre vida y milagros que yo conozca. Si no hubiera leído su obra, muchas de ellas no las creería; pero quien está familiarizado con el mundo literario de Valle sabe que ese florido lenguaje, esa habilidad con la palabra, ese ritmo y ese saber ahondar en el alma humana, bien adentro, no puede nacer de un ser vulgar o, como dice Rafael Narbona, no me da la gana creer que este hombre fuera un correcto ciudadano que acataba, al fin y al cabo, el forro de su época. No, Valle es su literatura y su leyenda, sobre todo su leyenda.

 La narrativa y el teatro de Valle-Inclán no tienen parangón. Hace poco estudié un artículo sobre las concomitancias del Ulises de Joyce con Luces de bohemia. Por supuesto no voy a hacer una comparación competitiva de dos obras tan devastadoras, sería absurdo. Pero sí me llamó la atención ese espíritu burlón y demoledor que ambos escritores proponen en sus creaciones. Para Joyce, Irlanda es la cerda que se come a sus crías con delectación. La España de Valle es la del hambre y el sablazo, un país donde se premia robar y ser sinvergüenza. A los dos, miopes y estrafalarios, los veo ahora pasear por las calles de Dublín y Madrid, los dos difuntos, los dos cagándose en los muertos de sus compatriotas, descojonándose de la idiotez de la modernidad y despreciando la inutilidad de nuestra tradición. Valle espera a Rubén Darío, Joyce a Italo Svevo. Y los cuatro entran en un café o en un after o en una discoteca de moda, para tomar moldes, para seguir retratando a la jauría humana; más bien para beberse todo el veneno que les sirvan, porque destrozarse el hígado y diluirse en opio y alcohol es el único alivio que encuentran a mano, deslumbrados por las luces de neón, los riñones fritos de Bloom y los churros de la buñolería de San Ginés. Y, bueno, a lo mejor el enterrador de Valle no cayó sobre su ataúd el día del sepelio, ni lo rompió, ni descubrió el cadáver amarillento y espantoso del gallego, pero yo lo he contado tantas veces que me lo creo.         

martes, 22 de octubre de 2024

N´Daye

 N´Daye luce caligrafía de cuadernos Rubio. Hoy le dolía mucho la cabeza, se le notaba en lo despacioso del trazo. No sé si ha comido o no en todo el día. Me ha sabido mal preguntarle. N´Daye no tiene trabajo, "en el campo ahora no hace nada, busca otra ciudad" (tenemos que repasar la conjugación). N´Daye muestra una sonrisa abierta, limpia, aunque tras ella se esconde una pena negra evidente y muy justificada. Las venillas rojas de los ojos y sus temblonas manos lo delatan. No atina a situar España en el mapa, tampoco Senegal. No sé si sabe lo que es un mapa. Es listo, rápido y sonríe con desgana cuando en el manual aparece el plano de una casa con tres dormitorios. Sí, no me extraña que sonría con sorna. Sabe los números, hasta más allá del doscientos y domina el masculino y el femenino, más o menos. Hoy he conocido a su familia: tres hermanos, diez tíos y veinte primos. En su dialecto "mama" se dice "yayá" (otro ejercicio del manual). Le cuesta decir "entretenimiento", pero es tenaz y lo repite hasta decirlo como corresponde. Resulta complicado explicarle lo que significa esta palabra. En el manual la ilustran con un chico leyendo. Para él es pura necesidad. N´Daye tiene 27 años o por ahí. Le duele mucho la cabeza y no sabe qué es un vestidor. A pesar de su flojera, hoy, al despedirse, me ha chocado la mano con la misma cordialidad de siempre. Les debería doler a otros la cabeza, no hay justicia.   

martes, 15 de octubre de 2024

Juan Ramón y el diario


 

Ayer me acosté con Juan Ramón. La cama la engulló el mar y se pobló de estrellas. Mar proceloso, mar vivo, mar espuma, mar esculpido. Hay algo en sus diarios que me atrae y también algo que me repele. Ese tono melifluo y decadente se me hace empalagoso; sin embargo, su verso es férreo, poblado de almas, de naturaleza apabullante. Su deseo de fundirse con el todo, con la nada, se descubre en cada rincón del poema: el mar, el cielo, la ciudad voraz (New York), el sosiego de Cádiz, Moguer (la madre), Madrid... y el amor (Zenobia), nunca personalizado, desleído entre las aguas del Atlántico, entre los versos del diario. No sé. 

