Hoy he cumplido tantos años que me da pereza contarlos. Y lo he celebrado corrigiendo. No porque sea un masoquista ni un sádico, sino porque me apetecía pasar el rato con mis alumnos. Es una tarde de domingo, áspera, solitaria, de sol resplandeciente. La calle atrae con impudicia, sin embargo, solo me apetece esa perversión, esa manera extraña de estar acompañado. He leído sus respuestas a un examen largo, muy largo, y he sentido la proximidad de sus neuras, de sus cavilaciones, de sus obsesiones. En un principio, preguntar por Luces de bohemia o por la Generación del 27 parece que nada te va a decir de ellos, pero sí, vaya que si lo dice. Esa chica estudiosa que ha completado cinco folios por las dos caras, que ha estampado hasta la última coma de los temas propuestos; ese chico lunático que pretende hacer literatura en cada una de las palabras que escribe y apenas se entiende nada; esa letra clara y redonda que te conforta y te lleva a una personalidad bien definida, a pesar de su corta edad... Y tantas páginas más, escritas a mano, con la angustia de haber dormido poco o nada, con la desesperación de obtener una buena nota que los sitúe en el disparadero social, en perfecta posición para medrar o reventar, para entrar en el círculo infernal de la madurez. No es un cumpleaños al uso, eso es lo que quería, alejarme de los tópicos... Que no, no he corregido ni un examen. Me he bebido una botella de vino y he imaginado qué habría pasado si hubiera corregido, es mucho más divertido de esta manera. Seguro que no me desvío ni un tanto así.
Secciones
domingo, 19 de marzo de 2023
Cumpleaños
lunes, 13 de marzo de 2023
"Living"
Todo es natural, todo cadencioso, con un ritmo perfecto, sin estridencias, con el aroma del mejor cine clásico. Todo fluye con naturalidad, con dolor, con sufrimiento, con la alegría de vivir, con el engaño de vivir. Todo es cine, todo es vida. El protagonista no usa un gesto de más, renueva la pantalla cada vez que aparece, la hace sangrar de nostalgia, de contención a punto de desbordarse. El cine clásico ha vuelto, y de qué manera. No puedo achacarlo a nada en concreto, al tremendo trabajo de los actores, a la sinfonía precisa de las imágenes, al robusto argumento, al poder incuestionable de la imagen cuidada, a la credibilidad terrible de la historia, al buen gusto; no sé, es algo que va más allá de todo esto, más allá de la perfección, más allá de lo plausible. El arte, cuando se trata de cine, es como la música, penetra en el espectador hasta llevarlo al regazo de las emociones para conmoverlo, sin que sepamos exactamente por qué, para abofetearlo, para sacarlo de sí mismo, para confundirlo con la humanidad toda. Una experiencia maravillosa, Living, no cabe decir nada más, ni nada menos.
martes, 7 de marzo de 2023
"Yo, el Vaquilla"
Siguiendo con mi revisión de clásicos del cine español, ayer pude disfrutar otra vez de una obra cumbre del neorrealismo. Yo, el Vaquilla es una película impactante.
Empiezo por el protagonista, quien nos presenta su autobiografía desde la cárcel. El testimonio es escalofriante, casi más que la moda de aquellos años. Su aspecto de quinqui heroinómano no nos puede hacer olvidar que Juan José Moreno Cuenca está actuando, no es él mismo (de ahí ese unicejo poblado, puro maquillaje). Desde que vi Tar, protagonizada por Cate Blanchet, no había asistido a una interpretación tan estremecedora.
Nada más empezar la película nos damos cuenta de que se quiere acabar con los tópicos, con los mitos: el pequeño Juan José no llama "mama" a su madre, sino "mamá", chúpate esa, clasismo de mierda. Como hija de la más rancia tradición picaresca, la historia nos introduce en un mundo de delincuencia que el Vaquilla respiró desde su más tierna infancia. Sus altas capacidades en los estudios no evitaron que lo expulsaran de por vida del colegio por robar algo de material escolar. En la actualidad estaría cursando el Grado Básico de Formación Profesional, no se le habría impuesto un castigo tan inhumano. Le promete a su madre que estudiará para abogado, para librarla a ella de las penas que le pudieran imponer. Porque la madre del Vaquilla se dedica a robar, tiene un sexto sentido para detectar, en las casas que asaltan, fajos de billetes de mil pesetas. Donde ninguno de sus colegas delincuentes ve nada, ella, ¡zas!, descubre un montón de parné.
