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sábado, 26 de enero de 2019

Análisis sintáctico para 2º de Bachillerato C (segunda entrega)


Seguro que la ilustración de Goya os anima: una entrañable escena de enseñanza-aprendizaje en la que alumno y profesor se igualan en sabiduría. Confiad en que si yo he podido resolver estas oraciones, vosotros también lo podréis hacer. Estamos cerca del examen de la segunda evaluación y es conveniente que volváis de vez en cuando al mundo de la sintaxis. No dejéis de practicar, de mineralizaros, vitaminaros y tomarlas con humor. Aquí van:


1. De niño me gustaba el oficio de cabrero que Miguel Hernández prestigió tanto y, es posible que me dedique a la profesión que tengo ahora por esa causa.


2. En los comentarios de texto que aparezcan en el examen, acordaos de redactar con la mayor fluidez posible para que se os entienda.


3. Nada es comparable a la hermosa dedicación del estudiante: se trata de aguantar seis horas sentado en una pequeña silla verde para escuchar las deliciosas palabras de los seis profesores que pasan cada día por el aula.

sábado, 20 de octubre de 2018

Sintaxis para 2º de Bachillerato C


Para que sigamos gozando a tope del maravilloso mundo de la sadosintaxis (en el que seguro que habéis disfrutado mucho durante la primera parte de la evaluación), aquí os dejo unas oraciones para hacerlas en casa (como os dije en clase) y revisar vuestros errores con el modelo que podréis recoger en conserjería.

1- Es una evidencia el hecho de que Pedro se caerá de la silla si sigue balanceándose.

2- Aunque no conozcáis a Rubén Darío, estoy seguro de que os habría caído muy bien y os habría invitado a algún refresco.

3- Siempre que cantemos en clase, haced el favor de entonar como corresponde porque, de lo contrario, yo pierdo el ritmo y no se entiende la letra.


