lunes, 9 de junio de 2014

"De libros prohibidos y bibliotecas digitales (I)" de Manuel Pérez Rodríguez

PORCONES



La Inquisición Católica, dado el desafío planteado por la irrupción de la Reforma Luterana, y a fin de mantener en el Occidente Europeo su hegemonía, combatió la heterodoxia, la disidencia religiosa y el espíritu crítico por medio de la censura y de la eliminación física de libros y personas. El Santo Oficio hispano, que actúa con plena independencia del romano, en su incesante lucha contra la herejía lastrará el desarrollo ideológico, crítico y científico hasta el final del Antiguo Régimen.
Esta entrada es una invitación sincera a conocer estos fondos prohibidos y los índices que con mayor o menor diligencia los compilaron, de la mano de interesantes colecciones bibliográficas, como la de autores heterodoxos de Luis Usoz, el inventario de papeles de censuras de obras impresas efectuado por A. Paz y Meliá, o la biblioteca de libros prohibidos del Consejo de la Suprema Inquisición, que están siendo digitalizadas y difundidas en línea por la Biblioteca Nacional de España a través de su Biblioteca Digital Hispánica.
El acoso al Humanismo hispano: El primer Índice de Fernando de Valdés (1551)
En los reinos peninsulares el control gubernamental sobre los libros impresos da comienzo con los Reyes Católicos, al pedir al Papa Sixto IV dotar de Inquisición a la Corona de Castilla. En efecto, merced a la Bula Exigit sincerae devotionis affectus (1 de noviembre de 1478) se concede a los monarcas la capacidad de nombrar obispos y sacerdotes que ejerzan de inquisidores en sus reinos. En esta misma línea, y para vigilar qué se publicaba en sus reinos, la Pragmática dada en Toledo en 8 julio de 1502 regula la concesión de licencias de impresión en Castilla, prohibiendo a libreros, impresores y mercaderes “imprimir de molde ningún libro de ninguna facultad o lectura, o obra que sea, pequeña o grande, en latín o en romance, sin que primeramente hayan para ello nuestra licencia y especial mandato”. Las licencias serían concedidas desde entonces por los presidentes de las Chancillerías de Valladolid y Granada y por los obispos de las diócesis de Toledo, Sevilla, Granada, Burgos y Salamanca. El libro así publicado obtenía un privilegio de impresión exclusivo de 10 años, si bien es cierto que en la Corona de Aragón aún se podía imprimir cualquier libro, incluso sin el consentimiento de su autor.
Unas décadas más tarde, la incendiaria irrupción de las Tesis en contra de las indulgencias del agustino Martín Lutero trajo consigo la producción de abundante literatura polémica religiosa, la cual intentaría ser atajada y controlada por las autoridades políticas y eclesiásticas de los distintos países del Imperio. Los hechos se suceden de forma vertiginosa:En 1520 una Bula pontificia de León X condena al fraile y sus escritos -la turba comenzará a quemar sus libros y efigies inmediatamente. La prohibición de libros luteranos en los territorios peninsulares es promulgada el 7 de abril de 1521 por el Inquisidor General, el cardenal Adriano de Utrech -antiguo preceptor del emperador y futuro pontífice-. En un último intento por frenar el cisma, tiene lugar en Worms la entrevista de Carlos V y el nuncio con Lutero, pero como éste persiste en sus tesis, el Edicto de Worms (25 mayo de 1521) lo declara abiertamente hereje, ordenando además la destrucción de sus obras en todos sus dominiosDesde entonces se suceden las cartas enviadas a los diversos tribunales inquisitoriales para hacer cumplir el citado decreto, ratificado el año siguiente por el Papa Clemente VII -a este respecto son de enorme interés las publicaciones volanderas que partidarios de Reforma y Contrarreforma  llevan a cabo para declarar la naturaleza diabólica de sus opuestos religiosos.
Centrándonos en el ámbito hispano, en 1523 ya tenemos noticia de que el Inquisidor Ayala se ha visto obligado a visitar el Tribunal de Calahorra porque había sido hallada e incautada una caja con libros luteranos (Francisco Bethancourt). Comisarios, inquisidores y calificadores pasan entonces a inspeccionar ciertas librerías: Impiden la entrada y salida de las mismas mientras dura la inspección, piden bajo juramento al librero que les facilite la memoria de los libros que posee en su establecimiento y preguntan acerca de posibles ventas de libros prohibidos.
El Humanismo se convierte en el blanco de las hostilidades de la Inquisición (Joseph Pérez)Los humanistas aplican los métodos de la filología a toda la literatura, incluida la religiosa, convirtiéndose de esta manera en sospechosos de herejía. Se entabla una guerra abierta entregramáticos humanistas y teólogos escolásticos, con lo que los estudios de hebreo llegan a ser peligrosos. Tal es así que la Inquisición arremete contra los primeros grandes humanistas hispanos, como Antonio de Nebrija -muy cercano a los argumentos filológicos de Lorenzo Valla a la hora de acercarse a las Escrituras-, Miguel Servet -descubridor de la circulación sanguínea, con su obra condenada Sobre los errores de la Trinidad y quien, en su huida de la península, será finalmente quemado en Ginebra a manos del reformista francés Juan Calvino-. Pero también contra las lecturas humanistas de la Biblia efectuadas por Erasmo de Rotterdam -éste, protegido del círculo erudito de Carlos V, pero citado y elogiado por Lutero, rechazará prudentemente una cátedra en Alcalá ofrecida por Cisneros con un “Non placet Hispania”- y sus seguidores hispanos: los hermanos Alfonso -secretario de cartas latinas de Carlos V y defensor del saco imperial de Roma- y Juan de Valdés -protegido del marqués de Villena y autor de un Diálogo de doctrina cristiana condenado por la Inquisición, tendrá que huir a Italia-, los hermanos Juan y Francisco de Vergara, -ambos de ascendencia judeo-conversa, Francisco, acusado de “alumbrado”, esquivará la ejecución previo pago de 1500 ducados de oro y de su exhibición pública en auto de fe (21 de diciembre de 1535), amén de 4 años de cárcel- y Juan Luis Vives -de familia conversa, estudia en París y, ante la quema pública judaizante de su padre y de los huesos de su madre, preferirá vivir a distancia a caballo entre Londres y Brujas-.
Los humanistas Miguel Servet  y Luis Vives escultura sita en la fachada de la BNE, obra de Pere Carbonell Huguet










