martes, 10 de junio de 2025

Las aventuras del joven Cervantes V



 Entramos, ahora sí, definitivamente en Roma con nuestro joven Cervantes. Ahora sí, prometo y confirmo. No me voy a detener en los caminos que le llevaron hasta allí, ni tampoco voy a reparar mucho en un par de comerciantes que fueron a buscarlo a la venta donde se alojaba. Sí, dos banqueros amigos de su padre de cuyos nombres tenemos noticia: Pirro Bocchi y Francesco Musacchio. 

¿Cómo sabían estos dos que Miguel de Cervantes estaba en la posada?, no os voy a mentir, no lo sé. Pero aquí están, cabalgando junto a él, acompañándolo en su camino hacia Roma. Obvia decir que le dan noticia de su padre, el cirujano Rodrigo, antes don Rodrigo. Le comentan también su admiración por la bella Andrea, a quien han conocido en Madrid. El día es de un azul mitológico, abierto a la cabalgadura suave y a la charla sosegada. 

Se cruzan con un grupo de peregrinos que hablan un castellano de Andalucía. Son de Sevilla y uno de ellos, fraile cartujo, conoce de oídas a la familia Cervantes. Miguel se siente inquieto, si saben de ellos es posible que hayan oído algo de sus problemas con la justicia. Insta a los dos banqueros a apresurarse. Quiere llegar cuanto antes a la ciudad. Bocchi es malicioso y ha percibido el nerviosismo de Cervantes. Traduzco sus palabras: “No os preocupéis, Miguel, no hay delito ni sentencia de tribunal que no se borre con una peregrinación a los santos lugares, y en Roma los hay a puñados”. No traduzco a Miguel, cuyo toscano se nutre sobre todo de palabras gruesas: “¡Vaffanculo!”. Bocchi, animado por el efecto de su pullita, sigue buscando la bilis de Cervantes. No sabe que el joven tiene poca cuerda y que echa mano a la espada con extrema facilidad. “¿Y no podríais recomendarme a vuestra hermana?, sé que tiene muy buena mano con los hombres”. Suerte que con Bocchi cabalga su amigo Musacchio, porque Miguel se abalanza contra él, con el rostro congestionado y el estoque en ristre, con la intención de partir en dos la mala cabeza del italiano impertinente. 

Y dejo así, en suspenso a estos dos contendientes y al pacificador que intenta que la sangre no riegue el camino: uno, sobre un rocín flaco, congelado en la postura de asestar un mandoble mortal. Otro, protegiéndose la cabeza con un cojín que lleva a mano. El tercero se abraza al torso del castellano iracundo. Ya llegaremos a Roma más adelante. 

De las promesas de un descendiente de moros poco o nada hay que esperar.  

lunes, 9 de junio de 2025

Las aventuras del joven Cervantes IV

 


Os prometí que en la próxima entrega de este serial (es decir, en esta) os contaría cómo le fue al joven Cervantes en Roma. Y yo creo que lo voy a cumplir. 

Como ya os dije, la última noche antes de la entrada a la ciudad ¿eterna?, Miguel tiene experiencias que parecen repetir otras vividas en España. En la venta, después de oír recitar a un arriero de voz aflautada los versos del Ariosto, sube a la habitación, preparada con pulcritud por la posadera. En realidad se trata de un sobretecho asentado en viejos tablones, con más de ocho camastros desparramados por la buhardilla sin orden ni concierto. A pesar de las brumas del vino de la Toscana, Cervantes puede oír los atronadores ronquidos (casi rebuznos) de los que allí duermen. Es curiosa la naturaleza humana, aunque hablemos lenguas distintas, aunque procedamos de lugares bien distantes, aunque nos hayan alimentado con leches diferentes; a la hora de roncar, la naturaleza nos iguala y ¡de qué manera! Por eso debemos pensar que cuanto separa a un negro de Eritrea de un vecino de Alcalá, es menos que nada. Al joven Miguel le resulta familiar ese concierto de viento que hace retumbar la cámara. Y también, por qué no decirlo, los aromas nonada ambarinos que se desprenden de los cuerpos (enemigos del agua y la lejía), maltratados por los caminos y las bestias de carga. Con mucha dificultad, debido a la oscuridad del lugar y al desmayado pabilo de la vela de sebo, llega hasta el lecho. Más bien desparrama sus huesos sobre él. 

