Circula por WhastsApp un vídeo con un ingenioso enigma: “Un padre y un hijo viajan en coche. Sufren un accidente. El padre muere y al hijo se lo llevan a un hospital. Necesita una compleja operación. Llaman a una eminencia médica; y cuando llega y ve al paciente, dice: ‘No puedo operarlo, es mi hijo”. ¿Qué explicación tiene eso? El vídeo, elaborado por la BBC en español, ofrece las contestaciones de distintas personas a quienes se planteó por separado el acertijo: “No puede ser”. “Caramba, ni idea”. “El padre es el médico y el padre que murió es un sacerdote”. “Es un padre el que va en el coche, pero no el de ese hijo”. “Es un padre adoptivo”. “Es imposible, porque el padre está muerto”… Hasta que un hombre responde: “El médico es la mamá del hijo”. Y una mujer coincide después: “La mamá es cirujano”.
Los siguientes planos muestran la reacción de los demás interrogados (hombres y mujeres), una vez que conocen esa respuesta, que es la adecuada: “Ah…, dijeron ‘una eminencia médica’, claro. Qué horror”. “Qué fuerte. ¿Esto le pasa a más gente?”. “Es la cultura, nos lo tienen machacado”.
La autora del reportaje, Inma Gil, explica luego: “Hasta las personas más feministas pueden dudar a la hora de resolver este acertijo. Nuestro cerebro inconsciente puede contradecir los valores en los que firmemente creemos, como la igualdad de género”. Todo se debe, añade, a la “parcialidad implícita” de las conexiones neuronales: se vincula “eminencia médica” con la figura de un hombre, porque eso supimos desde niños.
Pero en este caso ni el lenguaje ni el subconsciente han sido discriminatorios: no hay nada machista en el mensaje ni en las respuestas. Incluso la expresión crucial, “eminencia médica”, se formula en femenino. Intentaremos aportar algunas claves diferentes. Se planteó un enigma, y todos ellos se basan en vulnerar alguna de las cuatro máximas necesarias para que se produzca una conversación leal (Herbert Paul Grice, 1975): 1. Hay que dar la cantidad de información adecuada. 2. Se contarán hechos verdaderos. 3. No se debe ocultar lo relevante. 4. Hay que ser claro.
En este caso, el mensaje incumple la primera, la tercera y la cuarta: ofrece menos información de la que se tiene (al decir “una eminencia” oculta el sexo de esa persona), silencia el dato relevante de que se trata de la madre y es deliberadamente ambiguo.
Nos hallamos ante un ejemplo similar a los que exponíamos en un artículo anterior (EL PAÍS del 25 de febrero, No es sexista la lengua, sino su uso). Entonces planteábamos estos dos casos: 1. “En el concurso de belleza participaron veinte jóvenes” (y el receptor entiende “mujeres”); 2. “Entre solo tres policías detuvieron a los diez terroristas” (y se entiende dos veces “hombres” al oír “policías” y “terroristas”). Así que, como se ve, estas trampas funcionan con los dos sexos.
La explicación radica en que resolvemos las ambigüedades proyectando sobre ellas la experiencia más intensa, ya se trate de personas, animales o plantas. Si oímos la palabra “árboles”, también pensaremos en los pinos que tenemos cerca y discriminaremos a los cipreses. Y si en nuestro entorno las eminencias médicas, los policías y los terroristas son hombres, y los concursos de belleza que vemos por televisión muestran a mujeres, no se debe echar la culpa ni al hablante, ni al receptor ni a la lengua, sino a la realidad. Y por tanto es la realidad lo que debemos cambiar.
Por favor, no disparen a las palabras ni al lenguaje sin haber mirado antes a su alrededor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario