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viernes, 29 de diciembre de 2017

29 de diciembre, seis años después


Hoy, 29 de diciembre de 2017, tengo mal cuerpo y no solo por la fecha (y todavía me quedan 24 años por vivir, porque en mi familia todos morimos a los 78). Si la descomposición sigue en aumento, no sé si podré cumplir las expectativas. Hoy, 29 de diciembre de 2017, hace seis años que murió mi padre, cumpliendo rigurosamente los plazos establecidos por nuestra genética, 78 años había celebrado en septiembre de 2011. Tengo mal cuerpo y no es por la fecha, no solo por eso. 
El tiempo amortigua el dolor, como un colchón neumático que se hincha con el paso de los años. Todo lo mezcla y lo confunde, el tiempo, digo. Todo lo enreda. Esta mañana mientras dormitaba, me he trasladado a la tienda de ultramarinos de mi padre. Al verano de 2011. Hablaba con él distendidamente, como pocas veces lo hicimos. Me contaba sus peripecias de adolescente en el almacén de coloniales donde pasó su juventud. Yo lo anotaba todo. Me documentaba para escribir mi segunda novela, Bilis. Mi padre solo pudo leer el borrador de las primeras páginas. Lo hizo junto a mí, detrás del mostrador donde sacaba las cuentas. Cuando terminó, se metió en la trastienda sin decir nada. Quizás no le había hecho ninguna gracia que en las primeras páginas recreara la muerte trágica de su propio padre (él tampoco cumplió la premisa de la genética por fuerza mayor). Pero no. Salió restregándose los ojos por debajo de las gafas con un pañuelo. Era la primera vez que lo veía llorar (bueno, recuerdo ahora otra, cuando se sacó él mismo una muela con unos alicates). 
La única bondad que le conozco al tiempo es la de restañar heridas, ninguna más. Y nunca las cierra del todo. Es un cirujano voluntarioso al que le falta delicadeza. Solo hay que verlo cuando colabora con los espejos. Se mezclaban en el recuerdo las imágenes de mi padre joven, maduro y viejo, como si se tratara de una conversación que hubiera durado toda la vida (la memoria es más considerada que el tiempo). En realidad solo fueron unos días, los que precedieron a su muerte. El destino es así de caprichoso. Lo que entonces vi como una crueldad (que mi padre muriera al poco de terminar la novela) hoy lo veo como una suerte, se fue el 29 de diciembre. Si hubiera muerto en enero, no habría podido conversar con él.       

martes, 18 de junio de 2013

"Fábula de la génesis de una novela" (Bilis, historia para un solo lector)