La mecha de la polémica religiosa se iba extendiendo también por las universidades europeas: En la década de los 40 se suceden los índices de libros prohibidos de las universidades de Venecia (1543), la Sorbona (1544), Lovaina (1546 y 1550), Lucca (1545), Siena (1548) y Salamanca (1583). Pero será el citado Índice de la Universidad de Lovainaen el que se apoye el nuevo Inquisidor General, Fernando de Valdés, quien habrá de reeditarlo en 1551 con un apéndice dedicado a libros españoles: En el mismo la obra de 16 autores fue condenada en su totalidad, prohibiéndose 61 obras concretas, y decretando regulaciones sobre Biblias, libros hebreos y árabes, así como obras impresas sin autorización.
Paralelamente, libros luteranos y calvinistas traducidos al castellano estaban penetrando de contrabando por la ruta marítima comercial de Flandes. Desde 1553 comisarios inquisitoriales acuden a puertos y fronteras para visitar los navíos antes de desembarcar mercancías y pasajeros: Se interroga a las tripulaciones, se inspeccionan los libros transportados y se arresta en su caso a los sospechosos. La Inquisición exigía ser la 1ª en revisar los barcos, lo que a menudo provocará roces con los funcionarios de aduanas, pero lo cierto es que apenas se encontrarán libros heréticos.

domingo, 8 de junio de 2014

"Los historioescépticos" de Juan Bonilla



Ilustración: Ulises


Ambrose Bierce definió bien la Historia en su diccionario del diablo: "Relato casi siempre falso de hechos casi siempre banales protagonizados por curas casi siempre miserables y militares casi siempre idiotas". Podía haber añadido: y redactado por escritores casi siempre ingenuos o demasiado bien pagados. A menudo he citado esta frase brillante y malvada, pero creo que a partir de ya voy a cambiarla por esta otra que he encontrado en La invención del pasado (Editorial Debate) de Miguel-Anxo Murado: "¿Para qué sirve la historia? La respuesta puede parecer una ironía: sirve para cambiar el pasado". A demostrar qué poco de ironía hay en su definición de la utilidad de la historia dedica el narrador gallego las deslumbrantes 200 páginas de un libro que, si yo tuviera la mala costumbre de subrayar libros, hubiera martirizado con subrayados y signos de admiración en los márgenes.
El pasado no es la explicación del presente, sino su justificación, de ahí que sea tan fácil -tirios y troyanos lo hacen a menudo- acusar a los otros  de "tergiversar la historia" o de "falsificar el pasado". Porque se parte de la no sé si muy plausible convicción de que la historia puede ser algo objetivo, de donde hayan tenido éxitos frases como la de Santayana -quien ignora su historia está condenado a repetirla- o aquella que se lee en El Quijote y que tanto gustaba al Pierre Menard de Borges: "La verdad, cuya madre es la historia...".
Sin embargo, con prosa cristalina y argumentación irrebatible, instruyendo y deleitando, Murado viene a demostrar cómo se ha utilizado la historia para, en efecto, inventar -más que inventariar- el pasado y producir en nosotros una conciencia histórica inevitablemente deformada con respecto a aquello que podríamos llamar "la verdad de los hechos". Va el autor ofreciendo radiantes apuntes de cómo se forma el conocimiento histórico, de dónde surge, cómo se desarrolla, y mediante esos apuntes se revisan de manera radical hechos históricos populares cuyas versiones oficiales -repetidas por tierra, mar y aire, por escrito y por pintado y por filmado- no pueden resultar más distorsionadas e imaginarias. Es interesante señalar que para Murado -para los propósitos del libro de Murado- la diferencia entre historia popular (es decir la que cree saber la mayor parte de la gente) y la historia académica (es decir, la escrita por especialistas para especialistas) es irrelevante, precisamente porque lo que hoy es historia popular nació en su día como historia académica: lo que en su libro interesa es desvelar el proceso mediante el cual se opera el milagro de que una acabe convirtiéndose en la otra. Muy gráficamente lo dice así el autor al comienzo de su libro: "Nos interesa describir el fenómeno, no juzgarlo. Lo que haremos será abrir la historia como si fuese la tapa de un motor para ver cómo funciona." Y ese funcionamiento está tan lleno de falsificaciones -a veces firmadas por prestigiosos santones de la historia-, reliquias inventadas y necesarias para apoderarse del pasado, errores que a base de repetirse alegremente quedaron como cromos camuflados de documentos, imágenes -realizadas por hábiles pintores que muchos historiadores tomaron por reporteros- que acabaron grabándose a fuego en la conciencia colectiva a la que no le iba a importar demasiado que estuvieran llenas de inverosimilitud.
Los ejemplos con los que carga el libro de Murado son muchos y la mayoría de ellos capitales de nuestra historia: desde Numancia a la camisa de Isabel la Católica (personaje tan poco relevante, por cierto, que hasta el siglo XVIII no mereció su primera biografía), desde la rendición de Breda a los jueces de Castilla, desde el imperio de Carlos V al Barrio Gótico, desde la Tizona del Cid, en fin, a los fusilamientos de mayo que pintó -aunque nunca presenció- Goya. "Ningún informe histórico puede recuperar la totalidad de ningún acontecimiento pasado, porque su contenido es prácticamente infinito. Ningún informe puede recuperar el pasado tal como fue, porque el pasado no era un informe", escribió Lowenthal, y Butterfield decía que "la memoria del mundo no es un cristal luminoso que brilla, sino un montón de fragmentos rotos, unos pocos destellos de luz que se abren paso a través de la oscuridad".
¿Por qué le damos tanta importancia a la historia?, se pregunta Murado. Y se contesta que seguramente porque nadie se la piensa demasiado, es decir, nos convencemos de que es importante porque es importante y la manera en la que se nos presenta tiende a reforzar ese valor inexplicado: como una verdad revelada, puesto que, de hecho, no puede basarse en una experiencia personal ni es comprobable en la práctica. Así pues, la historia es literatura y ya dijo Aristóteles que "el historiador y el poeta no difieren entre sí".
Miguel-Anxo Murado, escritor capaz de escribir un magnífico libro sobre su experiencia en Palestina -Fin de siglo en Palestina o un conjunto de narraciones tan magistrales como las de su libro Fiebre (los dos en Lengua de Trapo)-  ha escrito un espléndido libro para ayudarnos a descreer en la Historia. Uno de sus principales daminificados -uno de los inventores de la idea de una vieja España- es Menéndez Pidal, que no tuvo empacho alguno en envejecer señalar (en la edición crítica que realizó) el Poema del Mío Cid, que él consideraba un documento histórico -ni siquiera apreciaba mucho su potencia poética- que venía a dotar a Castilla de una épica. No le importaba mucho que el propio Poema dijese quién y cuándo lo escribió: necesitaba adelantar su fecha de composición y agarrarse al cuentito de la tradición oral. Luego se sacó de la manga el Romancero para poner orden en nuestra lírica. Dedicó dos tomos a La España del Cid en el año 27, y más tarde inventó también que Carlos V tuvo alguna vez idea de imperio. Murado va poniendo en evidencia al gran sabio, con mucha ternura, eso sí, pero sin dejar de recordar a lo que tendría que enfrentarse todo aquel que osara poner en entredicho "las verdades" de Pidal  (el británico Colin Smith desveló que Pidal "corrigió" el castellano del manuscrito del Poema para que pareciese más antiguo, y desde que lo hizo -con demostración de rayos X- la universidad española lo arrojó al vacío por la osadía).
La invención del pasado es un radiante elogio del escepticismo, esa auténtica conquista social. Tucídides, el primer historiador que se tomó en serio el pasado, fue también el primero en darse cuenta que su reconstrucción era imposible. Y como dice Murado "el escepticismo es también un conocimiento, y puesto que la historia es algo natural e instintivo, una carga que estamos obligados a llevar, queramos o no, es importante saber quitarle importancia para que no nos aplaste."

