Mozart murió a los 35 años y cambió la música
para siempre. Rimbaud murió a los 37, pero a los 19 años ya había escrito
toda su poesía, una poesía que abrió el camino de la modernidad, con un
solo libro publicado en vida. Desde entonces, jóvenes inquietos de todas las
generaciones siguen siendo influidos por la obra y la vida del primer rebelde
moderno, el primer escritor maldito, pasional, imprevisible, nómada de bares,
vagabundo por los caminos de Francia, un poeta vidente, reinventor del amor,
insurrecto en la Comuna de París, para enrolarse en un barco ebrio en un viaje
hacia el infierno, blasfemo e insolente que, en la cumbre de su genio, se
hundió en el silencio para dedicarse al tráfico de armas, café y marfil en
Harar y morir pobre, como vivió.
Atalanta publica una
nueva hazaña editorial: la edición de la obra completa de Rimbaud. Toda es
toda. Poemas, variantes, borradores, obras en prosa, cartas, notas, cuadernos,
declaraciones judiciales... El editor, Jacobo Siruela, dice que “este joven
feroz revoluciona toda la poesía establecida y representa como nadie la esencia
de lo moderno, de lo nuevo. Él es un poeta del siglo XX, no del XIX. Pero su
grandeza estriba en que abomina de todos los artificios de la cultura, que el
llamaba ‘el espíritu de las cosas muertas’, para buscar la absoluta unión entre
el arte y la vida; algo que se desarrollará a lo largo del siglo XX, no siempre
con buenos resultados.
“La belleza que él perseguía –dice el editor–
trata de alcanzar a lo desconocido de la vida, que solo el vidente, como dice
en una de sus cartas, y el verdadero poeta pueden experimentar. Por todo ello,
el misterio de su poesía radica en que nunca pierde su juventud. Quizá porque
provenga de lo que él denominaba, sin saber bien de lo que estaba hablando, ‘lo
otro’”.
Mauro Armiño reconstruye una biografía que
podría tener ecos en las vidas de artistas que se rebelan contra un orden
social caduco y quieren devolver la poesía a la experiencia de vida. “Se trata
de llegar a lo desconocido mediante el desarreglo de todos los sentidos. Los
sufrimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta… no es
culpa mía en absoluto. Es falso decir: ‘Yo pienso’, se debería decir: ‘Se me
piensa’… Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín”. Frase
más turbadora que el Je suis l’autre,
de Nerval
Rimbaud, antes de enviar al asilo a los
poetas parnasianos, aprendió exhaustivamente las normas de la poesía clásica.
Para innovar hay que conocer la tradición: fue premio extraordinario en las
composiciones latinas. Después, un historial precoz de fugas en busca de la
experiencia de la libertad plena que acaban en la cárcel. Al poeta Teòphile
Gautier le reprocha: “No ha visto más mundo que el que se ve por la ventana, y
no ha tenido ganas de ver más”. Él, en cambio, vive la vida intensa en un país
primero en guerra (con Prusia) y después inmerso en el caos de la revolución.
En la Comuna de París la policía le ficha como uno de los francotiradores del
batallón Vengadores de Flourens, chicos de quince a diecisiete años.
Es entonces cuando une vida y obra: “Usted
–le dice a su profesor– siempre terminará como un satisfecho que no hizo nada,
porque no quiso hacer nada”, y marca el camino que seguirían después los
dadaístas, los surrealistas, los poetas beat, los punkies... la revolución
poética que convertirá en cenizas un mundo que ha quedado caduco: “La
innovación requiere formas nuevas” Cuando Verlaine, de 27 años, recién casado
con una muchacha de 17, le acoge en París, no sabe que acaba de convertir su
casa en un infierno. Las bravatas y los estallidos de violencia de Rimbaud
hacen que acaben expulsándole de todos los lugares. Incluso se lía a golpes con
el fotógrafo Carjat, que iba a inmortalizarle, y el cual, tras la pelea,
destruye los negativos: solo se han conservado ocho. Goncourt escribe en sus
diarios: “Rimbaud ha traído a París el genio de la perversidad”.
La pareja Verlaine-Rimbaud podría
protagonizar una road movie, una fuga
de alcohol y peleas, perseguidos por una legión que encabezan la madre de
Rimbaud, la mujer de Verlaine y el prefecto de policía.
Armiño resume el desenlace: tras una pelea en
Londres, Verlaine embarca rumbo a Bélgica y, desde el barco, escribe a Rimbaud,
a la madre de Rimbaud y a su mujer con la amenaza de suicidarse. El día 7 de
julio, escribe de nuevo a Rimbaud para proponerle ir a España y enrolarse en
las tropas carlistas. El día 8, Rimbaud llega a Bruselas y anuncia a Verlaine
que quiere regresar solo a París. El 10, Verlaine compra un revólver y a
mediodía vuelve borracho al hotel donde se aloja con su madre y con Rimbaud.
Hacia las dos de la tarde, dispara contra su amigo, hiriéndole en un brazo.
Rimbaud le denuncia y Verlaine es encarcelado. Desde la cárcel escribiría Crimen amoris, y Rimbaud, Una temporada en el infierno.
A partir de 1875, Rimbaud solo escribió
cartas. “Se enrola –dice Armiño– en el ejército colonial holandés, y con este
llega a Sumatra y a Batavia, recorre a pie los Vosgos, Suiza y el San Gotardo,
y en Alejandría trabaja como director de explotación de una cantera; termina en
África, contratado por una firma de importación y exportación, realiza por todo
el cuerno de África expediciones para conseguir marfil, pieles, algunas a
parajes apenas conocidos por los occidentales, como Ogadén”. También se dedica
a vender armas a los reyezuelos de Somalia, y en Adís Abeba gestiona una
factoría comercial.
Y al final, la ruina, la quiebra de la
empresa, las condiciones de vida extremas, la enfermedad. Pero no puede ni
quiere volver a Europa. En 1890 escribe a su madre. “Al hablar de matrimonio
siempre he querido decir que seguiría siendo libre para viajar, para vivir en
el extranjero e incluso para continuar viviendo en África. Estoy tan
desacostumbrado al clima de Europa que me costaría mucho readaptarme. Hasta es
probable que necesitase pasar inviernos fuera, suponiendo que algún día vuelva
a Francia... Hay, por otra parte, algo que me resulta imposible, la vida
sedentaria”.
Un cáncer en la rodilla le hace volver a
Marsella, donde le amputan la pierna. Quiere embarcar de nuevo a Adén, pero el
cáncer se extiende por todo el cuerpo. “Yo, inválido y desdichado, no puedo
averiguar nada, el primer perro de la calle se lo dirá”.
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