viernes, 2 de mayo de 2014

Londres, relatos de superficie: "Los cuervos de Candem Town"


La mañana se presentaba dura después de haber dormido tan solo cuatro horas, por los imponderables de las visitas nocturnas al hospital. Sin embargo, las pulsiones que ofrece Londres pronto nos hicieron olvidar el picor de ojos y la rigidez de los músculos.
La Torre de Londres estaba invadida por un río de turistas que se explica por lo bien que saben manejar el márketing estos hijos de la Pérfida Albión. El que no sabe historia ha tenido la oportunidad de conocer las noticias truculentas de la casa real inglesa (incluidos Enrique VIII y la reina madre) y, si no, es posible que hayas visto alguna película o alguna serie de televisión cuyos personajes tienen que ver con lo que encierra este antiguo castillo. Las Joyas de la Corona nos ofrecen el primer manjar. Una lluvia obscena de oro que reposa en las vitrinas para invitarnos a envidiar los lujos desmesurados de la nobleza. Confundimos un recipiente para vino con una pila bautismal gigante. Sin duda, los ingleses aman más las bebidas espirituosas que los ritos religiosos, de eso dan muestra los tamaños de ambas joyas: una (la del vino) con capacidad para 40 litros, la otra (la del bautismo), solo puede contener un litro escaso. Eso sí las dos de oro insultante. No tienen ningún pudor en mostrar esta afición, en nuestro caso también sería lo mismo, pero lo traduciríamos en oro con más hipocresía. Las armaduras de los guerreros medievales nos amenazan en varias salas, dispuestos al asedio de nuestras fortalezas de móviles y cámaras fotográficas. En una vitrina, el tocón de nogal y el hacha de las ejecuciones terminan de convencernos de aquellos tiempos recios en los que se cortaban cuellos por el capricho de un nuevo cuerpo en la cama. Nuestro alumno letón está fascinado por el porte de los beefeater, así como por el lujo antiguo de sus casas de cuento. Ha tomado una determinación: quiere ser guardia inglés, el problema es que hasta los cuarenta años no puede ingresar en el castillo. Ya se le ocurrirá algo que hacer mientras tanto. Los cuervos enjaulados nos avisan de que en Inglaterra no son republicanos. Según la leyenda, el día en que desaparezcan los cuervos de la Torre de Londres, desaparecerá la monarquía inglesa. El método de conservación es elemental: se enjaula a los cuervos y se les ceba con carne de turista y la monarquía perdurará hasta el infinito y más allá. Salimos impresionados del castillo (los letones más que los españoles) y con todos nuestros miembros intactos.
El Puente de Londres surge como una postal tan conocida que apenas haríamos caso de ella si no tuviéramos que inmortalizarnos en diez poses distintas ante su magnificencia.
Nos sumergimos en el metro y por arte de magia aparecemos en otra ciudad, en un mundo distinto, alternativo, multirracial. Los países colonizados por el imperialismo británico se han vengado en el barrio de Candem Town. Han hecho de esta parte de la ciudad un mundo diferente, nuevo, donde la multiculturalidad es tan evidente que aquí sí que uno se siente parte del mundo. Es cierto que todo se reduce a puestos de mercado y de comida, pero al pasear por sus casas bajas y sentarse en las vespas que sirven de sillas de restaurante, uno respira el aire de la mezcla de razas, se siente bien en un lugar que no pertenece a ningún país, que no puedo relacionar con ninguna bandera, donde no suena otro himno que el de un viejo rockero tocando su guitarra en el escaparate de una tienda.
Día de contrastes, sin duda, de ojos rojos, cuervos negros y rockeros verdes.  

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