Pero no acaba aquí la noche. Un gran estrépito despierta a Cervantes y ve, entre la penumbra cómo sus vecinos se enzarzan en lucha grotesca, a puñadas y a golpes de candil, sin reparar en el descanso de nadie. Al parecer son tres arrieros que disputan en buena lid por una moza del partido. No quiere Cervantes inmiscuirse en la pelea. A pesar de su juventud, ha aprendido ya a evitar las pendencias ajenas. Los observa entre las sombras, como si asistiera a un teatrillo chinesco de los que alguna vez había visto en Sevilla. De nuevo se dice: “Esta escena hay que guardarla en la memoria. Podría servirme para ilustrar algún cuento divertido o alguna comedia similar a las de Lope de Rueda, cuyas obras tanto me han entretenido”. Y la conserva bajo siete llaves en su magín, sobre todo, la imagen de una camisa poco limpia que apenas oculta las vergüenzas de uno de los contendientes, a pesar de la oscuridad.

Vergüenza me da, y no poca, cómo he acabado este episodio, entregado, de nuevo, a la digresión y al vicio de no contar, cómo disponía Aristóteles, los hechos uno detrás de otro. Os emplazo para la próxima entrega, afligido y cabizbajo, asegurándoos que en la próxima entrega hablaré, sin faltar a mi palabra (que es sagrada), de la entrada de Miguel de Cervantes en Roma.              

domingo, 8 de junio de 2025

Las aventuras del joven Cervantes III


 

Cervantes llega a Roma para cumplir allí los 22 años. No creáis que entonces, 1569, se celebraban estas fechas con bandas de miss ni con globos, ¡ni por pienso! (cómo me gusta esta expresión). Cervantes ni siquiera recuerda con exactitud el día de su nacimiento (no está para tonterías). 

De los muchos lugares que quedan impresos en las pupilas de Miguel, serán Ferrara y Florencia los destacados. Queda deslumbrado ante el lujo, el buen gusto y la modernidad de esas ciudades, tan distintas de Madrid o Sevilla. En el camino (había tiempo y mucho) conoce a unos titiriteros con los que ensaya sus primeros balbuceos en toscano. Le place enormemente ese acento festivo y cordial. Le huele a latín, a esa lengua que no terminó de aprender con el bachiller López de Hoyos. En un principio desconfía de sus compañeros de viaje, aunque su dominio del estoque y la menguada apariencia de los cómicos, le dan una cierta tranquilidad. Las posadas, como las castellanas y aragonesas, son lugares donde, al amor de la lumbre, lo mismo se puede oír recitar la Jerusalem conquistada del perseguido Tasso, que te puede asaltar un desgraciado y acuchillarte para arrancarte la bolsa. No es que Cervantes lleve mucho dinero, pero sí guarda a buen recaudo la recomendación de un tío suyo (también de apellido Cervantes) para instalarse con el cardenal Acquaviva. No hay nada mejor que las recomendaciones (o enchufes, vamos) para no pasar penurias, tanto en Roma como en Madrid. Y dejar de una vez esos jergones de paja molida de las posadas, repletos de chinches y pulgas saltarinas. 

La última noche, antes de llegar a la ciudad de los papas, tiene suerte y escucha en un italiano diáfano el capítulo donde Orlando se vuelve loco de amor por una princesa y se larga a una peña en el bosque para descargar su ira. La memoria de Miguel es prodigiosa (eso asegura el bachiller López de Hoyos y también su hermana Andrea) y guarda en el caletre ese pasaje del Orlando furioso del divino Ariosto ("para cuando escriba un poema épico", piensa el joven alcalaíno). Los huéspedes escuchan los versos, entre los vapores del vino y la pesadez de un guiso de osobuco un tanto pasado. Algunos caen dormidos sobre las mesas y otros se entusiasman y gritan como si quisieran castigar a Andrómeda, la princesa que ha rechazado al héroe del poema épico.  