viernes, 26 de agosto de 2016

"Así en la sintaxis como en la cama" por Marta Fernández


Ese acto íntimo. El de desnudarse. El de la entrega. El acto de mostrar lo hermoso y lo feo. De sacar al seductor o al monstruo. O a los dos. Ese momento de dejarse llevar. Y de tener miedo. De dar. De adentrarse en lo profundo. De abrirse. Ese acto de derramarse poco a poco. Midiéndolo. Buscando su ritmo. Su momento. Su consagración. El placer. O el dolor de no alcanzarlo. Ese campo de batalla en el que luchar hasta quedarse vacío. Para llenar los ojos del que te mira. Ese subir y ese bajar como de montaña rusa. Ese lanzarse hacia la meta. Y saber que la meta no es la meta. Que lo importante es lo otro. Y el otro. Hacerlo. Y seguir. Y parar. Y volver. Esa vibración de hechizo cuando todo cuadra. Cuando las piezas encajan. Cuando al avanzar sientes que estás en el camino. Y volver tras tus pasos hacia el principio del hilo. Y dejarse caer hacía el final. Sin red. Sin pensar en el impacto. Con el corazón abierto. Descarnando el alma.
Ese acto que tanto se parece al otro. El acto de escribir. De entregarse a las palabras como el que se abandona en un cuerpo ajeno. De cabalgar para poseer. De dejarse ir para volver a uno mismo. Ese acontecimiento entre la generosidad y el exhibicionismo. Sacarlo todo o esconderlo. Escribir y follar. Follar y escribir. Como si fueran lo mismo. Porque lo son. Porque somos en la vida como somos en el sexo. Porque nuestra identidad palpita en nuestras letras. Porque la página en blanco y las sábanas por revolver hablan siempre de nosotros: de cómo somos cuando de verdad surgimos, telúricos y esenciales, de nuestro epicentro.
«Escribir un poema se parece a un orgasmo». Lo dijo Ángel González que comprendió que la tinta mancha tanto como el semen. Que hay que manosear las palabras como quien acaricia la carne. Que la iluminación de las supuestas musas es solo una versión de la epifanía de los cuerpos. González lo contaba sencillo y resignado, con unos versos que eran como una noche de sexo sin erecciones: secos y desabridos, entre la parodia y la vergüenza. «Les hago lo de siempre y, pese a todo, ved: no pasa nada». Pero sí pasaba. El poeta había comprendido que buscar el placer era como buscar la sílaba perfecta.
James Joyce intentaría demostrar que el camino se puede hacer en sentido inverso. Que las letras pueden acariciar hasta estallar sobre la piel. Allí estaba el escritor hermético desnudando sus frases para excitar a su «dulce putita Nora». Nunca Joyce fue tan explícito como cuando jugó a que su literatura se convirtiera en lubricante. «Te habrán impresionado las cosas sucias que te escribo». Aunque a Nora Barnacle no parecía asustarle nada.
¿Sabes lo que quiero decir, amada Nora? Deseo que me abofetees, incluso que me azotes. No como un juego, querida, lo deseo de verdad sobre mi carne desnuda. Deseo que seas férrea, férrea, amor, con tus orgullosos pechos rebosantes y tus muslos macizos. Desearía que me fustigaras, Nora, amor. Y amaría hacer algo que te disgustara, aunque fuera trivial, quizá uno de esas sucias costumbres mías que te hacen reír: y después escuchar que me llamas desde tu habitación y encontrarte sentada en un sillón con tus piernas bien abiertas, tu rostro ruborizado por la ira y una vara en la mano. Y me señalarías lo que he hecho y con un movimiento cargado de rabia me llevarías hacia ti para hundir mi cara en tu regazo. Entonces sentiría tus manos rasgándome los pantalones y colándose en mi ropa, sacándome la camisa, hasta forcejear entre tus brazos fuertes y ya sobre tus piernas ver que te inclinas sobre mí —como si fueras una nodriza furiosa ante el culo de un niño— y tus grandísimas tetas casi me tocan mientras siento tu azote, tu azote, tu azote vicioso en mi carne desnuda y trémula. Perdóname, mi amor, todo esto es estúpido. Empiezo a escribir la carta tranquilamente y la acabo terminando en mi estilo más loco.
Joyce era consciente de lo que le pasaba a su prosa cuando la pasión le arrastraba. Lo mismo que le sucedía cuando su cuerpo se rendía al de Nora. Nora amada. Noretta. Mi Nora. Nora mía. Mi niña querida. Sucia Nora. Nora inocente y descarada dejándose escribir. Y el hombre del parche, coprófilo y perverso glosando sus deleites clandestinos. Basta con leer sus escarceos amatorios para comprender que su sexo era como su prosa: un laberinto plagado de juegos, escandaloso y oscuro, entre el onanismo, la dominación y la fusta. Una corriente de fantasías donde no caben los puntos ni las comas, donde no hay prudencia que se traduzca en pausa. Un lugar, el del sexo, donde Joyce no busca que le entiendan. Sólo quiere ser él pese a todo. Pese a todos. Junto a Nora.
El verbo se hace carne y la carne orgasmo en esos autores que no pueden evitar crear como aman. Así es Jack Kerouac, fornicador insaciable que teclea sin descanso su novela en un rollo. Lujurioso y adicto, escribe sin arrepentimientos, sin pausas, en una continua acometida, de frase en frase y de cuerpo en cuerpo.
«Acaso sea esto la libertad y el dominio —que durante largos y penosos años de trabajo enceguecido me fueron negados. Demasiado conmovido ahora para explicar a qué me refiero. Tiene que ver con todo lo que está en mi naturaleza y, en consecuencia, con mi trabajo». Es noviembre de 1947. Kerouac acaba de volver de California y sigue buscando frenético su identidad, esta vez en las páginas de sus diarios. Ha llegado a la conclusión de que vivir es explorar. Y explorar es un verbo que lo lleva todo, desde los diccionarios hasta las terminaciones nerviosas de decenas de amantes. Kerouac vive en la yema de sus dedos: sobre el teclado, sobre el tacto de los otros.