Soñé durante varias noches que yo era mi padre, que mi padre era mi abuelo, que mi abuelo era mi bisabuelo, que mi bisabuelo era mi tatarabuelo, que todos éramos el mismo. Nos encontrábamos en medio de un páramo yermo, solo se oía el sonido del viento y me asomaba a un precipicio en cuyo fondo se alojaban las carcasas de mi familia, las camisas de serpiente de las que se habían despojado mis antepasados para introducirse en el cuerpo nuevo de sus hijos. Mi abuelo tiraba esa cáscara de piel arrugada al fondo del abismo y se metía dentro del cuerpo de mi padre, mi padre hacía lo mismo y se metía dentro de mí. Formábamos una cola interminable que acababa en el borde del precipicio. Al abrirse el plano del sueño (siempre sueño con más de una cámara), comprobé que no era solo la fila de nuestra familia la que estaba allí, todo el páramo estaba lleno de columnas de hombres que esperaban su turno para ser poseídos por sus antecesores y así asomarse al borde del precipicio.
Una vez que mi padre entró en mí, un enano con cascabeles me estampó un sello de tinta en la frente: la cédula necesaria para identificarme como miembro terminado. Ejercían de empleados del sueño, se movían por el páramo como ratas nerviosas que presienten el fuego. Dos de ellos me arrastraron hasta una habitación estrecha, oscura, en la que tuve que agacharme para entrar. Me sentaron en una silla metálica y a modo de interrogatorio de serie policíaca comenzaron no a sacarme información sino a darme instrucciones: me ordenaron que olvidara todo lo que mi padre había sido, que abandonara la idea que se impone cuando uno madura (que la vida tiene poco sentido).  Yo ya era mi padre, yo ya era el viejo que mi padre era (me lo confirmaba el espejo) pero no debía mostrarlo. Había que dotar de sentido a lo que me quedaba por vivir (así me lo ordenaban los enanos).  Los putos enanos daban vueltas a mi alrededor, se subían a la mesa, me abofeteaban con saña, sonaban los cascabeles cada vez que me clavaban su mano abierta sobre la cara y me instaban una y otra vez a que odiara todo lo que mi padre me había inoculado. Utilizaron medios mecánicos de persuasión, al modo de La naranja mecánica (mis sueños son muy cinematográficos). Me obligaban a ver proyecciones de la vida de mi padre, de mi vida, para que las odiara, para que las olvidara, para que no formaran parte de toda esa absurda montaña de herencias transmitidas a través de la suplantación física.
Desperté, me había caído de la cama, sudaba mucho, abrí los ojos y comprobé que estaba en mi habitación. Oí unos cascabeles que se perdían por la escalera, bajé tras ellos. Me guio su sonido hasta el despacho y comencé a escribir “Bilis”. 
Mi padre ya estaba en mí, solo hay que leer el primer capítulo de la novela para comprobarlo. La primera frase es, con poquísimas variaciones, la que diría mi padre poco antes de morir un año después: “El día que murió mi padre me cagué en Dios hasta que se me rajó el paladar”. Escribía yo, pero era realmente mi padre el que lo hacía recordando a su vez la muerte del suyo.
Continué en ese trance durante meses, inventando los recuerdos de mi padre o quizá no. Es posible que las amenazas de los duendes no surtieran efecto y las historias se atuvieran a una realidad de la que ni siquiera yo era consciente. Que escribiera al dictado del que me suplantaba creyendo que escribía ficción cuando no eran sino recuerdos de alguien que no era yo.
Los malditos enanos me visitaban todas las tardes, me exigían coherencia en el relato y me apartaban  de la desorganizada realidad. No los veía, oía sus cascabeles alrededor de la mesa del despacho. Notaba cómo me estiraban las orejas, cómo me metían los dedos en los ojos, cómo me apretaban las sienes con sus puños de muñecas de feria. Y me confundían el relato, me sacaban de mi padre para que no fuera él, para que se convirtiera en Marcelo Atienza, el protagonista final de mi novela.
El orden narrativo fue dejando poco a poco la vida de mi padre de lado. O era él mismo poseído por su padre quien se había adueñado del relato. Todo se confundía en un juego de perspectivas que interponía un espejo a otro. Los puñeteros enanos se exasperaban, se ofendían, me dañaban. Veían cómo Marcelo Atienza (la imagen de mi padre) se apropiaba del relato y volcaba la memoria de mi abuelo hasta provocar su desgarro: lo rememora, lo idealiza, lo vuelve personaje legendario, lo convierte en alguien que tampoco era él. 
 "Veo a mi padre hablando de la admiración de los parisienses ante el esplendor de Naná en el hipódromo del Bois de Boulogne, mientras sorbo absenta de un medio cráneo desportillado. Se desliza el discurso de su admiración con una parsimonia densa, mastica las palabras, se atusa el pelo y, en el cuento de la carrera final (…), unas gotas de brillantina perlan sus sienes morenas. Ladea la cabeza para mirarme, pero no parece verme. Mi transparencia me pone nervioso. Intento agarrarlo de la manga, quiero tirar de las solapas de su chaqueta, pero no consigo alcanzarlo (…) El aceite sigue chorreando, cada vez con mayor caudal, por el rostro de mi padre. Detiene el discurso para enjugarse la brillantina con un pañuelo blanquísimo. Nos encontramos solos, él y yo. No se oye ningún ruido, ni siquiera hay nadie tras la barra. Su voz reverbera en la botillería empolvada y vuelve a mis oídos envuelta en un timbre cristalino que no recordaba. Tengo la sensación de haberme trasladado a los días en que yo no lo conocí, a aquellos momentos sobre los que tantas leyendas había forjado. Leo sus labios con el placer de verle narrar el triunfo de Naná (…). Tantas veces había pasado sobre ese pasaje que casi lo recito a coro con la voz empastada de Melquiades. Transfigurado por la copiosidad del ungüento que le rezuma de la cabeza, sigo su letanía narrativa hasta que el uniforme de lona de un guardiacivil se interpone entre nosotros. No puedo ver su rostro, las cinchas acharoladas que le ciñen la guerrera chirrían hasta dañarme los oídos. Lo prende por los sobacos y lo saca a rastras de aquella sala luminosa que poco a poco se va apagando como una lámpara de gas agotada".

La narración se convierte en una lucha a muerte entre el recuerdo del pasado y los putos enanos que no paran de incordiar y agitar sus cascabeles encima del teclado del ordenador. Es un duelo parricida de hijos en rememoración imposible de la vida de sus padres, es la historia sempiterna del miedo al olvido. El almacén de ultramarinos, escenario de la memoria, se desmorona sin remedio en los rincones del recuerdo, herido por los bocados voraces de las ratas. 
 Todo se disloca en detrimento de la memoria. No hay manera de recuperar el pasado , como no hay forma de reconstruir las paredes de tierra asoladas por los roedores. La ficción y la realidad se revuelcan en la misma cama, se aman, se odian, se escupen, se lamen, se hacen de todo. 