sábado, 31 de mayo de 2014

Quiero entrar sin pantalones


Los futuristas acusaron a Dios de crímenes de lesa majestad en juicio sumarísimo y fusilaron los cielos a primera hora de la mañana para que no escapara el autor de tanta muerte y vulgaridad. De la lectura del libro de Juan Bonilla "Prohibido entrar sin pantalones" he sacado más que unas horas de entretenimiento y de solución del ocio. La manera de trasladar al lector la biografía extravagante de Maiakovski provoca una verdadera convulsión intelectual. No se puede pedir más a un libro.
¿Se ha perdido en la actualidad la esencia del verdadero artista?, ¿ha sido estrangulado el entusiasmo del creador por la sociedad del futuro que ansiaba precisamente el fundador del vanguardismo ruso? En la vida de Maiakovski y en la de los escritores que lo rodean se abraza un fervor por el descubrimiento, por la ruptura, por la creación verdadera, por la revolución que convierte a los artistas actuales en taquilleras de espectáculos de variedades. Al margen de extravagancias, de ideas absurdas o de conexiones políticas extremas, el artista es dibujado por Bonilla como un ser vitalista, que intenta desgarrar la realidad con su bisturí de palabras, que se presta al público como el flautista que puede salvar al mundo de la mediocridad. La incesante actividad de Maiakovski, la prosa deslumbrante de Bonilla y el candor de los que aún intentaban cambiar el mundo a través del acto poético impulsan al lector a revolverse contra sí mismo, a desobedecerse, a cocear su vientre para vomitar los restos de autenticidad que aún le queden después de haber sido fagocitado por los convencionalismos. "Solo es poesía aquello que transforma al lector en poeta", así define la voz de Maiakovski confundida con la del narrador y como buen vanguardista se lanza a la proclama de consignas: "Planta un árbol, déjalo crecer; ten un hijo, déjalo crecer. Corta el árbol y construye una cruz, crucifica en ella a tu hijo y, con la experiencia, escribe un libro".  Desmesura, anticonvencionalismo, ruptura salvaje, pasión sin freno, hombre fuera del tiempo, hombre que busca la eternidad en el futuro, el hombre en carne viva. Tenían por héroe moderno a ese condenado a muerte que se prestó a pronunciar como últimas palabras el nombre de una marca de cacao antes de ser electrocutado en la silla eléctrica. Hoy seríamos capaces de creerlos.

viernes, 30 de mayo de 2014

Desnudos


Desnudos,
sobre el alma del piso,
sobre las baldosas del cuerpo,
fuera de las alcobas, 
en las plazas públicas,
en los territorios de la vigilia,
en las fondas,
en los escenarios,
en las iglesias,
en las escuelas.
Desnudos,
sin una brizna de hipocresía,
sin una tela de más sobre la piel,
sin cremalleras que cerrar,
sin sepulturas que profanar,
sin hombros,
sin ojos,
sin manos,
solo los labios 
y el sexo 
para penetrar la falsa
pericia de los sociólogos,
para hurtar de la vista
los tejidos bastos que 
solo ofrecen mentiras
de lana.
Desnudos,
con el cuerpo en exhibición,
con los dientes preparados
para morder lenguas 
sin patios,
para acariciar los pezones
de la pereza 
sin hacer caso de los despertadores.
Desnudos,
para que el abrazo 
provoque el escalofrío
del tacto de la piel,
del vello,
de los huesos,
de la luna
del sexo.
Desnudos,
como campos soleados.  

domingo, 25 de mayo de 2014

Instrucciones para el manejo de perversiones cibernéticas de "Los placeres y otros fluidos"


Emplazad el acto carnal,
dejadlo reposar una hora, unos días,
esperad a encontraros  
con el cilindro verde de la batería 
colmado,
que suene la alarma 
que anuncia su cénit.
Retrasad el sexo
una hora, unos días,
hasta que el cargador eche humo,
hasta que arda en el enchufe.
Dejad que el fluido eléctrico
provoque clamores de besos,
resistid hasta que suenen todas las alarmas
y entonces aprovechad 
para derramaros en lluvia de panteras.

Descargad la aplicación
que ansiabais,
acariciando los iconos
con tanta habilidad como desesperación,
dejad que se descarguen los archivos
hasta el fin de la barra verde,
hasta que se desboquen los tantos por cien,
hasta que el placer deje sin habla a los informáticos,
hasta que se huela la piel de la pantalla,
hasta que la médula se resuelva en llama líquida.
Notaréis cómo se consume
en gemidos la energía,
arriesgad y dejad que culmine la descarga
hasta que suene el pitido y se informe
que debéis conectarla a la red.
Si el 100 % de la barra llega 
en el momento del aviso,
una lluvia de galaxias os cegará la vista,
enmudecerán los timbres del watshap,
se abrirán las humedades de las sábanas 
y perderéis la conciencia en polvo de megabites,
alcanzaréis la gloria de la comunicación,
el éxtasis de la electrónica,
la maravilla de ser archivos descomprimidos
que han surcado los átomos del aire.