Esta noche voy a escribir a lo grande y amar a lo grande y a estrangular esta locura. Estoy atrapando estos malditos cambios de propósito en carne viva, con las manos y arrojándolos a los vientos, así de fácil. Desafío todo lo que se atreva a mirarme a los ojos de esa manera, lo desafío en defensa de mi ser: acaso por el gusto de la variedad.
Por el gusto de la variedad va Jack Kerouac de cama en cama. Girando como esa peonza enloquecida que recorrió todos los bares del Village, todos los pecados. Con la rotación perpetua del rodillo de su Underwood. Decía que a veces no podía trabajar porque le llenaba una corriente narrativa demasiado espesa para fluir. Esa misma corriente de vida lasciva y densa que le hacía precipitarse en otros cuerpos, en otras copas, en la cadena de un cigarro que se apaga encendiendo el siguiente, en las puertas abiertas de los paraísos artificiales. «Con todas las almas que quedan por explorar a lo largo de la vida y ojalá pudieras vivir cien vidas ¡o tener la energía de cien vidas en ti! Desde siempre ésta ha sido una de mis ideas favoritas». Tener cien vidas y gastarlas. Derramando tinta o saliva o sudor o semen. Darlo todo y acabar pronto. Acabar también la vida antes de cumplir cincuenta años.
«Escribir, no puedes hacer nada mejor que entregarte, con una comprensión humilde y acaso a disgusto, y que el resultado sea una purga, un deleite, el alivio de comunicar hasta los secretos más personales de uno mismo». Jack Kerouac habla de crear. Pero podría hablar de sexo. De ese momento único en el que rompemos las fronteras que nos contienen para sucumbir ante el otro: ante la página o el amante, ante la posibilidad del placer o el placer de perpetuarse.
Aunque perpetuarse también puede ser contenerse y esparcirse en la tinta húmeda que deja el papel preñado de ideas. Así escribía Marcel Proust, en una cama que ya solo se conmovía con sus palabras. Dejaba en sus cuadernos lo que la realidad no le había concedido al deseo. Había amado a Jaques Bizet sin ser correspondido y había conocido la correspondencia de Reynaldo Hahn.
«Oh, Reynaldo, yo soy tu lamentable basset, que no puede seguirte como un perro verdadero y que habrá de llorar cuando te diga asdieu». Marcel le escribe poemas. Y cartas cómplices para las que inventan un idioma propio.
Pero cuentan que lo que le gusta a Marcel es mirar. Asomarse por el ojo de la cerradura de los burdeles para perderse en la visión de otros hombres. Aquellos ojos grandes en los que cabía el mundo eran los mismos que tomaban nota de cada uno de los detalles que llenarían su obra. Marcel Proust cronista exquisito de lo que dejó el tiempo perdido, de los placeres y los días en los lupanares. Siempre se disculpó por su falta de imaginación: escribía sobre sus recuerdos, de memoria. Como si la vida fuera algo que vivían los otros. Como ese sexo que ocultaba bajo las sábanas.
«Solo un homosexual podría haber escrito En Busca del tiempo perdido». Lo decía Tennessee Williams cuando le preguntaban por la importancia de las preferencias sexuales en los artistas. «No tiene valor ninguno, excepto en el caso de Proust». Quizá era la contención lo que palpitaba en su obra, igual que la dramaturgia de Williams rebosaba de sensualidad bien alimentada. «No soy un obseso sexual, pero la promiscuidad es mejor que nada». Y a continuación el viejo autor recordaba que escribir febril e incansable bajo el efecto de las anfetaminas se había parecido mucho a buscar el romanticismo en incontables erecciones. «Siempre estoy caliente. Mi potencia sexual acumulada sería suficiente para hacer saltar la flota del Atlántico». Cuarenta obras, innumerables los orgasmos, el hedonista compulsivo moriría asfixiado con el corcho de una botella. Pero podía haberse ido de una sobredosis. O de ir y volver a la piel de su amante, Frank Merlo, con quien rompió y se rehízo entre infidelidades y polvos. O morir atragantado de la virilidad que tanto buscó después de que muriera Franky, a los treinta y cinco años. Los huesos de Tennessee aguantarían hasta los setenta y dos. En alguna ocasión había pedido que le enterraran junto al mar, frente al lugar donde se ahogó Hart Crane, poeta, alcohólico y bendito sodomita que también buscaba la consumación en sus versos. Pero su hermano dispuso que fuera de otra forma. Ni con Crane, ni con Merlo. Le darían católica sepultura en el cementerio de Calvary en St. Louis. Su epitafio: «Las violetas en las montañas han roto las rocas». Y como las violetas, seguiría floreciendo su concupiscencia. Nadie la sepultaría bajo la tierra. Quedaría latiendo para siempre en sus obras. Como quedaría en la de Walt Whitman o en la de Bataille, en los sonetos de Lorca o en los poemas de Gil de Biedma o en los diarios de Anaïs Nin. O en la furia creadora de Picasso: imparable en el taller y sobre las mujeres reducidas a boceto en sus manos.
La carne y la obra y la misma actitud ante las dos cosas. Ir con todo. Y para todo. Sin pausa. Sin temor. Sin más blanco que el de las páginas o el de las sábanas. Mancharlas de tinta o de semen. De sudor. De saliva. De voluptuosidad derramada. Poner las palabras contra el papel y la piel contra la boca. Y decir. Y confesar. Medir el tiempo en jadeos. Revolcarse en la forma para llegar hasta el fondo. O alcanzar el fondo para poseer la forma. Reventar de lascivia. De la carne o de las neuronas. Y hacerlo sin corazas: por el supremo gusto de crear, por la explosión que nos justifica, que nos explica, que nos arrasa. Hasta comprender que nunca somos tanto nosotros mismos como cuando nos entregamos. Que son lo mismo el orgasmo y el manuscrito.
Escribir, del verbo follar. Follar, del verbo vivir. Así en la sintaxis como en la cama. 