Lo naïf de las actuaciones es intencionado, para ofrecernos esa imagen de verdad absoluta, apoyadas también por la incoherencia de la historia y la desconexión de los hechos (así es el mundo real: incoherente, inconexo, sin sentido). Las hostias que su madre y el tío Manolo le pegan al niño Juan José son estruendosas, dignas herederas de las películas de Bud Spencer. A base de mandobles con la mano abierta, Juan José aprende a ser un ladrón honrado: tironea bolsos, roba fábricas, atraca tiendas, asalta casas, pero siempre tiene un gesto de liberalidad con sus allegados. Además es casto: "Yo, por ser aún pequeño, no atraía a las chicas con tetas; y las otras no me gustaban".
Y me dejo para el final lo mejor de la película: las persecuciones en automóvil. Qué despliegue de efectos, qué verdad (otra vez) en esos policías que esperan en la cuneta a los delincuentes para salir detrás de ellos y tirotearlos (sin tino) desde las ventanas de un 124. ¡Qué habilidad la de un niño que apenas llega a los pedales para derrapar, fintar, esquivar a los "secretas"! De adolescente me quedé con las ganas de aprender a hacer un puente; ahora, de mayor, admiro a ese héroe de los ochenta, por su espíritu artístico, por su vida aventurera, por las hostias que le dieron, por haber conocido los reformatorios de Barcelona, por sus viajes a Perpignan, por su pericia en la conducción, por sus vicios... bueno, no.
lunes, 6 de marzo de 2023
"Cuando la realidad te asalta"
Cuando la realidad te asalta
de tan malas maneras,
uno se olvida de que la poesía
es extrañamiento temblor borde abismo caída espasmo.
Se olvida de la esencia
porque la realidad ha arrasado
el aliento, los campos de cristales,
el páramo.
Y ya no queda nada,
solo dolor y fiebre de cuarenta grados.
Cuando la realidad te asalta
(y no es una metáfora)
de tan malas maneras,
uno intenta escupirle a la cara,
vejarla, estuprarla, rajarla, desvencijarla, rechazarla,
y no es posible,
porque se ha olvidado uno
de la esencia, de que la poesía ha de extrañar,
ser temblor borde abismo caída espasmo.
Y esto me lo ha recordado
una poeta de veintipocos años.
miércoles, 1 de marzo de 2023
La Comedia del Arte y el humor en clase
Hoy, en Literatura Universal, un nuevo espectáculo representado por las nueve alumnas que me están alegrando el curso. Apoyándonos en los métodos de la Comedia del Arte y mezclándolo con argumentos de las obras de Shakespeare, han hecho dos interpretaciones espontáneas, desternillantes y sin vergüenza (cosa muy rara en estas edades) que para sí las quisieran "Els Joglars". Es evidente que estoy exagerando (y mucho), pero estas funciones me devuelven la confianza en que se puede dar clase sin ahogar el espíritu dinámico y efervescente de los adolescentes, se puede disfrutar del aula si hay un mínimo de motivación y de interés por parte del alumnado, se puede divertir uno y divertirlos a ellos si se produce esa rara convergencia de quien quiere educar con quienes quieren aprender. El humor como vínculo mágico.
El problema es que no es muy habitual esa entrega incondicional del alumnado al aprendizaje y aún lo es menos atrevernos con el humor para acercarnos a ellos, en realidad un método tan viejo como el mundo. Es muy engorroso preparar algo distinto todos los días, pero da, a veces, tantas satisfacciones que uno no puede sino compartirlas. La comodidad de la clase magistral es, a menudo, un refugio para la pereza y no es incompatible con hacer el payaso de vez en cuando. El humor es, sin duda alguna, la mejor estrategia para conectar con el otro. Yo sin los Monty Python o sin Muchachada Nui o sin Juan Carlos Ortega o sin Faemino y Cansado o sin Los Roper o sin La cantante calva o sin la Comedia del Arte o sin El enfermo imaginario o sin La dama boba no sería el mismo. En mis circunstancias actuales, no sería nada.
martes, 28 de febrero de 2023
"Moria" y la Europa insensible
El Mediterráneo se está convirtiendo en un cementerio que los europeos hemos construido con fosas de cinismo. Hoy en Italia, ayer en Turquía, Grecia y España, mañana, ¿dónde?
