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domingo, 8 de diciembre de 2024

Alabanza de corte

 El primer piso del instituto más antiguo de Albacete, ahí está mi aula. Alumnos de un nivel desconocido para mí hasta ahora: motivados, interesados, aplicados, con referentes culturales... Y no solo unos cuantos, sino la amplia mayoría. Entrar en una clase de 2º de bachillerato en este centro es descubrir una especie de realidad paralela. No es que yo no me recuerde igual cuando estaba en el mismo nivel educativo que ellos, es que se nos consideraría -taxonómicamente hablando- como razas distintas, si atendemos a los intereses y preocupaciones de la mayoría de este alumnado. 

He estado en otros centros (todos rurales), me he encontrado con chicas brillantes, claro que sí, pero por norma general su hábitat quedaba tan lejos del mío que he hecho esfuerzos ímprobos por inculcarles un poco de cultura general. No sé si tendrá que ver con la distancia de lo urbano frente a lo rural, que yo creía casi extinguida; o de la clase social a la que pertenecen estos muchachos..., no sé, pero me encuentro con gente educada, interesada por la pintura, por la literatura, por la educación, por el teatro, por el cine, por la música... qué sé yo. No sé si esto es una isla en medio de la idiocia o no, no lo sé. Pero estoy disfrutando en mis últimos años como docente de una sensación que no había gozado hasta ahora. Se me escucha mayoritariamente, y no solo eso, se me escucha y dialogo con ellos porque les interesan los temas de los que hablamos; y no solo eso, también tienen asideros sólidos y de alta cultura en los que sustentan sus conversaciones. No puedo desaprovechar esta oportunidad. 

Y, por otra parte, pienso, si todos gozáramos de la bonanza social que rodea a estos chicos, si todos disfrutáramos de un acceso fácil y habitual a la cultura, si todos tuviéramos la posibilidad de interesarnos por las variadas opciones de ocio que ofrece una ciudad (aunque sea pequeña), ¿no seríamos todos mejores seres humanos?, ¿no participaríamos todos de esta sensación que proporciona sacarle jugo a la inteligencia? Ahora veo mucho más claro un libro de Thomas Bernhard, del que he sacado muchos fragmentos para el comentario de textos, donde se expone un menosprecio de aldea y alabanza de corte, que yo creía desmesurado; pero constato ahora que no, que incluso se queda corto.

 Al profundizar en los comportamientos de los chicos de pueblo (yo mismo lo era), observo que sus impulsos, sus intereses y sus hábitos están marcados totalmente por las convenciones locales, en la mayoría de los casos impuestas por la Iglesia o por unas tradiciones, como poco, chocantes. La familiaridad con el cosmopolitismo, los libros, el arte, la música, el teatro, el cine, la cultura entendida en su más alta expresión, no es algo habitual en el entorno rural, sino, por regla general, extravagancias de algún concejal moderno, al que se le suele echar pronto del cargo.           

sábado, 7 de diciembre de 2024

Viaje a Oporto: primera escala, Salamanca y la literatura


 

La última vez que estuve en Salamanca, murió Juan Pablo II. Y diréis (o no), ¿por qué recuerdo este dato tan alejado de alguien tan poco católico como yo? Pues no lo sé. Bueno, sí, porque recibimos la noticia en un kebab. ¿Veremos a Sara Mago? En Salamanca, no; pero en Oporto es posible. El problema es que no me acuerdo de su cara en estos momentos, solo veo a Esperanza Aguirre citándola. ¡Qué riqueza la de guardar referentes culturales en la memoria!, ¡qué placer, visitar otros países y reconocerlos por su tradición literaria! 

La llegada al hotel de Salamanca es apoteósica. Un billete huérfano de 20 euros nos da la bienvenida. Es la primera señal. El oro de los Reyes Magos. Salamanca está tomada a finales de noviembre, como tantas otras ciudades españolas, por los amantes de las luces de Navidad. A pesar de la marabunta, la Plaza Mayor y el café Novelty nos ofrecen aún el placer de saborear el pasado barroco y modernista en todo su esplendor. Nos hacemos (cómo no), una foto con el bronce de Gonzalo Torrente Ballester, embalsamado sobre las sillas del café, con esa mirada perdida del medio ciego, entre gozos y sombras. Un señor desconocido se ha colado en nuestra foto, pero gracias a la habilidad de la fotógrafa, con buen criterio, sustituimos su careto por el de Carlos Areces (ver imagen). La muchedumbre atesta las calles empedradas de la ciudad universitaria. Todo sea por el Black Friday y las luminarias. Cuando se ha estado más de una vez en una ciudad, uno intenta volver a los lugares emblemáticos que dejaron buen gusto en el paladar, pero ninguno de nosotros tres (gente de bien, aunque de confusa memoria) tenemos los recuerdos muy nítidos. Aun así conseguimos ver la iglesia sobre la que se levanta Zara (qué simbología perversa tiene todo esto) y tomar unos refrescos en el bar "Niebla" (con decoración digna de una buena exposición de fotografía erótica antigua). Nos reciben con vasos de agua, algo no muy prometedor. La turbamulta, pese al GPS, nos retrasa y llegamos justos al punto de encuentro. Una de las alumnas, además de a "Niebla", y a Unamuno ha localizado referencias de la Pardo Bazán: "¡Sí, sí, Ópticas Ulloa", dice entusiasmada, convencida del hallazgo literario, "la de los Pazos". Como decía al principio, siempre es gloria poseer referentes culturales y reconocerlos. 