Acariciaos la espalda,
despojada de la funda protectora,
comprobad la suavidad metálica de la piel,
tan distinta al áspero cuero que la cubre,
dejad que las yemas de los dedos
surquen las ondulaciones
y se duerman en el sosiego dulce
de los benditos diseñadores
de la telefonía.

domingo, 18 de mayo de 2014

Farsa y salvas del Rey Campechano: Segundo cuadro ("Un obispo, negros y elefantes")



CUADRO SEGUNDO
“UN OBISPO, NEGROS Y ELEFANTES”
A lo lejos barritan los prelados

(Con aires de Valle)

(Bajan la escalera metálica del avión el Rey Campechano y su corte de mascotas y duendes. Estira la pierna con gañidos de rodamientos poco engrasados. Un golpe de cálido viento le seca la gota que dejara la eslava en el pantalón de bonito. En el suelo del aeropuerto unos niños negros con chaqueta de marinero y taparrabos bailan una danza mandinga; las niñas muestran sus senos florecientes y cubren sus bajos con moaré pomposo de blanco impoluto hasta los tobillos. El rey sonríe con diente de plástico y caen tres fundas a los pies del secretario, quien las recoge con asco. A los negritos los acompañan negros granados y encorbatados, también un obispo que se ha recogido el bonete con un barbuquejo en sobrasada de carrillos).

EL REY MANDINGA: (Besa la mano del monarca hispano) Bienhallado sea su señoría.
EL REY CAMPECHANO: Que el dios oscuro os guarde muchos años.
EL OBISPO: (Al oído del monarca) Por suerte al dios negro le dimos baños,
                                                           levantamos iglesias con lejía.
 EL REY CAMPECHANO: ¿Y estas negritas bailongas y sueltas?
                                               ¿Y estos negritos de badajo tierno?
EL OBISPO: Toman la comunión en pleno invierno
                       y lo agasajan con bailes y vueltas.
                       No están aún domados estos muchachos.
                       Les aprieta el traje en los genitales,
                       se lo quitan, son pecados veniales.
                       Es difícil sujetarles los machos.
                       Las hembras están vivas y trotonas,
                       ellos siempre empalmados, bien enhiestos.
(Observa el Rey el bamboleo de los senos, con la baba en el vértice del labio. Se sofoca y sonroja con el dolor del sol en lo alto de la gorra de plato. Su Secretario y la eslava ven volar el bonete del obispo al estallarle el barbuquejo. Se suelta la sobrasada de los mofletes y corre con los muslos pegados dos o tres metros. Una negrita le acerca el bonete a Su Eminencia).
TODOS LOS PRESENTES: (Fuerzan su castellano) ¡Viva el Rey Mandinga y el Campechano!
(Dos negritos y dos negritas le ofrecen una pamela, bizcocho merengue y leche de búfala para que moje sopas. Así la amistad de los dos pueblos quedará sellada. Traga el Rey el mejunje y escupe con toses la argamasa. El obispo se limpia los calostros de la cara con la manga de la casulla).
EL OBISPO: (Con el bofe aún de resoplo) ¿No gusta a Su Majestad este yeso?
EL REY CAMPECHANO: (Gime con lágrimas de vomitera) ¿De cuándo los reyes beben papillas?
                                               ¿Dónde, de este infierno, está la salida?
EL OBISPO: (Nervioso) La pamela, nos jugamos la vida.
EL REY CAMPECHANO: Me la pongo, pero tráeme una silla.
(Se sienta el Rey, se quita la gorra de plato y se calza la pamela sobre las guedejas resudadas).
LA ESLAVA: ¡Qué herrmoso mi Juancarr! ¡Qué rrubicundo!
(Los negritos abanican con palmas la cara abotagada del monarca y bufa este con soplos de buey labrador. La ninfa le pellizca un moflete y deja una marca de leche en el cárdeno de la piel).
EL OBISPO: ¡Alegre esa cara! Mañana una misa,
                       elefantes y niñas en camisa.
                       Lo pasamos bien en el Tercer Mundo,
                       cristianar negros lo nuestro nos cuesta,
                       vestir salvajes es muy oneroso,
                        levar iglesias, trabajo costoso.
                       Son, a menudo, cargas indigestas,
                       si no se endulzan con algún pecado.
EL REY CAMPECHANO: ¿Podré llevar la escopeta más larga?
EL OBISPO: Y hasta vuestro revólver de doble carga.
EL REY CAMPECHANO: ¡A la selva!, ¡levántame, prelado!
(Se yergue la pamela, con el Rey debajo. En su cabeza bailan los trofeos de búfalos, rinocerontes y elefantes derrengados, también las negras zumbonas bailando en cueros alrededor de una mesa llena de faisanes y besugos dormidos. Los negritos sacan del taparrabos sus teléfonos portátiles y enseñan su risa de leche al enmarcar en la pantalla al Rey Campechano con la leche de búfala todavía en la barbilla, al obispo con el barbuquejo de nuevo enmarcando la sobrasada de su cara y a la ninfa de piernas interminables riendo satisfecha detrás del Rey Mandinga mientras le palpa la entrepierna). 
                     
                     