Qué descubrimiento para el poeta joven leer a Juan Ramón en 1917, en 1920, en 1927. Qué modernidad total y, latente, qué absoluta búsqueda, qué hallazgo. Si no fuera por esos movimientos de cabeza de princesa lánguida cantando a las margaritas, Juan Ramón sería poeta de cabecera. No lo es. No lo he tenido allí nunca. Lo he leído ahora, de nuevo, porque estoy redescubriendo a autores aborrecidos. ¿Mejor que antes?, sí, mejor, más compacto, más sólido, pero no termina de hacer vibrar las cuerdas de mi ¿arpa?, mejor bandurria. Hay momentos que uno busca ser agitado, ser compadecido, ser apaciguado o desmembrado (no sé) por la palabra única. Sí, Juan Ramón es poeta inmenso, pero no el mío.  

lunes, 7 de octubre de 2024

El teatro como método


 En las aulas no hay término medio. De la abulia más absoluta, se pasa a la euforia más desmedida. A primera hora a una chica se le cerraban los ojos, se dormía viva. No hay mejor opiáceo que una clase magistral mezclada con el uso de pantallas hasta altas horas de la madrugada. No sé cómo venden somníferos. Yo me presto a endilgarle a cualquiera que tenga problemas de sueño una perorata sobre el Modernismo. Eso y un móvil. En media hora, curado el insomnio. A primera hora los ánimos están calmados, la espuela de la adolescencia no se clava todavía en sus ijares. Se puede trotar con cierta mesura y hasta algunos son receptivos al discurso teórico. 

Durante el recreo preparamos una obra de teatro. Aquí los ánimos se desbocan, la pasión por actuar ante el público y el nerviosismo que provoca el oficio de cómico son acicates eficaces para levantar el ánimo adolescente hasta alturas insospechadas. Los mismos alumnos que dormitaban sobre el pupitre con el ruido de fondo de mi cantinela, se revuelven inquietos, leen su papel, se estremecen, se emocionan, se les crispan los nervios y, lo más importante, se entregan de lleno a la reinterpretación de un texto literario. 

¿Qué más pruebas se necesitan para entender que la enseñanza pasiva no puede ser el método cardinal de una clase? ¿Qué evidencias hay que aportar más para entender que esto de educar no puede pasar siempre por el rodillo del discurso teórico? Coño, que en Grecia el método de enseñanza fundamental ya tenía al teatro como fundamento. Y eran más espabilados que nosotros, eso está claro.     

martes, 1 de octubre de 2024

El silencio y la montaña


 El silencio guarda a la montaña en otoño. Un silencio denso, lenitivo, que penetra por todo el cuerpo para desaguarlo de impurezas. Entre pinos negrales que compiten por llegar cuanto antes allá arriba, sobre la fronda mullida de las agujas, el silencio se hace dueño de todo, te subyuga, te posee. Un silencio abrumador que apaga la conciencia y la devuelve a su origen: a la pureza de lo natural. La Serranía de Cuenca tiene esa virtud. La masa, la muchedumbre, no se ha enseñoreado de ella. Está libre del mal del turismo y se entrega, lúbrica, frondosa, apabullante. Nadie (ni siquiera los poetas) ha conseguido explicar todavía por qué uno se diluye, se deshace, cuando se sumerge en la espesura de los montes. Nadie ha sido capaz de provocar tanto ensimismamiento como el vuelo sosegado de los buitres. La vida y la muerte están tan próximas entre las montañas que pierdo la personalidad, la vanidad, el oficio de ser uno. 

El rumor del agua, transparente, cristalino, árabe, rompe el silencio. Nadie (ni los músicos) puede igualar esta armonía, este runrún vibrante que invita al reposo y a la evasión de uno mismo. El río rompe el bosque con un rayo de vida, le saca lustre, lo ilumina. Nadie en lontananza, nadie, ni siquiera yo, evaporado a los pies de los árboles. Entre la espesura flota un sol arañado por las ramas, un sol aromático como lluvia de luz. Un sol que cae sobre el agua y la convierte en plata. Ya no soy, no es necesario. Me basta. Me diluyo. Me evito. Soy otoño.   