Llega a Roma, por fin, como prófugo de la justicia (recordadlo), pero durante su primer día en la ciudad no se acuerda de su condición adversa. Este primer día lo tendría que haber contado en este episodio, pero la cabeza propone y el diablo de la digresión dispone. Os convoco para el próximo, en el que os aseguró que descubriré las verdaderas peripecias del joven Cervantes, tal y como ocurrieron, sin lugar a ninguna duda, en ese primer día bajo el cielo romano y con sus 22 primaveras recién cumplidas.    

jueves, 5 de junio de 2025

Donostia



La playa de la Concha a la derecha, un atardecer lánguido, el mar eterno y rizado de fondo. Calma, esplendor, éxtasis. A la izquierda el monte Igeldo. En la playa corren los perros y los muchachos, sobrados de vida. Todo es melancolía, a pesar del soberano paisaje, todo. No hay naturaleza capaz de levantar un ánimo decaído, un espíritu muerto, un hálito exangüe. El fresco del atardecer obliga al refugio. Es inútil, ningún abrigo puede mitigar el frío de la ausencia.

Valle versus Galdós



Ver al Inter y al Barca es como si enfrentáramos a Valle contra Galdós. Valle, por supuesto, es el Barcelona; el Inter, Galdós. El equipo catalán con sus virguerías personales, el barroquismo de su juego, el preciosismo de su prosa, su delantera incisiva, hiriente, sardónica. El equipo italiano, como don Benito, sobrio, pendiente de la realidad de su rival, huye de la retórica hueca, va al grano y aprovecha sus recursos de trabajador experimentado. El resultado es lo de menos, se puede disfrutar de ambos con un poco de flexibilidad y amor por la literatura, digo, el fútbol.

Las aventuras del joven Cervantes II





Dejamos a Cervantes atribulado, por su mala cabeza. La justicia lo persigue por las cuchilladas que le propina al pretendiente de su hermana Andrea. No sabe dónde ir, bueno, sí lo sabe, busca el refugio de familiares en Córdoba, Cabra y Sevilla. Por fin decide irse a Italia, la justicia, como ya dijimos, no se andaba entonces con chiquitas. Seguramente se fue por tierra, porque las galeras estaban muy controladas y, si lo apresaban, corría el riesgo de perder su mano derecha (nada más y nada menos). 
De su estancia en Italia no se sabe mucho a causa de los escasos documentos que se poseen. Y, como siempre, cuando faltan datos fidedignos, se recurre a las hipótesis, a las elucubraciones alrededor de la obra o a la fantasía más pura y dura. Cinco años pasó allí y es lógico pensar que se empapó bien de lo que entonces era el centro neurálgico de la cultura europea renacentista: Dante, Petrarca, Boccaccio, Ariosto, Bandello, Tasso… Todos estos autores están presentes de una manera u otra en la obra de Cervantes. En especial, Ariosto. Su Orlando furioso es uno de los motores del protagonista del Quijote. 
Pero vamos al grano de las peripecias del joven Cervantes en Italia. Pasó por muchas ciudades, como si de un tour turístico se trataraes, pero no. Fue camarero del cardenal Acquaviva en Roma, puesto sobre el que se han lanzado muchas conjeturas, porque eran puestos muy codiciados, extraños para un prófugo de la justicia. Tuvo que pedir a su padre un certificado de limpieza de sangre. Después, se enroló en la Armada que Felipe II envió contra el turco. Y sí, participó en Lepanto, como está atestiguado (ya hablaremos en otro capítulo de este episodio). Estuvo convaleciente en Nápoles (qué ciudad). Supongo que tan bulliciosa y vital o más que cuando yo la vi el año pasado. Estuvo en Luca, en Florencia, en Messina, en Trapani, en Palermo… Sicilia también tiene lo suyo y en Cervantes también caló esa cálida sensualidad de la isla. En algunas de sus comedias, en sus novelas ejemplares (sobre todo en el Licenciado Vidriera), en el Persiles, en La Galatea, en el Viaje del Parnaso y, por supuesto, en el Quijote está la marca de su paso por Italia. Lástima no conocer más aventuras de su estancia allí. Me atrevo a inventar alguna, pero otro día.