sábado, 30 de mayo de 2015

"Un caso práctico del complemento preposicional: mis tetas" por Yolanda Gándara

El complemento directo preposicional es una peculiaridad del español que ha sido objeto de numerosos intentos de sistematización y cuyo origen se podría encontrar en la confusión con el dativo por una necesidad de nuestra lengua de distinguir lo animado de lo inanimado, emparentado en este aspecto con el leísmo. Se da de forma generalizada la formación del complemento directo de persona con la preposición a y sin ella, como en latín, el de cosa. Sin embargo, esta regla general presenta numerosas excepciones y vacilaciones, de modo que es posible encontrar contraejemplos en todas las pautas. La mayoría de las gramáticas y manuales recogen una serie de normas que vamos a tratar de resumir y considerar a continuación:

– Llevan siempre la preposición “a” los nombres propios de personas y animales:
¿Ha visto usted a Mistetas?
Al ser Mistetas nombre propio de perro lleva preposición, no así, como norma general, en el caso de que el complemento directo designe una cosa inanimada:
¿Ha visto usted mis tetas?
N.B. Como vemos, aunque se dé homofonía entre los sintagmas nominales «Mistetas», nombre propio, y «mis tetas», nombre común de cosa, no debería producirse un error de interpretación entre ambos conceptos en una hipotética conversación.

– Los nombres comunes de personas y animales, generalmente, llevan preposición cuando van precedidos del artículo u otros determinantes que los identifiquen.
¿Ha visto usted al perro? / ¿Ha visto usted a mi perro?
En el caso de nombres comunes de animales, dependiendo del grado de afectividad entre el hablante y el animal se puede o no usar la preposición. Por esta razón es más frecuente su uso con animales domésticos. De igual modo, existe un mayor grado de identificación usando el determinante posesivo que el artículo, lo que implica un uso más frecuente de la preposición ligado al primer caso.

– No la llevan cuando no son identificables, bien por ir sin determinante, bien por ir precedidos de un u otros indefinidos. Con un/una se dan numerosas alternancias dependiendo del grado de identificación:
¿Ha visto un perro?/ ¿Ha visto a un perro?
La primera pregunta se refiere a cualquier perro y la segunda a uno en particular, el que se llama Mistetas, pero en esta ocasión el emisor o emisora opta por omitir este dato para evitar malentendidos.

– Como ya habíamos visto, los nombres de cosa no llevan “a” como norma general, pero sí en el caso de que exista personificación.

¿Ha visto usted a mis tetas?
En este punto nos tenemos que plantear si el complemento directo «mis tetas» podría personificarse de tal modo que, al construirse con preposición, diera lugar al equívoco de marras. En rigor y como recurso estilístico, sin duda. ¿Sería cuestionable la gramaticalidad de la frase He visto a Dolly Parton y a sus tetas? No si lo que queremos expresar es la importancia individualizada de ambos complementos directos. Así pues, se podría dar el enunciado y por tanto existe una posibilidad de confundirse con el primero.
En realidad esa posibilidad es bastante remota, pero estamos hablando de un contexto muy permisivo en el que un perro se llama Mistetas.
Esta historia perruna nos ha servido de subterfugio para repasar algunas de la numerosas pautas de comportamiento de este caso —que sería absurdo relatar aquí existiendo ochenta y una páginas de la Nueva Gramática de la RAE dedicadas a ello— y espero que sirva también para invitar a divagar sobre algo mucho más sugerente que las normas: los mecanismos de construcción del lenguaje que manejamos en virtud de nuestra necesidad de expresar ideas, en este caso la singularidad. Cuanto más personificado es el complemento, mayor exigencia de la preposición hay, produciéndose una jerarquización de factores en lo alto de la cual estaría el nombre propio de persona, mientras que a mayor cosificación, menor presencia de a.
También intervienen otros factores como la naturaleza del verbo: si funciona normalmente con un complemento directo de persona, implica al de cosa y viceversa. Por ejemplo, «saludar» suele funcionar con persona y cuando se usa con nombre de cosa, por influencia del contenido semántico del verbo, es habitual que lleve preposición. Se intuye aquí la misma causa psicológica que ya señalábamos: la necesidad de diferenciar personas de cosas.
En definitiva, existe una amplia libertad de elección de poner o no preposición según la abstracción que realice el hablante y numerosas combinaciones entre los factores que la determinan. Un tema interesante para la gramática descriptiva e inabarcable para la prescriptiva. Se dan tantas variantes que es imposible normalizarlas todas. Pero me gustaría verlas.