La foto, por supuesto, no es mía. Es de Hermi.       

martes, 24 de septiembre de 2024

Sobre el duelo y la ausencia (a partir de un artículo de Rafael Narbona)

 En un artículo tan estremecedor como certero, Rafael Narbona habla del duelo y del dolor que provoca la ausencia del ser amado. Es un homenaje a Javier Marías y se apoya en el libro que la mujer del escritor, Carmen Mercader, ha publicado hace poco en Reino de Redonda

De Duelo sin brújula, el libro de Mercader, extrae fragmentos como estos: "Nadie nos prepara para la pérdida" y añade el propio Narbona: "Es un dominio particularmente hostil, donde no es posible utilizar brújulas ni mapas, pues todo es incierto, desconocido y despiadadamente abrupto". Y sigue diciendo el articulista, apoyado en las palabras de Carmen: "El dolor asociado a las pérdidas no es una aflicción poética, sino algo “primario y animalesco”. Solo es posible soportarlo, cediendo el paso a las automatismos básicos del día a día: comer, dormir, trabajar". Y continúa: "Cuando le llega la muerte a un ser querido, piensas que nadie ha sufrido un duelo tan desgarrador, pero es una impresión falsa, fruto del desconocimiento de lo que acontece en el interior de los que ya han soportado algo similar (...) el matrimonio es una institución narrativa, afirmaba Javier Marías, y por eso, cuando uno de los dos falta, la historia se interrumpe bruscamente", para volver a apoyarse en las afirmaciones estremecedoras de Carmen: “Los muertos permanecen en el más absoluto silencio. […] Javier no está en ninguna parte. Y eso me resulta inconcebible más allá de lo que soy capaz de expresar”. Y sigue Narbona explicando de forma admirable los efectos devastadores de la ausencia: "Las fases del duelo solo son falsas estaciones de paso. El duelo nunca finaliza. Quizás te acostumbras a convivir con una ausencia particularmente dolorosa, pero ya nada vuelve a ser igual. El duelo no se supera. Sobrevives a él de mala manera, como el alpinista que casi muere en la montaña y vuelve a la vida con la mente contaminada por el recuerdo de las noches heladas, los aludes y el silencio sobrecogedor de la cordillera. Cuando crees que al fin has logrado algo de paz y serenidad, el dolor vuelve a golpearte con fiereza. No se avanza. Se camina en círculos. La Meca solo es el nombre de un lugar quimérico al que no llegarás nunca. Eres un peregrino hacia ninguna parte, un sonámbulo que camina a ciegas". 

No he encontrado mejor análisis que el de este artículo para definir mi propia experiencia. Ni el libro de Rosa Montero, ni el de Madame Curie, ni nada de lo que he leído hasta ahora sobre este asunto (y ha sido mucho) se acerca tan certeramente y sin subterfugios al sentimiento real que provoca la ausencia de la compañera o compañero. Dice, desengañada ante los consejos, la mujer de Marías: “Yo no quiero ser otra. Me había costado mucho llegar a ser la que era. Aunque veo que el cambio es inevitable”. Y concluye con un aserto incuestionable y tenebrosamente inapelable: "El duelo no enseña nada. No curte, no fortalece: Es malo de manera absoluta, completa y sin resquicios”. 

Como Carmen Mercader, yo también he sentido, al poco de morir, el tacto de la compañera en la cama, en el sofá, en todos lados y, como bien define ella, no es sino una "cruel elaboración de la mente afligida". Y sí, llega un momento en que los recuerdos dejan de ser fuente de dolor y se convierten en una extraña forma de alivio. 

Hay muchos aciertos, muchas certezas, mucha sinceridad y buen hacer ensayístico y narrativo en este artículo de Rafael Narbona, tanto que, a pesar de su descarnada crudeza, me ha proporcionado el consuelo necesario que se encuentra a veces en el arte. No hacen falta tratados ni grandes novelones. Un sencillo artículo periodístico tan cuidado como este es suficiente para comprobar la necesidad de la literatura. Agradecido.    

