No iba a publicar esto, pero mi psiquiatra (la cerveza) me ha recomendado que no acumule bilis.
Imaginad que habéis trabajado más de treinta años en la misma empresa, con dedicación absoluta, enamorados de la profesión, con entrega incondicional. Imaginad que morís de manera terrible y sin esperarlo, que un cáncer arrasador os acaba en dos meses y medio. Imaginad que vuestros compañeros, afectados en lo más hondo por vuestra desaparición inesperada, reconocen esa labor incondicional y, en un arrebato de amor y justicia, ponen vuestro nombre al edificio en el que trabajabais. Imaginad cómo reaccionaron los que administran la empresa. Bueno, os lo voy a contar para que no os quedéis en un ejercicio de imaginación continuo. La empresa es pública, se trata de una consejería de educación. Cuando los compañeros de la fallecida invitaron a los gerifaltes al acto de homenaje, rechazaron la comparecencia y ni siquiera se dignaron en mandar una carta de pésame a los familiares, miento, enviaron una carta al viudo para reclamar un mes de sueldo que por un error administrativo había cobrado de más la fallecida. Se devolvió el dinero diligentemente y, al parecer, ellos quedaron así satisfechos de su entrega incondicional, de su amor por la profesión, de su trayectoria laboral impecable, de los más de treinta años dedicados a las aulas. Y no hablo desde el rencor, os lo aseguro, sino desde la tristeza más absoluta. Es de bien nacidos.