Avignon fue durante años la ciudad de los papas. La sustituta de Roma, nada más y nada menos. Y estos de la mitra no dan puntada sin hilo. La estrategia está muy bien diseñada: prometen el paraíso en el cielo a quienes les construyan a ellos el paraíso en la tierra. No hay más que ver el Palacio de los Papas de Avignon, de la Edad Media. Los lujos del edificio revelan que allí se podía gozar del paraíso en la tierra. Fuera, la miseria, las guerras, el hambre y otras menudencias que servían para labrarse una vida de sacrificios con galardón después de la muerte.
Junto a la escalinata del Palacio de los Papas un humorista convoca al público y nos hace reír como nunca quisieran los hombres de la Iglesia que lo hiciéramos. También la Comedia del Arte provoca las risas del público en la plaza del papado. Una conjura espontánea contra el poder eclesiástico. ¡El papa ha muerto! ¡Viva la risa!
Detrás de este paraíso en la tierra, asistimos a una función de cabaret burlesco. ¿Qué puede haber más placentero, más hereje y más rompedor que celebrar la vida con sexo y cancán, justo detrás del palacio de esos grandes maestros de la hipocresía? Pocas cosas. El cabaret rememora la antigua afición francesa del libertinaje: con sus plumas, sus tetas con estrella, sus chicas con celulitis y su locaza. Todo frescura y buen humor: pon un espectáculo antipapas en tu vida.
Es el Avignon del siglo XXI, la efervescencia del teatro por todos los rincones: las fachadas, las vallas, los muros, todo está tapizado con carteles de los innumerables espectáculos que se celebran durante el mes de julio: pon una ciudad antipapas en tu vida. Nos cruzamos con el conejo de Alicia, con un cardenal con pene de plástico, con una dentadura mal pegada, con unas monjas de cartón piedra, con cantantes de ópera, con danzantes de hip-hop, con gheisas con pompones, con gorilas, con osos, con señoras del siglo XVIII, con Jango Edwards, con obreros interpretando a Beethoven soplando tuberías, con una fauna variopinta, juguetona, farandulesca, con la vida en su máxima expresión. Y eso que las camareras de los restaurantes parecen actrices francesas y las actrices francesas parecen actrices francesas.
Antes de entrar al teatro, escuchamos a Satie interpretado en unas cacerolas metálicas y a Edith Piaf en un acordeón. Por las calles nos abordan los cómicos. No se habla de Cristiano, ni de Messi. Un hombre mayor nos pregunta: "¿Vous aimez a Beckett?", y nos ofrece la propaganda de su espectáculo. Por la mañana, Shakespeare; por la tarde, Ionesco; por la noche, cabaret; al mediodía, los payasos... Programa extenuante. Otro antídoto contra el papado.
Avignon en julio es el paraíso, bien lo sabían esos zorros del Vaticano. Si lo llenaran de dublineses, yo me vendría a vivir aquí. Me instalaría en el barrio de los Tintoreros, pediría limosna en la puerta de las iglesias y me la gastaría en entradas de teatro, danza, música, payasos, cabareteras... En el barrio de los Tintoreros compraría bocadillos, cerveza, arte, música, vino del Ródano, libros, cerveza, vino de la Provenza y me sentaría en el pretil de la acequia para ver pasar la vida, para oírla correr, como al agua que mueve la aceña restaurada con fondos municipales. El barrio de los Tintoreros no lo tenían controlado los papas y ahora huele a marihuana y a absenta de garrafa. Lo dejaron crecer sin saber en lo que se iba a convertir: un nido de artistas, de cómicos, de tabernas, de funambulistas, de gente de buen vivir. Los antiguos patios se han convertido en escenarios y las casas abandonadas y los sótanos y los colegios, hasta los teatros y las capillas han sido invadidas por los cómicos. ¡Si los papas levantaran la cabeza! En el patio de los palacios papales se celebran espectáculos con chicas a medio vestir -bueno, esto tampoco es tan novedoso.
La vida, la transgresión, el furor del arte resoplando por todos los orificios. Las cabareteras decadentes, los raperos, los cómicos modernos -perdonad que no los cite-, Molière, Shakespeare, Ionesco, Becket..., han sustituido a la curia papal. El colorido es casi el mismo, aunque ahora el lujo exterior es de bisutería, cartón piedra y tejidos baratos; sin embargo, el paraíso en la tierra que solo la curia papal poseía, ahora está en las calles y en los patios, no solo en los palacios.
Desde la otra orilla del Ródano, una vista espectacular de las murallas que circundan la ciudad, aquellas que los papas mandaron construir para que no fueran usurpados sus tesoros, hoy sirven para que nos los llevemos a manos llenas.
¿Y de Petrarca qué? Ninguna noticia. Si hubiera sido irlandés, los bares tendrían su nombre e incluso muchos de sus vinos se llamarían así, aunque nadie hubiera leído el Canzonière.
Teníamos previsto permanecer aquí solo un día, ya van cuatro. Avignon poblado por dublineses: el paraíso en la tierra.
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