COPLAS AL AVISO DE LA MUERTE (I)
Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los
bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta
un hedor de abismo
en lo más
profundo de la garganta
que ahoga
las palabras.
Ni siquiera
el rumor de lo cotidiano
acalla el
infame aroma de la putrefacción
y un temblor
de pánico
se instala
en el miserable pasar de las horas.
Cuando la muerte se abre paso
con la
ferocidad que acostumbra,
nada, ni
siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve
para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste
por la mañana y no nos abandona,
nos persigue
a través de nuestra memoria
y no deja
que el bálsamo del pasado
sirva para
despegar las babas pegajosas
que nos
engullen.
Cuando la
muerte se presenta de improviso,
ante quien
te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una
ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto
estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde
contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el
gañido del infante cuando nace.
COPLAS AL AVISO DE LA MUERTE (II)
Recogerán las sábanas tristes,
una noche, tus huesos enfermos.
Harás caja y cerrarás la persiana metálica,
dejarás en penumbra la trastienda.
Cerrarás los párpados por última vez,
y pensarás que ya no habrá más mañanas
de sol, ni más tardes de lluvia.
Sentirás, en la oscuridad de la habitación,
cómo serán los días sin días,
cómo correrá el tiempo sin relojes,
cómo calentará el sol de la eternidad,
cómo se trabajará sin brazos,
sin manos, sin uñas.
Soñarás el último sueño
y la vida se irá con él:
se desvanecerán las higueras
tras los ventanales empañados,
hasta perderse en el limbo de la
inexistencia.
Se vaciarán los vasos de limón
para apagar el tabaco negro
y se desharán los solitarios
para fundir la pantalla
de televisión.
Sobre la almohada reposará
una cabeza inerte,
rebañada de recuerdos y de sueños,
aún con la brillantina de la mañana,
pero sin el lustre de lo animado.
Quedará un rastro de aceite
sobre la tela blanca.
Volverás al origen,
al germen de lo nonato
y quedará en nosotros
un rastro oleaginoso
de tu alma.
29 DE DICIEMBRE
Las horas
avanzan a latigazos
sobre unos días sembrados de
cristales.
En cada
chasquido saltan jirones de piel
y se abren heridas de amargura
insoportable.
¿Quién ha
pagado al tiempo para imponer
este castigo indecente y
gratuito?
¿Qué animal
perverso se recrea
con el sufrimiento a que nos
abocan los años?
Un cómitre salvaje revienta las
espaldas del galeote,
al golpe de la vejez sigue el
de la enfermedad,
luego el de la agonía, y se
detiene en su violencia
para que la muerte se
transforme en sosiego,
para que el último estertor se
convierta en un martirio deseado.
Cae el cuerpo al suelo y se
desangra rasgado por los vidrios,
en un rodar de labios
deshechos.
¡Goza, hijo de puta, con tu
obra,
complácete con nuestra derrota!
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