Cuando veo besarse a las parejas, me siento más débil que nunca. Añoro el beso fugaz, cotidiano, hasta rutinario, casi más que el lúbrico. Están esperando un helado y ella deja en los labios de él un roce fugaz. Van de la mano por la calle y, antes de entrar en la ferretería, él besa suavemente las mejillas de ella. Él se muestra airado, casi grosero, ella lo calma con una decidida aproximación de su boca. Sentados en un banco del parque, ella parece esquiva, pero enseguida se acerca a su regazo y acepta un beso en la frente. Ese beso, insignificante, frugal, volátil, sencillo, me enerva, me hunde, me destruye. Porque nunca más lo voy a tener, porque lo perdí en una infame habitación de hospital, porque nadie puede sustituirla. Porque yo soy un Adán (me lo decía mi madre desde pequeño) y Eva está en otros rollos.
Secciones
lunes, 18 de agosto de 2025
Besos
"García Lorca, el poeta de la tierra" por Rafael Narbona
martes, 12 de agosto de 2025
Oda al ferrocarril
El tren en España, hasta hace pocos años, era el medio de comunicación más cómodo, más humano, más ecológico, y hasta era puntual. Ahora, viajar en ferrocarril es como contratar una expedición a Camboya o a Burundi o al siglo XIX. Eres un mierda, Calleja. Estos de Renfe sí saben preparar extraordinarias aventuras. Cuando te subes a uno de sus vagones (yo elegiría el Torre del Oro, que va de Barcelona a Cádiz), el tiempo y el espacio se expanden maravillosamente. Han sabido crear los agujeros negros en la Tierra, para que todos los mortales los experimentemos. Te puedes encontrar vagones a 50 grados (para recrear la jungla amazónica), paradas de 4 horas (con lo que se fomenta la confraternidad entre pasajeros),traslados inesperados en autobús (que se está perdiendo este medio de transporte), botellitas de agua recién sacada de las termas del infierno (favorecen el tránsito intestinal) y, lo mejor, destinos sorpresa: tú esperas llegar a Benalmádena y te dejan en Córdoba (y es que se está perdiendo la improvisación con tanta maquinita). Con Renfe no viajas, exploras el universo insondable.
domingo, 10 de agosto de 2025
10 de agosto, Albacete
Dos películas francesas muy buenas sobre los manejos del poder. Una de 2011, El ejercicio del poder; la otra, El presidente de 1961, protagonizada por Jean Gabin. No hay nada nuevo, pero todo está muy bien contado y resultan muy verosímiles los comportamientos desquiciados de los gobernantes.
El protagonista de la película más moderna es ministro de transportes y, después de tener un accidente de coche, le dice a su mujer, arrepentido, en un arrebato de sinceridad, "si me conocieras, no me querrías tanto".
El discurso del presidente en el parlamento, en defensa de la abolición de las aduanas europeas, es todo un prodigio de lo más moderno, atrevido. Sería esperanzador oírlo en un parlamento real. Acusa uno por uno a todos los diputados que tienen negocios y se aprovechan de su oficio político para el crecimiento de sus empresas. Muchos de ellos de su propio partido. La película está basada en un libro de Georges Simenon, que me pienso leer.
Por la mañana he corrido 40 minutos. Cada vez me cuesta más bajar de los siete minutos por quilómetro, cuando hace unos años, luchaba por los cinco. Y no, no estoy obsesionado con marcas ni con objetivos extraños, simplemente lo hago por conservarme lo mejor posible, nada más. No sé si son los gajes de la edad o los excesos (más bien va a ser esto). Los desayunos cerca del parque se están convirtiendo en uno de los momentos estelares del día (hasta ahí estoy llegando). Veremos si la tarde me depara alguna sorpresa, seguramente no, y casi mejor, cada vez vivo mejor en la rutina. Ya lo hacía antes de la tragedia.