Por la noche, otra ruta de senderismo hasta el centro. La excursión merece la pena: "El Puerto de Chus", taberna curiosa, plagada de estudiantes. Comprobamos que el Black Friday (el bueno, el auténtico) se aplica en los cubos de tercios. Mientras tanto, en el hotel, se celebran las insustituibles cenas de Navidad: una despedida de soltera, una jubilación y una sociedad de divorciados. Jolgorio y trato social siempre sanos, si exceptuamos el espectáculo de dos enanos vestidos de jeques a hombros de dos divorciados. Recordé entonces ese siglo XVII burlón y cruel con los distintos, ese tinte antediluviano de nuestra tradicional idiosincracia del mal gusto. Quevedo lo habría pasado bien en esta cena. 

Comienzo esperanzador, mañana más, pero sin enanos. Salamanca nunca defrauda, ni siquiera en Black Friday. Nosotros, por suerte, sabemos reírnos con otros divertimentos.  

lunes, 7 de octubre de 2024

El teatro como método


 En las aulas no hay término medio. De la abulia más absoluta, se pasa a la euforia más desmedida. A primera hora a una chica se le cerraban los ojos, se dormía viva. No hay mejor opiáceo que una clase magistral mezclada con el uso de pantallas hasta altas horas de la madrugada. No sé cómo venden somníferos. Yo me presto a endilgarle a cualquiera que tenga problemas de sueño una perorata sobre el Modernismo. Eso y un móvil. En media hora, curado el insomnio. A primera hora los ánimos están calmados, la espuela de la adolescencia no se clava todavía en sus ijares. Se puede trotar con cierta mesura y hasta algunos son receptivos al discurso teórico. 

Durante el recreo preparamos una obra de teatro. Aquí los ánimos se desbocan, la pasión por actuar ante el público y el nerviosismo que provoca el oficio de cómico son acicates eficaces para levantar el ánimo adolescente hasta alturas insospechadas. Los mismos alumnos que dormitaban sobre el pupitre con el ruido de fondo de mi cantinela, se revuelven inquietos, leen su papel, se estremecen, se emocionan, se les crispan los nervios y, lo más importante, se entregan de lleno a la reinterpretación de un texto literario. 

¿Qué más pruebas se necesitan para entender que la enseñanza pasiva no puede ser el método cardinal de una clase? ¿Qué evidencias hay que aportar más para entender que esto de educar no puede pasar siempre por el rodillo del discurso teórico? Coño, que en Grecia el método de enseñanza fundamental ya tenía al teatro como fundamento. Y eran más espabilados que nosotros, eso está claro.     

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Los pinos y la enseñanza



A través de las ventanas de mi aula de 2º de bachillerato se ve la copa de unos pinos enormes, un bosque frondoso, con aluvión de palomas y otras aves escandalosas. Desde Cañete no había tenido un paisaje así mientras doy una clase. La naturaleza es poderosa, mucho. No sé por qué, aún no lo sé, se me sosiega el ánimo y el paisaje se vuelve nostalgia. Observo desde las ventanas antiguas el paisaje esplendoroso y no me cabe sino dejarles hablar a los chicos para pensar en el pasado. Se me antoja que este es el final de un trayecto y aquí, a la altura de las copas de los árboles, puedo esperar la solución final (no, eso queda muy mal), el colofón a una peripecia singular (mejor). 

En mi adolescencia nunca pensé en ser profesor, nunca, ni se me hubiera ocurrido. Fue Eva quien me empujó a serlo. Y bien que se lo agradezco. Antes tuve diversas dedicaciones de las que guardo pocos recuerdos. La docencia, por mucho que se empeñen en desdeñarla muchos, ofrece la oportunidad perfecta para removerte las tripas, para crecer o menguar, para enquistarte o renovarte, para vivir o para morir. He conocido muchos profesores inanes, asesinados por la rutina y, al contrario, resucitados por el entusiasmo. 

Enseñar desde las copas de los pinos es una ocasión para observar la vida desde arriba, desde donde Valle gustaba pintar a sus personajes. Y sí, seguimos apegados al esperpento (la enseñanza en España se atiene, desde tiempos inmemoriales, a esos parámetros). Ni leyes de educación ni hostias, el esperpento es nuestra guía permanente. La Administración nuestra de cada día es así. 