viernes, 17 de octubre de 2014

Hora de lanzarse a la piscina o al lago helado (más sintaxis para 2º de bachillerato C)


Es momento de riesgos, de aventuras. No os perdáis las últimas entregas del fascinante mundo de la sintaxis. Nadie ha podido resistirse al atractivo de esta actividad. Una vez que se consiguen resolver con éxito las oraciones propuestas, la felicidad es tanta que lleva a algunos a vestirse de bailarinas con tutú y celebrarlo en el río de su localidad. ¡Cuidado!, no lo intentéis en el río Rus, creo que hay alimañas dispuestas a merendarse cualquier cuerpo que aparezca por sus tenebrosas aguas. Ahí van las oraciones:
1. Me gusta que me canten al oído canciones que levanten el ánimo y todavía me gusta más hablar en inglés cuando conduzco el camión.
2. No creáis que es una locura vestirse de la forma que lo han hecho los personajes de la foto; yo suelo andar así por mi pueblo.
3. Sin ir más lejos, en la clase de 2º A dan ganas de impartir clase vestido de esta guisa; el último día lo haremos.

jueves, 16 de octubre de 2014

Propiedades del texto (2º de bachillerato A)

Ejercicios sobre las propiedades del texto



Ejercicio 1.
Señala dónde están los problemas de coherencia en estos textos.
1) Después de llegar al campus, me fui a mi habitación y deshice el equipaje. Nunca he sabido por qué mis padres se compraron aquel coche.
2) Los niños se alegraron al abrir los regalos que estaban junto al árbol de navidad. Las clases estaban acabando y ya tenían ganas de que llegaran las navidades.
3) Hay varias ideas en que se defienden en el libro. La obra es una crítica feroz contra la globalización.
Ejercicio 2.
Repara los siguientes textos mejorando su cohesión.

Texto A.

El otro día en la calle me encontré con unos amigos. Los amigos me contaron que habían comprado una moto. Habían comprado la moto con un dinero que habían ganado en verano. En verano habían estado trabajando para ganar dinero y comprar una moto.


Texto B.

Tener animales en casa es muy agradable. También tener animales en casa tiene problemas. Tienes que sacar a los animales a pasear y tienes que llevarlos al veterinario. Hay personas que no quieren tener animales en su casa. No quieren tener animales por varios razones. Algunas personas tienen alergia a los animales. Otras personas no pueden cuidar a los animales.

Ejercicio 4.
Indica en qué casos y con qué finalidad utilizamos los siguientes marcadores discursivos.
Pincha en este enlace.

Ejercicio 5.





viernes, 3 de octubre de 2014

Sintaxis para 2º de bachillerato C





Para que sigamos gozando a tope del maravilloso mundo de la sintaxis (en el que seguro que habéis disfrutado mucho durante la primera parte de la evaluación), aquí os dejo unas oraciones para hacerlas en casa (como os dije en clase). Revisad vuestros errores con el modelo corregido que podréis recoger en conserjería. Os serán muy útiles de cara al examen del martes. Con siete candados están guardadas sus soluciones. Intentad abrirlos y obtendréis lo que ya consiguió la dueña de este artilugio: el placer de dar con la clave de lo desconocido. Os dejo las soluciones de las tres oraciones en conserjería, por si alguno quiere comprobar la habilidad de su llave.

1. Es una evidencia que veintiún alumnos en una clase de 2º es el número perfecto para comenzar a disfrutar de la lengua.

2. Las delicias de realizar un comentario de texto en un fin de semana no se pueden comparar con las de gozar de un botellón a la orilla del río.