sábado, 17 de mayo de 2014

"La cuarta contrarreforma" de Rafael Argullol


En medio de una notable ignorancia social y de una absoluta indiferencia política España está arruinando, de nuevo, las posibilidades de construir una comunidad moderna y culta. Cada vez es más evidente que el desastre puede comprometer el futuro a lo largo de décadas, sino de todo el siglo XXI. Me refiero al progresivo deterioro de la cultura y al drástico abandono de programas de investigación científica que tienen su encarnación más evidente en el éxodo de decenas de miles de graduados universitarios. Lo que está en marcha es una auténtica contrarreforma, la última de las que han impedido el acceso a una sociedad con arraigo ilustrado.
Sin embargo, esta nueva contrarreforma, quizá por ingenuos, nos ha sorprendido a muchos de los que pensábamos, hace unos lustros, que, por fin, España avanzaba por la senda de una mentalidad moderna. Aunque aparenten ser muy lejanos no lo son tanto los años en que parecían encauzarse poderosas energías en esta dirección. Pese a las servidumbres políticas de la Transición, no hay duda de que la primera etapa democrática se vio impulsada por las tendencias hegemónicas en la cultura antifranquista, de manera que el modelo que se dibujaba para la nueva España se sustentaba en criterios modernos, laicos, ilustrados, federales y, pese a la aceptación obligada —o casi— de la Monarquía, republicanos. Durante una veintena de años, hasta mediados de los noventa, aquel modelo implicó las complicidades suficientemente fuertes y eficaces como para que, si gustan estas denominaciones, se pueda hablar de una Generación de la Democracia, con una acentuada excelencia en el terreno de la creación y el pensamiento —homologable a lo que en aquellos momentos se realizaba en Europa— y un reforzamiento sin precedentes de la investigación científica.
Muchos de los científicos que ahora dejan las universidades españolas emprendieron entonces el camino opuesto para fomentar aquí centros prometedores, que dieron frutos notables en los años inmediatos. Con el cambio de siglo y las nuevas condiciones políticas aquel juego de complicidades intelectuales, procedente de la cultura antifranquista, fue debilitándose progresivamente, hasta el punto de que el ideal ilustrado dejó de estar en el centro del tablero. Los años de la opulencia especulativa no llevaron, para nada, aparejados, años de opulencia cultural. Finalizados aquéllos, e instalados en la hipócritamente llamada austeridad, se pusieron en marcha los mecanismos del desmantelamiento científico y del desprecio por la cultura. Aquella nueva España democrática —laica, moderna, ilustrada— era arrojada al desván de las ilusiones perdidas mientras ocupaban el escenario una debilitada dignidad escéptica y un cada vez más vociferante coro contrarreformista. Es, y ojalá me equivoque, una contrarreforma en toda regla, sucesora y consecuencia, al menos en parte, de otras contrarreformas que jalonan la historia de España, y con las que somos poco dados a confrontarnos críticamente.
Un ejemplo que, en su momento, me llamó mucho la atención fue la pérdida de una oportunidad de oro en 1992. Era una época todavía muy vigorosa en el desarrollo cultural de la joven democracia y, además, marcada por grandes acontecimientos colectivos, como las Olimpíadas de Barcelona o la Exposición Universal de Sevilla. Se conmemoraba el 500º aniversario del descubrimiento de América. Se hicieron muchos discursos apologéticos pero —¡500 años después!— no hubo una autocrítica profunda de la Conquista y la Colonización americanas y, por tanto, no se dio una enseñanza más compleja de aquellos hechos decisivos. Pero hubo un caso peor. En 1992 hubiese debido conmemorarse también el quinto centenario de la expulsión de los judíos. Hubo pocas, muy pocas, palabras alrededor de este tema. Se pasó de puntillas sobre una circunstancia capital, demostrándose, con creces, la incapacidad para observarse en el espejo del pasado como aprendizaje y no como venganza. ¿Podía la sociedad española mirar cara a cara lo sucedido en la relativamente reciente Guerra Civil si era incapaz de hacerlo con respecto a sucesos acaecidos cinco centurias antes?
Y, no obstante, la expulsión de los judíos, una monstruosidad en sí misma, ha marcado el devenir de la cultura y la mentalidad españolas a lo largo de los siglos. Con esa expulsión se eliminó a una minoría —muy amplia, por cierto, en relación al conjunto de la población— que reunía unas condiciones singulares: sabía, por lo general, leer y escribir. Se cortaba de cuajo uno de los caudales por el que podía circular la cultura más avanzada de la época. De hecho pienso que España, con universidades como las de Salamanca y Alcalá de Henares, estaba en condiciones privilegiadas para recibir el enorme impacto que la cultura del Quattrocento italiano iba a causar en Europa durante el siglo XVI. El Humanismo se expandió, es cierto, pero la fecundidad del Renacimiento pronto se vio debilitada por la Contrarreforma que, si bien tuvo en la Inquisición su referente más vistoso y lúgubre, afectó todos los planos de la vida social, mutilando en buena medida el futuro de la cultura hispana.
El menosprecio de la libertad y de la cultura crítica fue el argumento que articuló la primera gran contrarreforma. Y algo similar ocurrió con la segunda, la que cerró la puerta al movimiento ilustrado. Hoy día deberían ser materia de lectura obligatoria los escritos de Jovellanos. El lector encontraría suficientes paralelismos entre aquellos anhelos frustrados y los actuales, no, claro está, en lo que los economistas llaman “signos exteriores de riqueza”, mucho más evidentes ahora, sino en la pobreza mental, donde la similitud es mucho mayor. Y, tras Jovellanos, también Goya debería habitar entre nosotros para que, como entonces, su ojo captara, aunque fuese a través de las pantallas, la miseria espiritual de nuestro tiempo, y su pincel pudiese reflejar, en colores nuestros, hasta qué punto la algarabía mental y el populismo demagógico se imponen grotescamente. Si la primera contrarreforma cercenó el humanismo renacentista, la segunda contrarreforma cerró las puertas a la Ilustración que vertebraba la civilización europea.
La Guerra Civil fue el inicio brutal de la tercera contrarreforma. Conocemos las consecuencias pero, como siempre que se trata de mirar autocríticamente el pasado, tenemos notables dosis de confusión respecto a las causas. También antes de que estallara esta tercera contrarreforma hubo grandes esperanzas e ilusiones perdidas. El enorme mérito de los que intentaron en el primer tercio del siglo XX —y desde finales del anterior— la modernización mental de España reside en la orfandad de la que procedían. A diferencia de la mayoría de los europeos, los escritores, artistas y pensadores que se lanzaron en aquella dirección carecían del respaldo histórico del Renacimiento y de la Ilustración. No es el caso de España. Pero esto ofrece aún más valor al movimiento intelectual que, con todas sus contradicciones, se presentó como garantía de un futuro libre. Se ha dicho que, sin la Guerra Civil, y pese a su inclinación por la violencia política, España habría culminado su proceso, como lo demostraría el enorme bagaje diseminado, tras la contienda, en los exilios exterior e interior. No lo sabemos. Únicamente sabemos que la dictadura edificó sólidamente su propia contrarreforma.
La cultura que emergió en 1975 también es huérfana. No solo de Renacimiento y de Ilustración sino, en buena medida, de lo que en general puede calificarse de Modernidad. Pero, como contrapartida, el empuje pareció arrollador, como si una entera sociedad quisiese, en pocos años, recuperar las décadas, y tal vez las centurias, perdidas. El proceso tuvo sus efectos, en especial después de la integración en la Europa política. Ahora percibimos, sin embargo, que bajo la apariencia más o menos brillante, quedaban, como pesados anclajes, demasiadas cuentas pendientes. Y cuando el suelo se quebró —por fragilidad o por agotamiento o por corrupción— reemergieron, con máscaras nuevas, las criaturas del subsuelo: el desprecio por la libertad y la crítica, el fanatismo, los populismos de todo tipo. Y la más dañina: la ignorancia autosatisfecha que contempla apáticamente la destrucción de la cultura y la dispersión del talento.
Ésta es la cuarta contrarreforma. Si hemos aprendido algo de las anteriores deberíamos detenerla a tiempo.