El sábado tuve la oportunidad de asistir a la obra de teatro Moria. El público se quita los zapatos al entrar, se mete en una jaima y contempla a una mujer cocinando. Se recrean unos hechos que ocurrieron en el campo griego de refugiados hace unos años. En lo alto de la tienda se proyectan las imágenes de las protagonistas reales de esta historia, una mujer afgana y otra iraquí. La experiencia estremece, se huele el caldo que cocina la refugiada y se aspira la miseria y la crueldad que sufren las mujeres y los niños en estos campos de vergüenza. Quema el fuego que asoló este asentamiento, sin que todavía se conozcan las causas del incendio. El episodio me recuerda a Las uvas de la ira de Steinbeck. Nada ha cambiado en un siglo, la crueldad y el clasismo nos gobiernan.
Al terminar el espectáculo uno tiene la impresión de haber asistido a un velatorio y no a una obra de teatro. ¿De veras no hay en Europa medios para evitar estas tragedias? ¿De veras nos hemos vuelto tan insensibles que no nos importa ver una playa regada de cadáveres ahogados? ¿De veras la cuna de la civilización ha llegado a tamaña degeneración?
lunes, 27 de febrero de 2023
Ya no hay para ti
Ya no hay para ti
domingos somnolientos,
ni lunes odiosos,
ni martes con joroba.
No, ya no hay para ti,
hogar donde refugiarte,
ni viento que te despeine,
ni alimento que te sacie.
Ya no hay nada para ti,
nada,
ni tiempo, ni espacio, ni fuego
que te caliente.
Aunque, siempre, siempre,
avivaré una llama en mi memoria,
en mi mirada,
para alojarte,
para contarte los días,
para aventarte la melena,
para ponerte la cuchara en los labios
o para besarte.
Viajarás conmigo
a Italia, a los Pirineos,
a las montañas,
-allá arriba te gustaba estar,
respirar, vivir-
Te arroparé allá, en lo alto,
cuando sople el cierzo furioso
que intenta helarte hasta el aliento.
Viajarás conmigo
para construirte un tiempo,
un espacio,
un fuego con el que dibujarte.
domingo, 26 de febrero de 2023
XXI, mosaico de extravagancias: "XIX. Raquel"
miércoles, 22 de febrero de 2023
Nápoles IV: "Aquí no servimos Coca-Cola"
Las grandes ciudades necesitan reposo para ser saboreadas. El cuarto día en Nápoles lo disfrutamos más que los anteriores porque uno se amolda a los usos del lugar, por muy estrambóticos que sean.
De mañana subimos en un autobús urbano que nos lleva a las catacumbas donde está enterrado san Genaro, patrono insigne de la ciudad y del Sintrom. Sepulcros paleocristianos (¡qué repelús!) con frescos del Pantócrator y de una niña muy decente. Si leyera esta descripción el seminarista que nos sirve de guía se revolvería en su cilicio. Hasta que el cuerpo de Maradona no repose junto al de san Genaro, estas catacumbas no serán serias, por mucho que el seminarista se empeñe, así te lo digo. De hecho, cuando nos asomamos a la tumba del patrón de la ciudad, el vuelo de dos palomas roza nuestras cabezas. El espíritu del Pibe se enciende, como el látigo de siete puntas del guía. Diego le dio mucho más a la ciudad que cualquier santo de medio pelo.
Seguimos ascendiendo (esta vez a pie) hasta el palacio de Capodimonte. Nos jugamos la vida al cruzar los pasos de cebra desvaídos, pero vale mucho la pena. Disfrutamos de una colección de pintura renacentista deliciosa: Rafael, Miguel Ángel, el Greco, Tiziano, el Españoleto... y como colofón, la música, la más profunda y estremecedora de las artes. El maestro Ruggiero toca el piano y nos explica las conexiones entre la técnica musical y la pictórica. Bach, Chopin, Scriabin, Scarlatti... La música es superior a todas las artes, sin duda alguna. Otra vez a punto de llorar de emoción, a causa de ese "no sé qué que queda balbuciendo".
