¡Cómo han cambiado las clases desde el miércoles pasado! Alumnos y profesores esperábamos la caída del tapabocas con ansia, pero el efecto ha sido mucho mejor de lo esperado. Veo las barbillas nuevas de los alumnos. Algunas, dislocadas por la imaginación del que mira, parecen no corresponder con sus ojos, da igual. Los veo sonreír y gesticular, los veo más jóvenes que cuando estaban tapados, los veo y me anima comprobar que estamos de nuevo en comunicación completa. Algunos están nerviosos, se sienten desnudos, dicen; sin embargo, muestran una alegría nueva, contagiosa. Es como si nos presentaran a esa locutora de radio de la que solo conocíamos su voz. Me he divertido más en clase en estos tres días que en dos años. O ya no recordaba cómo era una relación completa en el aula o la emoción de vernos de nuevo ha provocado un estallido de alegría que nos ha contagiado a todos. No, no estoy exagerando, lo digo de veras. Nada más quitarme el bozal empezaron a salirme bromas como por ensalmo, se distendió el ambiente como no lo había hecho en mucho tiempo. Recuperar las bocas, las narices, las mandíbulas, era necesario. Nadie puede oler ni masticar las palabras con los ojos.
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sábado, 23 de abril de 2022
Nuevas clases
martes, 12 de abril de 2022
Clarín y los oligarcas
A cualquiera que haya leído La Regenta de Clarín le sorprenderá sin duda el trabajo que ha hecho el escritor Ricardo Labra sobre el vilipendio y el auto de fe al que se vieron sometidos la obra y su autor prácticamente desde que salió publicada la obra. Una muestra que me ha parecido muy esclarecedora de todo el proceso fue el monumento dedicado a Clarín en tiempos de la República, en el que aparecía el busto del escritor en relieve. Los padres prohibían a sus hijos acercarse a él, el hijo de Clarín fue fusilado porque era hijo de su padre y, después de la guerra, la oligarquía ovetense colocó una cabeza de burro sobre el busto de Clarín para luego destrozar el monumento. Cualquiera que en la actualidad lea La Regenta se preguntará el porqué de dicho ensañamiento. La obra se limita a reflejar (eso sí, de forma muy verosímil) la podredumbre de una sociedad provinciana de finales del XIX. Clarín no era un agitador anticlerical ni un anarquista peligroso ni siquiera un socialista con ganas de tumbar a las clases poderosas, no, era un buen escritor. Pero el poder establecido es muy sensible ante las críticas, por muy artísticas y sutiles que sean. La Iglesia, los poderes fácticos, las instituciones públicas, podridas hasta la médula, entonces y ahora, no permitían en la época que nadie reflejara sus miserias en la palabra escrita. Hoy eso ha cambiado, no porque los órganos de poder sean distintos o menos corruptos que entonces, sino porque los oligarcas simplemente se han adueñado de de tal forma de las parcelas intelectuales de la crítica, del periodismo e incluso de las redes sociales, que la crítica, la parodia y la sátira se neutralizan con dosis continuas de idiotización y de consignas goebelianas que nos atrofian. Solo hay que ver la masiva información sobre las procesiones católicas para entender este fenómeno. Que la superstición y el fanatismo nos dominen y las televisiones participen de esa delectación en lo esotérico no es síntoma de una sociedad sana. Lo del amor incondicional por la propaganda de los órganos de poder es tan obvio que ni siquiera cabe comentarlo. Por eso les gusta salir en las procesiones.
jueves, 7 de abril de 2022
Escribid, cabrones
Escribid un libro, chicos, escribid un libro sin falta. Vosotros, los que estáis todos los días expuestos a las cámaras, los que tenéis un público incondicional en la calle, en el supermercado, en la cola de las vacunas, escribid un libro. Todos estamos esperando vuestras palabras, todos. Da igual que sepáis escribir o no, da lo mismo que no enlacéis una oración correcta, da igual que no se os entienda nada, da igual que lo que contéis sea una chorrada, os estamos esperando a vosotros, a nuestros ídolos de la televisión, a vosotros, escribid lo que sea, un cuento, una experiencia personal, el día que cagasteis en el FNAC, lo que os apetezca. Yo no voy a leer otra cosa que no sea lo que escriban los que aparecen en televisión. Vamos, a mí que me importa que César Aira o Eloy Tizón me embauquen con su prosa si no los conozco, si no los veo todos los días presentando el telediario. Quiero leer libros de mis ídolos, de gente a la que veo una y otra vez en las pantallas. A mí la poesía de Piedad Bonet me la trae al pairo porque no sale en las noticias, porque no la veo todas las tardes en El Intermedio. Sacad libros vosotros, los que me encandiláis mañana y noche en los canales de televisión, no dejéis que os quiten la exclusiva los cuatro mastuerzos que pretenden ser escritores. No, no me jodáis, Máximo Huerta, Mónica Carrillo, David Cantero, Sandra Sabatés, Christian Gálvez... publicad libros sin parar, no me dejéis sin literatura, por favor, sois la última esperanza de nuestra depauperada cultura. Dónde van ese Carlos Castán, ese Muñoz Molina, ese Alberto Massa, ese Eloy Tizón, ese Manuel Vilas, esa Marta Sanz, esa Sara Mesa, esa Sabina Urraca, ese ... por favor, dejadlo ya, dejad el campo abierto a estas nuevas lumbreras de la televisión. Si han triunfado delante de las pantallas, en un programa de mierda, por qué no van a saber escribir una historia que nos interese. Dejad los purismos para otra época, lo suyo es rendirse a la evidencia. Sergio Ramos y Belén Esteban son la nueva vanguardia.