martes, 13 de mayo de 2014

"Todos con la Roja" de Rafael Reig

No puedo estar más de acuerdo con usted. Los gemelos separados al nacer por fin se reúnen y, como de costumbre, comprobaremos que llevaban vidas paralelas sin saberlo: cuando uno se rompía una pierna, el otro también sentía dolor; ocuparon al mismo tiempo consejos de administración en empresas y bancos semejantes; adquirieron mansiones del mismo tamaño y con idéntico número de cuartos de baño; y hasta contrajeron parecidas nupcias y créditos al mismo interés gracias a los mismos facilitadores de contactos.
La idea es resplandeciente, desde luego. De Manuel Fraga se solía decir que le cabía el Estado en la cabeza. Ja, eso no es nada. A Felipe González le cabe, no ya el Estado, sino todo un imperio en la cabeza: la Gran Coalición, “ si España lo necesita”, claro está, porque el PSOE, ante todo, es patriota. El Number One y protomártir redentor (el que perdió su libertad para que la tuvieran los demás, como dijo una vez y lo repitió en una súper-chistosa entrevista en El País) tomará el pulso a la patria y él decidirá si España lo necesita o no.
Veo un nuevo renacer de España. Basta con modificar el escudo un poco para que tengamos el águila bicéfala del imperio. En una de las cabezas de águila habrá una rosa; en la otra, una gaviota. Qué maravilla. Y la corona imperial se repartirá entre dos, como en la antigua Roma: alguien del PP y alguien del PSOE. ¿Y el rey? Bueno, el rey se tendrá que sacrificar. Al fin y al cabo, como dicen los paletos con MBA, ya está amortizado.
¿No es la mejor solución? Pero a alguien se le tenía que ocurrir, ¿verdad? Y han sido esos dos cráneos privilegiados, Arias Cañete y González, los padres del invento. O quizá alguien tenía que tener la suficiente desvergüenza para decir la verdad.
El viejo emperador Bush solía afirmar que ningún americano decente necesita nada que no pueda comprar en un Seven Eleven. Pues igual, ningún español de bien (como diría Rajoy) necesitará a partir de ahora votar a ningún partido político que no forme parte de la Gran Coalición. Si quieres votar, pongamos, al PCE, vete al extranjero, que tú eres de la cáscara amarga y la anti-España.
¿No es sencillamente genial?
Antonio Orejudo afirmaba que las elecciones son como la Liga de fútbol. En ese caso, ¿quién en sano juicio no votaría por la selección española?  Alineará a lo mejor (o menos putrefacto) del PP y del PSOE. Zaplana y Leire Pajín cogidos de la mano; Wert y Elena Valenciano, del bracete; Zapatero y Esperanza Aguirre, amarraditos los dos; María Dolores de Cospedal y Eduardo Madina, amartelados…  ¿Qué más se puede pedir? ¡Todos con La Roja! ¡Oé, oé, oé! Todos bajo la bandera del águila bicéfala.
Se acabaron también las “listas cremallera”, ahora tendremos listas de doble botonadura, dos candidatos (chica y chico) cada uno de un partido.
Qué visión la de González. Si al fin y al cabo, sirven a los mismos amos, ¿por qué no unirse y resucitar el imperio español?
Tiembla, Europa, ¡que en España empieza a amanecer!
Por supuesto, habrá que hacer algunos ajustes. Las elecciones europeas ya no tienen sentido tal y como las conocemos. Habría que convertirlas en una Eurocopa o, mejor todavía, en otro festival de Eurovisión.
Tiembla, Conchita Wurst, muérete de envidia. Como presentemos en Eurovisión a Rita Barberá con barba postiza y a Rajoy vestido de Madonna (o quizá desvestido de Miley Cyrus)… ¡arrasamos!
¡Otro gran triunfo de la selección, La Roja, el PP-PSOE! Español... ¡casi ná!

lunes, 12 de mayo de 2014

"Poema con música italiana" de Los placeres y otros fluidos


Unas lágrimas de melancolía
se derraman
bajo los auriculares.
Música italiana
que me aturde los oídos
con el sabor de un mundo perdido,
de una Roma que suena
a través de la piedra.
La morbidez de Ornella,
el misterio del acento,
el ritmo antiguo de los 70,
pelucas, corbatas de fantasía
y un aroma a amor desatinado
se filtra por las membranas y llega 
a la superficie de la piel,
para atravesarla y herir las fibras
más hondas de una añoranza
difusa,
suave,
de ave,
aérea,
adictiva,
salobre,
redonda,
como los aromas de un verano 
perdido en mitad de la adolescencia.

viernes, 9 de mayo de 2014

Farsa y salvas del Rey Campechano (Primer cuadro, "El monarca y la eslava")



CUADRO PRIMERO
“EL MONARCA Y LA ESLAVA”
Ecos de erotismo aéreo
(A la manera de Valle)

(En el jet privado de Iberia, una noruega de escarnio [bíceps de mancuerna, blonda y resuelta] se calza los zapatos de tacón junto al soberano de las Españas. Mete la mano el monarca en la trasera del pantalón crujiente de la ninfa eslava).
El monarca hurga y husmea,
con trompa de oso hormiguero
baja  su hocico y babea,
el dedo enreda en el cuero,
sube el canal de la nalga
arrastra torpe la uña,
se finge ofendido y habla,
gangoso, mete la cuña:
-MONARCA: Niña, ¿no llevas el tanga?
-LA ESLAVA: Se perrdió en la rrefrriega.
-MONARCA: ¡Quiá!, lo llevo en la manga.
(El soberano se estrangula a sí mismo en el intento de sacarse la guerrera, suenan los medallones chocando contra el cristal de la ventana. Enseña por fin la braga y la entrega a la ninfa con mano sudada y cara de escualo).
LA ESLAVA: ¿Sabéis que casi me llega?
MONARCA: Debe de ser la cadera,
                     es de platino del bueno,
         eso dijo la enfermera.
LA ESLAVA: Si es de orro me entrra de lleno,
                      solo le falta el metal
                      en lo blando de su verrga
                      y medio kilo de zotal,
                     parra rrociarr el esperrma
                     de Su Excelencia…
MONARCA: ¿Y para qué tanta purga?
LA ESLAVA: Ya sabe su señoría,
                      cuando está hurrga que te hurrga
                      su bicho en la porfía…
MONARCA: No te entiendo, rica mía.
LA ESLAVA: ¡Que salen los hijos lelos!
MONARCA: No lo dirás por mi tía,
                    ni tampoco por mi abuelo.
(Llegan las azafatas, bandeja de plata con riego de güisqui escocés y pipermint de garrafa).
MONARCA: Deja que me beba esto
                     y verás que no hacen falta
                     metales “pa” echar el resto
                     y aunque me vengas muy alta
                     te espoleo…
(Tintinea el hielo en la copa real de pipermín de garrafa y tiñe de tabaco el vaso el escocés de la ninfa). 
LA ESLAVA: Brravo es mi rrey de palabrra.
(Le palpa el buche con el pipermín en bochinche y una lágrima verde le recorre la barbilla).
MONARCA: De palabra y de cintura.
(Se levanta el soberano con chirrido de metales y bamboleo de tronco).
MONARCA: Echa a estos que te abra.
(Se corre un telón en mitad del avión y se esconden tras él las dos azafatas y el secretario).
ESLAVA: No sé yo si a esta altura
                 su excelencia tendrá empuje.
                 La presión es enemiga
                 de todo lo que os cruje
                 como el viento de la espiga.
(El soberano piruetea en el pasillo con los pantalones por las corvas y los calzoncillos lacios. Cae de bruces sobre el suelo y gime como un infante. La ninfa lo recoge y le besa la nariz de berenjena, que le sangra y le tiñe de azul los labios de mentecato).
LA ESLAVA: No llorre mi buen monarrca,
                      la niña de las Norruegas
                      le darrá frriegas de marrca
                      y un besito en las talegas.