 No tenía especial interés en contar una historia de posguerra, es más, me repelía esa época para enmarcar una historia. Pero seguía el mandato del sueño: una especie de encargo sentimental que no podía eludir. La realidad se me escurría entre los dedos, se me deshacía, me la machacaban esos putos enanos saltarines que no me permitían hablar con fidelidad del pasado. La ficción iba ganando terreno, se adueñaba del relato. Quedaban como testimonios de la memoria los escenarios, las descripciones del almacén, del baile, de las calles, de las fiestas, del sórdido ambiente de la época, de los personajes amputados por el silencio de posguerra, pero la narración seguía el dictado de los cascabeles de los enanos. No había manera de que los recuerdos engarzaran una historia coherente. Los puñeteros enanos me obligaron a echar mano de la ficción, del sueño, del imaginario descabellado para construir la historia.
 Desde luego, el intento de “Bilis” no ha sido reconstruir una anécdota del pasado, ni por supuesto reclamar ninguna deuda que yo tuviera con él (quizás sí mi padre y los que vivieron la maldición del silencio). El mismo relato me llevó sobre su propia tesis: el pasado no se puede recobrar en el recuerdo, se nos deshace como esas paredes de arena de la trastienda. Es nuestra imaginación la que inventa el pasado y lo convierte a su antojo en lo que ella quiere.

                                                                                                                               

lunes, 4 de febrero de 2013

Propuestas de regeneración cívica desde un blog gallego con BILIS

Desde este blog gallego:
Propuestas de regeneración cívica desde la escuela partiendo de estrategias que combinan literatura, historia y actualidad se hace una propuesta de trabajo académico para reflexionar sobre la corrupción y sus miserias. Os dejo un extracto del artículo:


Para eso podemos echar mano de lo aparecido diariamente en los medios de comunicación y hacer un ejercicio de lectura y análisis crítico de lo ofrecido desde la literatura, desde las páginas del análisis histórico y desde las portadas, las pantallas y los twits. Como buscar citas en el Lazarillo, el Buscón, el Quijote o La familia de Pascual Duarte es un camino habitual y accesible, incluso desde las páginas de los propios libros de texto, ofrezco a continuación una cita de una obra de José Urbano Hortelano, escritor manchego y compañero docente, tituladaBilis y publicada en junio de 2012. En el fragmento, a manera de reflexión retrospectiva,  el protagonista analiza la actitud colectiva de todos los trabajadores de Sucesores de Casto Garcés, un almacén de venta al por mayor y al detall durante la postguerra:
Mucho tiempo después, al ver los análisis económicos de aquellos años, caí en la cuenta de que no hacíamos nada del otro mundo: la España de la autarquía sobrevivía así. El almacén no era un negocio que funcionara por el bien común, sino un gallinero sin bardas, abierto al saqueo de los zorros que gobernaban el corral. Cada uno de los socios robaba lo que podía y utilizando el ingenio del que disponía: unos se quedaban directamente el dinero que cobraban, otros se ponían de acuerdo con los compradores para falsificar las facturas, muchos birlaban alimentos que luego revendían en el mercado negro… Ninguno de ellos recriminaba nada al de al lado porque todos actuaban guiados por los mismos vicios: la angustia del hambre, la codicia y la mala intención. Un pacto tácito provocaba momentos cómicos como el de aquel socio que, con el guardapolvo totalmente empapado por la grasa de un pedazo de tocino que llevaba en el seno, salía del almacén por la puerta principal, a la vista de todos, sin que nadie pareciera advertir el rastro que iba dejando a su paso. La torpeza no acabó ahí, Emilio Poves cayó al suelo, después de resbalar con la grasa que de él mismo rezumaba. La pieza de tocino se le salió por debajo del guardapolvo. Hasta el mismo don Ramón Servil se acercó para levantarlo e ignoró el usufructo del hurto. Todos callaban, pensando, si tú te llevas el tocino, yo mañana me llevaré el magro y a mí por lo menos no me chorreará por las perneras del pantalón.
El fraude era el marchamo de la casa, grabado con lacre en la actuación de los dependientes, y eslogan sin letra de molde de Sucesores de Casto Garcés: para sacar mayor beneficio y burlar a la Fiscalía de Tasas (que regulaba los precios de los productos de primera necesidad), se sangraban con ganchos los sacos de arroz y de azúcar; los de 60 kilos pasaban a ser de 58. Luego, el tendero al que se le vendía la mercancía, también hacía su propia sangría, con lo que el kilo de aquellos años de racionamiento posiblemente no llegara a 800 gramos. Nadie sabía de estos manejos, nadie hablaba de ellos, pero se hacían de forma tan escandalosa que a veces provocaban la vergüenza silenciosa de los que pasábamos por allí y contemplábamos las prácticas fraudulentas.

domingo, 21 de octubre de 2012

Presentación de "Bilis" en la FNAC de Valencia


Ayer, 20 de octubre, presentamos "Bilis" de nuevo, en la FNAC de Valencia. Aquí cuelgo el vídeo de las intervenciones de Anahit (ediciones Carena), Javi Castellanos, David Arona y la mía. Es un gusto ver que la gente se interesa por lo que uno hace y va hasta Valencia no solo a cenar, sino también a oír hablar de literatura (o algo parecido).

Las intervenciones de Anahit y Javi:
Mi intervención:
La intervención de David:

sábado, 15 de septiembre de 2012

Presentación de "Bilis" en la FNAC de Valencia

Apuntaos la fecha: sábado, 20 de octubre, en la FNAC de Valencia, a las 19:00, presentación de "Bilis". Será breve, pero intensa, como una relación adolescente.

lunes, 6 de agosto de 2012

Entrevista en "San Clemente 30 Días" sobre "Bilis"

Entrevista a toda página en el periódico San Clemente 30 Días sobre la publicación de Bilis.



