sábado, 14 de febrero de 2015

"Las tripas del hambre" por Juan Bonilla

Se diría que hoy el lugar del periodismo, del gran periodismo si hay que ponerse explícitos y contundentes, es el libro. Los periódicos no tienen sitio para reportajes sin mesura: son caros, demasiado caros, es mucho más barata la opinión, que es al periodismo lo que la llama de un mechero al sol: por mucho que estén hechas de lo mismo, no es lo mismo. Esto no era más que una forma de empezar, de alcanzar las cinco o seis líneas para decir: si ha tardado 10 segundos en leer estas líneas, sepa que en el mundo han muerto cuatro personas de hambre mientras lo hacía. Cuatro personas cada diez segundos. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, una...Otras cuatro personas. Muertas. De hambre.
Nos lo recuerda Martín Caparrós en un monumental reportaje titulado El hambre y recién publicado por Anagrama. Tiene 620 páginas. Podía haber ido cabiendo en algún periódico de a poquito, no sé. Lo que sé es que es una enérgica muestra de gran periodismo, pero también sé que eso es lo de menos. Habrán muerto otras ocho o 10 personas de hambre mientras yo escribía estas líneas. Caparrós calcula que en las horas que un lector se tome en leer su libro morirán unas ocho mil personas de hambre. Ocho mil. Personas. Muertas. De hambre. La verdad es que se lo pone difícil a cualquier lector. El arsenal de datos que va distribuyendo por su reportaje -o por su serie de reportajes enlazados- es tan contundente, tan escalofriante, tan aplastante, que al final se sale de El hambre con el mantra que va repitiéndose a lo largo del libro abriendo pequeños paréntesis entre los reportajes: ¿cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?
Porque lo cierto es que todos sabemos que estas cosas pasan, y lo cierto es que el tema de "el hambre en el mundo", que nos ha acompañado desde pequeños (las huchas del Domund, las barrigas hinchadas y las piernas esqueléticas de los niños, Biafra, Zaire, Etiopía: casi podríamos escribir cada uno de nosotros un pequeño poema vanguardista y biográfico alineando meramente las hambrunas a las que hemos asistido como espectadores desde niños) está tan arrinconado que sí, lo raro es preguntarse cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que estas cosas pasan. ¿Quién es el valiente que va a enfrentarse a la pregunta y no va a apartarla como un mueble corrompido por la carcoma? Ah, aquí está: Martín Caparrós.
Martín Caparrós empieza en el lugar más pobre de la tierra: Níger, y empieza con un niño que muere de hambre, aunque la madre piensa que es de otra cosa porque el niño comer, come. ¿Qué come? Una bola de mijo y agua que no alcanza para alimentar a un niño de un año y medio. Cosas de estas sucedieron antes y seguirán sucediendo, diría cualquiera: de hecho, el propio Caparrós anota que en la misma semana que muere ese niño con el que empieza el libro, murieron otros cincuenta y nueve. Pero ¿por qué suceden? Y sobre todo, ¿cómo es posible que permitamos que sucedan? O bien, ya que suceden y aceptando que nada podemos hacer para que dejen de suceder, ¿cómo es que no estamos todo el santo día hablando de ello? No quiero ni pensar en el número de personas que habrán muerto de hambre desde que empecé el texto.

Martín Caparrós. | DOMÉNEC UMBERT
"Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre, sentimos hambre dos o tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre -y al mismo tiempo, nada más lejano para muchos de nosotros que el hambre verdadera", anota Caparrós, que emprende una aventura terrorífica armado con dotes de gran periodista: los datos y los hechos son fundamentales, pero también las armas del sabio narrador que es. Contar el hambre a través de las historias de quienes pasan hambre. Investigar en por qué hay hambre. Propone incluso soluciones a hechos puntuales que de tan sensatas resultan insultantes (¿cómo coño no se hace así?, se pregunta a veces uno cuando Caparrós, por ejemplo, después de estudiar un caso enla India -el país que más hambre padece del mundo desde hace mucho- se pregunta qué pasaría si a la empresa que tiene la patente de un tipo de semilla mucho más productiva que la tradicional se le quitara esa patente o se la forzara a negociar. Se permite incluso rebajarse -o ascender- a la poesía: comemos sol, dice, comer es ensolarse, comer es hacerse de energía solar, fotones diversamente cargados caen incesantes sobre la superficie del planeta. las plantas los atrapan y los transforman en materia digerible, el 10% de la superficie del planeta se dedica a eso, un cuarto de hectárea por cada ser humano, todo lo que comemos, directa o indirectamente, a través de la carne de los animales que las comen, son esas fibras vegetales cargadas de sol, esa energía es la que necesitamos para recuperar y reconstruir nuestras propias fuerzas. Para saber cuánta energía consigue cada cuerpo hay una medida: la caloría. Un adulto necesita de unas 2.200 calorías de comida diarias. Si no las obtiene, pasa hambre. Un chico, según su edad, puede necesitar 700 o 1000 calorías. Si no come, el cuerpo se lo come a él: un cuerpo hambriento es un cuerpo que se come a sí mismo, dice Caparrós.
Niger, India, Bangladesh, Kenia, Argentina, Estados Unidos...y España, sí, también España, claro que sí. Las historias que van apareciendo en El hambre no sólo nos interpelan inevitablemente (¿Cómo carajos...?) sino que también pone sobre la mesa una serie de cuestiones que es vergonzoso que no estén a la vista a diario: porque esas historias no se limitan a retratar el hambre a través de algunas de sus víctimas, sino que indagan también en quienes hacen todo lo que pueden por tratar de paliar el estado de cosas -ellos son los que sí han sabido darse una respuesta a la pregunta/mantra del libro: en la medida de sus posibilidades se niegan a mirar a otro lado- y también analiza la voracidad de los especuladores de alimentos para los que el hambre de muchos significa fortuna y riqueza. Mil millones de seres pasan hambre en el planeta. Uno de cada cinco. Y miles mueren cada día. El libro de Caparrós, gran periodismo, nos pone malo el cuerpo, pero eso no es lo peor: lo peor es que le planchará el alma al que la tenga. Porque, en serio, ¿cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?
Ahora que el hambre apenas sale en las noticias, ahora que la cooperación internacional ha sufrido un tremendo varapalo , ahora que están aquí imágenes que nos parecían remotas -gente rebuscando en la basura, colas y colas de gente con hambre en casas de misericordia donde obtener unas pocas calorías-, este libro de Martín Caparrós se nos muestra como un reportaje indispensable, sobrecogedor, terrible y maestro. Ojalá contagie su egoísmo: "He andado por el mundo y cada vez me desespera más. Pero cada vez creo más en la desesperación o la desesperanza. Y creo que sería bueno separar la acción de los resultados de la acción. No hace lo que quiero hacer por la posibilidad del resultado sino por la necesidad de la acción: porque no me soporto si no hago. Y creo que nada es completamente cierto si no lo hago por alguna forma de egoísmo. Y que los grandes momentos de la cultura se producen cuando el egoísmo de miles consiste en decidir que deben hacer algo por los otros: que esa es su forma de hacer algo por ellos mismos, su egoísmo. Entonces: pensar cómo sería un mundo que no nos diera vergüenza o culpa o desaliento -y empezar a imaginar cómo buscarlo."

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