miércoles, 4 de junio de 2025

Vendernos



Vender lo que uno hace, ya sean cuadros, libros, pulseras de plástico, pendientes de pasta de papel, canciones, vídeos de TikTok, pamelas de colores... Vender lo que uno confecciona, no para ganar dinero exclusivamente, sino, sobre todo, para engordar el ego, para que la gente te rodee, te aclame y te dore la píldora hasta reventar de aire pestilente. "Escrio para mí mismo", falso. Nadie, en esta edad del trapicheo, de la exposición pública, nadie escribe ni esculpe, ni hace vídeos por entretenimiento o por engrandecer su espíritu, que no. Todos actuamos para que se nos acepte, se nos adule, se nos aclame. Y esta tendencia la veo hasta en el desempeño de la enseñanza. Observo desde hace años una obsesión absurda por caer bien al alumnado. No para acercarse a él con la intención de inculcarle de mejor manera los bolos alimenticios que nos prepara la Administración, sino para ser popular entre ellos, única y exclusivamente, sin otro fin mayor. 
Ha calado el mensaje pueril de esas películas americanas de instituto donde la máxima aspiración de un individuo consiste en ser popular, famoso, sea al precio que sea. Los frikis que no alcanzan ese sueño son infelices y desgraciados. Este mensaje, tan infantil como idiotizante, ha calado en todos los gremios: cantantes, escritores, periodistas, merceros... Todos se (nos) desvivimos por ser reconocidos, por alcanzar esos "me gusta" tan absurdos como trumpistas.

martes, 3 de junio de 2025

59



Hoy hemos comido juntos. Es su cumpleaños. He elegido yo el sitio, con no mucha fortuna. No importa. Lo de menos es la calidad de la comida (ni siquiera el servicio ha sido aceptable). Lo emocionante es estar juntos de nuevo. Enfrente uno del otro. Me pregunta por mi nueva vida y sonrío: "Ya ves". No se extraña de nada. También sonríe. Pedimos vino y me toca el pelo, recién cortado. No dice nada. Calla y sonríe. A mí me basta. Sentir sus dedos en la cabeza, ver sus ojos, escuchar levemente su alegría, el eco de su escepticismo. No puedo coger su mano, ¡me gustaría tanto! Solos, como siempre, los dos solos. Animados y nostálgicos. El vino tiene estas propiedades. Cincuenta y nueve, nada menos. Hoy, 29 de mayo de 2025. Solo 59. Antes de irse, vuelve la cara, saca un cigarrillo de la pitillera y me parece oírla: "Vuelvo en seguida". Me pido una copa. La espero.

martes, 27 de mayo de 2025

La hoja de plátano



Suicidarse a buchitos de cerveza, qué delicado, qué discreto, qué artesanía. No precipitarse como el desesperado que se sumerge en la bañera para sajarse las muñecas. Tampoco entregarse al escándalo del ahorcado, ni al estruendo del que se vuela la tapa de los sesos con una escopeta. Poco a poco, en porciones medidas, sin prisa, sin pausa. Acompañado o solo, algo que no pueden elegir quienes se arrojan al tren o a un viaducto. Ese demorarse en el acabamiento, ese placer de degustar el final poco a poco, con delectación. Acelerar de vez en cuando con el güisqui, pero solo de vez en cuando, con moderación. Controlar la angustia con espaciados sorbos de licor. Ir dejándose caer con parsimonia, con el dulce descenso de la hoja de plátano que desea el suelo, pero no se desvive por alcanzarlo. Ser cuerpo en suspensión, entregado al albur de brisas y corrientes.
Me duele un poco el píloro, quizás el peciolo se ha desprendido ya de la rama.

"Un paseo por el barrio de las Letras de Madrid" por Paco Nadal




“¿No es cierto ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?”. El viajero que camine por la calle Huertas de Madrid estará más tentado de mirar al suelo que a las fachadas que le rodean. A lo largo de toda ella van apareciendo en letras doradas, cual pistas de un juego de orientación, citas famosas de la literatura española. Estamos en el barrio de Las Letras, en su calle más emblemática, una vía peatonal en ligero ascenso desde plaza del Ángel hasta la de Platería de Martínez, siempre llena de ambiente y con alguno de los bares más icónicos de la ciudad, en la que se rinde homenaje a sus vecinos más ilustres. Miguel de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Tirso de Molina… las plumas más excelsas del Siglo de Oro de la literatura española moraron, escribieron, deambularon y bebieron en algún momento de su vida en este céntrico barrio de Madrid, convertido hoy en uno de los preferidos para el ocio nocturno, de los bares y tabernas y de las actividades teatrales y literarias. Las Letras es el corazón dramaturgo de la ciudad.