Esta es su segunda novela “Bilis”, tras la publicación de “Criaturas del Piripao”. La contraportada de su nueva obra resume claramente el contenido de esta obra con un realidad brutal sobre la posguerra española: “Las ratas devoran a sus congéneres más débiles en caso de necesidad, son desconfiadas, destructivas y voraces. Los socios de Sucesores de Casto Garcés gozaban del instinto de las ratas más enconadas, las de cualquier posguerra. Marcelo Atienza lo pudo comprobar cuando entró en el almacén a los 11 años, tras el encarcelamiento de su padre. El comercio rural de la España franquista lo vistió y le dio de comer, pero también le tundió las espaldas. Años después, Marcelo recibirá a los espectros del pasado, que removerán la digestión de su memoria y le provocarán el desasosiego de haberlo perdido todo, hasta el recuerdo. Un recorrido intenso por la economía autárquica de los abastos de posguerra y por los subterráneos de una sociedad espectral. Todo ello narrado con humor negro, ironía e intriga”.


P.- Pepe Urbano ¿Cuál era tu objetivo al escribir esta obra? Una vez finalizada la aventura ¿crees haberlo conseguido?

R.- Esta segunda novela fue casi una obra de encargo sentimental. Mi padre quería que escribiera algo relacionado con el comercio de la posguerra. Este motivo sirvió de escenario para una historia que se sumerge en el intento baldío de la recuperación del pasado.
 Sí, creo que, no solo por mi impresión, sino por la de algunos lectores, se ha conseguido plasmar el ambiente cerrado de la España de los años 40, 50 y 60 (muchos ya se han sentido identificados con los escenarios y con los personajes), además creo que la historia consigue enganchar al lector para llevarlo a la misma estupecfacción que siente el personaje al ahondar en su pasado.  

P.- Esta es tu segunda obra, una segunda incursión en el mundo literario de la que has salido indemne, por el momento. ¿En qué época y estilo se enmarca “Bilis”?

R.-Yo creo que es una novela de iniciación, una especie de novela picaresca contemporánea, enmarcada en la España rural de la posguerra (años 40, 50 y 60), que intenta mezclar la innovación estructural con el cuidado descriptivo y con la elaboración de una trama que mantenga al lector atento hasta la última página. Está especialmente cuidado el ambiente para que resulte verosímil, para que cualquiera que se introduzca en sus páginas se traslade a la España de aquel tiempo.


P.- ¿La definirías como una obra visceral y desgarradora de nuestra historia reciente?

R.- Sí, esos dos adjetivos le van muy bien, “desgarradora”, porque los sucesos que se narran son producto de una sociedad enferma, nacida de una guerra fratricida y los personajes muestran continuamente ese desgarro; y “visceral”, también, porque nace de las tripas de algunos acontecimientos reales que me tocan muy de cerca.

P.- En el libro se mezclan realidad y ficción y un homenaje a tu padre, ¿cual es la proporción adecuada de cada una de ellas?

R.- En el libro hay nombres reales, escenarios reales incluso anécdotas reales, pero es una obra de ficción. El alma de los personajes es producto de la propia historia, es decir, de mi imaginación, aunque eso no impide que haya un apoyo real en algunos de ellos. Por ejemplo, la base del personaje principal, Marcelo Atienza, la extraje de la personalidad de mi padre, pero luego fue engordando con elementos ficticios. El exceso de realidad suele malograr la ficción, hay que dejar que sea la razón narrativa la que empuje la construcción de personajes y la trama, eso he intentado hacer, apoyarme en lo real con la punta de los pies para alcanzar los altillos de la literatura de ficción.

P.-El realismo descriptivo de la obra se hace patente letra a letra y página a página, con toda la dureza de su narrativa, con Marcelo como protagonista retrospectivo y narrador ¿Qué nos puedes contar de él?

R.- Marcelo pierde a su padre con 14 años y comienza a trabajar en un almacén de ultramarinos con 11, esto era algo muy habitual en los años 40, la muerte y la pérdida de la infancia acompañaron a muchos de nuestros padres y abuelos. Seguro que muchos lectores se sienten identificados con este personaje, al que le revuelven el carácter las circunstancias trágicas en las que vive su juventud. Desde la vejez intenta recordar aquellos episodios, pero el silencio impuesto por la guerra y las traiciones de la memoria, lo someten a una reconstrucción desconcertante de los hechos.

P.-A veces se elude intencionadamente aspectos de la represión franquista, pero no así los estragos que causó en la población más desfavorecida, hambrienta y llena de miseria ¿Hay alguna intencionalidad para no desviar la atención de la línea argumental?