Espero reconciliarme con la escritura a partir de estos diarios porque estaba perdiendo el hábito vespertino de ponerme ante el ordenador. Me cuesta, pero luego obtengo muchas satisfacciones, aún no sé cómo llamarlas, casi lúbricas. La ambición de que me lean otros la he ido perdiendo poco a poco. Desde luego, siempre que uno escribe lo hace no solo para él, pero creo que he conseguido en gran parte apartarme de esa vanidad insana de la publicación y de la obsesión por aparecer en los papeles. Algo bueno tenían que tener la edad y el sufrimiento.
Dos películas buenas y aún puedo moverme, no es poco. También disfrutar de un café con leche, luego habrá cerveza en donde esté abierto. El mes de agosto desluce las virtudes recreativas de Albacete. Tendré que buscar un bar con un poco más de ahínco (tampoco mucho).
Termino la novela de Martin Amis, La viuda embarazada, un tanto estrambótica, y comienzo los Diarios de Kafka. Los leí cuando todavía era adolescente (estuve obsesionado con su literatura durante mis primeros pasos como lector). Los releo porque quiero hacerme con referentes sobre este subgénero literario. Y ya el prólogo me habla de la cantidad de los autores que utiliza Kafka como guías autobiográficos. Entre ellos, Flaubert, Kierkegaard, Goethe y Grillparzer. Se habla de un tipo de diario, el diario medusa, que contiene de todo: cuentos, sueños, reflexiones, paseos, vivencias... Me seduce un extracto en el que Kafka describe cómo devoraría todo tipo de alimentos cuando no le doliera el estómago y cómo fantasea con la posibilidad de ser comensal de una grande bouffe expresionista. Sin embargo, apenas aparecen referencias a la guerra.
sábado, 9 de agosto de 2025
Diarios de ella IV
jueves, 7 de agosto de 2025
Diarios de ella III
viernes, 25 de julio de 2025
Diarios de ella II
jueves, 24 de julio de 2025
Diarios de ella I
domingo, 13 de julio de 2025
Las aventuras del joven Cervantes X
Asegura el joven Miguel que "las largas peregrinaciones hacen a los hombres discretos". Lo dice antes de darse de narices con una batalla naval, dos arcabuzazos, cinco años en los baños de Argel y otras muchas desventuras. Larga y no poco asendereada será su peripecia italiana, tampoco estarán nada mancas sus andaduras por campos de La Mancha y de la Andalucía recaudando impuestos. Y gracias que no le dejaron viajar a las Indias, a donde él esperaba encontrarse con la fortuna que no tuvo en Europa. Los astros no creo que le hubieran deparado nada bueno.
No permanece mucho tiempo Cervantes en Roma. Son muchos los gentiles hombres y las recias damas que deambulan por las dependencias del cardenal y él, aún afectado por el trauma de creerse de vidrio, teme que cualquiera le pueda romper una costilla o, en un tropiezo, hacerse añicos por el suelo.
A pesar de los rubios cabellos de las damas y de la atracción irresistible de la gallardía y gentileza de los hombres, sale el joven Miguel de Roma y arriba en la mejor ciudad del mundo, Nápoles.
Nos dice Miguel, en un gesto de ironía y buen humor que los poetas son pobres porque quieren. Solo tendrían que aprovechar los corales de los labios de sus damas, el oro de sus cabellos, la plata de su frente, las esmeraldas de sus ojos y las perlas de sus lágrimas. Si andan siempre con mujeres de tanto lujo no deberían padecer miseria, sino todo lo contrario. Es más, la tierra que pisan sus enamoradas produce jazmines y rosas; y su aliento es de ámbar, almizcle y algalia. Así se ríe Cervantes de los poetas, sobre todo de aquellos que hacen de la poesía un rimero de tópicos tan sobados y sucios como abogados sobornados. Porque los malos pintores no imitan la naturaleza, la vomitan, ya masticada y trasegada hasta la indigestión.
El joven Cervantes se cansa pronto de las regalías de los palacios y va en busca de aventuras de mayor calado y arrojo. Se enrola en la Armada contra el turco y se embarca en Venecia, después de pasar por Parma, Ferrara y Piacenza.