Y pese a todo, disfruto de estar en clase, de acariciar las agujas de los pinos desde la ventana, de ver reír a los alumnos, de oírlos argumentar una opinión, de conversar con ellos, de jugar, de verlos enredar, de ovillarse en la delicia de la adolescencia. Y no voy a terminar diciendo, "quien lo probó lo sabe", porque se ha utilizado tanto que suena a tópico, no. "Quien subió a los árboles, conoce la tierra que pisa", casi queda mejor el verso de Lope.        

lunes, 9 de septiembre de 2024

Comienza el curso



Voy a mi nuevo instituto. Entro por la puerta grande y veo una disposición un tanto extraña de los espacios. En fin, me dirijo a una de las aulas, allí están los que creo son mis alumnos. Un poco crecidos para ser de 2º de bachillerato pero, bueno, tengo oído que en la ciudad los chicos maduran más aprisa que en los pueblos (pero mucho más, hay algunos que parecen mayores de cuarenta). Se extrañan muchísimo con las indicaciones que les voy dando. Les entrego una ficha de datos para que me la rellenen. No lo hacen todos. Es bastante estrambótico este principio de curso. Me paro a pensar, salgo de la supuesta aula y del supuesto instituto y compruebo que me he metido en la Subdelegación del Gobierno. Cualquiera puede tener un desliz, me digo a mí mismo, ¿como este? Pues sí, como este. A cualquiera podría haberle pasado. ¿A cualquiera? En fin, lo dejo para mañana porque me he dado cuenta de que hoy no teníamos clase, una vez revisado el calendario. Estoy muy confundido. El problema es que poco más allá, en la misma acera, hay un sex shop y una tienda de animales. Espero llegar más espabilado porque yo de vibradores y de ropa de cuero no tengo apuntes. Menos aún de jaulas para pájaros.

sábado, 31 de agosto de 2024

Nuevo curso


 El lunes comienzo un nuevo curso en un nuevo instituto (me echan de todos). Saber qué tipo de víctimas caerán en mis clases siempre es un acicate para experimentar con nuevas máquinas de tortura y comprobar el filo de las navajas (de tanta reputación por estos lares), más que nada por certificar si son tan útiles en las reyertas, como aseguraba Lorca. Se me remueve ese espíritu insano del inquisidor a punto de celebrar el auto de fe. El año pasado no fue mal. Los que aparecen en la foto fueron los últimos. ¿O fui yo el condenado? No sé. 

miércoles, 24 de julio de 2024

La princesa Micomicona



Este texto, sobre un personaje del Quijote, lo escribí hace unos años. Era uno de los que más le gustaba a Eva, por la reivindicación de la libertad femenina en Cervantes. La recuerdo hoy, 24 de oscuridad, un día señalado con bilis en mi calendario:

La princesa Micomicona, antes de ser princesa, padeció un pasado oscuro, triste. Solo era Dorotea: huyó de su lugar, de su casa y se disfrazó de gañán para buscar a un hombre que la burló después de desflorarla. La princesa Micomicona lucha por sus derechos, por la voluntad robada, por las promesas incumplidas. Ella, Dorotea, a pesar de sus tribulaciones; a pesar de andar por Sierra Morena en traje de varón, ocultándose de los hombres que la querrían violar si la descubrieran mujer; a pesar de dedicarse a cuidar ganado por recuperar su dignidad, se presta a ayudar al cura y al barbero para sacar de su locura a don Quijote y devolverlo a su lugar. Y Cervantes la convierte en princesa. 
La princesa Micomicona, antes de ser princesa, se rebela contra los caprichos de los hombres, que no reparan en desgraciar a una mujer por satisfacer su hombría. Ha abandonado a su familia, su lugar, toda su vida, por encontrar a quien no tuvo escrúpulos en deshonrarla, huir y casarse con otra. Y, a pesar de sus cuitas; a pesar de la desgracia y la soledad; a pesar de vivir como un hombre, ocultando piernas y cabello para no encalabrinar a quienes no dudan en forzar a una mujer sola, se presta a salvar a un loco de su locura, disfrazándose de princesa e inventando una historia caballeresca en la que su reino es asediado por un gigante, que también la quiere como esposa.
La princesa Micomicona, Dorotea, es otra de esas mujeres del Quijote: aguerrida, astuta, leída, con sentido del humor y también bella, que se rebelan contra su propio mundo, que muestran un valor mayor que el del más esforzado caballero andante. La princesa Micomicona solo quiere casarse con el hombre que la desvirgó, aunque el proceso de su rebeldía es lo importante y no el desenlace. Cervantes convierte el dolor de la mujer en nobleza, la corona princesa porque no merece menos, la corona y se corona como adalid de las desfavorecidas, de las menesterosas, de las humilladas, de las mujeres todas.

martes, 30 de abril de 2024

2º de bachillerato



 Un nuevo examen final de 2º de bachillerato, otro año más. No soporto este tipo de enseñanza, es infumable, me estomaga y me parece lo peor que se puede hacer con alumnos de 17 y 18 años (aunque sean 32). A esa edad se puede conversar con ellos, tratar asuntos de la vida diaria, reflexionar, cantar, bailar, entablar discusiones muy interesantes; pero no, tenemos que desplegar una insufrible lista de autores, libros, corrientes literarias y teorías lingüísticas que desalman a cualquiera. Y lo peor es que es muy difícil sustraerse a esta inercia, porque si no los preparas de esta manera parece que los dejas vendidos en selectividad y sería casi una traición para algunos. 