Bajamos de nuevo en autobús urbano y, como siempre, charlamos con la gente en la parada, en el interior y hasta en las escaleras de bajada. El 90 % de los napolitanos ha estado en España o eso nos confiesan ellos. Es una estadística fidedigna, elaborada a partir de los mil cien vecinos de la ciudad que nos han abordado en cuanto descubren que somos españoles. Hasta los "kikos" napolitanos son afables. Un señor más viejo que yo nos habla de su viaje a Madrid para visitar a Kiko Argüello, porque él se define como neocatecúmeno y casado con una mujer tailandesa que ronda los veinticinco. Va cargado de bolsas, no quiero pensar lo que lleva en ellas, ¿imágenes de Juan Pablo II tocando la guitarra, fotos de niñas o un cuerpo desmembrado? No sé, todo es posible.
De nuevo nos sumergimos en el Helesponto, en las callejuelas de lápidas irregulares, grafitis y palacios descomunales. Y conseguimos comprender por qué Lope de Vega llamaba a esta ciudad "la más honrada de toda Europa", sí, ricos míos, sí. Me había olvidado el día anterior mi macuto con dinero y pertenencias personales. Al día siguiente allí está. No falta un euro, ni siquiera las tiritas de los pies, que son carísimas. Comemos en una trattoria acogedora, rica en pasta y dulces de allende los cielos. También hay una camarera operada y también tan solícita como todas las que hemos encontrado. La tarde se presenta intensa. Visitamos una iglesia donde hay un Caravaggio maravilloso. Era el pintor preferido de Eva, lo miro con sus ojos y leo el análisis de cada una de sus partes como si la oyera a ella explicármelo, despaciosa, amorosa, maestra, ¡ay! El cuadro es "Siete obras de Misericordia". Emocionante.
La tarde se presta al bullicio y al escándalo. Es sábado, los adolescentes truenan sobre los adoquines, las basuras se estremecen ante el ímpetu del gentío y en el barrio de los Españoles se abre un pequeño bar donde no sirven Coca-Cola, así nos avisa el dueño. No es que se les haya acabado, no, es mejor, no la sirven por principios. Maravilloso. Un bar sin ese líquido repugnante. Un guitarrista y una cantante endulzan el ambiente. Se derraman todas las contradicciones de la ciudad en esta pequeña taberna. Salimos a la puerta porque hay estruendo de trompetas. Un niño y una niña portan los estandartes de los santos del lugar. Van descalzos, sortean con mucha dificultad el cableado que cruza los balcones. Es una escena patética. Mientras tanto, en el interior del local, la música de nuevo va a elevarnos a los cielos de san Genaro o Maradona, se puede elegir. Patricia les pide "Senza fine" de Gino Paoli. Ellos se esmeran por aprender los acordes y por sacar la letra. La solicitud de esta gente es encomiable. Y suena a gloria, a crema de pistachos, a añoranza delicada. Estos son los contrastes de Nápoles, lo sublime junto a lo patético, "Senza fine" frente a la monserga de la procesión. Poco antes, en la plaza de la catedral, las familias celebran el Carnaval disfrazando a sus muchachos de Monicello, de Maradona, de vírgenes. Llega un chico de no más de 11 años al mando de un motorino. Lleva de paquete a su hermano de cinco. Se baja el pequeño y el piloto imberbe sale disparado a navegar en el proceloso mar de las callejas de Nápoles. A esquivar los coches y a colarse por huecos inverosímiles hay que aprender desde niños. El confeti y las bolsas de basura se mezclan entre la algarabía de los bailes de Carnaval. La vida en su más intenso formato.
Buscamos en el mismo barrio de los Españoles (nos hemos aficionado a él) un sitio donde cenar y encontramos una antigua pizzería con una decoración un tanto sui generis. Junto a los retratos de Maradona, Sofía Loren y Totó, encontramos huecos en las paredes de adobe y piedra que esconden botes de Coca-Cola con pequeños belenes de papel de plata en su interior. A nuestro lado una familia muy interesante. Veo miembros de Gomorra por todos lados, pero estos tienen todos los números de ser mafiosos fetén, de los de las series de televisión. Tres hombres de la misma familia, tres generaciones: un hombre maduro, un joven y un muchacho de unos doce años. Los tres con gafas oscuras plateadas, gorditos, morenos. Comen pasta, como todos allí, pero al terminar no pagan y los dueños salen a despedirlos con saludos muy efusivos y serviles. También podrían ser sus caseros o sus banqueros, en asuntos de mafia estos son más expertos que cualquier vecino de Gomorra.
