Oyes un susurro, crispación del silencio nocturno, un quejido, no sabes si vegetal, si animal, si humano. El viento puntea las ramas de un árbol, un autillo atrapa a un roedor, una mujer exhala su último suspiro. Lo oyes, lo oyes, con toda, con ninguna claridad. Se desgarra el silencio: el chirrido de una bisagra, la rendija de la ventana forzada por la brisa, el deambular ciego de unos pasos perdidos. Las puertas mal cerradas, la fragilidad del reino vegetal, el sueño de un hombre sin futuro. Son leves gañidos, casi mudos, de una noche perturbadora, silenciosa, rota por el eco de una voz indecisa herbácea animal esotérica.
Riman los sueños con la vida, riman con la oscuridad, escenario teatral de una voz apagada, que no es voz, que es rumor, que es aire levantado. Los oídos nublados por la noche, tendidos confusos. ¡Chissss!, callad, callad, dejadme dormir en paz. Las almas sin rumbo necesitan la noche para reposar, para anular las voces de la vigilia. Dejad que el silencio se adueñe de todo, cerrad puertas y ventanas con pestillo, ajustad las claraboyas, calmad al viento, ahogad a los predadores, cortad las cuerdas vocales, renunciad a las pesadillas de los muertos. La desgracia necesita el silencio absoluto para licuarse, para entregarse a los vaivenes del mar, un mar sin orillas, sin playas. Un mar eterno, tan parecido a la muerte que se diría todo de oscuridad y silencio.