Antes de partir, sufre el joven Miguel el asedio de una dama veneciana, perdidamente prendada de sus huesos y de sus entendederas. Él no la corresponde y ella, desesperada, acude a una morisca para que le prepare un bebedizo con el que forzar el albedrío de nuestro joven aventurero. Para que él no aprecie el hechizo, la dama despechada se lo esconde en dulce de membrillo. Tras engullir el manjar, Miguel por poco muere. Sufre temblores como de alferecía, un ataque casi definitivo que lo deja sin aliento y apenas sin color. Sin duda, en ese momento decide embarcarse como soldado en la empresa liderada por Juan de Austria. En las galeras veía ya más seguridad que en los salones cortesanos.
viernes, 4 de julio de 2025
Las aventuras del joven Cervantes IX
Dejamos a Miguel extasiado por los vinos de la hospedería romana del Trastévere, aunque no solo es esto lo que le ocupa los sentidos. Le admiran también los rubios cabellos de las romanas y la gentileza y la gallarda disposición de los hombres. El joven Miguel tan atraído se ve por las mujeres italianas como por los hombres, tanto por los vinos de Grecia como por los de Roma.
Roma, "reina de las ciudades y señora del mundo". Miguel, acompañado de sus cicerones imprevistos, visita los templos y admira su grandeza, recorre las ruinas de sus estatuas, de sus edificios, de sus mármoles y, a partir de su visita, dispone que nada habría más grandioso que esa ciudad cuando estuviera completa, que sus ruinas (garras de león), imaginan la espléndida melena del animal al que pertenecían. Sus vías esplendorosas, la Apia, la Flaminia, la Julia. Sus montes, el Celio, el Quirinal, el Vaticano. Las siete iglesias.
De tamaña impresión enferma nuestro joven Cervantes, después de haber sido contratado por el cardenal. Nadie sabe cuál es su dolencia. Algunos hablan del síndrome de Stendhal, pero nadie sabía aún de este escritor y menos de este trauma. Miguel se seca y se pone en los huesos, turbados todos sus sentidos. Dice todavía llamarse Tomás Rodaja y no Miguel de Cervantes. Algunos hablan del mal de alferecía, porque se tumba en el suelo dando mil gritos y no recupera el sentido hasta no pasadas cuatro horas. Revienta en alaridos y se desgañita diciendo que nadie se le acerque por si le quiebran, porque es de vidrio de los pies a la cabeza. Lo peor de los ataques se le cura pronto, a base de emplastos de romero y aceite de sauce, pero no los accesos mentales.
Miguel, ahora Tomás Rodaja, quiere ser un hombre quebradizo, todo de vidrio, nadie se le puede acercar y teme que cualquiera pueda acabar con su vida si toca sus hechuras. El cardenal, divertido por la ocurrencia del loco que ha tomado a su servicio, le presta ropas holgadas, una camisa muy ancha, que él se ciñe con mucho tiento y con cuerda de algodón. Va por la mitad de las calles, solo sorbe líquidos de un orinal y no quiere calzarse zapatos: teme que le caiga alguna teja y cuando truena tiembla como azogado.
Los muchachos, al ver su debilidad, le lanzan trapos y piedras, porque no hay nada que más anime a la infancia malvada que la fragilidad. Cuantas más voces da, más cascotes le alcanzan, le semejaba esto a las pocas veces que ha tenido la oportunidad de representar comedias sobre las tablas y se las pateaban y saludaban con todo tipo de pedrería y frutas podridas.
Así dejamos a Cervantes en sus primeros días en Roma. Vendrán mejores, o no.
jueves, 3 de julio de 2025
El joven Cervantes VIII
Llega a Roma, por fin, nuestro joven Cervantes y, como a Tomás Rodaja, se le arruga el pellejo y se acongoja ante la grandiosidad del espectáculo. Se topa con dos lindos ya dentro del barrio del Trastévere. Se aturulla al oír su lengua, no porque extrañe el toscano, sino porque la angustia le ciega las entendederas. Le preguntan adónde va, Miguel queda como de estatua de sal y uno de los lindos le agita los hombros para hacerlo reaccionar, pues parecía haber quedado en estado de parosismo. "Busco un amo a quien servir", les espeta el de Alcalá. "Y sí, sé leer y escribir". "Y no, no sé el nombre de mi patria". Todo se lo dice de corrido, aún afectado por la impresión. Los italianos lo entienden sin dificultad, pero no comprenden que les responda a las cuestiones antes de haberlas ellos planteado. Lo suponen brujo o nigromante.