Viajar a Nápoles es como participar en una gran borrachera. Sabes que te expones a muchos peligros físicos, pero ¿a quién no le atraen los placeres sensuales que Baco ofrece? A nadie, por muy mojigato que sea.
martes, 21 de febrero de 2023
Nápoles III: "Margarita y un napolitano aragonés"
¿Qué ofrece más peligro en Nápoles, la camorra o los motorinos de reparto? No lo dudéis, los motorinos. He visto algunos que se lanzan de frente por el carril contrario y cuando están a punto de impactar con el coche que va hacia ellos, lo esquivan balanceando la moto a uno y otro lado. No me extraña que haya imágenes de pilotos en los escaparates y que compitan en popularidad con Maradona. Una vez que te acostumbras al peligro, es un entretenimiento ver cómo son capaces de pasar entre un camión de cerveza y un todoterreno por un hueco imposible a velocidad de escándalo.
De los muchos entretenimientos que nos brinda Nápoles, uno importante es el del teatro. Por aquí cerca nació la Comedia del Arte y eso se palpa en el ambiente. Aquí todo el mundo improvisa; los pilotos de motorinos, los de coches, los camareros, los caseros, los pescaderos, los militares (están por todas partes) y, como no, las ratas y los traficantes. La máscara de Polichinela también compite con los pilotos de motos y con Maradona en toda tienda que se precie. Se aproxima el Carnaval y en Nápoles se celebra por todo lo alto. Los vendedores ambulantes ofrecen pequeños cuernos rojos (cornicello) con los que remediar la falta de dinero, contra el mal de ojo y también para paliar la impotencia sexual.
Paseamos por las callejuelas del barrio de los Españoles. Están atestadas de gente y de puestos de mercado. Las cigalas y el rape se mezclan con las tripas de vaca, quesos pantagruélicos, bragas de segunda mano, dulces árabes y pizzas de todos los tamaños. Es una algarabía, un zoco oriental. Callejuelas del barrio de los Españoles, poco recomendadas en las guías, llenas de basura, comida, gritos y vida, mucha vida. Que estamos en este barrio nos lo certifica uno de los vendedores: al identificarnos, nos llama emocionado, "¡españoles!, los napolitanos también somos españoles, mira, mira -se señala un escudo en la manga-, el escudo real de Aragón, ¡viva el rey!". No sabemos a cuál se refiere, si a Carlos III, al emérito o al vigente. Es un placer comprobar que hay ciudades europeas que todavía conservan su sabor, sus olores, a pesar de todos los inconvenientes. La gente es amable, dicharachera, dispuesta a dirigirse a ti sin ninguna traba social.
En el puerto el aspecto de la ciudad cambia. Las fachadas de los hoteles caros sí las han remozado, deslumbran, después de ver la cochambre del barrio del que venimos. Y ya parece que nos falta algo. Es cierto que disfrutamos de una taberna al sol, con vistas espectaculares al Vesubio y a la Bahía, pero echamos de menos el bullicio. Lo compensamos en parte con una pasta fresca sabrosísima. Por la tarde nos espera, por fin, el "funiculí-funículá". Baja y sube de la Vía Toledo a lo más alto de la ciudad, hasta un castillo fortaleza, San Elmo, tan sólido como anodino. Las vistas, eso sí, son envidiables. Nápoles ha dado poca opción a la naturaleza. Otra vez el Vesubio amenaza con su copa recortada, allá, al fondo, donde se pierden las luces de la ciudad.
Hay mono de callejuela y optamos por volver en taxi. Enseguida la jauría del tráfico napolitano nos envuelve en un periplo de navegantes. El taxista, muy juicioso, nos explica su técnica para no volverse loco: "Hay que tener ojos en todos lados y olvidarse de los semáforos. Los más peligrosos, los inconscientes son los repartidores en moto. Me esperan mi mujer y mi hija (habla como si su salida diaria fuera una travesía por el océano) y juega el Nápoles contra el Sasiolo". Justo en ese momento se nos abalanza un jinete del diablo, parece que se va a comer el coche, pero no, gira inverosímilmente hacia un espacio que no existe.
Otra vez en el laberinto, de noche, cada vez más gente bulle entre los adoquines, las losas, los palacios y los grafitis. Hemos vuelto a la ubre materna, al lugar de la vida, al infierno. En el restaurante jugamos a adivinar cuál es la camarera operada, porque sí, en todos los sitios de comidas donde hemos parado había una chica con retoques un tanto extravagantes. Y sí, la encontramos también. De todas formas, siguen siendo cercanas y afables, con y sin retoques.