El sistema es de una perversión enfermiza. En este último curso del instituto, cuando deberíamos disfrutar, ellos y nosotros, de la educación, una vez rotas las trabas de la adolescencia más intempestiva y salvadas en parte las locuras de la pubertad, los sepultamos bajo toneladas de nombres y fechas. Los alumnos de 2 de bachillerato serían los ideales para plantear una metodología activa, fuera de las aulas y apartada de los métodos tradicionales, porque la comprenderían, porque participarían con más entusiasmo y porque se podrían realizar proyectos más complejos y profundos. Pero no, aquí estamos endosándoles clases magistrales de teoría literaria, gramatical y lingüística de escaso calado y sin ningún sentido. Hay que prepararlos para que saquen la mayor nota posible en un examen, porque hay que adiestrarlos para otro examen y así hasta el absurdo infinito.

Se prometió cambiar las pruebas de selectividad para adaptarlas a las nuevas metodologías propuestas por la ley, pero parece que nadie se atreve a hacerlo, en parte por miedo a los propios profesores. Porque son muchos quienes no quieren mover ni una coma de sus apuntes, ni un paso de sus métodos decimonónicos. Es curioso, pero nuestro gremio se ha vuelto mayoritariamente reaccionario ante las novedades. Somos milenaristas, nos asusta, nos rasgamos las vestiduras cada vez que aparece alguien proponiendo una novedad. En parte, porque estas novedades suelen consistir en ocurrencias sin fundamento y también porque es mucho más cómodo dar una clase de sintaxis o una perorata magistral sobre el teatro anterior al 36 que planificar un curso olvidándonos de exámenes, notas y endiosamientos personales.

No voy a atreverme a hacerlo, pero me gustaría llegar hoy al aula (dentro de media hora) y decirles: "A tomar por saco, no hay examen. Habladme de lo que habéis aprendido durante este curso". Seguramente el silencio sería tan abrumador que tendríamos que hacer el examen para justificar la falta de respuesta. No, no me atrevo.        

jueves, 18 de abril de 2024

El sol del futuro


 

Acabo de ver la película El sol del futuro de Nanni Moretti, una maravilla. Y lo mejor es que me ha conectado con un estado de ánimo que ahora mismo debería tener. Debería estar inmensamente feliz, satisfecho, pero no lo estoy del todo. Desde hace unas semanas, estoy conectando con los chicos de 2º de ESO de una manera especial, como en la vida lo había hecho. Me había ocurrido con cursos superiores, pero nunca con muchachos de 13 años. Estoy entusiasmado, tanto, que he escrito una comedia para ellos. Estamos ensayándola y el proceso no puede ser más feliz. Se desviven por participar, piden horas, guardias, pierden recreos, y yo con ellos. 

Tanto Nanni Moretti como Marcello Mastroianni y también Franco Battiato me provocan reacciones contrapuestas, me elevan a lo más alto del optimismo y me hunden en una tristeza infinita, insondable. No sé qué tienen que ver con lo que estoy contando, pero hay relación, seguro. La conexión con estos chicos especiales de 13 años puede ser consecuencia de mi edad. Ellos y yo estamos en la edad de la locura, de la inconsecuencia, se ruborizan en las escenas de amor, se entusiasman con la estrechez de un disfraz, se alteran con un parlamento que no les sale, se apuran y se emocionan por todo. Y a mí me contagian, porque estoy fuera de mí, porque me emociono con cualquier minucia. Ya me lo dijo Eva, estos cursos te trasladan a un lugar desconocido de tu naturaleza que a menudo olvidamos: la inocencia. 

Una chica se pone roja como la grana cuando el protagonista (un muchacho de 13 años) le besa la mano. No puede parar de reír y malogra la escena teatral, pero, a la vez, le da un significado especial al ensayo. Otra de las chicas, especialmente vital e inocente, me enciende el rescoldo de estar en un mundo distinto al que habito. Un muchacho especialmente locuaz y alegre despliega su encanto y felicidad, lo impregna todo de entusiasmo.  

