Una obra de teatro estrenada en 1945, el año en el que concluyó el horror nazi. Camus hace una reflexión en Calígula sobre el sentido de la existencia y el peligro de que un tirano aproveche el poder para su propio capricho. La obra va mucho más allá: llevar el absurdo hasta sus últimas consecuencias genera una tragedia sin límites; si nada tiene sentido, ¿por qué es mejor proteger la vida que la muerte?; y una vez convertidos en dioses, ¿por qué no acabar con el sufrimiento de la existencia?
Calígula quiere cambiar su mundo. Podría ser perfectamente Hitler o Stalin, pero la profundidad crítica de la obra de Camus trasciende el mero simbolismo político. Calígula se hace hombre, madura, pierde a su hermana y amante Drusila y enloquece: "Con solo mover la lengua, lo veo todo negro y la gente me da náuseas. ¡Qué duro y amargo es hacerse hombre!". Se da cuenta de que el mundo no está regido por el amor, sino por el dinero: "¡El amor, Cesonia! Me he enterado de que no es nada. La razón la tiene el otro: ¡el Tesoro Público!". Descubre la banalidad y cobardía de los cortesanos que lo adulan y lo temen (los patricios) y se queja amargamente de que es muy difícil cambiar la condición de las castas: "Mucho me temo que se necesiten veinte (personas) para convertir a un senador en un trabajador".
Camus en Calígula analiza su viejo mundo destrozado por la guerra y el nuestro desde la perspectiva de un loco que llega al poder. Pero a ese loco lo han hecho así sus propios cortesanos y la impiedad de un dios que le arrebata el amor. Calígula encarga a Helicón que le traiga la luna, que le consiga un imposible: “No soporto este mundo. No me gusta tal como es. Por lo tanto, necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad”. Sus cortesanos lo acercarán a ella.
Una obra clásica con todos sus atributos.
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