Los días son tan intensos como el viaje de Dante, a quien volvemos todas las noches y le rendimos pleitesía. Margarita, la rata, también lo hace.
viernes, 17 de febrero de 2023
Nápoles II: "Pompeya, Sorrento y los contrastes de Nápoles"
¿Quién, cuando ha viajado y ha llegado de noche a un lugar desconocido, no ha tenido la sensación de desasosiego, de intranquilidad, de desorientación? Yo creo que nadie, salvo algún iluminado, se siente seguro ante un paisaje nocturno totalmente nuevo. Lo curioso es que cuando amanece en Nápoles y bajamos a la calle, la sensación sigue siendo la misma que por la noche. Nuestra acomodada posición de burgueses hace que nos acongoje esta ciudad caótica, sin control, de tráfico desmesurado, anárquica, insegura. La sensación es similar a la que producen las películas de Haneke. La basura sigue desparramada por las calles; los adoquines, dispuestos en marejada, cimbrean los autos que navegan sin concierto en un mar descabalado; Dante sigue allí, en lo alto del pedestal, como un guardia urbano al que nadie atiende. En unos soportales se alinean mantas y cartones de indigentes, mientras unos hombres con chalecos reflectantes y mangueras intentan echarles a golpe de agua. El pescado se expone en plena calle, sin miedo de que salten al proceloso mar que los rodea. Cruzar la calle es un ejercicio de riesgo extremo, aquí querría yo ver a los que se lanzan con parapente o alardean de tirarse por un puente atados a una goma.
El caos llega también a las plataformas digitales con las que tenemos que sacar los billetes de tren para ir a Pompeya. Tras varias tentativas conseguimos entrar en uno. Como todo por aquí, atestado de gente. De entre los rostros que pueblan el vagón, destaca el de una muchacha de pelo negrísimo y ojos de un verde eléctrico. Un rostro italiano, displicente, desafiante, de una belleza sobrecogedora. Su ademán de diosa clásica me atemoriza. Está de pie, con el brazo levantado, agarrada a la barra horizontal no para evitar la caída, sino para imponer su dominio. Quiero creer que esto es Nápoles, Italia: dentro de un tren sucio, destartalado, pintarrajeado, a punto de descarrilar, se esconde la más alta expresión de lo estético.
Llegamos a Pompeya, qué os voy a contar de este lugar, nada, porque no os voy a decir nada nuevo. Esto, mejor lo consultáis en algún manual de historia o de viajes. A nosotros nos ilustra un historiador entusiasmado y eso le da un interés suplementario a los falos, a los lupanares, a las calzadas, a los mosaicos, a las mansiones, a los cadáveres detenidos en el tiempo, a los grafitis, a las barras de bar romanas, al abrumador encanto de una arqueología viva.
Contemplamos la tarde en Sorrento, lugar de veraneo, tan diferente a Nápoles que aquí se puede uno dar el lujo de dejar la bicicleta en la calle sin candado. Avenidas limpias, de comercios asépticos, hoteles de lujo, paraíso burgués en el que no nos importaría recalar un día más, aunque, en el fondo, echamos de menos ya el caos de Nápoles, hasta a sus ratas extrañamos. Están una a cada lado de la bahía, sin embargo parece que se trate de países diferentes. Como si hubiéramos visitado Saint Tropez y Calcuta en 24 horas.
De regreso en Nápoles nos espera un paseo nocturno por el casco viejo y una pizza de crema de pistacho. Esta ciudad sobrecoge, desarma. Solo llevamos aquí día y medio, pero algo distinto a cualquier ciudad que yo haya visitado se propone aquí. Un cartón con la imagen de Maradona a tamaño natural junto a una torre romana con columnas plagadas de grafiti es una buena muestra de los contrastes que nos asaltan en cada vuelta de esquina. La majestuosidad de sus edificios, sólidos y enormes, bellos, está arañada, rasgada por una decadencia que hubiera encantado a Valle-Inclán y a los poetas modernistas. Futbolistas y libros, motorinos y basílicas, ratas y pizzas, miedo y entusiasmo... Todo en un sorbo, como un tonificante y agresivo trago de grappa dorada.