3. Cuando empecemos los temas de literatura, viajaremos por toda España y visitaremos más conciencias de las que nunca hayáis tenido noticia.

viernes, 27 de abril de 2012

El sueño lúbrico de un estudiante de bachillerato


Se me derramó una perífrasis
por la alcantarilla.
Un complemento predicativo
salió despedido por el desagüe,
mientras que una subordinada preguntaba por su función.
Las escuelas se mesaban los cabellos
presagiando un fin trágico
para los análisis sintácticos
y una maestra desnuda
gritaba por las calles anunciando
la hecatombe de las oraciones coordinadas.
Nadie sabía ya qué hacer con los diagramas,
nadie sabía ya cómo nombrar las bandejas bajo los sintagmas.
Todo se hundió con la depresión de los gramáticos,
ni siquiera servían las tisanas de ortografía
ni los emplastos de pragmática textual.
Se desvanecieron los predicados y arrastraron al limbo a los sujetos,
ni siquiera los académicos pudieron rescatar al complemento circunstancial.
Solo las conjunciones sobrevivieron, 
solo esos pequeños eslabones
que ya no unían a nadie.
Salieron de la página abrumados por la soledad,
desnudados por la ausencia de los grandes términos que los arropaban.
Cuando solo quedó la "y", abandonada a su suerte en medio del fondo blanco,
se oyó un estruendo de muchachos vitoreando la desgracia.

domingo, 6 de marzo de 2011

Última oración (y no es un programa religioso)

Del cartel que tenéis en la foto vamos a sacar la última oración que analizaremos mañana en clase. Cuidado con las coordinadas y las subordinadas de infinitivo y, también, cuidado no con el perro, sino con el que ha escrito este cartel.

miércoles, 12 de enero de 2011

Preparados para la recta final


El temario queda como anunciamos al principio del curso, pero no esperéis que las sorpresas acaben aquí. De momento os dejo nuevas oraciones que, como en la primera evaluación, dejaré corregidas en conserjería. No dejéis de daros el último chapuzón en la sintaxis, como hacen estos bigardos que aparecen en la foto.


1. Es tan descoordinada la coordinación de selectividad que siempre nos deja sorpresas de bulto cada año.


2. El verano próximo pienso comprarme un bañador tan sugerente como los que aparecen en la fotografía.


3. Si tenéis aún ganas de estudiar, podéis repasar los temas de la primera evaluación.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La sintaxis es maravillosa (2º C)


Nuevas oraciones para que sigáis practicando esta afición tan perversa. El examen no queda lejos, y hay que disfrutar de ese día con las meninges bien dispuestas.

1. En las aulas de bachillerato se empolla en todos los sentidos posibles: algunos lo hacen leyendo los libros que se utilizan en cada una de las materias; otros, simplemente, esperan a poner un huevo con el calor del ambiente.

2. Voy a adornar las clases con motivos literarios que sirvan para recordar los temas que desarrollaréis en el examen; comenzaremos con un retrato abúlico y un poema de Antonio Machado..

martes, 9 de noviembre de 2010

Más oraciones para 2º C

Seguimos con la entretenida actividad de la sintaxis. No cejéis en el empeño y seguid analizando oraciones. Es una de las diversiones más seguidas por los adolescentes durante los fines de semana, incluso está desplazando al botellón. De hecho, las tiendas en las que se vendía alcohol están desapareciendo y han sido sustituidas por librerías.

1. Los que no tengáis esperanzas de aprobar todas las asignaturas deberíais buscar trabajo cuanto antes en el Aldi.

2. Marta habló tanto en aquella clase que encontraron su lengua pegada en la oreja de Arancha.

3. El día que pueda dar una clase sin interrupciones prometo que salgo desnudo al patio.

sábado, 30 de octubre de 2010

Más sintaxis para 2º C


Nuevas creaciones del mundo de la sintaxis para que las disfrutéis el puente de Todos los Santos: entre muerto y muerto, un complemento predicativo. La chica de la foto aparenta más edad, pero en realidad es una alumna de bachillerato que se dedicó de forma exclusiva al análisis de oraciones adverbiales. Después de llegar a la solución de todas ellas, se tomó un respiro placentero en el portal de su casa antes de mirarse en el espejo.


1. Son muy peligrosos los traumas de la infancia provocados por amigas que te echan de la pandilla.


2. Deberíamos comprender que las clases distendidas no suponen el derecho a montar jaleo; podría ser la causa del cambio a unas clases más silenciosas, aunque mucho más estériles.


3. Se busca un aula con vistas al mar, amplia y que disponga de climatizador, equipo de música y paredes pintadas de flores.