(La ninfa cura su herida y besa el calzoncillo blanco del monarca que trina metálico como una maraca de acero. El telón se abre y las azafatas y el secretario asisten conmovidos a la escena de un rey en pañales que gime desnarigado con labios en sus genitales).

jueves, 8 de mayo de 2014

Me enamoré de un banco de Los placeres y otros fluidos


Me enamoré de un banco,
me entregué a él
sin condiciones,
encantado por la pantalla plana
de sus televisores.
Nunca me sentí atraído
por la voz del dinero,
sin embargo,
caí rendido ante el inglés
campechano
de su director,
ante su aire de conductor
de autobús de línea.
Me enamoré de un banco,
desfloró mi inocencia
como un amante bárbaro
que atropella a una novicia.
Me deslumbraron sus créditos,
me perdieron sus intereses
y cuando le entregué
mi flor,
él se hastió de mí.
Me sodomizó con violencia,
me golpeó con comisiones,
me flageló con su soberbia,
me insultó en sus cartas
(que ya no eran personales,
sino del consejo de accionistas).
Me redujo a la agonía
de necesitar sus golpes.
Solo alguien más sádico
podía sustituirlo.
Por eso, me enamoré 
de una compañía telefónica
y gocé con la perversión
morbosa de las penalizaciones,
de las mordidas mafiosas,
de las telefonistas de cine negro,
de las facturas hinchadas,
del gansterismo sin escrúpulos.
Me derramo en el placer
de los sumisos,
de los que gustan de los tacones
clavados en la espalda,
de los que aman los latigazos
secos de las llamadas
escalofriantes,
de los que se complacen
con la bofetada limpia
del móvil en la mejilla,
de los que no renuncian 
al supremo orgasmo
de conocer, algún día,
a un accionista de una gran compañía
para solicitarle que
me arranque el hígado
de un empellón de amor
a través de mi recto entregado.

lunes, 5 de mayo de 2014

Londres, relatos de superficie: "Desmontando Londres"


Comenzamos nuestro cuarto día en Londres visitando el estadio de los gladiadores modernos, el circo romano de nuestros días. La verdad es que el fútbol en Inglaterra es otra cosa, hasta en los campos vacíos se respira un ambiente distinto, de juego, de espectáculo colectivo más cerca de su esencia que el de negocio fatuo y fanático. Es posible que sea la distancia la que hace más simpático a este deporte o el hecho de estar en la cuna del invento la que nos hizo disfrutar del "tour" por Stamford Bridge con mayor sosiego que si lo hubiéramos hecho en Madrid o en Barcelona. Un simpático londinense al que entendimos hasta los que solo manejamos el inglés antiguo nos condujo por las dependencias ocultas del estadio del Chelsea. Al pasar por el vestuario, los chicos repasaron las nacionalidades de todos los jugadores del equipo de Londres y para nuestra sorpresa e incluso para la del guía, fueron capaces de acertar hasta el país de origen del tercer portero del Chelsea. Igual que huyen espantados del British Museum, adoran con veneración todos los rincones del estadio. Hay aquí un curioso estudio pedagógico y antropológico.
Para emular la actividad física de los futbolistas emprendimos una carrera frenética entre el metro y la superficie para alcanzar todas las metas de nuestra planificación turística. Pasamos por la catedral de Saint Paul, por el puente del Milenio, por la Tate Modern e incluso pudimos ver de soslayo el templo de Shakespeare, el Globe Theatre. La sombra de Lear nos arroja hasta el Támesis para sosegarnos con un crucero por el río. No solo conseguimos descansar los pies sino que nuestro alumno letón nos ilustra con la historia sorprendente de sus antepasados: un abuelo enrolado en las SS que fue a parar a Siberia; el otro, la última víctima de Chernobil. Mientras abrimos los ojos para digerir el cuento, contemplamos las maravillas de Londres flotando sobre las aguas.
Completamos la panorámica con una vuelta en el London Eye, una noria gigante que nos permite tener la misma perspectiva que Valle Inclán en los esperpentos, es decir, vemos Londres como una maqueta de cartón, como un espacio de marionetas del que podemos reírnos con la soberbia del creador.
Por fin, una parada, una pinta y algo de comida en un pub cerca del Big Ben, acolchado por el cuero y la madera, amueblado con la conversación animada y adornado por la compañía de cuatro ingleses que nos muestran la divertida interculturalidad de la City: uno de origen hindú, otro, magrebí, una copia de John Turturro y un chico de color. Fiel muestra de la vitalidad de esta ciudad que sorprende y abraza.
El final de la jornada es apoteósico: sesión de jovialidad por parte de los chicos y actuación estelar en el metro, donde Noelia recoge las miradas de todos los viajeros con su voz de rock. El albergue se convierte, día a día, en una suite de cinco estrellas.    .    

viernes, 2 de mayo de 2014

Londres, relatos de superficie: "Los cuervos de Candem Town"