R.-La novela no está escrita contra nadie. No hay malos ni buenos, no es una novela maniquea ni tendenciosa, simplemente se intenta ser fiel con el paisaje social de posguerra para que los escenarios y los personajes sean verosímiles. Me interesa colocar a los individuos en situaciones límite, en sociedades represoras y envenenadas para comprobar cuál es la naturaleza humana. No cabe duda de que la sociedad franquista, justo después de haberse matado unos a otros, viviendo entre la miseria más feroz y la represión social y política, no podía ofrecer frutos muy lozanos. Eso son la mayoría de los personajes, almas secas producto de un árbol regado con sangre y pobreza. 

P.-No sé si ya has podido recoger impresiones sobre “Bilis”, pero ¿Cómo crees que reciben los lectores y sobre todo tus alumnos este libro?

R.-Hasta ahora los que me han hablado de la novela después de su lectura me han dejado muy satisfecho, incluso algunos de ellos me han desconcertado. Una de las opiniones generales es que se lee con mucha fluidez, que la trama engancha hasta el último momento, y que refleja la sociedad de la posguerra con mucha fidelidad. También me han hablado bien de la estructura empleada, de la mezcla de la 1ª persona del narrador con los diálogos objetivos y algunos me han felicitado por la calidad literaria. Estoy muy satisfecho hasta ahora, sobe todo porque esta novela se la dediqué precisamente a mi padre que murió poco después de terminarla. Con mis alumnos no he tenido ocasión de hablar de ella porque la publiqué a finales de junio.

P.- Para aquellos que no han podido leer aún “Bilis”, ¿Qué recomendaciones nos harías, tanto a jóvenes como mayores? ¿Qué nos vamos a encontrar al bucear en tu libro?


R.-Creo que es una novela con la que puede disfrutar todo tipo de público, los mayores, por la identificación de una época que vivieron o que les contaron; los jóvenes, porque la trama ofrece un interés intrigante hasta el último momento y dibuja una España que ellos no vivieron pero que sería interesante que conocieran. En suma, y hablo más por la boca de los que ya la han leído, se puede disfrutar de la literatura en “Bilis” además de empaparnos de la intrahistoria de un mundo que nos parece ya muy lejano, pero que fue el de nuestros padres y abuelos. Y no todo es tragedia, el humor negro, la ironía está muy presente en el dibujo de algunos personajes, de algunos escenarios con los que también se puede esbozar una sonrisa.

P.- Para finalizar, nos puedes adelantar algo ¿Estás inmerso en algún nuevo proyecto?
R.- Estoy escribiendo una nueva novela, pero no me embarco en ella del todo hasta que las obligaciones del instituto me dejan. Si Javi me lo permite (el Director) es posible que la finalice en los días de verano que quedan


jueves, 19 de julio de 2012

Clooney también recomienda "Bilis"

Él no se lo va a perder y lo tiene en el regazo dispuesto para devorarlo. ¿No os apetece hacer lo mismo, aunque solo sea por empatía? Además, os ofrece la sinopsis de la novela:

"Las ratas devoran a sus congéneres más débiles en caso de necesidad, son desconfiadas, destructivas y voraces. Los socios de Sucesores de Casto Garcés gozaban del instinto de las ratas más enconadas, las de cualquier posguerra. Marcelo Atienza lo pudo comprobar cuando entró en el almacén a los 11 años, tras el encarcelamiento de su padre. El comercio rural de la España franquista lo vistió y le dio de comer, pero también le molió las espaldas. Años después, Marcelo recibirá a los espectros del pasado que removerán la digestión de su memoria y le provocarán el desasosiego de haberlo perdido todo, hasta el recuerdo. Un recorrido intenso por la economía autárquica de los abastos de posguerra y por los subterráneos de una sociedad envenenada. Todo ello narrado desde el humor negro, la ironía y la intriga". 

domingo, 15 de julio de 2012

Presentación de "Bilis"

Hoy es el último día de la Feria del Libro de Utiel y ya no quedan ejemplares de "Bilis" en ninguna de las librerías. A la presentación asistió muchísima gente (gracias a todos por aguantarnos), si a esto le unimos que un lector de la novela me ha comparado la trama de la segunda parte con Ruiz Zafón y otros, la primera con Galdós, no sé ya qué pensar. Me estoy volviendo, sin pretenderlo, comercial. Pero las influencias subterráneas no las maneja uno como quisiera.

Entrevista en Onda San Clemente

Entrevista realizada en Onda San Clemente sobre mi nueva novela, "Bilis", y sobre mi poesía. https://dl-web.dropbox.com/get/Public/PEPE%20HORTELANO%20BILIS%2029-6-2012.mp3?w=f1aa38fa

miércoles, 4 de julio de 2012

Presentación de "Bilis"




La invitación oficial que me ha enviado la editorial Carena para la presentación de "Bilis". Espero ir en mejores condiciones que en la primera presentación y preparármelo un poco mejor, más que nada para que no me apedreen mis paisanos, sería triste y doloroso.

sábado, 30 de junio de 2012

Presentación de "Bilis"



El viernes, 13 de julio, durante la Feria del Libro de Utiel, a las 8:30 de la tarde presentaremos mi segunda novela, "Bilis". Me acompañarán los profesores y amigos, David Arona y Javier Castellanos, y posiblemente mi editor, José Membrives, en el nuevo salón de actos del Ayuntamiento de Utiel. Intentaré llevar algo de jamón y vino para que las palabras se puedan digerir mejor.