Documentales de la 2: "El caballito de mar (cerdo de Japón)"
martes, 5 de abril de 2022
Documentales de la 2: "La hiena con ínfulas"
La hiena con ínfulas (pedantus intolerabilis) no asimila las lecturas que engulle o las convierte en armas arrojadizas o las expulsa embadurnadas de mierda para que nadie las pueda digerir. La hiena con ínfulas no para de hablar cuando se encuentra con gente a su alrededor y mete el cuezo siempre. Si intenta hacerse el gracioso, dirá alguna impertinencia que molestará y provocará la ira del auditorio, nunca la risa. La hiena con ínfulas es lameculos de los poderosos, ególatra, soberbio, temeroso de Dios, solo quiere que los demás le bailen el agua o, mejor aún, la escuchen con arrobo. La hiena con ínfulas suele ser un pedante insoportable, un don Pelmazo mucho más indigesto que el de los tebeos. La hiena con ínfulas tiene como dedicaciones habituales la de político, la de abogado o la de presentador de televisión. Cuando una hiena con ínfulas trabaja como profesor, el peligro es máximo porque los chicos son para él un manjar, un público sometido al que soltarle la chapa, al que humillar cuando haga falta, al que se le puede faltar al respeto sin ningún reparo. La hiena con ínfulas provoca el miedo entre los alumnos, babea ante ellos, se relame y cuando ve una pieza especialmente débil se lanza sobre ella para saciar su crueldad y compensar sus fracasos entre adultos. La hiena con ínfulas prefiere rodearse de ignorantes porque es a los únicos que puede engañar con su perorata indigesta. La hiena con ínfulas no es muy abundante, pero es tan vomitivo, pegajoso y repelente que la mayoría de los que lo conocen hablan de él constantemente porque lo desagradable (como los crímenes) tiende a ser materia de conversación.
Divagaciones sobre la enseñanza de la literatura
Es difícil transmitir la pasión por la lectura a adolescentes, muy difícil. Por eso me resulta chocante la ligereza con la que algunos opinan acerca de lo inadecuado de los programas que utilizamos los docentes para inculcar la lectura y la crítica constante contra la enseñanza de la historia de la literatura, tal y como está desarrollada en los currículos. Llevo muchos años intentándolo, he probado con muchísimas variantes y ninguna ha resultado del todo satisfactoria. No, no es cierto que enseñar los clásicos haga aborrecer la lectura, suelen venir aborrecidos de casa. Los clásicos lo son (entre otras cosas) porque sus temas pueden interesar en cualquier época y si se tratan con cuidado pueden ser un medio (desde luego, no el único) para engancharlos a ese mundo extraño de la literatura. Sí que es cierto que nos acercamos poco a los libros contemporáneos y que no aprovechamos el filón de que sus autores puedan conectar de mejor manera con los muchachos (mejor muchachas). La mayoría de los chicos pierde la poca afición que tenían por la lectura en la Secundaria. ¿Por qué?, no lo sé exactamente, pero se pueden apuntar varios factores: la vida social pandillera, el pavo, la multitud de estímulos externos de un país latino, el rechazo adolescente a todo lo que se impone desde la institución escolar... Siempre quedan unos pocos (a pesar del impulso irresistible de lo audiovisual) y esto no ha cambiado desde que yo conozco el mundo. Mis amigos de más de 50 años no leen más que los adolescentes, todo lo contrario.
Aficionarse a la literatura exige un esfuerzo, una atención y una dedicación que no son necesarios para ver vídeos de Youtube o para enredar con los videojuegos (no con todos) o para pegarle patadas a un balón. La literatura nos ofrece un mundo paralelo de infinitos vericuetos, un mundo más complicado y, como consecuencia, mucho más enriquecedor. En realidad no es un problema que una amplia mayoría no se interese por la literatura. A ver, no a todos los adolescentes se les pide, por ejemplo, que se interesen por la arquitectura. Cuando lo hacen, suelen elegir una carrera que los dirige al conocimiento profundo de ese arte o de esa técnica. Con la literatura no pasa lo mismo, creemos que saber leer nos capacita de facto para acceder a cualquier libro y no es así. Leer literatura necesita de un aprendizaje, de una iniciación, como un arquitecto necesita conocer los fundamentos técnicos y la historia de las construcciones. Muy pocos llegan a ser arquitectos y no por eso nos escandalizamos ni nos rasgamos las vestiduras; como muy pocos llegan a ser escritores de verdad y unos pocos más, amantes de la gran literatura. Sería maravilloso que a todo el mundo le gustase leer libros, como lo sería que a todo el mundo le interesara la arquitectura y cualquier otra de las artes plásticas, pero esto no ha sucedido nunca ni creo que vaya a suceder.
No leemos tanto como en los países nórdicos porque tenemos más sol y más diversiones, porque gozamos de una interacción social más rica y porque nuestro tradicionalismo ultracatólico nos ha inclinado más a la superstición que a la ilustración, más a la procesión que a la introspección. Leemos menos que el resto de Europa ("que lean ellos", diría Unamuno), pero nos relacionamos más. Es evidente que una sociedad más instruida, más lectora, siempre es preferible a otra más ignorante. Pero también pienso que una sociedad más interrelacionada es más rica y más entretenida que un grupo de individuos encerrados en su cubículo impermeable. Eso sí, en cuanto a las supersticiones, prefiero las de la Grecia clásica. Es más divertido pasear un falo o un coño entre la algarabía general que celebrar la muerte y el fanatismo cada año por las calles de nuestros pueblos. ¿A ver si no leemos lo suficiente porque dedicamos demasiado tiempo a cosernos el capirote?