Como Aureliano frente al pelotón de fusilamiento, siempre habré de
recordar el día en que mi profesora de Lengua, una anciana de nombre
antediluviano y estricta preceptiva ortográfica, me llevó a conocer el signo de
apertura de interrogación (Teodosia, no te olvidaré). ¿Qué hemos hecho con esa
elegante manera de abrirle nuestra duda al texto? No culparé a nadie, a menudo
hay en estos soportes que ahora utilizamos ciertas restricciones que amenazan
con exterminar esta noble raza tipográfica. Ciento cuarenta caracteres por
aquí, deja espacio para un vídeo por allá. Mientras, mi querida profesora
burgalesa, que nos azotaba con historias sobre cómo el Cid había
jurado en Santa Gadea gracias al primer castellano, se revuelve allí donde esté
viendo cómo el símbolo de apertura de interrogación ya no le importa a nadie.
Probablemente algún lector esté preguntándose quién es este tipo
que cuestiona mi pulcra utilización de las comas y mi generosa conducta con los
puntos. Si pertenecéis a este grupo, el texto también va con vosotros. ¿No os
dais cuenta de que ahí afuera se está acabando, por ejemplo, con ese modo de
expresar a la vez una pregunta y una exclamación mezclando, como en esta
interminable frase, ambos signos!
Estamos exterminando los signos ortográficos. Y hay algo todavía
peor: somos reincidentes. No es la primera vez que nuestra inercia destructiva
acaba con estos tesoros. En el desierto de imagen, vídeo, GIF, streaming y
quién sabe cuántas demoníacas plataformas más, este pequeño oasis gráfico
amenaza con secarse. Pronto contaremos con un emoticono para cada emoción.
Incluso contaremos con un emoticono para bailar sobre la tumba en la que
enterramos las comillas, otro para ciscarnos en los corchetes. Nosotros, los de
entonces, no sé si seremos los mismos, pero sí sé que recordaremos a nuestras
profesoras de nombre antediluviano explicando la diferencia entre el punto
final y el punto y seguido.
Apocalíptico, dirán algunos. Líneas atrás comentaba que no es la
primera vez que ocurre. Que varios signos ortográficos cayeron para dar paso a
estos que ahora desfallecen. A continuación enumeraremos unos cuantos que
sucumbieron a la moda tipológica del momento. Como el Aureliano de principios
del texto, estamos condenados a perder todas las guerras.
Los siete puntos
La primera ortografía, allá por 1741, recoge el uso de esta
especie de puntos suspensivos con la intención de omitir una expresión o
término. Antes de la aparición de esta norma, solían utilizarse tantos puntos
como longitud se considerase que ocupaba el conjunto omitido. Finalmente, la
Academia fijó en siete el número de puntos que habrían de utilizarse para este
tipo de marcas. Varios siglos después, nuestra natural inclinación por la
pereza nos ha privado de esta maravilla ortográfica.
Ejemplo: «No me seas ……….» (cosecha propia).
Apóstrofos garcilasistas
Este signo, aunque todavía figura en la RAE, corre tanto peligro
de extinción que ni siquiera el influjo del omnipresente inglés podrá salvarlo.
En castellano fue utilizado con frecuencia en los siglos XVI y XVII. De aquella
hermosa manera de omitir apenas nos quedan algunos topónimos de lenguas
cooficiales y algún que otro valiente de cuyas licencias narrativas es mejor no
acordarse. Su uso se extendió con fuerza a través de la poesía renacentista (Garcilaso, Boscán,
etc.).
Ejemplo: «Tierras d’Alcañiz negras las va parando» (Cantar de Mio
Cid).
Licor suäve
Todo el que haya leído el célebre soneto de Lope se
habrá extrañado al ver cómo el autor le coloca una diéresis sobre la letra «a».
Este signo se utilizaba como recurso métrico para separar los diptongos en dos
sílabas. Como tantas otras preceptivas poéticas en este siglo XXI, la diéresis
métrica huyó el rostro al claro desengaño. La diéresis resiste de manera
numantina sobre la letra «u». Quién sabe, si todo sigue así, cuánto tardará en
desfallecer.
Ejemplo: «Convertido en vïola, / llora su desventura» (Garcilaso
de la Vega).