Deciden acompañarlo hasta la casa del cardenal Acquaviva, quien gusta de personajes relacionados con lo esotérico, y, sobre todo, por darle aliciente a ese día de julio que tan poco se había desperezado. "Tomás Rodaja me llamo", miente Cervantes, porque aún teme que lo persigan cuadrilleros o alguaciles. "Y estudié algunas letras bajo el vergajo del licenciado López de Hoyos". No sabe Cervantes por qué le salen las palabras así, como a trompicones, sin concierto ninguno. Respondía este aserto a lo que iba a preguntar uno de los lindos, por cuanto quedaron todavía más intrigados. Por supuesto conocían de oídas a López de Hoyos y confirmaron acertada la decisión de llevarlo junto al cardenal.
Una hostería se cruza en su camino y los italianos, en el afán de agasajar a su nuevo huésped, lo invitan a "li polastri e li macarroni". De las faltriqueras de Miguel (para ellos Tomás) salieron unas Horas de Nuestra Señora y un Garcilaso, una vez bien comidos y bien bebidos. Se ofrece Cervantes a leer un soneto del toledano, que a nuestros italianos les parece muy bien ligado, aunque con demasiados vapores de su Petrarca.
Y medio atufado por un vino no demasiado aguado, se atreve a contar las malas experiencias de su navegación en galera desde Cartagena a las costas de Génova (cierto es que en episodios anteriores afirmamos que su viaje fue por tierra, pero tampoco es de importancia la patraña). "Nos maltrataron las chinches, nos enfadaron los marineros, nos destruyeron los ratones, nos fatigaron las mareas y nos espantaron las borrascas". "Llegamos trasnochados, mojados y con ojeras". Eran estas peripecias ajenas a los lindos, pues nunca en todos los días de su vida habían pisado una galera, ni tan siquiera un bote de pescadores.
Pero tan aficionado es nuestro joven Miguel al vino que pronto deja los cuentos de la navegación para elogiar la grandeza del tinto de las Cinco Viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora Garnacha y la rusticidad de la Chéntola. Que, según él, le hacen olvidar los caldos de Madrigal, Coca, Alaejos, Esquivias, Cazalla..., tan amable es Baco que surte de su mejor sangre así a españoles como a italianos.
Y en estas loas del dios de las bacanales dejamos al joven Miguel (ahora Tomás), junto a nuestros dos lindos italianos, muy refocilados de haber conocido persona tan señera y tan ducha en los licores de los dioses.
"El odio de Dios" por Carlo Frabetti
miércoles, 2 de julio de 2025
Las aventuras del joven Cervantes VII
Bueno, el caso es que, según dice el propio Cervantes en el Viaje del Parnaso, se enfrenta a grandes obstáculos para llegar a Roma, cuna de papas, putas y gente laureada. Roma para él es el monte Olimpo de los poetas y hasta allí quiere llegar sí o sí, pero "Fortuna me cargó una pesada piedra". La pesada piedra no es otra sino la dificultad de conseguir la fama. Con esta ambición pierde la cabeza, pues no ve otro medio para escribir como un vate magnífico que no sea reunirse con los "buenos", que lo acepten los laureados, entrar de lleno en la secta de los elegidos.
Los verdaderos poetas no hacen caso de las influencias, ni de las trapacerías, ni de la "vil ganancia". Se dedican a cantar las hazañas de Marte o Venus, sin preocuparse de lo terreno, y así les va. En su mundo de ensueños, ven pasar la vida como una nube y nunca fijan los pies en la tierra. ¿Cómo se puede conseguir algo así? Los poetas están hechos de una masa dulce, suave, correosa y tierna, siempre llenos de apariencias e ignorantes del mundo real. Al poeta no le preocupa llegar a rico, sino alcanzar la gloria literaria, el "estado honroso" (o el elogio de los eruditos). Cervantes quisiera ser poeta, se comporta como tal, en apariencia es un cisne, pero cuando engarza su voz, suena como el graznido de un cuervo y la Fortuna nunca lo elevará así a las alturas de la fama. Y a pesar de todo, sigue empeñado en su labor, sigue su camino, por si en algún recodo lo abordara algún alto pensamiento.