Si tuviéramos que enmarcarlo en el plano de la ciudad, diríamos que el Barrio de Las Letras está en pleno centro, emparedado entre otras dos apetitosas zonas para el forastero curioso: el eje Sol-Gran Vía, por un lado, y el Paseo del Arte (es decir, el de los museos), por otro. Sus fronteras naturales serían la calle de la Cruz, al oeste; la Carrera de San Jerónimo, al norte; el paseo del Prado, por el este, y la calle Atocha, por el sur.

Si el eje del barrio es la calle Huertas, el centro cosmogónico de este universo urbano-literario es la plaza de Santa Ana, uno de los escasos espacios diáfanos que esponjan el entramado de Las Letras, orlada por fachadas del siglo XIX, llena de terrazas y vida a cualquier hora. Es un lugar perfecto para ir de tapeo a probar unas croquetas o un bocadillo de calamares bajo la solemne mirada de dos estatuas, una dedicada a Calderón de la Barca y otra a Federico García Lorca, constatación de la esencia poética del lugar. En uno de sus laterales se alza el Teatro Español, en el mismo solar que ocupó el corral de comedias del Príncipe, inaugurado en 1582, donde se estrenaron las mejores comedias de los autores del Siglo de Oro. Cinco siglos de historia teatral de España condensados en el mismo espacio urbano. Todo un récord de continuidad.

No fue el único espacio escénico del barrio. También estuvo aquí el Teatro de la Cruz, hoy ya desaparecido, el otro gran corral de comedias popular de este Madrid castizo cuyo recuerdo se mantiene en una placa en una fachada de la calle de la Cruz, cerca de su confluencia con la plazuela del Ángel. En él se estrenaron obras inmortales como El sí de las niñas, de Fernández de Moratín, El barbero de Sevilla, de Gioachino Rossini o el celebérrimo Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, al que se hacía cita al inicio de este texto.

Las calles del barrio son estrechas y, muchas, peatonales. El lugar perfecto para caminar —sobre todo en los rigores del estío, que en Madrid se emplea a fondo— y dedicar tiempo a ese pasatiempo tan viajero que es descubrir rincones con encanto. El callejón del Gato, por ejemplo, con sus espejos deformantes, aparece en un pasaje de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán. En el número 11 de la calle de Cervantes se encuentra aún la casa (hoy un recomendable museo) donde vivió Lope de Vega, el “fénix de los ingenios”, desde 1610 hasta su muerte, acaecida en 1635. “Mi casilla, mi quietud, mi huertecillo y estudio”, escribía sobre su vivienda el autor de Fuenteovejuna y El perro del hortelano.

La iglesia de San Sebastián, por ejemplo, en la calle Atocha, tiene casi tantas vinculaciones literarias como celestiales. Data de mediados del siglo XVI. En ella reposan los restos de Lope de Vega; fueron bautizados Tirso de Molina y Jacinto Benavente —bien es cierto que con 287 años de diferencia—, y se casaron Mariano José de Larra o Gustavo Adolfo Bécquer.

En el convento de las Trinitarias Descalzas (Lope de Vega, 18), obra insigne del barroco español, muy cerca de la calle Huertas, fue enterrado en 1616 Miguel de Cervantes, que vivió y murió en el número 2 de la calle que hoy lleva su nombre. Y más coincidencias, frente a ese convento de las Trinitarias donde hoy reposan los restos del autor de El Quijote vivió Francisco de Quevedo, otro de los autores más destacados de la literatura española, a quien se recuerda en una gran placa emplazada en la fachada del edificio actual.

¿Y dónde imprimían todos estos futuros genios de las letras sus primeras obras? Pues… ¡en el mismo barrio! En 1586 Pedro Madrigal abrió en el número 87 de la calle Atocha, donde hoy está la Sociedad Cervantina, una imprenta en la que se publicó a principios de 1605 la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. A la muerte de Madrigal, su sucesor, Juan de la Cuesta, trasladó el negocio al número 7 de la vecina calle de San Eugenio. Como se ve, en aquella época las mudanzas no eran muy lejanas y todo sucedía en el palmo de terreno que abarcaba el barrio. En ese nuevo taller se imprimió la segunda parte de El Quijote (1615), además de varias obras de Lope, Tirso y Calderón. La Sociedad Cervantina ha restaurado aquel taller de impresión con una réplica de la imprenta de Juan de la Cuesta, tan exacta que incluso hoy funciona y permite a los visitantes ver y comprender el proceso de edición de una obra literaria del Siglo de Oro.