jueves, 28 de junio de 2012

"Bilis" y el humo del recuerdo

                                               
                                       

Si alguna vez fumaste "Celtas" o "Ideales" y todavía notas cómo te raspa la garganta; si alguna vez añoras el pasado y al volver la vista atrás te das cuenta de que todo es todavía más borroso que tu propio presente; si alguna vez tu padre o tu abuelo te contaron una historia de juventud y tú la has revivido en tu imaginario; si alguna vez te has sentido de otro tiempo, como desplazado del espacio que habitas; si alguna vez sufres por lo que sufrieron en años más difíciles; si alguna vez te has preguntado qué fue de aquel hombre que nunca te decía nada, pero te miraba como si viera en ti algo que tú nunca has descubierto todavía; si alguna vez sientes que tus raíces están manchadas de una tinta que no te deja escribir sobre papel limpio; si alguna vez has sufrido y has encontrado consuelo en la memoria, lee "Bilis", no te defraudará.

viernes, 22 de junio de 2012

Otro extracto de "Bilis" (escena de Sucesores de Casto Garcés)


SUCESORES DE CASTO GARCÉS 
–No se te ocurra darle nada más de fiado a la llorona de los cojones.
–No te preocupes, Bonifacio, solo voy a ver con qué romance amanece esta mañana –a Vidal Medina le gustaba la conversación de mostrador, el trato jocundo con los clientes (cuando se dejaban).
Manuela llevaba un mamón talludo colgado de la cadera. El babero apenas le cubría las posaderas, que asomaban desnudas y mugrientas bajo el brazo de la madre. Dejó al muchacho sobre el mostrador de mármol y este dio un respingo al notar en el culo el frío de la piedra.
–¿No tendrá alguna corteza para que la chupe este desgraciado que me tiene en carne viva los pezones? –pidió la madre, vestida con andrajos y retales.
–No seas cerda y no me dejes al crío con el culo al aire encima del mostrador. Aquí se viene a comprar, no a mendigar –no vio la ocasión de la chanza “Siete Trajes”, le contrariaba el aspecto astroso de la madre y del hijo.
–Fíeme algo de tocino para freír, don Vidal.
El muchacho buscaba la teta escurrida de la madre a través de un jersey de lana, desbocado por mangas y cuello. Manuela, la “Tísica”, apartaba la mano del mamón bajo la molesta mirada del dependiente, que negaba su petición y le señalaba la puerta.
–Deme pulpa de remolacha. Solo tengo esto –sacó unas perras del seno y las estampó sobre el mármol.
–Si les das de comer pienso de animales, no te extrañe que tus hijos caminen solo a cuatro patas. Hay que tener cabeza, Manuela. Si no podéis darles de comer, para qué tenéis hijos. Sois peor que las ratas –a Vidal le molestaba la pobreza, le causaba una sensación viscosa que no podía soportar.
–Me los manda Dios, don Vidal, me los manda Dios.
–No mezcléis a Dios en vuestras cochinadas. Siete críos, y todos muertos de hambre y comidos por los piojos, porque no paráis de joder. No tendréis tanta hambre cuando os entregáis al vicio de esa manera –el moralismo del dependiente procedía más de su rabia contra la miseria que de cualquier otra convicción.

La mujer cogió el cucurucho de pulpa y humilló la cabeza. Las que esperaban turno callaban, sonriendo entre dientes y apretando la cartilla de racionamiento entre sus
manos.
-¿A quién le toca? –Medina probó suerte otra vez, a ver si la próxima clienta le proporcionaba alguna alegría. Un camisa azul se abrió paso en la cola del
mostrador del detall. La boina roja enrollada en la mano y el rostro joven y decidido:
–¿Tú eres Vidal Medina?
–Para servir a Dios y a la Patria –masculló el dependiente, azorado ante la presencia del falangista.
–¿Están aquí también Bonifacio Bocanegra y Emilio Poves? –el aspecto marcial del falangista se descomponía por un tic en el ojo que le hacía bailar el párpado.
–Sí, andan por ahí dentro –señaló la trastienda con mano temblorosa–, ¿quiere que les avise?
–No, no es necesario. Dales esta citación para asistir esta tarde al ayuntamiento. No es nada importante, unas puntualizaciones acerca de vuestro socio rojo –aclaró el falangista, quitándole hierro a su presentación violenta.
La cola había menguado sospechosamente desde que el muchacho entró en el almacén, lo que no se correspondía con el trato extremadamente afable que presentaba el del bigotito ante el mostrador.
–A sus órdenes mi... ¿señor? –dijo sin ninguna coherencia Vidal, a la vez que levantaba el brazo y extendía la mano.
–Puedes llamarme Joaquín, además ya me conoces, soy el hijo de doña Luz. No estamos en un cuartel –le bajó la mano con una dulzura que incluso tranquilizó un tanto a “Siete Trajes”–. Por cierto, llevad algo de beber para amenizar el trámite –se distendió Joaquín al final, aunque el párpado no dejaba de aletear.
Vidal Medina corrió hacia la trastienda en cuanto el muchacho se largó de allí. Los de la cola siguieron apretando con fuerza y con más silencio sus cartillas de abastecimiento.