Nápoles I: "Virgilio, Dante y unas vecinas nos dan la bienvenida"
Volar con Iberia es como volar con cualquier otra compañía, un coñazo. Solo te queda el consuelo que el lugar adonde nos dirigimos nos emocione, nos sorprenda, nos ofrezca los placeres propios que busca el viajero. De Nápoles tengo tantas referencias cinematográficas y literarias que me parece que voy a un lugar conocido: Sofía Loren, Maradona, La mano de Dios, Gambardella, Cervantes, Mateo Alemán, Lope, Elena Ferrante, todos los cantantes italianos antiguos, "Funiculi-funicula, la ra la la la"... Los lugares desconocidos, antes de ser visitados, ya están medio construidos, solo queda por saber cómo cambiarán cuando pisemos los adoquines (porque yo imagino Nápoles con adoquines), cuando visitemos sus bares, sus trattorías, sus callejuelas, sus monumentos, sus gentes (chillando, siempre chillando), sus catacumbas, sus tripas.
Italia siempre me ha deslumbrado. El sur, el norte, Roma, siempre Roma. A pesar de que la edad corroe los resortes de la sorpresa y la curiosidad, del viaje se espera siempre un engrasado de esos engranajes, atascados por el inmisericorde paso de los años.
En el avión se aprecian ya los dejes de un italiano rudo, explosivo. Me gusta este idioma, me gustan Mina, Battiato, Ornella Vanoni, Gino Paoli y algunos más que no me voy a detener en recordar. Viajar a Italia es, siempre, expectativa de belleza.
Leo El caballero de Illescas de Lope de Vega. Sorpresivamente aparece Nápoles en boca de uno de los personajes:
CAMILO.- ¿Tan bien os ha parecido Nápoles?
JUAN TOMÁS.- Vengo admirado / de haber visto el más honrado / lugar que Europa ha tenido...
Con la última palabra que habría relacionado a Nápoles, habría sido con "honrado".
La llegada es apoteósica. Un taxista intrépido y mal afeitado nos recoge en el aeropuerto. Le gusta charlar, manejar el móvil y saltarse los cedas todo al mismo tiempo. Y lo mejor es que lo hace con total naturalidad. La ciudad, de noche, es intrigante. El taxista nos lleva hasta una corrala destartalada, un Circo Máximo desvencijado, ropa tendida y fachadas desconchadas. Según él ahí está nuestro alojamiento, pero no, en un giro satisfactorio de los acontecimientos, comprobamos aliviados que ninguna de esas fincas a punto de caer es la nuestra. No acertamos y se nos vienen encima los primeros versos de la Divina Comedia: "...en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado". El taxista, como un Virgilio de perra gorda nos señala una puerta verde y nos abandona a nuestra suerte entre los contenedores de basura colmados. Al fin encontramos la puerta, pero no terminan las tribulaciones, el acceso al Infierno no podía ser tan fácil. Después de varios intentos, damos con el código. Entramos en un zaguán y subimos una escalera divina, los escalones no son humanos, la altura indica que por aquí solo deambulan almas del otro mundo, tan tremendas como Bud Spencer o el propio Dante. El casero nos ha preparado un bonito "scape room" de bienvenida. En la puerta señalada un candado con un código (otro) y dentro la llave, "Yo no sé repetir cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda verdadera".
Una vez asegurada la cama, salimos demasiado tarde en busca de la cena. Otra vez Dante, esta vez sí físicamente, en forma de estatua, nos recibe, enorme, oscuro, y nos señala el camino para beber las primeras Peroni "por aquí se va a la ciudad divina". De vuelta al apartamento, contemplamos en penumbra la grandeza decadente de la Plaza de Dante. Unos chavales hacen "botelloni" y dos ratas como conejos pasean, abúlicas, entre las desmayadas bolsas de basura, tranquilas, encantadas. A pesar de la noche, de la suciedad, del descuido, del desvencijamiento, de que Virgilio no fuera afeitado ni acertara con la puerta, algo nos dice que este es un lugar acogedor. Una de las ratas se detiene, levanta el hocico y nos da la razón.
miércoles, 8 de febrero de 2023
Situaciones traumáticas
Tres situaciones traumáticas de esta mañana. Bueno, tiene cojones que yo, después de lo vivido, tilde de traumáticas estas cosas. Como mucho debería llamarlas curiosidades o excentricidades, poco más.