Alçad los braços
Otro de los símbolos extinguidos o en vías de extinción es la
cedilla. Desapareció de nuestra ortografía en el siglo XVIII. Hasta entonces se
utilizaba para darle a la «c» el mismo uso ante «a», «o» y «u» que ante «e»,
«i». Lo curioso en este caso es, además, su origen, mucho más hermoso que su
desaparición. La cedilla nació como un adorno visigótico, una floritura
caligráfica llamada «copete». No solo en este siglo se cuida la imagen.
Ejemplo: «Porque ves allí, amigo Sancho Pança, donde se descubren
treinta o poco más desaforados gigantes» (El Quijote, primera parte).
Virgulilla abreviadora
La célebre virgulilla, que aún hoy sirve como sombrero para la
españolísima letra «ñ», tuvo en los albores del castellano un uso heredado
del latín que poco a poco hemos ido perdiendo: abreviaba una palabra cuando
esta no entraba en el renglón. De esta manera, era muy común ver cómo palabras
repetitivas e intuitivamente reconocibles se difuminaban. Parece q esta moda d
abreviar n es nueva.
Ejemplo: «que» sustituido por «q [con virgulilla]».
Antilambda o diplé
La antilambda o diplé (>) es el símbolo que hoy utilizamos
para, por ejemplo, reflejar en matemáticas una comparación en la que uno de los
dos términos es mayor que el otro: 9 > 8. En este caso, el origen del
símbolo define perfectamente la naturaleza de la Edad Media en la península. Se
utilizaba, en el momento en el que la línea que separaba el latín y la lengua
romance castellana se iba perfilando y acentuando cada vez más, para introducir
citas literales de la Biblia. Como curiosidad: es el origen de las
actuales comillas latinas o españolas.
Asterismo ilustrado
El asterismo es un carácter tipográfico representado mediante tres
asteriscos que forman un triángulo equilátero (⁂). Además del hermoso origen etimológico del término (conjunto de
estrellas) también es curioso el uso que al símbolo se le da, pues era
utilizado para marcar el final de un capítulo dentro de una obra. Hoy podrá
encontrárselo el lector en forma de pléyade alargada, en lugar del clásico
triángulo medieval.
⁂
Párrafos calderonianos
El calderón (¶) es un símbolo que fue utilizado durante muchos
siglos para establecer el comienzo de un párrafo. Normalmente se trazaba en un
color diferente al resto del texto, por lo que a menudo se dejaba el espacio en
blanco para, con otra tinta, insertarlo. Este es el comienzo de lo que hoy,
pereza mediante, es el sangrado habitual antes de cada nuevo párrafo.
Arroba, el origen
Este símbolo, bandera de una generación a un ciberespacio
enganchada, sello de todas las direcciones que hoy utilizamos, origen de
canciones que habrán de pasar a la historia, fue ya utilizado en la Edad Media
para expresar una medida de peso. El historiador Jorge Romance encontró
en un documento de 1448 el famoso signo (@) para dar cuenta de un registro de
trigo en la aduana entre Castilla y Aragón. Es el testimonio más antiguo que
conocemos del célebre símbolo.
Ejemplo: «Una @ de vino, que es 1/13 de un barril, vale 70 u 80
ducados» (Carta de Francesco Lapiun, 1536).
La falsa cruz
El óbelo (†) es un signo prácticamente en desuso, del que la
tipografía tira en muy contadas ocasiones como, por ejemplo, para especificar
una fecha de defunción. Sin embargo, también en esa franja en la que el latín
comenzaba a oscurecer en favor de sus resplandecientes dialectos se utilizaba
para hacer referencia a falsedades o dudas.
Ejemplo: «El símbolo arroba aparece por primera vez en Aragón †».
Desaparecieron o están a punto de hacerlo estos y otros signos,
como desaparecerán los que nos enseñó Teo. Quedarán reflejados en nuestra
lengua como las cicatrices de una cultura que empezó a ser tal, precisamente,
cuando pudo dar testimonio escrito de lo ocurrido. Detrás vendrán otros. Quién
sabe cómo influirá en nuestro acervo la retahíla de caras sonrientes,
interrogaciones irónicas o hashtags locos
que fluye por nuestro día a día cada vez más asimilada. Otros nos recordarán
como nosotros recordamos a los que en cierta ocasión nos mostraron la apertura
de la interrogación. Y las cicatrices, como dijo Machado, seguirán
iluminando.
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