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Los pinos y la enseñanza



A través de las ventanas de mi aula de 2º de bachillerato se ve la copa de unos pinos enormes, un bosque frondoso, con aluvión de palomas y otras aves escandalosas. Desde Cañete no había tenido un paisaje así mientras doy una clase. La naturaleza es poderosa, mucho. No sé por qué, aún no lo sé, se me sosiega el ánimo y el paisaje se vuelve nostalgia. Observo desde las ventanas antiguas el paisaje esplendoroso y no me cabe sino dejarles hablar a los chicos para pensar en el pasado. Se me antoja que este es el final de un trayecto y aquí, a la altura de las copas de los árboles, puedo esperar la solución final (no, eso queda muy mal), el colofón a una peripecia singular (mejor). 

En mi adolescencia nunca pensé en ser profesor, nunca, ni se me hubiera ocurrido. Fue Eva quien me empujó a serlo. Y bien que se lo agradezco. Antes tuve diversas dedicaciones de las que guardo pocos recuerdos. La docencia, por mucho que se empeñen en desdeñarla muchos, ofrece la oportunidad perfecta para removerte las tripas, para crecer o menguar, para enquistarte o renovarte, para vivir o para morir. He conocido muchos profesores inanes, asesinados por la rutina y, al contrario, resucitados por el entusiasmo. 

Enseñar desde las copas de los pinos es una ocasión para observar la vida desde arriba, desde donde Valle gustaba pintar a sus personajes. Y sí, seguimos apegados al esperpento (la enseñanza en España se atiene, desde tiempos inmemoriales, a esos parámetros). Ni leyes de educación ni hostias, el esperpento es nuestra guía permanente. La Administración nuestra de cada día es así. 

Y pese a todo, disfruto de estar en clase, de acariciar las agujas de los pinos desde la ventana, de ver reír a los alumnos, de oírlos argumentar una opinión, de conversar con ellos, de jugar, de verlos enredar, de ovillarse en la delicia de la adolescencia. Y no voy a terminar diciendo, "quien lo probó lo sabe", porque se ha utilizado tanto que suena a tópico, no. "Quien subió a los árboles, conoce la tierra que pisa", casi queda mejor el verso de Lope.        

viernes, 13 de septiembre de 2024

Mar


 

Todavía no puedo visitar su tumba, está demasiado profunda, soy incapaz de sumergirme tanto. Me falta el oxígeno. Imposible visitarla, porque ahora, ya cerca de la superficie, cerca del aire que empieza a aliviarme los pulmones, no resistiría la apnea. No he hecho cursos de buceo y aguanto poco sin respirar. 

Sigue ahí, permanentemente, no me obliguéis a que me hunda en las profundidades abisales, en las simas tenebrosas de la tragedia, otra vez. No. No puedo visitar su tumba todavía. Quizás en algún momento, algún día en que la memoria no me convierta en peso muerto cayendo en el mar, quizás. 

Ahora mismo acabo de aprender a nadar. He sacado la cabeza y vuelvo la boca a uno y otro lado para atrapar el aire nuevo. Ahora que la espesura del agua ha dejado paso a la atmósfera clara, al cielo limpio, no puedo volver a sumergirme. Perdona, no puedo. Quizás más tarde, cuando el mar se seque, cuando el río deje de correr por su cauce, cuando los sumideros se abran y traguen toda la bilis que tengo acumulada.  

lunes, 9 de septiembre de 2024

Comienza el curso



Voy a mi nuevo instituto. Entro por la puerta grande y veo una disposición un tanto extraña de los espacios. En fin, me dirijo a una de las aulas, allí están los que creo son mis alumnos. Un poco crecidos para ser de 2º de bachillerato pero, bueno, tengo oído que en la ciudad los chicos maduran más aprisa que en los pueblos (pero mucho más, hay algunos que parecen mayores de cuarenta). Se extrañan muchísimo con las indicaciones que les voy dando. Les entrego una ficha de datos para que me la rellenen. No lo hacen todos. Es bastante estrambótico este principio de curso. Me paro a pensar, salgo de la supuesta aula y del supuesto instituto y compruebo que me he metido en la Subdelegación del Gobierno. Cualquiera puede tener un desliz, me digo a mí mismo, ¿como este? Pues sí, como este. A cualquiera podría haberle pasado. ¿A cualquiera? En fin, lo dejo para mañana porque me he dado cuenta de que hoy no teníamos clase, una vez revisado el calendario. Estoy muy confundido. El problema es que poco más allá, en la misma acera, hay un sex shop y una tienda de animales. Espero llegar más espabilado porque yo de vibradores y de ropa de cuero no tengo apuntes. Menos aún de jaulas para pájaros.

jueves, 22 de agosto de 2024

Dosis: "Días de fútbol"


 

Onofre es pícnico y patizambo. Así lo asegura el informe médico del comienzo de temporada. Su ilusión siempre fue jugar al fútbol porque cree tener condiciones excepcionales para triunfar. Por eso fue a rogarle un puesto al entrenador del equipo de su pueblo. Tuvo suerte. Apenas quedaban jóvenes en la aldea y el club lo fichó, después de que el padre del chico accediera a sufragar el equipaje de los jugadores. A Onofre le tuvieron que explicar qué quería decir eso de "pícnico". Era fácil, un eufemismo de "cuerpo rechoncho, de caja torácica abombada". También le tuvieron que explicar lo que significaba "eufemismo". Le sabía mal preguntar tanto, pero quería saber qué era eso de "patizambo". Bueno, "es evidente, no lo ves, mírate las rodillas". Él no vio nada raro, estaban como siempre, pegadas la una a la otra, formando sus piernas una equis casi perfecta.
El caso es que por fin estaba en un equipo de fútbol formal: todos con la misma camiseta, el mismo pantalón y las mismas medias. Se emocionó la primera vez que lo citaron para un partido. Estaban en el vestuario y, al ver a todos vestidos de la misma forma, rompió a llorar. No pudo soportar la emoción. Onofre tenía cara de lelo, pero no lo era. Según su abuela, siempre había sido un muchacho muy avispado. Eso sí, cuando lloraba, sí parecía un poco tonto. Era el primer partido de la 2ª Regional. Solo se presentaron doce jugadores. Onofre sería el único suplente. Veía muy cerca el día de su debut, pero no fue ese, ni tampoco ninguno de los veinte partidos siguientes. A Onofre le valía con estar en el banquillo vestido como todos los demás, pero tenía la ilusión de salir al campo a demostrar lo que sabía hacer con el balón. Solo entrenaban una vez a la semana y a él los entrenamientos no se le daban muy bien. Sabía que en un partido oficial sería otra cosa.
Llegó el último partido y Onofre ya no tenía esperanzas de jugar. Además, la noche anterior al partido se había ido con unos amigos cerca del río y lo retaron a cortar unas cañas. Había luna llena y Onofre, para demostrar su hombría delante de su pandilla, las cortó sin miedo. El día del partido, en el vestuario, Onofre apenas se podía calzar los pantalones cortos. Los huevos se le habían hinchado de tal manera que parecía tener un balón de baloncesto entre las piernas. El escroto bien tenso y colorado como el culo de un mandril. El entrenador no se había percatado de lo que Onofre escondía. En el minuto 50, el defensa central se lesionó de gravedad. Solo estaba Onofre en el banquillo. El entrenador lo miró y, por fin, le dijo las palabras que tanto tiempo había esperado: "Onofre, calienta". El muchacho patizambo rompió a llorar, esta vez con mucho sentimiento y cargado de razón. Al intentar salir del banquillo, el entrenador se percató del bulto que apretaba sus calzones. Le dijo que esperara y se los bajó. Al ver semejante hinchazón no sabía si llamar a una ambulancia, explotar a reír o calmar la llantina de su pupilo. Por supuesto, no lo dejó salir y lo mandó al Centro de Salud. Allí acabaron los sueños de Onofre. La mala suerte, la adversidad y unas cañas de luna llena terminaron con su carrera antes de empezarla, como le ocurrió a Julio Iglesias o a Álvaro Benito o a Javier Clemente. El mundo del éxito solo está reservado para los que tienen suerte.

domingo, 18 de agosto de 2024

Dosis: "Agosto"


 

No es posible atravesar agosto sin abanico. Cuando veo a esos indigentes clavados en la acera, de rodillas, sentados, con el vaso de la miseria esperando una limosna, pienso que no durarán más que un día, achicharrados al sol, moscas de verano. No puede ser el mismo pobre quien nos vuelva a pedir al día siguiente unos céntimos, imposible. Agosto no se puede atravesar a la intemperie, en mitad de una calle, sin un techo, sin un aire acondicionado. Un desgraciado duerme a las cuatro de la tarde sobre un cartón, a la sombra de un edificio. Parece muerto, porque lo está. Nadie, nadie puede soportar agosto lejos de una madriguera. Es un mes inclemente con todo ser humano. 

Y aun teniendo un escondite donde librarnos del bochorno, no saldremos indemnes de agosto, saldremos otros, distintos, acanallados, sin pupilas, amodorrados por la murria, muertos. Nadie sale vivo de este mes implacable. Agosto nos tiene agarrados de las meninges. Nos exprime, no puede permitir que disfrutemos de ese ocio merecido o del viaje de nuestra vida. Las fiestas de los pueblos son una celebración de la hecatombe. Agosto se asocia con el sol y con sus huestes diabólicas para someternos al dominio de la indolencia. Este agosto, que podría ser la miel del año, se convierte, poco a poco, en un insoportable tránsito hacia la nada. Agosto solo es la previsión de septiembre, solo eso. Y esta predicción lo hace odioso y lamentable, es como un domingo eterno, sin horizonte. 

Me acerco al desgraciado que duerme sobre los cartones y abre un párpado, "¡puta mierda!", dice y escupe cerca de mis zapatos derretidos. Por suerte no está muerto. Mentira, todos lo estamos en agosto. 

jueves, 15 de agosto de 2024

Dosis: "Paseantes"


 

Bajo a la calle y observo a los paseantes, gente de todas las edades. Me da por identificarme con algunos de ellos: primero, con un joven que pasa a mi lado. ¿Cómo fui yo cuando tenía su edad, qué sentía, cómo me comportaba, qué sensaciones me rondaban cuando poseía un cuerpo fuerte, vigoroso; una melena ondulada, sin calveros ni canas; un sexo rozagante y un físico en el que poder confiar para flirtear con chicas de mi edad? Me deprime bastante esa mirada hacia atrás, una nostalgia abrumadora me aplasta. Ya nunca podré disfrutar del vigor entusiasta de los veinte años, de la impetuosidad alegre, del vitalismo descerebrado de esas edades en las que el tiempo no existe, solo el placer y el arrebato pasional. Veo a ese muchacho de vientre plano y rostro terso, su zancada decidida, su sonrisa juvenil. Mira con picardía a la chica que le acompaña, que le roza el bíceps, que le palpa las nalgas, que le ríe, entregada, cada una de sus tonterías, que se para, lo agarra de la nuca y lo besa, con una pasión conmovedora. Pienso en que el muchacho, como yo, jugará a algún deporte, al fútbol, ¡cómo disfrutaba jugando al fútbol! La noche anterior al partido soñaba con los goles que marcaría al día siguiente. Y leía, también leía, aunque era esta una afición que entonces no debía ser divulgada. Los amigos de jauría no veían bien a quienes manteníamos esos hábitos perniciosos que no servían para cultivar lo físico. Por eso era mejor callar esas perversiones del espíritu. Leer no daba puntos en el ranking de los machotes. Lo miro otra vez, ya despegado de los labios de ventosa de su amiga. Así fui yo: musculoso, deportista, adolescente descerebrado, amador, un poco idiota y también lector, otra persona, sí, otra. De él solo me queda lo de un poco idiota, lo de descerebrado y, por supuesto lo de lector, una lástima. El resto es historia. 

Pero aún peor es mirar hacia delante. Observar a los que tienen más edad que yo y preguntarse: ¿cómo puedo llegar a ser? Bueno, en el mejor de los casos, un viejo que apoya en su bastón la fragilidad de sus huesos. Camina solo, con cuidado, con cara de pocos amigos, asqueado de todo lo que le rodea. Miro a mi derecha y veo a un anciano paseado en una silla de ruedas por una mujer sudamericana. Tiene la mirada perdida, como si ya no fuera de este mundo. Su color de piel anuncia una muerte no muy lejana, los párpados despegados y el ánimo abatido. 