sábado, 16 de junio de 2012

Extracto de "Bilis", primer capítulo

Una cita de Rafael Sánchez Ferlosio que podría ilustrar el comienzo de mi novela, "Bilis": "Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes". Aquí dejo un extracto de la misma, el breve primer capítulo, compuesto de la materia desgarradora de la cita:


I
El día que murió mi padre me cagué en Dios hasta que se me rajó el paladar. No había cumplido los quince años y no recuerdo que me mojara las mejillas ni una sola lágrima, eso sí, los votos salían escupidos a borbotones, calientes y densos, como la sangre del cerdo tras el tajo del matarife.
Con el pelo relamido por una mano de aceite, su cadáver reposaba en una cama de bronce, callado y oscuro, bajo la penumbra de una bombilla a punto de fundirse. Mi madre sollozaba junto a él, arrodillada, sometida a la desgracia de una viudedad temprana, acongojada por la mirada atónita de mis tres hermanos. Seis meses antes recogimos de la cárcel una ruina de cuerpo, deshecho en toses de perro.
Le habían regalado una neumonía que le reventó los pulmones. Me detuve en sus párpados (que mi madre había plegado para ocultar una mirada perdida), en los algodones que deformaban su nariz, en la boca entreabierta, en la mandíbula caída.
Rastrillé con la mano las crenchas que se habían despegado de mi cabello, peor aceitado que el suyo, sin apartar mi odio vacío del cuerpo enjuto que se hundía en el colchón de lana del dormitorio.
La fotografía coloreada de mis abuelos presidía la escena con la inmovilidad macilenta de un decorado de teatro abandonado. Suspendido en la pared, acribillado por el tiempo, el retrato de Francisco, el “Semental”, acunaba al hijo desde su imagen de muerto lejano, junto a su tercera esposa, irreales tras una pátina morada que les resaltaba las mejillas. 
Mi madre intentó cogerme la mano para enlazar nuestro dolor y yo la aparté con un desprecio frío que nacía del resentimiento y del desconcierto. Mis hermanos asomaban la jeta desde el umbral de la puerta: animales asustados en el brocal de un pozo. Los absorbió un tropel de viejas enlutadas que me desesperaron con sus besuqueos rancios. “¡Quita, hostia!”, oyó mi madre que le escupía a una de ellas, cuando intentaba abrazarme. A través de sus ojos aguados, Soledad me miró con aspereza, para reconvenir mi comportamiento, al tiempo que yo me zafaba con desprecio de otra vecina, envuelta en tocas de orines secos. Las dejé rumiando un “pobre diablo, se cree que es un hombre...”.
Volví sobre mi padre, al que acababan de enlazarle las mandíbulas con un pañuelo amarillento, y las paredes se cerraron sobre mí aplastándome el pecho. Una sensación de ahogo y de desolación infinita me acongojó hasta sentirme tan frágil como la bombilla parpadeante que colgaba del techo. Noté un plomo denso que me revolvió las tripas y advertí que mi abuelo Marino no estaba ya en condiciones de aligerármelo, que mis hermanos apenas podían piar, que el mundo era un saco de miserias del que supuraba gota a gota un suero viscoso que empastaba las miradas de estupor. Mis hermanos seguían asomados a la puerta, aterrorizados ante la posibilidad de que el pozo de la alcoba los engullera sin compasión. Me ceñí el cinturón y salí sin decirles nada. Ni siquiera atendí a los ojos de súplica de mi hermana pequeña, que buscaba una explicación al desconcierto que produce la muerte.

El recuerdo es un mal esposo del pasado: nunca le es fiel. No confío en su dibujo, solo en la impresión pertinaz que deja la muerte cuando el que desaparece está muy próximo a nosotros, solo en esa bombilla oscilante y en ese pañuelo amarillento que se fijó en lo más alto del paladar para dejar un sabor amargo en todos los tragos de la memoria, solo en esa impresión hepática que me viene a la boca cuando el pasado me visita y me devuelve al desamparo de aquellos años. Las caricaturas que nos presenta la memoria tienen el tono de una película muda en la que se hubieran hurtado también algunos rostros, pero esas quemaduras que deja la muerte siempre supuran un dolor reconocible.
Mi padre murió, sí, y yo rabiaba por la mala suerte con que me agasajaron la infancia y la juventud. Una rabia difícil de olvidar y que dejó su mancha indeleble en la violencia de mi comportamiento. Una bilis difícil de retener y que ha agriado mi enfrentamiento con la vida. La gente me estorba, y no es una manía de la vejez. Mi hosquedad se mostró sin disimulos el día que velamos a mi padre: con menos de quince años y con una espalda hecha ya para el trabajo, no aguantaba a ninguno de los que rodeaban al cadáver, ni a los socios del almacén que maldecía todos los días, ni a las vecinas chismosas que acudían al olor de la desgracia, ni siquiera soportaba que me tocara mi madre. Salí de allí golpeado por el desamparo y por el asco de verme rodeado de aquel olor rancio de gente que acumulaba miserias y se nutría con las de sus vecinos como único alimento de su consuelo. 

sábado, 9 de junio de 2012

¿A quién le puede interesar "Bilis"?



