viernes, 11 de noviembre de 2016

"Rimbaud, un rebelde hoy" por Josep Massot


Mozart murió a los 35 años y cambió la música para siempre. Rim­baud murió a los 37, pero a los 19 años ya había escrito toda su poesía, una poesía que abrió el camino de la modernidad, con un solo libro publicado en vida. Desde entonces, jóvenes inquietos de todas las generaciones siguen siendo influidos por la obra y la vida del primer rebelde moderno, el primer escritor maldito, pasional, imprevisible, nómada de bares, vagabundo por los caminos de Francia, un poeta vidente, reinventor del amor, insurrecto en la Comuna de París, para enrolarse en un barco ebrio en un viaje hacia el infierno, blasfemo e insolente que, en la cumbre de su genio, se hundió en el silencio para dedicarse al tráfico de armas, café y marfil en Harar y morir pobre, como vivió.
Atalanta publica una nueva hazaña editorial: la edición de la obra completa de Rimbaud. Toda es toda. Poemas, variantes, borradores, obras en prosa, cartas, notas, cuadernos, declaraciones judiciales... El editor, Jacobo Siruela, dice que “este joven feroz revoluciona toda la poesía establecida y representa como nadie la esencia de lo moderno, de lo nuevo. Él es un poeta del siglo XX, no del XIX. Pero su grandeza estriba en que abomina de todos los artificios de la cultura, que el llamaba ‘el espíritu de las cosas muertas’, para buscar la absoluta unión entre el arte y la vida; algo que se desarrollará a lo largo del siglo XX, no siempre con buenos resultados.
“La belleza que él perseguía –dice el editor– trata de alcanzar a lo desconocido de la vida, que solo el vidente, como dice en una de sus cartas, y el verdadero poeta pueden experimentar. Por todo ello, el misterio de su poesía radica en que nunca pierde su juventud. Quizá porque provenga de lo que él denominaba, sin saber bien de lo que estaba hablando, ‘lo otro’”.
Mauro Armiño reconstruye una biografía que podría tener ecos en las vidas de artistas que se rebelan contra un orden social caduco y quieren devolver la poesía a la experiencia de vida. “Se trata de llegar a lo desconocido mediante el desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta… no es culpa mía en absoluto. Es falso decir: ‘Yo pienso’, se debería decir: ‘Se me piensa’… Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín”. Frase más turbadora que el Je suis l’autre, de Nerval
Rimbaud, antes de enviar al asilo a los poetas parnasianos, aprendió exhaustivamente las normas de la poesía clásica. Para innovar hay que conocer la tradición: fue premio extraordinario en las composiciones latinas. Después, un historial precoz de fugas en busca de la experiencia de la libertad plena que acaban en la cárcel. Al poeta Teòphile Gautier le reprocha: “No ha visto más mundo que el que se ve por la ventana, y no ha tenido ganas de ver más”. Él, en cambio, vive la vida intensa en un país primero en guerra (con Prusia) y después inmerso en el caos de la revolución. En la Comuna de París la policía le ficha como uno de los francotiradores del batallón Vengadores de Flourens, chicos de quince a diecisiete años.
Es entonces cuando une vida y obra: “Usted –le dice a su profesor– siempre terminará como un satisfecho que no hizo nada, porque no quiso hacer nada”, y marca el camino que seguirían después los dadaístas, los surrealistas, los poetas beat, los punkies... la revolución poética que convertirá en cenizas un mundo que ha quedado caduco: “La innovación requiere formas nuevas” Cuando Verlaine, de 27 años, recién casado con una muchacha de 17, le acoge en París, no sabe que acaba de convertir su casa en un infierno. Las bravatas y los estallidos de violencia de Rimbaud hacen que acaben expulsándole de todos los lugares. Incluso se lía a golpes con el fotógrafo Carjat, que iba a inmortalizarle, y el cual, tras la pelea, destruye los negativos: solo se han conservado ocho. Goncourt escribe en sus diarios: “Rimbaud ha traído a París el genio de la perversidad”.
La pareja Verlaine-Rimbaud podría protagonizar una road movie, una fuga de alcohol y peleas, perseguidos por una legión que encabezan la madre de Rimbaud, la mujer de Verlaine y el prefecto de policía.
Armiño resume el desenlace: tras una pelea en Londres, Verlaine embarca rumbo a Bélgica y, desde el barco, escribe a Rimbaud, a la madre de Rimbaud y a su mujer con la amenaza de suicidarse. El día 7 de julio, escribe de nuevo a Rimbaud para proponerle ir a España y enrolarse en las tropas carlistas. El día 8, Rimbaud llega a Bruselas y anuncia a Verlaine que quiere regresar solo a París. El 10, Verlaine compra un revólver y a mediodía vuelve borracho al hotel donde se aloja con su madre y con Rimbaud. Hacia las dos de la tarde, dispara contra su amigo, hiriéndole en un brazo. Rimbaud le denuncia y Verlaine es encarcelado. Desde la cárcel escribiría Crimen amoris, y Rimbaud, Una temporada en el infierno.
A partir de 1875, Rimbaud solo escribió cartas. “Se enrola –dice Armiño– en el ejército colonial holandés, y con este llega a Sumatra y a Batavia, recorre a pie los Vosgos, Suiza y el San Gotardo, y en Alejandría trabaja como director de explotación de una cantera; termina en África, contratado por una firma de importación y exportación, realiza por todo el cuerno de África expediciones para conseguir marfil, pieles, algunas a parajes apenas conocidos por los occidentales, como Ogadén”. También se dedica a vender armas a los reyezuelos de Somalia, y en Adís Abeba gestiona una factoría comercial.
Y al final, la ruina, la quiebra de la empresa, las condiciones de vida extremas, la enfermedad. Pero no puede ni quiere volver a Europa. En 1890 escribe a su madre. “Al hablar de matrimonio siempre he querido decir que seguiría siendo libre para viajar, para vivir en el extranjero e incluso para continuar viviendo en África. Estoy tan desacostumbrado al clima de Europa que me costaría mucho readaptarme. Hasta es probable que necesitase pasar inviernos fuera, suponiendo que algún día vuelva a Francia... Hay, por otra parte, algo que me resulta imposible, la vida sedentaria”.

Un cáncer en la rodilla le hace volver a Marsella, donde le amputan la pierna. Quiere embarcar de nuevo a Adén, pero el cáncer se extiende por todo el cuerpo. “Yo, inválido y desdichado, no puedo averiguar nada, el primer perro de la calle se lo dirá”.

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