Deja, deja, voy a seguir mirando a mi izquierda, la chica ha vuelto a agarrar al joven de la nuca.     

domingo, 11 de agosto de 2024

Dosis: "La pancha"


 

Tener tripa o panza ("pancha" la llamaba mi padre) es un atributo que cuando se llega a unos ciertos años es de fácil adquisición. Recuerdo que cuando mi padre tenía mi edad actual estaba muy satisfecho de su "pancha". Se quitaba la camiseta en cuanto llegaba a casa y se la acariciaba con fruición, con delectación. Para él la "pancha" era sinónimo de la recuperación de la salud. Por poco acaba con él una cirrosis que lo dejó en el chasis y por eso, la recuperación de su "pancha" supuso volver a disfrutar de los placeres de la vida: comer, beber, fumar y jugar al solitario. Además, para ellos, los de su generación, tener "pancha" significaba postergar los fantasmas del hambre y la necesidad. Él comenzó a trabajar a los once años y ese estigma nos hacía muy diferentes, tan distintos como el juicio sobre mi recién adquirida "pancha". Para mí es una maldición contemplar en los escaparates ese perfil de preñada que todavía no relaciono con mi fisionomía. Para nosotros, tener "pancha" supone una desgracia estética y casi social. Lo que para mi padre era un síntoma de placer que lo alejaba de aquel tiempo de miseria y hambre, para mí es un indicio de apoltronamiento burgués y abandono estético. 

Desde que la tengo, observo a mi alrededor a muchos hombres con este atributo, sobre todo los que se acercan a mi edad, y, aun así, no obtengo ningún consuelo. Porque la mayoría de ellos ya no tienen que conquistar a nadie, ya da igual que su aspecto no sea sexualmente deseable, incluso repulsivo. Me gustaría poder llegar a casa, quitarme la camiseta, sentarme y pasar las dos manos sobre mi "pancha", como si estuviera esperando la patada del bebé que llevo dentro, gozando de la caricia, de mi recién adquirida condición de sochantre, como hacía mi padre. Sorber el vino del vaso, echarle una calada al Ducados y jugar al solitario, mientras se va haciendo la cena. Perder la mirada en el as de oros y volver a pasarme la mano por el ombligo, sin remordimientos, con la total convicción de que mi "pancha" es un signo de felicidad. La vida es así de sencilla.  

domingo, 4 de agosto de 2024

Trieste 6: "Las tres religiones"



 El hombre propone y dios dispone, no sé dónde he oído semejante imbecilidad, pero empiezo por aquí porque hoy he visitado la sede de las tres religiones: una sinagoga, una iglesia y un bar. Sí, no tenía otra cosa que hacer y allí que nos hemos ido. Ha sido una experiencia antropológica, además de religiosa. 

En la sinagoga nos han vestido con unos pantalones de gasa blanca y nos han colocado un casquete de arlequín. Hacía tiempo que no me sentía un payaso de la tele, bueno tampoco tanto tiempo. En la iglesia no nos han exigido ninguna vestimenta especial, aunque solo la nuestra natural ya daba un poco de repelús. Escuchar los exordios de judíos y católicos (solo me faltan los musulmanes, aunque no los hay mejores) es algo patético. No me puedo explicar que tres cuartas partes del mundo estén sometidas por estas religiones. Que hayan provocado tantas muertes y tantas desgracias y sigan en la brecha como si nada, que sus templos sean visitados y venerados con auténtica sumisión, que cualquier movimiento de sus jefes religiosos provoque una hecatombe a nivel universal. De veras, no doy crédito. Sus propuestas son tan chuscas, sus preceptos tan decadentes y sus premisas tan ridículas que me hacen dudar de la existencia de raciocinio en el ser humano. 

De veras, cuando nos han obligado a colocarnos esos pantalones de gasa y el casquete de arlequín, he pensado que la humanidad no tiene solución, que lo que debería ser una actuación de circo lo querían convertir en un acto de reverencia a la Torá (ese libro sangriento donde dios es un ser vengativo y justiciero, como Chuck Norris, pero a lo bestia). Lo del bar lo dejo aparte porque ahí sí, en ese templo se respira la verdadera libertad de conciencia del individuo. Una birra, una grappa, ofrece más beneficios a la sociedad que dos pilas enteras de agua bendita. La de la foto es Melpómene con la teta fuera, no os asustéis.