Cabalga ligero de equipaje. Abandonó su humilde casa, su Madrid, su Prado, sus teatros públicos (que tanto le negaron también). Atrás queda el Paseo de San Felipe (el mentidero donde recibía noticias del turco perro), y atrás también ese hidalgo al que hirió por intentar aprovecharse de su hermana. "Salgo de mi patria y de mí mismo", porque el joven Miguel, pese a deleitarse con las maravillas italianas, pese a absorber todo el "licor suave" de Ariosto, de Tasso y de tantos otros, se siente como si no estuviera en su cuerpo, como si hubiera dejado parte de sus entrañas en el Madrid de sus desdichas. Roma en el horizonte, ensombrecidas sus colinas por la neblina y por el tranco desigual de la mula coja que lo lleva en su grupa. Roma en lontananza, descanso de sus huesos y esperanza de su voluntad.
martes, 24 de junio de 2025
Las aventuras del joven Cervantes VI
martes, 10 de junio de 2025
Las aventuras del joven Cervantes V
Entramos, ahora sí, definitivamente en Roma con nuestro joven Cervantes. Ahora sí, prometo y confirmo. No me voy a detener en los caminos que le llevaron hasta allí, ni tampoco voy a reparar mucho en un par de comerciantes que fueron a buscarlo a la venta donde se alojaba. Sí, dos banqueros amigos de su padre de cuyos nombres tenemos noticia: Pirro Bocchi y Francesco Musacchio.
¿Cómo sabían estos dos que Miguel de Cervantes estaba en la posada?, no os voy a mentir, no lo sé. Pero aquí están, cabalgando junto a él, acompañándolo en su camino hacia Roma. Obvia decir que le dan noticia de su padre, el cirujano Rodrigo, antes don Rodrigo. Le comentan también su admiración por la bella Andrea, a quien han conocido en Madrid. El día es de un azul mitológico, abierto a la cabalgadura suave y a la charla sosegada.
Se cruzan con un grupo de peregrinos que hablan un castellano de Andalucía. Son de Sevilla y uno de ellos, fraile cartujo, conoce de oídas a la familia Cervantes. Miguel se siente inquieto, si saben de ellos es posible que hayan oído algo de sus problemas con la justicia. Insta a los dos banqueros a apresurarse. Quiere llegar cuanto antes a la ciudad. Bocchi es malicioso y ha percibido el nerviosismo de Cervantes. Traduzco sus palabras: “No os preocupéis, Miguel, no hay delito ni sentencia de tribunal que no se borre con una peregrinación a los santos lugares, y en Roma los hay a puñados”. No traduzco a Miguel, cuyo toscano se nutre sobre todo de palabras gruesas: “¡Vaffanculo!”. Bocchi, animado por el efecto de su pullita, sigue buscando la bilis de Cervantes. No sabe que el joven tiene poca cuerda y que echa mano a la espada con extrema facilidad. “¿Y no podríais recomendarme a vuestra hermana?, sé que tiene muy buena mano con los hombres”. Suerte que con Bocchi cabalga su amigo Musacchio, porque Miguel se abalanza contra él, con el rostro congestionado y el estoque en ristre, con la intención de partir en dos la mala cabeza del italiano impertinente.
Y dejo así, en suspenso a estos dos contendientes y al pacificador que intenta que la sangre no riegue el camino: uno, sobre un rocín flaco, congelado en la postura de asestar un mandoble mortal. Otro, protegiéndose la cabeza con un cojín que lleva a mano. El tercero se abraza al torso del castellano iracundo. Ya llegaremos a Roma más adelante.
De las promesas de un descendiente de moros poco o nada hay que esperar.