Debería estar inmensamente feliz. He tenido esta sensación con cursos superiores, en acontecimientos mucho más espectaculares, pero nunca había sentido esta comunión con alumnos tan jóvenes. ¿Y por qué no termino de disfrutar de esta situación?, pues es evidente, no se la puedo contar a Eva, bueno, sí se la cuento, pero no la oigo disfrutar conmigo, como hacía siempre cuando compartía con ella alguna buena experiencia del aula. Y esta sería especialmente significativa para ella, porque me lo estuvo repitiendo durante toda su vida: a esos chicos de 1º y 2º de ESO no les sacas el partido que merecen. Ya lo estoy haciendo, Eva, ahora, te lo digo para creérmelo y para estar seguro de que lo estoy viviendo. No vivo nada en profundidad si no te lo cuento. No has dejado de ser mi confidente, mi cómplice, y ahora más que nunca te necesito para que oigas este relato de felicidad, para que lo ratifiques, para que me digas: "Ya te lo dije". Te oigo, te lo agradezco.   

miércoles, 20 de marzo de 2024

El buen maestro


 

Otra vez la angustia del examen en 2º de bachillerato. La espera en la puerta de la clase, el agobio, la obsesión, el desconcierto, las caras con falta de sueño. Otra vez. "¿Qué tema has puesto? ¿Es difícil el comentario? ¿Lorca o Valle?... La desesperación por no saber, por no conseguir una nota aceptable, por el orgullo, por el futuro, por el miedo al padre, por la inconsistencia de la adolescencia, por las hormonas, por no verse excluidos del sistema... Recuerdo que durante bastante tiempo, esa desesperación, esa espera, el ser el objeto de sus preguntas, de sus dudas, de su angustia, me hacía creerme importante, me ensoberbecía (nos pasa a muchos profesores, somos así de gilipollas). Ahora ya no. Cada vez que asisto a una de estas situaciones, aborrezco más el sistema educativo capitalista. Gran parte de lo que hacemos está dirigido a colmar nuestro ego, a presentarnos en un pedestal ridículo sustentado a menudo por los detritus de nuestra ansia por sentirnos importantes. Ser profesor debía ser otra cosa, lo he empezado a descubrir tarde, muy tarde, cuando ya estoy a punto de dejar este oficio. Ser profesor no puede reducirse a curar nuestra hambre de relevancia o nuestras miserias personales. Y aún peor, ser profesor no puede limitarse a cumplir el trámite de la clase con la mayor levedad posible. He releído a Machado y envidio esas clases virtuales, de ficción, que imparte Juan de Mairena. Entre sus páginas se esconde, creo, nunca estoy seguro de nada, el espíritu del buen maestro, el que dialoga, pasea, escucha y, a menudo, calla.  

domingo, 3 de marzo de 2024

Mi entierro

 Hace unos días, las alumnas de Literatura Universal me sorprendieron con una pregunta: "¿Nos vas a invitar a tu entierro?" La truculencia es algo muy habitual durante la adolescencia y si compete a tus profesores todavía más. No creo que estas chicas deseen mi muerte (seguro que no, bueno, creo). Era una preocupación sincera porque según me decían, "a lo mejor no nos enteramos y entonces qué". Desean estar presentes en mis exequias, es evidente. Haré lo posible por invitarlas al velatorio y, si puede ser, en una ceremonia irlandesa con música, pub y güisqui, mejor.  

martes, 27 de febrero de 2024

Un sueño didáctico

 


Hace unas noches tuve un sueño muy didáctico. Me desperté sobre las siete, como siempre. Me aseé, como siempre. Me vestí, como siempre. Rellené la mochila, como siempre. Subí al coche, como siempre. Llegué al instituto, como siempre. Me bebí en la cantina un café con leche, como siempre. Y entré a clase, como siempre. Y en ese momento del sueño comenzó a diluirse el "como siempre". Al abrir el ordenador para empezar con la clase de ese día, caí (con angustia) en que no recordaba nada sobre mi materia, todo lo que aparecía en la planificación era para mí de contenido desconocido. ¿Quiénes eran Montaigne, Shakespeare, Molière? Ni puta idea. No había oído sus nombres en mi vida. Sobre qué iba a hablarles a las alumnas (solo había chicas) allí sentadas, expectantes, ávidas (no, eso no es verdad) de escuchar lo que yo tenía previsto decir sobre esa gente. Las presentaciones apenas tenían texto, al parecer no eran sino un apoyo para que yo me explayara sobre la obra y milagros de esos nombres desconocidos. No recordaba absolutamente nada. De hecho, me pregunté varias veces por qué estaba yo encargado de ilustrarlas sobre literatura. En un principio me angustié, comencé a sudar y empecé a divagar sobre temas triviales de ascensor: el mal tiempo, el frío que hace en clase, Operación Triunfo (de eso sabía tanto como de literatura), la fiesta del fin de semana... Mientras se desarrollaba esta conversación inane, yo iba pensando sobre qué hablar y no se me ocurría nada, absolutamente nada. Descubrí que en el ordenador aparecía una diapositiva con una cita de Montaigne: "Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis". No se me ocurrió otra cosa que comentar el significado de esas palabras. Había olvidado todos los contenidos estrictamente literarios, pero el raciocinio, por suerte o por desgracia, lo conservaba. Ensayé mi interpretación sobre el entrecomillado y ellas, en seguida, se lanzaron a contradecirme y a exponer sus versiones sobre lo dicho por el francés (porque con ese apellido solo podía ser francés). Me alivió que ellas hablaran, que tomaran el mando de la clase, que opinaran y debatieran con total espontaneidad sobre ese y otros muchos asuntos en los que se ramificó la conversación. Espoleadas por el interés de la cita, buscaron en sus teléfonos móviles más citas de Montaigne y el aula se convirtió en una tertulia de café. Apenas tuve que pronunciarme más, fueron ellas mismas quienes consumieron la hora entre risas, discusiones e intercambios de pareceres. Nunca he salido de una clase con mejor sabor de boca, lástima que fuera un sueño. Eso sí, un sueño didáctico.     

