Y el río de mi infancia se desbocó, desató su ira contra todos aquellos que viven cerca de él. Aliado con los cielos, convocó ramblas, arroyos y regatos para vengarse de cuanto le robamos a lo largo de los años. Primero le quitamos la vida: los peces, los cangrejos, las aves, hasta las ratas de agua; luego nos cebamos con sus riberas: arrasamos la hierba, talamos los chopos, lo encerramos entre muros; pavimentamos su lecho y lo envenenamos con todo tipo de vertidos ponzoñosos. Lo convertimos, al fin, en un regato triste y maloliente. Ahora sí hace honor a su nombre: "Magro", y tanto.
Se ha vengado el río de mi infancia y de qué manera. En pocas horas devoró todo cuanto salió a su paso, se hizo mar, mar de lodo. Un Helesponto en el que el mismo Ulises habría naufragado. Fue apoderándose de las casas de mi barrio, del barrio de mi infancia, del barrio de La Fuente, donde me raspaba las rodillas y derrapábamos con los carros de roces. El barrio de la Fuente, donde luego me enamoré y donde buscábamos los rincones escondidos que nos brindaba el río de mi infancia para gustar el mosto de las granadas.
Cuando el Helesponto, vengativo, engulló en pocas horas, con voracidad, el barrio de La Fuente, provocó una tragedia angustiosa. Los más viejos se acurrucaban en la primera planta, sin luz, sin comida, asustados por la impiedad de la riada. Mi madre y mi suegra a través del teléfono me contaban cómo el agua subía poco a poco por las escaleras, hasta casi lamerles los pies. Angustiadas, temblaban sus voces a través del teléfono, viéndose ya devoradas por las fauces húmedas del río de mi infancia. Algunos vecinos, a través de la oscuridad de la noche, aprovechando una tregua de los cielos, se lanzaron al rescate de los desesperados. Los sacaban de las casas a través de las ventanas más altas, los cargaban en palas o en barcazas. Como Nausicaa auxilió a Ulises cuando lo encontró exhausto en la playa después de sufrir la furia del mar. Pero me cuentan que algunos no tuvieron suerte, algunos no disfrutaron de la misericordia del río de mi infancia.
Hoy iré a ver los restos de muerte y barro que ha dejado esta furia incontenible. Ese paisaje rodeó mi niñez, mi adolescencia y parte de mi vida en pareja. Cuando vuelvo a él, piso terreno firme, el asfalto por donde paseaba con Eva y, antes, con mis amigos de camino al instituto y, antes, cuando trepábamos por las tapias que dividían las casas y lanzábamos piedras a los pájaros y a las lagartijas (esa crueldad de la infancia), ese asfalto que reconoce mis pisadas no estará, seguramente lo habrá sustituido el lodo, el barro y la desgracia. Y la casa donde viví tantos años, esa casa ya no será mi casa, sino el objeto de una venganza que no ha respetado a nadie, como suele hacer la Naturaleza cuando actúa: sin amigos, sin razones, sin piedad, esa crueldad inexplicable de la infancia.