"Benicia tiene los pezones como castañas", así empieza Mazurca para dos muertos de Camilo José Cela, creo. La lluvia pega recio en Galicia y el refugio de las ubres de Benicia es tan agradable como una habitación caldeada con estufa de leña. En esa novela, si no recuerdo mal (y no voy a consultar Google), se van dando las nueve señales del "hijoputa". Una de ellas es ser pelirrojo y de pelo ralo; otra, la mirada huidiza; otra más, las palmas de las manos sudorosas... No he forzado nada, miro a Vládimir Putin a través de la televisión y veo al personaje de Cela, completo, como si se hubiera basado en él para construir su definición de "hijoputa". Mientras tanto Benicia y su amante retozan entre las sábanas calientes, ven la lluvia arrugando los cristales y es posible que oigan, allá al fondo, el retumbar de los truenos o de los misiles, quién sabe.
Secciones
lunes, 28 de febrero de 2022
Benicia y Putin
Putin y su ama de llaves
Putin y su ama de llaves antes de la crisis ucraniana.
SEÑORA.- Perdone, señor Vládimir, no quedaba "Hemoal" en la farmacia. Le he comprado estos supositorios. Me han dicho que es lo mejor contra las almorranas. Pero, ¿por qué llora, alma de cántaro?
PUTIN.- Se nos acaba de morir Irina, ¿no la ves flotando? ¡Qué vamos a hacer ahora!
SEÑORA.- Espere, que a lo mejor no es nada, espere que le cambie el agua. Ya verá cómo revive, no me llore usted que se le pone muy cara de alcachofa... ¡Huy, pues no!, parece que ha muerto de veras, no se mueve.
PUTIN.- ¿Qué voy a hacer ahora, Olga, qué voy a hacer? Irina era la única en la que confiaba, la única que se alegraba de verme cuando llegaba a casa, la única que me tiraba besitos desde la pecera. Siempre que la miraba, siempre. Este mundo no merece la pena sin ella.
OLGA.- (Acariciándole la calva sudorosa) No se preocupe, señorito, podemos comprar cien irinas, mil irinas, para que le echen besitos desde el fondo de la pecera.
PUTIN.- No, Olga, no. Me ocurrió lo mismo cuando se murió Antón, mi caballo percherón. Nunca más he podido montar a otro. Soy hombre de tradiciones férreas e inamovibles, ya me conoces. No sé qué voy a hacer ahora. La vida no tiene sentido sin ella. Me pasaba el día en el Kremlin pensando en el recibimiento que me haría al volver, ¿ahora qué?, nada, es el fin. Pásame el mapa mundi, a ver si me consuelo...
OLGA.- ¿El antiguo o el moderno?
PUTIN.- El moderno, el moderno. Dime una letra del abecedario, Olga, la primera que se te ocurra.
OLGA.- No sé, señorito, ¿la "U" por ejemplo?
PUTIN.- Me sirve, esa está bien y no está muy lejos de Moscú. Con algo nos tendremos que aliviar los grandes mandatarios.
martes, 22 de febrero de 2022
Kafka y la bomba atómica
lunes, 21 de febrero de 2022
"El simulador más potente del mundo" por Rebeca García Nieto
jueves, 17 de febrero de 2022
Escribir sin medida
Voy a ir contracorriente y no de forma intencionada. Lo que quiero comentar nace de una impresión real y del cotejo de datos, poco tiene que ver con conjeturas y, menos, con la tendencia, irresistible a veces, de llevar la contraria por el mero capricho de llamar la atención. De un tiempo a esta parte vengo observando en los alumnos una habilidad cada vez mayor para desenvolverse con la creación de diálogos o con la elaboración de textos dramáticos propios. Este año lo he comprobado en diferentes niveles, 3º de ESO y 1º de bachillerato. Cada vez les cuesta menos recrear una conversación, meterse en la piel del personaje o desarrollar una historia inventada. Se está demonizando constantemente y, a veces con mucha razón, el abuso del uso del móvil y del ordenador. Es más, no se puede negar que cada vez nos cuesta más prestar atención durante un tiempo prolongado (algo que no solo le ocurre al alumnado juvenil). Ahora bien, el hecho de escribir continuamente (con mayor o menor corrección), en guásap y en las redes sociales, seguir "hilos", comunicarnos por escrito mucho más que antes, está despertando en los alumnos, creo, mayor habilidad para desenvolverse en el diálogo escrito y en la creación literaria. Otro día hablaré de la sintaxis.
miércoles, 16 de febrero de 2022
El miedo
En Macbeth se oye el miedo, se saborea, se ve, respira en la nuca, clava alfileres en la punta de los dedos y en el centro del cerebro. El miedo nos acompaña desde la infancia, a través de la oscuridad, de lo desconocido, de la casa extraña, del matón del colegio, de la figura de un padre agrio..., qué sé yo. El miedo nos abraza en la adolescencia como un compañero traidor, siempre apegado a la duda, al titubeo, a la indecisión, a la exposición pública, al qué dirán, a la soledad. El miedo de la madurez, el miedo a la pobreza, a la incuria, al rechazo, a la intemperie, al despiadado paso de los años. El miedo a la enfermedad, al otro, a mí mismo, a la pérdida de la vitalidad, al dolor, a la conciencia de estar vivo, a la desaparición, a la inanidad de la existencia, a la eternidad. El miedo, aun sin la viscosidad de la sangre, sabe rancio y huele a noche, cruje entre los dientes como una tortilla de ceniza y brasas encendidas.
martes, 15 de febrero de 2022
"Bertín: una introducción" por Adolfo Valor
Historia de un hincha adolescente
Un chico de la piel de Putin monta un desaguisado tras otro en su centro educativo. Solo tiene doce años, la mirada torcida, el pelo hincado y los zapatos sucios. Su madre va a ver al director y este le suelta: "¿Qué esperaba de su hijo sabiendo cómo es usted y quién es su padre?" El muchacho, obsesionado con el fútbol, roba dinero a la madre para ver un partido de la selección en la capital. No tiene suficiente, se aprovecha de la buena voluntad de un amigo y de la ingenuidad de la gente para sacar lo que le hace falta. Pues bien, ahora viene el acertijo: ¿esto es un relato extraído de la vida real de ahora mismo?, ¿el argumento de una película iraní de los 70?, ¿o el de una película neorrealista italiana de los 50? Hay datos concretos que eliminan dos de las posibilidades.