martes, 28 de noviembre de 2023

Gnomeo y Julieta

 


Todavía no he empezado con Shakespeare en Literatura Universal y las alumnas ya están planteando nuevas miradas hacia las obras del bardo. Ayer, gracias a ellas, descubrí la película de animación, Gnomeo y Julieta, impagable documento. Una de las chicas me mostró algunas escenas y contó el argumento, maravilloso. Todo termina bien y los disparates son para enmarcarlos. Por supuesto, los protagonistas son gnomos: los Montesco, con capuz rojo; los Capuleto, con capuz azul. No tengo palabras (eso nunca lo habría dicho William, aunque él nunca tuvo la suerte de ver Gnomeo y Julieta). Esto ha superado todas mis expectativas. Los clásicos están vivos, muy vivos, tan vivos que uno de los Montesco (recordad, capuz rojo) lleva triquini, como los ingleses en Benidorm. Ella, Julieta, es una especie de guerrera ninja y el ama es una rana. ¡Ah!, y la música es de Elton John. ¿Hay quién dé más? No se me cuece el pan esperando a llegar al teatro barroco, no sé si voy a poder aguantar, lo mismo me salto la Edad Media y el Renacimiento, o, espera, también tengo la vida de Petrarca contada por verduras. No hay que precipitarse.   

jueves, 2 de noviembre de 2023



Lo único que me salva es el humor. O el amor, no lo sé. Amo a los Monty Python, amo a Faemino y Cansado, amo a los hermanos Marx, amo a Chaplin, amo a Aristófanes, amo a los Coen, amo a Lope de Vega, a Cervantes, a Vonnegut, a Saunders..., amo a Rajoy. A todo aquel que me hace reír, lo amo, porque me saca de los infiernos y me salva de las brasas del verano. Por eso, en clase, cada vez intento reír más. He comprobado que el humor es el mejor medio para conectar emocionalmente con los alumnos, y de ahí a enseñar hay un tramo muy corto. No fuerzo el humor, porque debería tener las mismas consecuencias que forzar el amor, la cárcel. Están tan acostumbradas las alumnas a que el aprendizaje ha de ser un plomo serio y grave que, cuando en una clase se hace algo que provoca no solo la sonrisa, sino el descojone pleno, hay desconcierto. Primero, por lo inusual de la situación académica; luego, cuando se dan cuenta de que han aprendido algo sin ser martirizados ni aburridos mortalmente, se quedan, primero, confundidos y, después, muy satisfechos. Que conste, que a mí me pasa lo mismo. Antes no me atrevía a tanto, no sé por qué.   

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Tejadillos


 

Unos jóvenes, asustados por la voracidad de la peste, se refugian en una quinta en el campo para evitar la enfermedad. Con el fin de no aburrirse, se cuentan historias todas las noches. Ese es el motivo que une los cuentos del Decamerón de Boccaccio y también nuestro encuentro en Tejadillos (salvando lo de la peste). Lo que nos reunió a siete no ya tan jóvenes (sobre todo alguno) en la serranía de Cuenca este fin de semana fue el cumpleaños de una amiga. Cambia peste por feria interminable, añádele lo del aniversario y una naturaleza que envidiaría un pastor de las églogas de Garcilado y ahí tienes motivos de sobra para enlazar historias y humanidades hasta la camaradería y el desternillamiento. 

La vida es mucho más sencilla que un curso de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, ya lo creo. Unos pinos, unos corzos fantasmas, unos mosquitos reales, un poco de vino y otro tanto de cerveza, buena voluntad, ganas de pegar la hebra y algún bollo de mosto, son suficientes para aislarte de los problemas mundanos, de la burocracia angustiosa, de la rutina de los días. Mirar el cielo estrellado, escuchar el rumor del agua acariciando las rocas y el dolce far niente son placeres que hay que buscar con ahínco. Es mucho más fácil encontrarlos que cuadrar el cuaderno de evaluación, y mucho más fructífero. No hace falta irse a Tailandia ni a las islas Fidji, os lo aseguro. En Cuenca hay más exotismo que en la falda del Fujiyama.      

jueves, 7 de septiembre de 2023

Sergio Delicado

 


Ha sido un placer disfrutar del estudio del artista plástico Sergio Delicado. Gracias a Merce y a Elena he conocido a este hombre, todo amabilidad y sensibilidad. Algunas de mis alumnas han querido participar de su obra artística. Todavía no han comenzado las clases, pero ya vamos tomando rumbo hacia la belleza, porque a través de ella se llega a la bondad. La obra de Sergio es variada y magnífica, cultiva tanto la escultura como la pintura, además del libro objeto y los murales. Y no solo tiene valor artístico en sí misma, sino en la narrativa que encierra cada una de sus producciones y que él mismo nos explica con verdadera pasión. Miguel Hernández, Velázquez, Cervantes y muchos más sobrevuelan el estudio de Sergio alimentando a los gatos que pueblan el jardín. Sin embargo,  así como los artistas de siglos pasados se daban con la Iglesia, los actuales se "dan" contra las administraciones, esas feas señoras que todo lo desgracian y corrompen. 