Uno. Una madre me escribe un correo para justificar la ausencia de su hija en 2º de bachillerato durante una semana. Es la fiesta de los Quintos y esto, en las pequeñas poblaciones de Cuenca, es un acontecimiento parecido al Mundial de Cátar o a la pasarela Cibeles. Me da un poco de risa, pero recuerdo que la madre, hace unos años, vino al instituto para hablar conmigo y me confesó que fue casi musa de la movida madrileña de los ochenta. Me enseñó fotos con Alaska y con Almodóvar que lo confirmaban. Luego tuvo que regresar al pueblo, no recuerdo por qué circunstancia. Su periplo vale para una película del insigne oscarizado manchego, con flashbak y pasado oscuro incluidos. No me extraña que considere la falta de su hija completamente justificada. Solo unos Quintos son equiparables a una Movida madrileña.
Dos. Un antiguo alumno de la FP Básica viene a verme en el recreo. A mí me da repeluzno porque creo que quiere volver a matricularse, pero no, me pide ayuda. Lleva un año trabajando y no aguanta más. Sus compañeros se burlan de él, cobra una miseria y tiene un horario de mierda. Yo pienso: justicia poética, pero no, intento eliminar este rencor de mi cabeza. Quiere hacer un ciclo, quiere que le deje libros, quiere salir de esa maldición del trabajo esclavo, como sea, y claro, solo se ha dado cuenta cuando ha catado la vida en crudo, sin aditivos.
Tres. Es muy difícil hacer correspondencias entre la Blanca Paloma y san Juan de la Cruz. Lo intentamos en primero de bachillerato y casi lo conseguimos. ¿Esto es una situación de aprendizaje como manda la nueva ley, un disparate que se me ocurrió ayer o una excusa para poner música, cantar y casi bailar en clase? No lo sé. Es un misterio, me remito a Shakespeare in love.
Cuatro. Los bares, cafeterías y restaurantes de Albacete siguen estando a rebosar, a pesar de ser febrero y miércoles.
Bueno, ya son cuatro y no tres, además de no ser situaciones traumáticas, ni mucho menos.
martes, 7 de febrero de 2023
Shakespeare y sus traductores
Leemos fragmentos de Hamlet. Estela (el sepulturero) canta con gracia al sacar de la fosa la calavera de Yorik (con más gracia que tiene la traducción). Mónica (Hamlet) habla como moribundo (y es muy creíble), porque ya ha sonado el timbre del cambio de hora y el monólogo no acaba. El "ser o no ser" de esta versión coja es difícil de trasegar para almas tan efervescentes. De todas formas, los asuntos de fantasmas, amores contrariados que acaban en suicidio, el verbo fácil y la sangre final (sobre todo la sangre) captan la atención de todo tipo de público, ya sea del siglo XVII o del XXI, ya sean viejos varados o adolescentes en desarrollo, pese al traductor y a las hojas mal fotocopiadas. Por qué utilizar palabras como "tórnanse, aléjase, arteros, cholla..." Ya sé, porque la intención última es que hagamos un ejercicio de traducción propia, una versión rural y moderna del drama. Y hacia ella vamos.
domingo, 29 de enero de 2023
Shakespeare, Cervantes, Lope y las redes sociales
Una cuestión que me ha surgido cuando estaba viendo una serie: ¿Por qué antes de que existieran las redes sociales y las plataformas de series y películas no se escribían novelas, poemarios y obras de teatro a cascoporro. No sé, a mí solo me quedan dos horas al día para escribir, entre mierdas de Facebook, Netflix, Filmin y otras gilipolleces. Si yo no tuviera la necesidad de ver series y películas sin parar, de comentar las últimas imbecilidades en Facebook y de compartir alguna foto idiota en Instagram, tendría tanto tiempo para escribir que mis novelas tendrían mil quinientas páginas y no doscientas. Si tuviera el genio de Cervantes o de Shakespeare, no habría escrito un Quijote y algunas obras de teatro, no, habría llenado el mundo de manuscritos y los escenarios y las linotipias no habrían dado a basto. El único que me cuadra en esta composición de lugar es Lope, ese sí. Es el único que aprovechó el tiempo a conciencia, yo no sé si el resto, desde él hasta el siglo XXI, no se han tocado los cojones a dos manos y nos han dado por casualidad alguna obrilla que les ha salido en un momento de pereza. Seguro que sí.