La mañana se presentaba dura después de haber dormido tan solo cuatro horas, por los imponderables de las visitas nocturnas al hospital. Sin embargo, las pulsiones que ofrece Londres pronto nos hicieron olvidar el picor de ojos y la rigidez de los músculos.
La Torre de Londres estaba invadida por un río de turistas que se explica por lo bien que saben manejar el márketing estos hijos de la Pérfida Albión. El que no sabe historia ha tenido la oportunidad de conocer las noticias truculentas de la casa real inglesa (incluidos Enrique VIII y la reina madre) y, si no, es posible que hayas visto alguna película o alguna serie de televisión cuyos personajes tienen que ver con lo que encierra este antiguo castillo. Las Joyas de la Corona nos ofrecen el primer manjar. Una lluvia obscena de oro que reposa en las vitrinas para invitarnos a envidiar los lujos desmesurados de la nobleza. Confundimos un recipiente para vino con una pila bautismal gigante. Sin duda, los ingleses aman más las bebidas espirituosas que los ritos religiosos, de eso dan muestra los tamaños de ambas joyas: una (la del vino) con capacidad para 40 litros, la otra (la del bautismo), solo puede contener un litro escaso. Eso sí las dos de oro insultante. No tienen ningún pudor en mostrar esta afición, en nuestro caso también sería lo mismo, pero lo traduciríamos en oro con más hipocresía. Las armaduras de los guerreros medievales nos amenazan en varias salas, dispuestos al asedio de nuestras fortalezas de móviles y cámaras fotográficas. En una vitrina, el tocón de nogal y el hacha de las ejecuciones terminan de convencernos de aquellos tiempos recios en los que se cortaban cuellos por el capricho de un nuevo cuerpo en la cama. Nuestro alumno letón está fascinado por el porte de los beefeater, así como por el lujo antiguo de sus casas de cuento. Ha tomado una determinación: quiere ser guardia inglés, el problema es que hasta los cuarenta años no puede ingresar en el castillo. Ya se le ocurrirá algo que hacer mientras tanto. Los cuervos enjaulados nos avisan de que en Inglaterra no son republicanos. Según la leyenda, el día en que desaparezcan los cuervos de la Torre de Londres, desaparecerá la monarquía inglesa. El método de conservación es elemental: se enjaula a los cuervos y se les ceba con carne de turista y la monarquía perdurará hasta el infinito y más allá. Salimos impresionados del castillo (los letones más que los españoles) y con todos nuestros miembros intactos.
El Puente de Londres surge como una postal tan conocida que apenas haríamos caso de ella si no tuviéramos que inmortalizarnos en diez poses distintas ante su magnificencia.
Nos sumergimos en el metro y por arte de magia aparecemos en otra ciudad, en un mundo distinto, alternativo, multirracial. Los países colonizados por el imperialismo británico se han vengado en el barrio de Candem Town. Han hecho de esta parte de la ciudad un mundo diferente, nuevo, donde la multiculturalidad es tan evidente que aquí sí que uno se siente parte del mundo. Es cierto que todo se reduce a puestos de mercado y de comida, pero al pasear por sus casas bajas y sentarse en las vespas que sirven de sillas de restaurante, uno respira el aire de la mezcla de razas, se siente bien en un lugar que no pertenece a ningún país, que no puedo relacionar con ninguna bandera, donde no suena otro himno que el de un viejo rockero tocando su guitarra en el escaparate de una tienda.
Día de contrastes, sin duda, de ojos rojos, cuervos negros y rockeros verdes.  

miércoles, 30 de abril de 2014

Londres, relatos de superficie: "Una noche en la ciudad"


No hay nada mejor para conocer una gran ciudad que una visita a las entrañas de sus noches. Lo hicimos, muy a nuestro pesar, vivimos la noche de Londres en la sala de espera de un hospital y lo que en principio iba a ser una larga sangría de aburrimiento y desesperación se convirtió en el mejor espejo de su entramado social. Todos las peculiaridades de la sociedad londinense, todas sus vergüenzas salieron a relucir en el corto espacio de cuatro horas y media sentados en la espera de urgencias. Llegamos con los reparos y el miedo del que se encuentra en una situación de emergencia en un país extraño, desconcertados, un tanto aturdidos. Sin embargo, el reposo en las sillas de plástico de la sala de espera nos impartió una clase de antropología más eficaz que la de cualquier cátedra especializada.
Las enfermeras de recepción eran todas de raza negra, bellas, algunas con ojos de pantera (es posible que sea un requisito en la oposición de enfermería de este país); los policías, blancos, sajones, con cuerpos de gimnasio y zoológico; los pacientes, de todo el mundo, incluida Inglaterra. Era curiosa la distribución por razas entre la fauna del hospital.
Pronto comienza la función: tres policías con los músculos al aire aparecen en recepción con un chico desorientado, aturdido, pequeño y barbudo. Al parecer no sabe quién es, dónde está ni qué hacía por la calle. Se sienta de perfil en la silla como si quisiera darle la espalda a todo el mundo, incluido él mismo. A su lado una pareja magrebí, ella con velo y chador, destapa un hematoma en su mejilla izquierda. Discuten con violencia verbal en árabe y ella parece recriminarle su herida. Salen de la consulta entre gritos, con lo que parece un parte de lesiones. Se cruzan en la puerta automática con una pareja de muchachos bien vestidos, depilados y sonrientes. Se acercan estos hasta la enfermera para soltar su lengua con la enfermera de ojos de acero. Ríen y sangran a la vez. Muestran sus heridas: una mano magullada y un brazo surcado de arañazos. Al intentar subir a un autobús, se les han cerrado las puertas y han sido arrastrados por el asfalto. El suceso no parece trágico. Entre risas y vendajes esperan la atención del médico de guardia detrás de nosotros. Uno de ellos saca dos bocadillos y los comen entre caricias y arrumacos. Mientras tanto, una señora mayor de gafas espesas se desespera porque su hija vomita y no se le atiende. Se cubre la boca con una bufanda de lana, que es posible que haya tejido ella misma, para aislarse de los virus que flotan sin duda en el ambiente y que pretenden acabar con ella y con su curiosidad. Entra una chica hindú empujando una silla de ruedas en la que muestra sus rodillas ebrias una inglesa colorada y mantecosa. Su cabeza de rubia borracha se apoya deshilachada en el respaldo de la silla. Su amiga la intenta reanimar con bofetadas de amor y una enfermera mulata le cubre las piernas con una sábana. No hay respuesta, la rubia oronda y de carnes sueltas no atiende a la realidad del hospital, sigue instalada en la fiesta para la que se ha vestido con el gusto de una muñeca pepona. Un negro alto, espigado, retiene la hemorragia de su mano con una bayeta de cocina.
Después de cuatro horas de espectáculo, la señora desesperada sigue mirando con odio a las enfermeras y aprieta con más fuerza la bufanda contra su boca, los chicos homosexuales se apoyan el uno en el otro y ríen con más cariño que descaro.
Nos llama la médica. En las historias de Kafka, Joseph K. no está más aturdido que nosotros. Son muchos los intermediarios que nos dirigen a nuestra meta e inexplicable el camino. Solo nos consuela ver a los dos chicos enamorados. Se han comido sendas hamburguesas y ahora se muerden los labios mutuamente ante los ojos espantados de la señora de los vidrios de diamante que no sabe si atender a la vomitona de su hija o el amor de los muchachos.
Ninguna aventura diurna va a ofrecernos una disección antropológica de Londres como esa noche en urgencias. Ningún espectáculo teatral, ni siquiera el mejor realismo sucio nos hubiera proporcionado una lección de viaje tan nutritiva. Desde ahora, cuando visite una ciudad desconocida, iré a sentarme a una sala de hospital.