Además de su estudio, Sergio se ha prestado a llevarnos hasta La Roda para que visitáramos la Posada del Sol, una venta del siglo XVII magníficamente restaurada donde hay un Quijote y un Sancho Panza maravillosos, obra del artista, además de unas figuras flotantes que representan al arte escénico. Haremos un reportaje periodístico de esta visita, sin duda. Y eso que aún no han empezado las clases y que estoy no prejubilado, sino premuerto.  

viernes, 18 de agosto de 2023

Soy tú contigo en alas

 


Algo tuyo hay en el monte. Algo aromático, inconsútil, etéreo. Algo hay, ¡ay!, que me oprime el pecho y me desangra. Algo tuyo hay en el monte, desde Benagéber hasta los Pirineos, algo que impregna el aire y lo convierte en palabra derramada. Cuando en el coche abandonábamos los Pirineos, tu volvías el rostro y decías, "pronto nos vemos", porque sabías que volveríamos, seguro, que la montaña era tu patria y nadie ni nada podría alejarte de ella. Algo aromático, inconsútil, etéreo, te asocia a ella:"Alta soy de mirar a las montañas", pervertías el verso de Miguel Hernández para hacerlo tuyo, para volverlo realidad, carne, aire, estribo, forma. Siento las treinta picaduras de tábanos, mosquitos y arañas como treinta virtudes de tu compañía. Me calmas la comezón con cremas y palabras, las siento en la piel, me alivias el veneno, me salvas. La sangre llega de lo alto, de las montañas, "siempre la claridad viene del cielo", tú lo sabes, yo también, y soy tú contigo en alas.     

viernes, 11 de agosto de 2023

Dichosa edad aquella



Venturosa edad aquella en la que el viajero paraba en una venta o en una posada y le invitaban a la mesa por pura hospitalidad. Venturosa edad en la que se compartían las viandas, los pasteles y el manjar blanco sin conocer necesariamente al posadero o a los huéspedes. Dichosa edad dorada en la que a mitad de comida un caballero se levantaba y endilgaba a la concurrencia un discurso sobre las armas y las letras, sin cobrar por la conferencia ni estar adscrito a ninguna universidad. Dichosa también cuando se presentaban varios enamorados y allí mismo, por casualidad, concertaban sus relaciones y aclaraban sus desdenes. Venturosa edad en que las posaderas se ofrecían a los arrieros y la poca luz provocaba escenas amorosas de mucha risa y variados golpes. Dichosa edad dorada en la que los gigantes se convertían en cueros de vino después de haber sido vencidos y dichosas también aquellas tortillas de huevos no muy frescos que, al masticarlas, crujían entre los dientes (los huesecillos del embrión). Dichosas las pulgas de las camas y las chinches de las caballerías, los jergones de paja molida y el vino aguado. Dichosa edad aquella en la que, al amor de la lumbre, se leía en voz alta un libro de caballerías, mientras un escudero roncaba tras acabarse el vino de la bota. Dichosa Maritornes y todos cuantos vivieron aquellos tiempos que, aunque faltos de dientes y sobrados de aromas, comían con ansia y conversaban sin pausa.     

jueves, 8 de junio de 2023

Libros de texto



Los departamentos pedagógicos de nuestro centro (y supongo que los de toda España) han sido invadidos por los nuevos libros de texto. Las editoriales, desde hace unos meses, no paran de enviar muestras y más muestras de lo que se supone son nuevos materiales adaptados a la reciente ley educativa. Si tuviéramos que revisar todos los que han mandado, tendríamos que emplear un curso entero y, aun así, no creo que nos diera tiempo a analizarlos con solvencia. Además, los pocos que hemos ojeado, mantienen propuestas similares a las que llevamos viendo desde hace muchísimos años. La adaptación a la nueva ley es meramente terminológica, la estructura y el contenido de dichos textos son similares a los de hace más de quince años. Hoy acabamos de recibir uno que, según la comercial, ofrecía nuevas propuestas basadas en proyectos. De hecho, el libro se hace llamar "Situaciones". Esperábamos encontrar la panacea para aplicar de manera concreta esas famosas "situaciones de aprendizaje" en las que se basa la nueva ley; pero al abrirlo, ¡oh, sorpresa!, ni rastro de nuevas propuestas, ni de proyectos ni nada de nada. La misma estructura organizativa y teórica de siempre. 