Pero no nos engañemos. Para una gran mayoría de turistas que deambulan por Las Letras, Don Quijote es una marca de queso y Quevedo, un cantante de reguetón. El barrio es el kilómetro cero de la marcha de ese Madrid que nunca duerme ni descansa. De, posiblemente, la única capital europea en la que un martes a las dos de la madrugada están todos los bares abiertos y a reventar y los coches se atascan en sus calles.
El catálogo de garitos es más amplio que el de comedias del Siglo de Oro. Además, unos pegados a otros. Hay bares tradicionales de añejos mostradores de madera, barriles con taburetes y vaso de caña como La Dolores (plaza de Jesús, 4), Los Gatos (calle de Jesús, 2), la Cervecería Santa Ana (plaza Santa Ana, 10) o La Venencia (Echegaray, 7). Coctelerías pijas y de luces tenues como Santos y Desamparados (Costanera Desamparados, 4), La Analógica (Huertas, 65), Lovo (Echegaray, 20) o Salmon Gurú (Echegaray, 21), donde puede sonar desde el mejor jazz a temas indie-rock. O lugares eclécticos e inclasificables como Viva Madrid (Fernández y González, 7) o Decadente (Fernández y González, 10). En fin, que si no has pasado una noche por la calle Huertas… es que no has estado en Madrid.

martes, 20 de mayo de 2025

Las aventuras del joven Cervantes I

 


Contaba el joven Cervantes unos 21 años cuando fue reclamado por la Justicia a consecuencia de una reyerta. Lo tenía todo para asentarse en la Corte, pero la fatalidad torció el rumbo de su esperanzadora carrera. Cervantes, pese a su juventud, había sido elegido por el bachiller López de Hoyos como uno de sus destacados discípulos. Su padre, don Rodrigo, era tenido hasta entonces como hidalgo y él, en la flor de la edad, se había labrado un cierto prestigio. Sin embargo, ni su padre era hidalgo ni él conseguiría colocarse entre los grandes de España. El pobre Miguel, como rezaba la canción, impetuoso y violento, se lio a cuchilladas con el "andante en corte" Antonio Sigura y esto lo llevó ante la Justicia (bueno, no lo llevó porque no le dio la gana ir). La causa de su arrebato posiblemente tuviera que ver con las relaciones íntimas de su hermana Andrea. 

Y aquí comienza el asendereado pasar de nuestro insigne autor. Al parecer, Andrea Cervantes (mujer muy bella) había tenido una hija ilegítima con un noble (Nicolás de Ovando) que, al poco, la dejó tirada. Se dedicó a servir de enfermera con su padre, ya no don Rodrigo, sino Rodrigo a secas. Andrea se enredó con un comerciante genovés al que su padre (barbero cirujano) había curado y de quien la muchacha obtuvo beneficios materiales de cierta importancia. Miguel, en vela por los intereses de Andrea y en el intento de que no rompiera su relación con Localedo, vio en Antonio Sigura un merodeador importuno que podría apartarla de las riquezas del genovés. Este pudo ser el motivo de la pendencia y el de las cuchilladas que el joven Miguel asestó a Sigura. Que os suena mucho este asunto a un cierto proxenetismo por parte del hermano, todo es posible. Eran otros tiempos. 

La pena por huir de la justicia era la amputación de la mano derecha. No se andaba con tonterías el derecho procesal de la época. Se declaró a Cervantes en rebeldía porque no se presentó ante el juez. Al parecer se refugió en Sevilla, en Córdoba y en alguna otra localidad de Andalucía, que él conocía muy bien, hasta que se trasladó a Italia, donde viviría, enrolado en la armada española, uno de los episodios más renombrados de la historia bélica del Siglo de Oro, la batalla de Lepanto. Siempre a punto de alcanzar la gloria, siempre negándosela el destino. Entre el proxenetismo, la fama y el heroísmo.          