¿A quién puede interesar "Bilis"? Una sencilla relación para que te incluyas o no en una de las categorías:
1. A quien ha tenido abuelos o padres con un pasado trágico.
2. A quien ha tenido abuelos o padres.
3. A quien haya vivido en mi pueblo.
4. A quien haya vivido los años de posguerra.
5. A quien haya vivido.
6. A quien disfrute de resucitar paisajes.
7. A los buscadores morbosos de la realidad en la ficción.
8. A los buscadores morbosos.
9. A los entregados a la melancolía.
10. A quien haya trabajado en un comercio.
11. A quien haya trabajado.
12. A quien le cueste reconstruir el pasado.
13. A quien no confíe en la memoria.
14. A quien confíe más en la imaginación y en los sueños.
15. A quien le sosiegue el sonido de los trenes.
16. A los cazadores de perdices.
17. A los que desean ser rescatados... de la molicie.
18. A los amantes de la buena literatura (y esto es un deseo más que una realidad).

viernes, 8 de junio de 2012

"Bilis", sinopsis

Dejo aquí la sinopsis de mi nueva novela, "Bilis", un verdadero encargo emocional del que ya tuve la gratificación que esperaba, lo demás vendrá dado:



Las ratas devoran a sus congéneres más débiles en caso de necesidad, son desconfiadas, destructivas y voraces. Los socios de Sucesores de Casto Garcés gozaban del instinto de las ratas más enconadas, las de cualquier posguerra. Marcelo Atienza lo pudo comprobar cuando entró en el almacén a los 11 años, tras el encarcelamiento de su padre. El comercio rural de la España franquista lo vistió y le dio de comer, pero también le molió las espaldas. Años después, Marcelo recibirá a los espectros del pasado que removerán la digestión de su memoria y le provocarán el desasosiego de haberlo perdido todo, hasta el recuerdo. Un recorrido intenso por la economía autárquica de los abastos de posguerra y por los subterráneos de una sociedad envenenada. Todo ello narrado desde el humor negro, la ironía y la intriga. 

jueves, 7 de junio de 2012

Bilis, casi lista

Mi nueva novela casi está a punto, os dejo aquí para los incondicionales (¿uno, dos, no sé?) otro de los retratos antiguos que van a ilustrar la portada. En mi casa ya es todo un superventas (casi todos mis hermanos la han leído a fuerza de machacarles sin piedad). Es curioso, pero al escribir esto había puesto "nivela" en vez de "novela", la podría haber llamado así, pero creo que esto ya lo hizo un tal Unamuno. Bueno, mi padre seguro que se hubiera alegrado.

sábado, 5 de mayo de 2012

"Bilis", revisión de su tripa

Termino la revisión de la tripa de mi nueva novela, Bilis, que me ha enviado la editorial. Me causa un poco de pudor decirlo, pero he disfrutado mucho releyendo la segunda parte ("Galerías en la trastienda"). De la primera parte ("Ratas") me basta con la impresión que tuvo mi padre de las 100 primeras páginas (no le dio tiempo a leer más): nunca hasta entonces le había visto llorar, y no creo que fuera por la pena de ver a su hijo escribir tan mal (o quizás sí). Por tanto, ya tengo las críticas de dos lectores totalmente objetivos, yo mismo y mi padre. Es suficiente.

sábado, 3 de marzo de 2012

Calamidades de un escritor sin lectores o el tocador de una puta de lujo (I)

Cuando uno se embarca en la edición de una nueva novela, después de firmar el contrato con la editorial, comienza el proceso de revisión del texto. Todo esta puesta en escena (que ya hice con Criaturas del Piripao), me lleva a contemplarme como una puta primeriza que se prepara para su primer día en la calle o en el puticlub o en el hotel de lujo correspondiente. Como ella, yo también elegiré la falda más corta y me pintaré los labios y los ojos con exageración; elevaré mis pechos con el sujetador más pequeño y los dejaré salir por encima de un escote escandaloso; me incendiaré el cabello con los tintes más llamativos; me colocaré las medias de rejilla con el dibujo más extravagante; me colocaré unas ligas bajas que inciten a la lujuria; me depilaré el pubis con esmero, para evitar suciedades innecesarias y perfumaré mis bajos para que sean apetecibles. Como escritor de pequeña editorial, me gusta sentirme puta de lujo (es un consuelo). Los pocos clientes los elige la calidad literaria de mi prosa y no hay más porque no esta hecha la miel para la boca del asno (qué buen argumento para el escritor maldito).
Mi segunda novela ya tiene título, Bilis, dentro de dos meses (más o menos) se lanzará a la calle. Se venderá a pocos clientes (pero elegidos) y volverá deprimida a la sórdida habitación de la que salió para reparar los desmanes de sus pervertidos lectores.