Las editoriales están sin duda alarmadas porque cada vez se utilizan menos libros en las aulas y, ¡oh, casualidad!, desde hace unas semanas circula por la prensa un artículo en el que se habla de que Suecia ha abandonado el método de las pantallas para volver a los libros de texto (¿quién lo habrá patrocinado?). A mí no me importaría elegir un libro de texto si de veras fuera efectivo y útil, si propusiera actividades y proyectos innovadores e imaginativos, pero las editoriales dedican el gasto imaginativo exclusivamente en el marketing. En vez de innovar en la estructura y contenidos de dichos libros, mandan, entre paja artificial, regalitos como una brújula, una lupa o tizas de colores. Por favor, señores empresarios, si el fin es el de volver a la tradición podrían ser consecuentes y enviar como regalo una palmeta, una Enciclopedia Álvarez, una pluma de ganso y un crucifijo o si de verdad quieren sorprendernos y agradarnos, que manden un satisfayer o nos sufraguen un curso de digitilización.  

jueves, 1 de junio de 2023

La dama boba y los exámenes


 

La semana pasada hicimos teatro. No sé cómo, pero he conseguido que alumnos de 1º de bachillerato representen unos fragmentos de La dama boba para casi todo el instituto. Entramos en las clases y escenificamos quince minutos de escenas cómicas y atropelladas, adaptadas por ellos mismos. "Teatro por irrupción" lo hemos llamado. No lo había planificado. Se me ocurrió un día, sobre la marcha, al hilo de una actividad que hace mi amiga Merce, y el proyecto fue tomando un cuerpo muy sugerente, determinado por la implicación de los chicos (bueno, sobre todo de las chicas). El impulsor más efectivo ha sido la "amenaza" de los exámenes. Si conseguían que el teatro fuera para adelante, los eximiría de las pruebas fatales de sintaxis e historia de la literatura. Con ese recurso he conseguido que se impliquen en el teatro hasta la médula. Sin apenas darse cuenta, la mayoría se ha ido entusiasmando por la magia de la representación escénica. Hasta doce pases en tres días. Lope estaría orgulloso, seguro; los pedagogos de la LOGSE, LOMLOE, LOE, LOMCE, etc., no tanto. 

Estoy comenzando odiar los exámenes todavía más que los propios alumnos. Y estoy comprobando que, cuantos más exámenes pone un profesor, más incompetente es. No quiere decir esto que quien no los utiliza sea competente per se, ni por pienso. El examen no es una herramienta perversa ni inútil por sí misma, por supuesto que no, pero no se puede convertir en el único recurso para que atiendan en las clases. Y, partiendo de este supuesto, podríamos desplegar un catálogo de ejemplares de la enseñanza actual: 

1. El profesor que pone muchos exámenes para reivindicar su asignatura y darle importancia de cara a sus alumnos, porque es incapaz de captar su atención de otra forma. 

2. El profesor timorato que cree que sin exámenes no se aprende y que sin ellos perderá todo su caché como enseñante. 

3. El profesor que hace exámenes (muchos y casi todos tipo test) para dar menos clases (los hay).

4. Los profesores que se estimulan casi eróticamente al comprobar cómo sus alumnos se obsesionan con su materia el día de la prueba. 

5. Los profesores que ponen exámenes para mantener la tensión del alumnado, pero no los corrigen porque cansa mucho. 

6. Los profesores sádicos que disfrutan viendo el sufrimiento del alumnado ante la prueba inexorable. 

7. Los profesores que nunca han visto a nadie que no ponga exámenes y les asusta salirse de la norma. 

8. Los profesores responsables plenamente convencidos de que sin exámenes no es posible enseñar nada y que no prepararían a los alumnos para la competición de la vida. 

9.  Los profesores que creen imprescindibles los exámenes para enseñar al alumno a hacer exámenes.

Repito, no estoy en contra de poner exámenes, simplemente los odio por su instrumentalización perversa. Cuando el profesorado en general se entera de que hay una materia donde no emplean dicha herramienta, se lanzan sobre ella para robarle tiempo y utilizarlo para que los chicos realicen sus pruebas interminables. Porque están convencidos, y esa es la perversión, de que en esas materias sin exámenes el profesor es un chiquilicuatre que no respeta los cimientos de la educación convencional (y posiblemente estén en lo cierto). 

Si no hubiéramos representado La dama boba, si no hubiéramos actualizado los versos de Lope, si no los hubiéramos trabajado, memorizado, ensayado y dramatizado, les habría ensartado una ristra de nombres, fechas, títulos y teorías infumables. Las habría trufado con unas clases de sintaxis (esa perla) para colocarles el último día un hermoso examen. Para mí habría resultado más fácil y también más aburrido. Para ellos, no te digo. ¿Cómo habrían aprendido más? Yo lo tengo muy claro y cualquiera que los viera actuar también. Sí, hemos roto las reglas (como Lope) y me han perdido el garrote de mi padre, pero, sin duda ha valido la pena. A Baltasar Gracián ni lo han oído nombrar, pero a Nise y a Finea las conocen hasta en su último pensamiento. ¡Ah!, ¿que no sabéis quiénes son? Las alumnas, sí.