Mujica


 

He estado llorando toda la tarde, no es broma, toda. Y no estoy contento de contarlo, no. Porque hablar demasiado de uno mismo es estomagante, incluso para uno mismo. Son inevitables e incluso necesarias, de vez en cuando, tardes de dolor, tardes para llorar las ausencias, son inevitables. Y sientan bien. Uno se desahoga, se desbrava, se desagua. Da igual hombre o mujer. Cuando uno quiere desaparecer, da igual, porque uno, a veces, quiere desaparecer, por mucho que Mujica dijera que estar vivo es una ocasión única (que tiene razón). Por mucho que lo dijera. 

Desgraciado



Soy un des-gra-cia-do. Así, con las sílabas bien definidas. Un verdadero desgraciado. Sé que esto siempre agrada a algunos de los que te rodean, lo que no saben es que no son menos desgraciados que yo (el absurdo consuelo del tonto). Soy un desgraciado porque se me ha roto la cuerda, porque no sé cómo seguir con esta vaina, porque me he perdido poco antes del final. Porque mi timonel ya no está, porque no sé dónde naufragar. Los desgraciados solo causamos problemas, no aportamos nada efectivo, solo damos bandazos de un lado a otro, somos gente sin esperanza, sin futuro, sin destino, sin sextante. Una vez dije que el hombre no debía tener destino si quería encontrarse. Menuda imbecilidad. Todos hemos sido alguna vez Paulo Coelho. Bueno, Valle-Inclán, no. Yo no tengo ni destino, ni esperanza, ni futuro. Vosotros tampoco, no os creáis (otra vez el consuelo del tonto). Marinos sin sextante, ni GPS.

viernes, 9 de mayo de 2025

Glamur



Dos noticias convergen hoy en las páginas del diario El País (y seguro que en todos los demás). El nuevo posado de Kilye Jenner y la elección del papa León XIV. No sé en cuál de las dos cabeceras pinchar primero, la verdad, porque tanto una como otra me parecen de rabiosa actualidad e igualmente sustanciosas. Desde que en la película Roma, Fellini mostrara un desfile de moda vaticana, nunca he podido quitarme de la cabeza esa simbiosis entre el mundo de la moda y el de la corte papal. Ahora, estas dos cabeceras de la actualidad me lo confirman. Al ver las fotos que acompañan a uno (Robert) y a otra (Kilye) no sabría decir cuál me parece más atrayente, más sensual, si el vestido negro pegado al cuerpo, escotado, de León; o la casulla colorada con incrustaciones de oro, complementada por tocado sencillo e informal, de Kilye. El mundo del oropel es así, envolvente, glamuroso, provocador… desconcertante, pecaminoso.

jueves, 24 de abril de 2025

¡Viva la muerte!



Ellos saben que la muerte les ha rendido muchos beneficios. La muerte es su producto estrella. Crucificados, asaeteados, asados, desventrados, quemados, apiolados… cualquier forma de muerte violenta nos la han mostrado con obscenidad, se jactan de sus falsos mártires, es su valor de marca. Pasear cadáveres o simulacros de cadáveres con estruendo de fanfarrias y tambores es un espectáculo tenebroso que sigue teniendo más éxito que en la Edad Media. Con las danzas de la muerte, ellos descubrieron que la escatología era su piedra angular. El temor a la muerte les ha dado siempre tremendos beneficios, es más, les sirvió para imponerla a los que no hacían caso, a los que se salían del redil. Hoy, los medios caen rendidos a su poder, al poder estremecedor del cadáver expuesto sin pausa en las pantallas, paseado por la capital de su imperio. El hedor y la corrupción trascienden los píxeles y se instalan en nuestra modernidad, igual que cuando estábamos sometidos al poder de la espada y del crucifijo. La muerte como arma intimidatoria, como antídoto contra el amor, contra la libertad. Somos sus devotos, sus fieles seguidores, los adoradores del gusano y de la mosca verde. ¡Viva la muerte!, proclamaba un eximio prócer nuestro. ¡Viva la muerte!, resuena por toda Roma y por las pantallas de todo el orbe. ¡Viva la muerte!, gritaban hace una semana los más escondidos rincones de nuestra sacrosanta patria. ¡Viva la muerte!, ellos son los administradores, rindamos nuestro tributo.