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lunes, 5 de mayo de 2014
Londres, relatos de superficie: "Desmontando Londres"
Comenzamos nuestro cuarto día en Londres visitando el estadio de los gladiadores modernos, el circo romano de nuestros días. La verdad es que el fútbol en Inglaterra es otra cosa, hasta en los campos vacíos se respira un ambiente distinto, de juego, de espectáculo colectivo más cerca de su esencia que el de negocio fatuo y fanático. Es posible que sea la distancia la que hace más simpático a este deporte o el hecho de estar en la cuna del invento la que nos hizo disfrutar del "tour" por Stamford Bridge con mayor sosiego que si lo hubiéramos hecho en Madrid o en Barcelona. Un simpático londinense al que entendimos hasta los que solo manejamos el inglés antiguo nos condujo por las dependencias ocultas del estadio del Chelsea. Al pasar por el vestuario, los chicos repasaron las nacionalidades de todos los jugadores del equipo de Londres y para nuestra sorpresa e incluso para la del guía, fueron capaces de acertar hasta el país de origen del tercer portero del Chelsea. Igual que huyen espantados del British Museum, adoran con veneración todos los rincones del estadio. Hay aquí un curioso estudio pedagógico y antropológico.
Para emular la actividad física de los futbolistas emprendimos una carrera frenética entre el metro y la superficie para alcanzar todas las metas de nuestra planificación turística. Pasamos por la catedral de Saint Paul, por el puente del Milenio, por la Tate Modern e incluso pudimos ver de soslayo el templo de Shakespeare, el Globe Theatre. La sombra de Lear nos arroja hasta el Támesis para sosegarnos con un crucero por el río. No solo conseguimos descansar los pies sino que nuestro alumno letón nos ilustra con la historia sorprendente de sus antepasados: un abuelo enrolado en las SS que fue a parar a Siberia; el otro, la última víctima de Chernobil. Mientras abrimos los ojos para digerir el cuento, contemplamos las maravillas de Londres flotando sobre las aguas.
Completamos la panorámica con una vuelta en el London Eye, una noria gigante que nos permite tener la misma perspectiva que Valle Inclán en los esperpentos, es decir, vemos Londres como una maqueta de cartón, como un espacio de marionetas del que podemos reírnos con la soberbia del creador.
Por fin, una parada, una pinta y algo de comida en un pub cerca del Big Ben, acolchado por el cuero y la madera, amueblado con la conversación animada y adornado por la compañía de cuatro ingleses que nos muestran la divertida interculturalidad de la City: uno de origen hindú, otro, magrebí, una copia de John Turturro y un chico de color. Fiel muestra de la vitalidad de esta ciudad que sorprende y abraza.
El final de la jornada es apoteósico: sesión de jovialidad por parte de los chicos y actuación estelar en el metro, donde Noelia recoge las miradas de todos los viajeros con su voz de rock. El albergue se convierte, día a día, en una suite de cinco estrellas. .
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