Suicidarse a buchitos de cerveza, qué delicado, qué discreto, qué artesanía. No precipitarse como el desesperado que se sumerge en la bañera para sajarse las muñecas. Tampoco entregarse al escándalo del ahorcado, ni al estruendo del que se vuela la tapa de los sesos con una escopeta. Poco a poco, en porciones medidas, sin prisa, sin pausa. Acompañado o solo, algo que no pueden elegir quienes se arrojan al tren o a un viaducto. Ese demorarse en el acabamiento, ese placer de degustar el final poco a poco, con delectación. Acelerar de vez en cuando con el güisqui, pero solo de vez en cuando, con moderación. Controlar la angustia con espaciados sorbos de licor. Ir dejándose caer con parsimonia, con el dulce descenso de la hoja de plátano que desea el suelo, pero no se desvive por alcanzarlo. Ser cuerpo en suspensión, entregado al albur de brisas y corrientes.
Me duele un poco el píloro, quizás el peciolo se ha desprendido ya de la rama.
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